Africanas y líderes: ellas construyen el futuro de su continente
Las mujeres son quienes más están contribuyendo al desarrollo y progreso de África, pero no se suele reconocer la importancia de su labor. Políticas, juristas, periodistas y cineastas, entre otras, cuentan qué están haciendo las profesionales de su sector para levantar su continente
Aquello de que la antigüedad es un grado no se puede aplicar cuando se habla de africanas de rompe y rasga. La cineasta Machérie Ekwa, congoleña orgullosa, recurre a su lengua natal, el lingala, para escribir el mensaje que elige lanzar al mundo durante la sesión de fotos para este especial. “Nabomoko toza makasi”: “Juntas somos fuertes”, rubrica. Sin haber llegado a la treintena, Ekwa ya cuenta con premios internacionales y pases en festivales de prestigio con un trabajo que retrata con realismo descarnado algunas de las peores atrocidades que es capaz de cometer el hombre. Igual de premiada y reconocida es Verashni Pillai, periodista sudafricana, quien elogia cómo las mujeres han ido conquistando las redacciones en los últimos años, pero advierte de que queda un paso grande: conquistar los puestos de mando. Seguro que llega tan lejos como Silvia Blyden, que fue ministra en Sierra Leona y es la única mujer de su país que posee un medio escrito de su propiedad.
Aunque la juventud venga pisando fuerte, tampoco hay por qué descartar a las más veteranas. Como Sophia A. N. Wambura, ya jubilada, que no inactiva. Fue magistrada pionera en Tanzania y hoy relata cómo ha sido la feminización de la justicia a lo largo de sus 35 años de carrera, y cómo ha visto que eso ha sido clave para que muchas mujeres dejaran de temer acudir a los tribunales y reclamaran sus habitualmente ignorados derechos.
De la misma quinta es Obiageli K. Ezekwesili, la dama de hierro nigeriana, para la que harían falta varios párrafos solo para presentarla. Dejémoslo en que, además de minstra por partida doble, esta mujer es de las que más se ha batido el cobre para lograr la liberación de las niñas secuestradas de Chibok. Sí, ella es la que hizo famosa aquella campaña viral que se llamó Bring Back Our Girls. Solo de ella podría venir semejante mensaje, que escribe en igbo: “Agu nwanyi gaa azo obodo!”. La tigresa vuelve al pueblo.
Tenemos que presentaros a más mujeres increíbles. En este reportaje son una docena, pero sumaron más de 50, todas con una carrera a sus espaldas de quitarse el sombrero, las que acudieron a Madrid a mediados de mayo para participar en una cumbre organizada por la Fundación Mujeres por África. Bautizada como Los puentes de las mujeres, versaba precisamente, de eso, de crear lazos entre verdaderas líderes para, entre todas, lograr un mundo más habitable y menos feo para los millones de féminas que sufren las consecuencias de la desigualdad y la discriminación por razón de género.
En África, las mujeres son muy activas como agentes económicos. Ellas realizan la mayor parte de las actividades agrícolas, son propietarias de un tercio de las empresas y, en algunos países, representan alrededor del 70% de los empleados, según el Banco Africano para el Desarrollo. Pero, además, son fundamentales para la economía doméstica y el bienestar de sus familias, y desempeñan un papel vital –aunque no reconocido– de liderazgo en sus comunidades y naciones.
Sin embargo, las africanas se enfrentan a una serie de obstáculos que les impiden desarrollar todo su potencial, desde prácticas culturales restrictivas hasta leyes discriminatorias y mercados laborales muy segmentados. El Índice Global de la Brecha de Género, un indicador que mide la evolución de esta en cuatro dimensiones (Participación y Oportunidades Económicas, logros educativos, salud y supervivencia, y empoderamiento Político), concluyó en 2021 que África subsahariana tardará 121,7 años en cerrar la brecha de género.
Sin las mujeres, esa desigualdad nunca desaparecerá. Y ya son muchas las que han decidido dar un paso adelante y participar activamente en la conquista de sus derechos.
Jóvenes y mayores, incluso ya retiradas, aquí os presentamos a algunas de esas líderes. Unas mujeres que aportan, que suman, que impulsan y que construyen. Este es el mensaje que lanzan al mundo.
Graça Machel: “El colonialismo no murió de muerte natural. Lo matamos”
Oumou Sall-Seck
Experta maliense en resolución de conflictos
Por RODRIGO SANTODOMINGO | Fotografía: ISABEL MUÑOZ
“En Malí no hay una guerra civil abierta gracias a las mujeres”
En el año 2015, Oumou Sall Seck abandonó el comité de seguimiento encargado de hacer realidad el Acuerdo de Paz y Reconciliación de Malí. Un texto de mínimos firmado en la vecina Argelia para tratar de contener la violencia sectaria que estaba asolando a este país del Sahel. Ella se negó a seguir siendo la única mujer entre más de 50 hombres y su plante propició una honda reflexión. Cambió el signo de los tiempos. “Hoy somos 15 mujeres en el comité”, afirma orgullosa con su voz cálida y firme. Sall Seck conserva una sonrisa franca que no ha perturbado una década especialmente fatídica en la turbulenta historia de Malí. Diez años de rebeliones secesionistas, yihadismo y matanzas étnicas, desgarros rematados por dos recientes golpes de Estado.
Que las mujeres se sientan verdaderas compañeras de los hombres en la búsqueda de la paz y de la estabilidadFragmento del mensaje de Oumou Sall-Seck, en francés
Hoy embajadora de su país en Alemania, antes alcaldesa en la pequeña ciudad de Goudam (cerca de Tombuctú), Sall Seck tiene claro por qué Malí ha logrado evitar un baño de sangre aún mayor: “Si hoy no hay una guerra civil abierta, es gracias a las mujeres”. La diplomática lamenta el “terrible impacto de los conflictos intercomunitarios” que impiden una paz estable en el Estado saheliano. Luchas interminables, sostiene, azuzadas y protagonizadas por hombres, con las madres, esposas o hermanas tratando de calmar el ardor guerrero en la retaguardia. Sall Seck otorga un protagonismo esencial al papel femenino en la “cohesión social” de las comunidades y en la “mediación informal”. Escuchas y palabras en el ámbito privado que ayudan a contemporizar y, con frecuencia, evitan que prenda una nueva chispa en el polvorín maliense.
Gracias a pioneras como ella, Malí ha ido dando mayor peso formal a la voz de la mujer en la resolución de conflictos. “Tenemos más predisposición para la paz. En el comité de seguimiento, a pesar de nuestro origen diverso, las mujeres mostramos siempre mejor voluntad para llegar a puntos de entendimiento”, considera. En conversaciones públicas o en la vida familiar. En el hogar, en los mercados, en los puestos callejeros o en las zonas de labranza. Para Sall Seck, la mujer procura normalmente apaciguar y llamar a la concordia, a la preservación “del tejido social” al abordar aquellas cuestiones que sitúa en el origen de todos los males que acechan a Malí: “La gestión de la tierra, el acceso al agua, las disputas entre agricultores y ganaderos”.
Sophia A. N. Wambura
Exmagistrada en el Tribunal Supremo de Tanzania
Por LOLA HIERRO | Fotografía: ISABEL MUÑOZ
“Los hombres nos decían que estábamos enseñando a sus esposas a divorciarse”
Cuando Wambura (Bukoba Tanzania, 1960) tenía 13 años, acompañó a su padre a visitar a un juez. Maravillada con la hermosa casa donde el magistrado vivía, no se dio cuenta de que este la miraba hasta que la sacó de su ensoñación con unas pocas palabras: “Veo potencial en ti. Algún día tendrás un hogar como este”. Poco podía imaginar entonces la pequeña lo acertado del comentario. Ahora, en 2022, Wambura ya es una mujer retirada, pero puede presumir de haber sido una de las primeras magistradas de su país, Tanzania. Tiene a sus espaldas 35 años de carrera judicial y llegó a jueza en el Tribunal Supremo, no sin antes atravesar un camino de pocas rosas y muchas espinas. “En mi primer día de trabajo éramos ocho hombres y dos mujeres. Y la persona que nos recibía en el juzgado cuestionó qué hacíamos allí nosotras. Ahí supe que me iba a enfrentar a una dura tarea en la judicatura”, recuerda.
Durante los primeros años como licenciada en Derecho, vio a muchas personas tirar la toalla, pero ella no solo se empeñó en aguantar en la institución, sino que además contribuyó a que más mujeres se unieran. “Me aseguré de que muchas entraran en tareas administrativas, y ahora tenemos incluso más que hombres: de los últimos 80 reemplazos que han llegado, hay 40 o 50 mujeres”, se enorgullece.
Luchemos contra el acoso sexual, por el desarrollo del paísMensaje de Sophia N. A. Wambura, en suajili
La presencia femenina en la carrera judicial ha facilitado que más mujeres se acerquen a los tribunales, algo que antes, cuando solo había magistrados, imponía mucho más. “Imagina: una mujer está testificando y puede llegar a un punto en el que se ponga a llorar. Una jueza puede entender por lo que está pasando, así que, tal vez, autorice un descanso de 10 minutos para que pueda recomponerse. Pero ningún hombre haría esto”, afirma la exmagistrada.
Una de las dificultades que observó cuando llegó a magistrada es que, en los casos de violencia de género, muchos hombres evadían un castigo porque ellas no se atrevían a denunciar y, si lo hacían, durante la vista posterior retiraban los cargos. O que se echaban atrás porque era complicado para ellas acudir al tribunal, o porque se sentían ignoradas. “Ahora nos aseguramos de que cuando se establece un caso de violencia de género, ese caso sea escuchado. Y les damos prioridad, quizá lo ponemos a primera hora de la mañana, para que la mujer pueda volver a su casa”, afirma. Cuestiones que les afectan muy explícitamente a ellas como el matrimonio, el divorcio, los derechos de propiedad, la custodia de los hijos, la violencia doméstica y las herencias se manejan con especial cuidado.
Wambura no solo ha tenido que enseñar a sus colegas de profesión a respetarla a ella y a sus compañeras; también le ha costado imponer su criterio ante los acusados a los que ella juzgaba, a quienes no les parecía bien que una mujer pudiera imponerles una condena de cárcel o una multa. “Decían que una mujer les había mandado a la cárcel, como si hubiera sido sin más”, protesta Wambura. Tuvo que ser muy didáctica para que se entendiera que, si alguien hacía algo malo, se le castigaría por ello. Y si era inocente, sería liberado. “Ahora lo están aceptando”, desliza.
De forma parecida, ha tenido que bregar con el rechazo a que las juristas enseñaran a otras mujeres cuáles son sus derechos. “Los hombres nos decían que estábamos enseñando a sus esposas a divorciarse”, exclama.
Hoy en día, las mujeres de la carrera judicial en Tanzania están marcando la diferencia hasta el punto de que casi han alcanzado la paridad en los altos tribunales del país, tal y como revelan los datos del último informe de la Asociación de Mujeres Juezas de Tanzania (TWJA), un organismo que hoy existe gracias a la lucha de pioneras como Wambura para feminizar la justicia.
Adrienne Diop
Excomisaria de Asuntos Sociales y de Género de la CEDEAO, de Senegal
Por RODRIGO SANTODOMINGO | Fotografía: ISABEL MUÑOZ
Sylvia Blyden
Exministra de Asuntos Sociales, Género e Infancia de Sierra Leona
Por ALEJANDRA AGUDO | Fotografía: ISABEL MUÑOZ
“Las niñas necesitan referentes positivos como yo”
Desde que fue elegida la primera mujer líder de los estudiantes universitarios en Sierra Leona, Sylvia Blyden (1971, Freetown) tiene un plan: llegar a ser presidenta de su país. Tal cual lo repite en su última visita a Madrid para participar en un evento sobre liderazgo femenino organizado por Mujeres por África. “Tengo muchas posibilidades”. Pero no tiene prisa. “Antes de eso, quiero que haya más mujeres poderosas en mi país”. Para ello, opina, es indispensable educar a las niñas y que tengan referentes positivos como ella. Lo es, explica, porque es más que una mujer que, desde aquel nombramiento, ha roto otros muchos techos de cristal en un país con las tasas más altas de mutilación genital femenina, donde la mitad sufre violencia de género y donde ellas son relegadas del trabajo formal. “Estoy limpia”, muestra sus manos. Es incorruptible, afirma. “No vale cualquiera como modelo, tiene que ser íntegra y honesta”, recalca.
“Se piensa que el lugar de las chicas es la casa, en la cocina, que no deben intervenir cuando hablan los hombres. Pero les ayudo a creer en su potencial. Les digo que, si yo he superado muchos desafíos, ellas también pueden. Nada puede pararlas”. Las mujeres, señala, “son más diligentes, inteligentes y cuidadoras”, por eso “no se deben sentir amenazadas por el tamaño de los músculos de sus hermanos o amigos”. Por contra, ella se ha acostumbrado a que sean sus colegas varones, incluso sus compañeros de partido, quienes se muestren intimidados por su perfil: una mujer con poder, ambición y segura de sus posibilidades.
Licenciada en Medicina, Blyden conoce en carne propia el poder de la educación y la política para mejorar las vidas de las mujeres. Alumna aplicada, su trayectoria educativa está plagada de honores por sus resultados. “Era buena estudiante, la mejor”. Una etapa de formación en la que ya despuntaba la lideresa que es. En 1995, representó a la juventud sierraleonesa en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer de Pekín. Su carrera política no había hecho más que despegar. Entre 2013 y 2015 fue asistente del presidente Ernest Bai Koroma, cargo que dejó para pilotar el Ministerio de Asuntos Sociales, de Género e Infancia.
“Yo llegaré donde mis ancestros no pudieron”. Blyden es descendiente de Edward Wilmot Blyden, considerado el padre del panafricanismo. “Míralo en Wikipedia, fue la persona negra más famosa del siglo XIX. Su popularidad era enorme, pero perdió las elecciones en Libia. Yo, sin embargo, podré conseguirlo en mi país. Está en mi genética”.
Sin falsa humildad, Blyden no solo destaca su fama. Su legado político la avala, señala. “Solo estuve 20 meses como ministra y, a pesar de que fue un período corto, sacamos leyes sobre herencias, abusos sexuales… en favor de las mujeres”. Y no solo eso, sino que se recorrió el país para que las habitantes de la Sierra Leona rural conocieran sus derechos. Recuerda que, en una aldea, el líder le cuestionó que no pudiera golpear a su esposa; tal ley, en su opinión, no podía existir. “No puedes pegar a tu mujer”, le contestó Blyden tajante.
Si educamos a nuestras niñas y les damos modelos a seguir, el mundo estará a salvoMensaje de Sylvia Blyden, en inglés
Pero de lo que más orgullosa está es de su lucha contra la mutilación genital femenina. “Llegué a presentar mi propuesta en Ginebra porque fue un éxito”, remarca. “Primero, paramos de atacar a las que la practicaban, porque se ponían a la defensiva. Empezamos a llamarlo circuncisión en vez de mutilación, y les explicamos, pueblo por pueblo, que solo se podía practicar con consentimiento de la joven una vez fuera mayor de edad, a partir de los 18 años. Y aunque yo no estoy mutilada, me respetaban y empezaron a ayudarme a detectar casos entre menores. Se redujo el número de niñas cortadas”, afirma. Su partido perdió las elecciones de 2017 y el nuevo Ejecutivo no ha continuado esa labor, lamenta.
Blyden ha sido la primera en muchas de sus posiciones y en recibir ciertos reconocimientos nacionales que hasta entonces estaban reservados a los hombres. En esa avanzadilla sigue abriendo caminos. Ella es la única editora mujer de un periódico en Sierra Leona, el Awareness Times, medio que fundó en 2005 y que es conocido por ser crítico con los excesos de los políticos y las instituciones.
Sus denuncias, de hecho, no le han granjeado precisamente amigos. En mayo de 2020 fue detenida, acusada de difamación por sus publicaciones críticas con el entonces presidente, Julious Maada Bio, en sus redes sociales. Muy conocida en su país, Blyden tiene más de 100.000 seguidores en Facebook y más de 40.000 en Twitter. Sin embargo, ella tiene tan claro como los cristales de sus gafas, que limpia con esmero, que aquel episodio fue una persecución para frenar sus aspiraciones políticas, para minar su imagen y su carrera, y no por su actividad periodística. “Estuve 22 días en una celda, me sentí torturada. Y se inventaron lo de las redes para salvar la cara porque, después de revisar mis móviles y computadoras, no pudieron encontrar nada turbio en mis 20 años de correos electrónicos”, ríe.
Obiageli K. Ezekwesili
Política nigeriana, cofundadora de Human Capital Africa
Por LOLA HIERRO | Fotografía: ISABEL MUÑOZ
“Tenemos el deber de usar nuestro privilegio en favor de los que no lo tienen”
Todo en Obiageli K. Ezekwesili (Anambra, Nigeria, 1963) es grandioso. Su figura, erguida, rotunda, poderosa. Sus manos; grandes y expresivas; su vestido de volantes estampado en tonos llamativos; su sonrisa cálida; su voz grave y hablar pausado, propia de una mujer acostumbrada a instruir, a aconsejar, a ordenar y a no callarse nunca. Hasta su nombre tiene personalidad.
No hay manera de describir en unas líneas todo lo que ha hecho esta mujer de 59 años, todos los palos que ha tocado, todas las puertas a las que ha llamado. Se presenta como exministra de Educación primero y de Recursos Mineros después en su país, Nigeria. Como exvicepresidenta de la división africana del Banco Mundial, también. Ahora dirige Human Capital África, una organización que cofundó con otros veteranos como ella para ver de qué manera se puede exprimir el potencial de los jóvenes africanos a través de la educación, y formar así a los líderes del mañana.
Llegar tan alto como esta mujer no es sencillo para nadie, menos para una mujer y menos para una africana. Ezekwesili lleva toda su vida batallando desde distintos frentes para que otras tengan las oportunidades que tuvo ella. “Creo en lo que mi padre me enseñó a mí y a mis hermanos. Que éramos privilegiados y que teníamos el deber de usar ese privilegio en favor de los que no lo tienen. He crecido con esa mentalidad”.
La hembra tigresa vuelve al puebloMensaje de Obiageli K. Ezekwesili, en igbo
Desde las alturas del éxito, Ezekwesili ha sido implacable. No en vano es conocida en Nigeria como Madame Due Process (Señora del debido proceso) por su ahínco para erradicar todas las formas de corrupción en su país, donde casi la mitad de los usuarios de servicios públicos afirmaron haber pagado un soborno en el último año.
Y desde allí arriba ha observado las barreras a las que sus congéneres han de enfrentarse. La primera es la sociedad patriarcal: “Una niña ya desde pequeña queda automáticamente relegada a una perspectiva en la que ella es menos que su homólogo masculino, salvo que alguien intervenga y rompa esa percepción”.
Otra barrera es la económica. “Si las condiciones económicas no son favorables, las mujeres tendrán menos oportunidades. En las comunidades más pobres, cuando hay que decidir a quién recibirá educación, se propone a los niños”, denuncia.
Oby no se olvida de otros obstáculos menos visibles, pero que igualmente impiden que las mujeres no aprovechen las oportunidades que se les presentan. “Es como si la sociedad quisiera que compensaran el hecho de ser profesional, esposa, madre y todo lo demás. Es una elección muy dura”.
La educación de las niñas es, quizá, su punto fuerte. O débil. De hecho, uno de los momentos más estelares de su carrera se produjo cuando logró que el secuestro de las más de 200 niñas de Chibok por parte de Boko Haram se convirtiera en asunto internacional a través de la etiqueta #BringBackOurGirls, y fue declarada enemiga del Estado por sacar los colores al Gobierno de Buhari, a quien acusó de no hacer lo suficiente por ellas. “Tenían derecho a ser rescatadas. Ese es el deber constitucional del Gobierno”, sentencia. También menciona que dado que su reforma educativa como ministra del ramo se centró en la inclusión de las niñas en las escuelas, y que las estudiantes fueron captadas cuando allí se dirigían, no podía mirar hacia otro lado. “Si no hacía todo lo posible por salvarlas, entonces mi mensaje no tendría credibilidad”, asume.
Ahora, Ezekwesili está más activa que nunca en la tarea de multiplicar el número de mujeres líderes. Algo para lo que, insiste, la educación es la llave maestra. “Cuantas más niñas en la escuela, mejor”.
Vitória Dias Diogo
Secretaria de Estado de la provincia de Maputo, Mozambique
Por ALEJANDRA AGUDO | Fotografía: ISABEL MUÑOZ
“No tenemos que ser barreras para otras mujeres, sino puentes”
Vitória Dias Diogo nació un 31 de enero 1964 en Fingoé, en la provincia mozambiqueña de Tete, hija de un enfermero y una empleada doméstica. Lingüista de formación, asegura que la política la encontró. “Era una vocación”. Un sueño que ha cumplido durante tres décadas de trabajo en el Estado y la gobernanza. De su nutrido currículo, ella destaca su etapa como ministra, primero de Función Pública (2007-2014) y de Trabajo (2015-2019) después; pero sobre todo subraya su participación en la Comisión de Logística de los Acuerdos Generales de Paz en 1992, que ponían fin a 15 años de guerra civil en Mozambique. “Fui de las pocas mujeres”, anota con una amplia sonrisa.
Actualmente, Dias Diogo es Secretaria de Estado de la provincia de Maputo (2,2 millones de habitantes). “Cuando una mujer es designada en un cargo, en una posición de poder, es por sus capacidades y cualidades”, reivindica. Ella también. “Quería ser la mejor. Cada desafío lo resolvía y fui ascendiendo”. Pero no fue fácil. “Las mujeres tienen que demostrar dos veces que son competentes”, razona.
Su obsesión, insiste, es “contribuir a cambiar el sistema desde dentro”.
―¿Las mujeres hacen política de forma distinta?
―Sí, la hacemos.
Con la perspectiva de género como objetivo, Dias Diogo explica que desde la Secretaría de Estado de Maputo ha impulsado los cursos de materias que se consideran masculinizadas, como la ciencia, las matemáticas, la arquitectura, para chicas. “También para que aprendan oficios como electricistas”.
Soy mujer en el Gobierno, tomo decisiones para mejorar el mundo: ¡soy una agente del cambio!Mensaje de Vitorias Dias, en portugués
La política gesticula con sus manos, acompaña sus palabras con sonrisas, habla en portugués y escucha en español, pues es uno de los cinco idiomas que domina. “La mujer es emprendedora por naturaleza, pero no de una manera formal. Lo que hacemos es, con ayuda de organizaciones, financiar programas de empoderamiento económico para que creen sus negocios formalmente. Y el 50% de los beneficiarios tienen que ser chicas, y la otra mitad, chicos”, prosigue.
“El simple hecho de que haya mujeres en política las convierte en referencia para las jóvenes”, reflexiona. Una vez al año se reúne con chicas en Maputo, la capital, en unos encuentros en los que les presenta a otras prominentes féminas de distintos ámbitos: la cultura, el arte, la política… para que charlen con ellas. “Las niñas tiene que ver la luz, y esa es la que irradian las que ya brillan desde posiciones de poder. Son sus ejemplos”. De nuevo, ella también.
En un evento familiar, recuerda, fue consciente de la huella de sus discursos, incluso aquellos sin aparente importancia. Estuvo conversando con una joven profesora a la que no conocía. “Pero me dijo que ella a mí sí. Me había escuchado en una charla sugerir a los docentes que, ante el salario mínimo que tienen, no se quedaran paralizados, que quizá no tenían dinero, pero sí tenían tierra; que la cultivasen en su tiempo libre. Esta maestra lo hizo, empezó con una hectárea de su propiedad, y ya tiene 10. Ese es el impacto que tienen nuestras palabras”.
“Yo llevo 30 años en la gobernanza. Cada gesto que hago y cada palabra que pronuncio es absorbida por las jóvenes, que son como esponjas secas. Pero tenemos que ser activas en luchar desde el sistema, no basta con estar”. Por eso, cuando lideró el Ministerio de Función Pública, Dias Diogo encargó el primer registro del número de mujeres en cargos gubernamentales. “Cuando hay una vacante, hay que dar oportunidades a las mujeres para que opten en igualdad de oportunidades”. En su equipo directivo, la mayoría lo son. “Por su competencia”, anota. “No tenemos que ser barreras para otras, sino puentes”.
Verashni Pillay
Periodista sudafricana, fundadora de ‘Explain’
Por LOLA HIERRO | Fotografía: ISABEL MUÑOZ
“Tenemos un poder increíble para hacer cambios cuando estamos informadas”
Ni siquiera cuando ella es la invitada deja de trabajar. Mientras aguarda para comenzar esta conversación con EL PAÍS, Verashni Pillay (Pretoria, Sudáfrica, 1984) revisa, escribe y planifica su trabajo en su pequeño ordenador portátil. Su misión es comunicar, pero con la vista puesta en las mujeres. “Quiero que más mujeres sepan del mundo en el que vivimos, porque sé que tenemos un poder increíble para hacer cambios una vez que estamos informadas”, asegura.
Ha cumplido 38 años y ya tiene en su haber el mérito de haber ganado el premio de Periodismo de la CNN África y figurar en la lista de la 100 mujeres de la BBC en 2015. Fue redactora jefa del Huffington Post en Sudáfrica y del Mail & Guardian, uno de los diarios de mayor tirada de su país, en unos tiempos en los que las mujeres empezaban a conquistar las redacciones, no sin dificultades. “Es una lucha para salir adelante porque, aunque cada vez somos más, hay una alta tasa de desgaste antes de que una mujer pueda convertirse en editora o propietaria de medios de comunicación”, afirma.
Ella no ha querido dejar pasar ese tren y por ello ahora vive en cuerpo y alma para su retoño, Explain, una revista digital que presenta de manera sencilla la actualidad. “A menudo, las noticias se escriben de una manera muy alienante, confusa, deprimente. Y por eso empezamos desde el principio. Te hablamos como si fuéramos tu amiga. Te explicamos lo que pasa como te lo explicaría tu amigo periodista”, describe.
Sudáfrica es un país donde la paridad en los medios lleva buen ritmo, con un 49% de personal femenino en las redacciones, según un estudio de la organización African Women in Media. Pillay, pese a su juventud, ve el cambio que se ha producido desde los días en que estas solían ser un club de hombres y las mujeres, simplemente, tenían que encajar. “Nuestra llegada ha tenido un efecto suavizador. Ha ayudado a otras mujeres a pensar en cómo hacer noticias que sean realmente para las mujeres”. La reportera recuerda que el público al que tradicionalmente se dirigían los medios hace 20, 30 o 40 años era esencialmente masculino, de clase media y mayor. Y que las mujeres no se sentían atraídas por la actualidad, algo que, para la periodista, era falso. “Es solo que las noticias no estaban escritas pensando en ellas. La entrada de las mujeres en las redacciones ha empezado a cambiar eso. Las que están en la cúspide del periodismo están tratando de escribir historias con corazón. Y creo que eso es realmente importante: Poner caras a las estadísticas y a las historias; así es como están sirviendo a otras mujeres”, sostiene.
Un mundo igualitario es un mundo prósperoMensaje de Verashni Pillay, en inglés
Dar espacio en los medios a temas como el derecho al aborto, la erradicación de la mutilación genital femenina, la infertilidad o la menstruación está ayudando a mejorar la vida de muchas mujeres, asegura. “En las zonas muy pobres de mi país, hay niñas que no pueden ir a la escuela cuando tienen la regla porque no pueden pagar los productos sanitarios”, relata sobre una dificultad a la que en buena parte del mundo se enfrentan millones de adolescentes. “Las periodistas hicieron un gran trabajo para dar a conocer el problema y esto llevó a que se legislara y se hicieran cambios para empoderar a estas jóvenes y proporcionarles productos sanitarios gratuitos. No creo que una redacción masculina hubiera escrito sobre esa historia. Esas editoras han sido capaces de poner sobre la mesa preocupaciones e historias que no han estado en el radar de los hombres”.
Gertrude Mongela
Profesora, política y diplomática tanzana
Por ALEJANDRA AGUDO | Fotografía: ISABEL MUÑOZ
Machérie Ekwa
Directora de cine congoleña
Por RODRIGO SANTODOMINGO | Fotografía: ISABEL MUÑOZ
“Muchas películas europeas ambientadas en África tienen un toque pretencioso y artificial”
Sin haber llegado a la treintena, Machérie Ekwa ya cuenta con premios internacionales y pases en festivales de prestigio. Su cine retrata con realismo descarnado algunas de las peores atrocidades que es capaz de cometer el hombre
Apenas puede tenerse en pie. Acierta a dar la mano, a esbozar una sonrisa y a escuchar con preocupación la secuencia foto-vídeo-entrevista que le espera para la próxima media hora. Machérie Ekwa, joven directora congoleña, se siente indispuesta, pero aguanta estoica la sesión audiovisual, que la deja en reserva. Mejor posponer la entrevista. Dos días más tarde, en la cafetería de su hotel, reaparece radiante. Su mirada ya no se pierde en el vacío. Su pose mezcla pausa y alegría en un cóctel de pura elegancia.
Con menos de 30 años, Ekwa ya ha proyectado en la Berlinale y ha ganado premios como el de mejor película extranjera en el DC Independent Film Festival de Washington. Su corta filmografía hace zoom sobre la miseria moral, personalizando grandes tragedias colectivas. Es un puñetazo realista contra el olvido. La congoleña da voz a los más vulnerables: los niños y niñas de la calle en Kinshasa (capital de su país), las mujeres que han sufrido violencia sexual en el largo historial de conflictos de la República Democrática del Congo. “Yo misma y mi familia somos víctimas de la guerra. Mi madre tuvo que pelear para salvarnos la vida a mí y a mis hermanos”, recalca.
En Sema (2020), Ekwa fue un paso más allá en su afán de utilizar la cámara como instrumento de fieles retratos. Chicas que habían sido violadas se transformaron, durante unas semanas, en actrices representando el infausto origen de sus propios traumas. “Cuando me dieron la oportunidad de acompañarlas, de contar su lucha como supervivientes, no dudé un instante de que esa era mi misión como directora”, dice. Ekwa piensa que el cine hecho por mujeres suele abordar los dramas con enfoques más cercanos, no solo cuando la capacidad de empatizar –violencias de género y sexual– se antoja evidente: “La mirada femenina tiende, por lo general, hacia una mayor sensibilidad humana”.
Unidas, somos más fuertesMensaje de Mácherie Ekwa, en lingala
La congoleña no identifica trazos comunes en el cine africano, sino una “enorme diversidad” que, no obstante, sí transpira “una acusada querencia por lo auténtico”. Apego a la verdad que acentúa el contraste con las miradas foráneas. “Me vienen a la mente muchas películas europeas ambientadas en África que no parecen África, con un toque artificial y pretencioso muy obvio en las formas de comportamiento que intentan retratar”. Ekwa detecta incluso un regusto neocolonial en ciertas producciones extranjeras. “Intentan maîtriser [en castellano, dominar o controlar, aunque en la traducción se pierde la raíz maître, que significa maestro] nuestra historia, tratando de imponer una idea de verdad como la única posible”, lamenta.
En su trayectoria como cineasta, Ekwa narra piedras en el camino por el hecho de ser mujer. “Al principio muchos quisieron desanimarme; me decían, con una cierta condescendencia, que tenía sueños de niña, que ya se me pasarían. Y sí, tenía un sueño: expresarme”. Más que pelearse con aquellos que entorpecían la senda de su ambición, Ekwa ha optado siempre por esquivarlos. “Si alguien no ha querido trabajar conmigo, me las he apañado para encontrar otra vía, para imponerme y seguir avanzando”.
Rasmatá Compaoré
Exalcaldesa del distrito 12 de Uadagudú (capital de Burkina Faso)
Por RODRIGO SANTODOMINGO | Fotografía: ISABEL MUÑOZ
“Mis rivales decían que no sería una buena alcaldesa porque tendría que ocuparme del hogar”
Apartada del cargo por la junta militar que hoy gobierna en Burkina Faso, Rasmata Compaoré centró su mandato en las prioridades sociales. El desprecio machista no impidió su ascenso al poder, propulsado por la rebelión pasiva de sus simpatizantes
“Parece usted una reina”, comenta la fotógrafa, Isabel Muñoz, y Rasmata Compaoré sonríe complacida y gira con levedad, dando vuelo a un largo vestido de estampados blancos y naranjas. Camino a la sala de entrevistas, la burkinesa desplaza, casi desliza con ademanes levitativos su más de metro ochenta de poderosa musculatura. Un golpe militar destronó el pasado enero a Compaoré en su pequeño reino: el distrito 12 de Uadagudú, la capital de Burkina Faso. Pero la exalcaldesa se sabe monarca legítima por aclamación popular. “Mi llegada al poder no fue un camino de rosas”, recuerda. Aunque hoy reparte tarjetas como project manager, confía en que los militares pronto se den cuenta del sinsentido que supone descabezar abruptamente de liderazgo a un país entero. Desde las más altas esferas hasta el poder local de alguna localidad remota.
Compaoré desglosa los muchos escollos patriarcales que tuvo que sortear antes de acceder a la alcaldía. En 2016 ganó las primarias de su partido, el Movimiento del Pueblo para el Progreso (MPP), en uno de los cuatro sectores que componen el distrito 12. Los jefes del MPP desoyeron a la militancia. Pensaron que una mujer joven (32 años por aquel entonces) pintaba poco en un ecosistema de varones maduros. “Colocaron a dedo a un hombre más mayor y mucho más rico que yo”, explica. No esperaban la explosión de resistencia pasiva que vino a continuación. “Militantes, simpatizantes y vecinos, sobre todo mujeres, les advirtieron de que, si no era yo la candidata, no votarían”, prosigue. Ante la perspectiva de una derrota segura, su partido no tuvo otra que recular.
El mundo no se puede desarrollar sin la inclusión de las mujeres en las esferas de decisiónMensaje de Rasmata Compaoré, en francés
Compaore ganó por amplia mayoría. A continuación, 15 consejeros municipales elegirían alcaldesa o alcalde entre ella y los ganadores de los otros tres sectores, todos hombres. Compaoré tuvo que escuchar mil versiones de un mismo argumento. Una cantinela encaminada a demostrar su supuesta invalidez de género. “Todos los comentarios en mi contra venían a decir lo mismo: que no estaría al 100% porque también tendría que ocuparme del hogar”, apunta. Ella jugó sus cartas con maestría. “Dejé bien claro quién de los cuatro poseía mayor bagaje intelectual”.
Su primera medida fue “dignificar” la maternidad del distrito. “No tenía cerramientos, ninguna discreción, los curiosos se acercaban para ver parir a las mujeres”. Cuenta que esa primera acción marcó su mandato: “La gente vio a una alcaldesa que también era madre [en francés, ambos términos, maire y mère, se pronuncian igual]. Me empezaron a respetar los ancianos, los vecinos más religiosos”.
Entonces puso el foco en los colegios, cuyos frágiles edificios se situaban en mitad de la vía pública. “Pasaban al lado motos y coches, había multitud de accidentes, a algunos niños hubo que amputarles brazos y piernas”. Cercar las escuelas se convirtió en su “caballo de batalla”. Luego volcó sus energías en “dotar de equipamiento decente a los centros de salud”. Vocación social que, según Compaoré, contrastó fuertemente con las prioridades de sus antecesores. “Habían estado más preocupados por la venta de suelo público, por ver qué podían sacar...”. A pesar de su popularidad, una sombra acompañó sus seis años como alcaldesa. “El tener que demostrar, cada día, que merecía estar allí”.
Hibaaq Osman
Fundadora y directora de la organización El-Karama
Por ALEJANDRA AGUDO | Fotografía: ISABEL MUÑOZ
“Si las mujeres participan de la paz, esta será sostenible”
Después de un día de conferencias, reuniones y calor en Madrid, adonde Hibaaq Osman ha venido a participar en un encuentro de lideresas africanas, la somalí está cansada, despeinada, con la camisa revuelta debajo de su chaqueta y ha perdido un pendiente. Afuera anochece, pero no mira ni una sola vez un reloj mientras cuenta cómo contribuye a construir una África en la que las mujeres no sufran violencia, porque es “lo inteligente”.
Nacida en Somalia, Hibaaq Osman conoció mundo pronto. Estudió en Etiopía, Sudán y Estados Unidos. Allá donde ha vivido, se ha convencido de que “las mujeres son la columna vertebral de las sociedades”. Sin embargo, las violencias y discriminaciones que sufren por nacer niñas no solo marcan de dolor sus vidas y lastra sus oportunidades, sino también las de sus comunidades, sus países, el continente.
“Si las mujeres participan en la economía, el país gozará de una mejor economía. Si las mujeres participan de la paz, esta será sostenible”, afirma Osman. No se trata de que haya más poderosas, en opinión de la somalí, sino de que cualquier mujer pueda tener una vida libre de violencia, pueda estudiar, emprender, aportar. Lo que ella quiera. Como ella pudo.
Democracia + justicia = pazMensaje de Hibaaq Osman, en inglés
“Para conseguirlo, todos los estudios nos dicen que lo más importante es apoyar a las mujeres comunes, de base, a las que ya luchan por la preservación del medio ambiente porque son las que más sufren el cambio climático, a las afectadas por las malas políticas, la corrupción o las guerras”. Por eso, Osman fundó El-Karama en 2005, después de haber trabajado en otras organizaciones y contar ya con una dilatada carrera en el activismo. “Significa dignidad en árabe, ponerse en pie por la igualdad”, explica sobre el centro de pensamiento que aún dirige.
Con sede en El Cairo, desde su creación, El-Karama ha expandido su actividad y trabaja en 13 países de África y Oriente Medio, apoyando a movimientos de base para acabar con la violencia contra las niñas y mujeres, y aumentar su participación en la sociedad, la economía y la política. “El enfoque de derechos está bien, pero al final se trata de reconocer la contribución que hacen en estos ámbitos”, recalca.
Su trabajo y aportaciones le valieron en 2009 ser reconocida como una de las 500 personas musulmanas más influyentes. Ella utiliza su altavoz allá donde vaya, ya sea la sede de la ONU o una aldea en Somalia, para recordar que “una sociedad que eduque a sus niñas y ofrezca trabajo a sus mujeres tendrá éxito”.
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