La lectura como un viaje
Ulises no quisiera obstáculos para llegar cuanto antes. Don Quijote, al contrario, ve en los obstáculos la razón de su periplo


Toda lectura es un viaje, y siempre estaremos encantados de escuchar lo que le ocurre a alguien que emprende el camino y empieza a encontrarse con obstáculos y aventuras imprevistas que rompen con la normalidad, o la monotonía, de ese viaje.
Después de los 10 años que dura la guerra de Troya, Ulises se embarca de regreso a su patria. Quiere llegar lo más pronto posible a Ítaca, sin interrupciones, pero son las interrupciones las que hacen que aquel viaje lleno de aventuras dure otros 10 años. Sin esos obstáculos siempre inesperados, que se presentan a cada paso, no habría historia que contar, y no existiría la Odisea, cantada por Homero, un ciego andariego, y viajero también, que va por las islas de la Hélade contando las aventuras del viaje de Ulises. Fue él quien puso las reglas de la narración, útiles hasta para los folletines y los guiones de telenovela que viven de los obstáculos y las interrupciones de la felicidad.
En todo caso, para que haya historia, y para que comiencen a presentarse los obstáculos, el viaje tiene que empezar. Cuenta Plutarco que Pompeyo Magno enfrentaba la situación de que los marineros de su armada no querían hacerse a la mar por la manera tempestuosa en que aquella se encrespaba, y entonces los arengó para animarlos, y una de las frases de esa arenga ha quedado para siempre: “Navegar es necesario, vivir no es necesario”.
Ismael, el marinero que como único sobreviviente del naufragio del Pequod nos cuenta la historia del viaje fatal en Moby Dick, la novela magistral de Herman Melville, explica desde la primera página el porqué de sus ansias de navegar. Lo mueve la tristeza de hallarse demasiado tiempo en tierra firme: “Cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes… entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda”. Ya se ve que se puede empezar el viaje empujado por las ansias de aventura, o por la melancolía. O por la sed de venganza.
Cuando el capitán Ahab zarpa del puerto de Nantucket al mando del Pequod, no va en busca de su hogar añorado, como Ulises, sino de la venganza. Quiere llegar cuanto antes a encontrarse con Moby Dick, la ballena blanca, que destrozó años atrás otro barco suyo y le arrancó una pierna. Y la buscará a través de los mares hasta encontrarla de nuevo, lo que significa encontrarse con su perdición.
Tras el naufragio del Pequod, atacado ferozmente por la ballena blanca hasta echarlo a pique, Ismael, el que se detenía a contemplar los ataúdes al sentirse melancólico, se salvará agarrado a un ataúd que aparece flotando a su lado en el mar, fabricado por el carpintero de a bordo. Será el único sobreviviente. Si Ismael no salva la vida, no tendríamos quien nos contara la historia.
Los personajes más memorables de Honoré de Balzac en La Comedia humana son los que hacen el viaje desde la provincia a París. Son los arribistas típicos que buscan la fortuna a toda costa, como Eugène de Rastignac de Papa Goriot, o el perfumista de origen campesino de Grandeza y decadencia de César Birotteau, dueño de la mejor perfumería de la Place Vendôme, caído en la tragedia de la bancarrota.
Joseph Conrad, emigrado a Inglaterra desde Polonia, fue él mismo un viajero buena parte de su vida, como marino mercante, y no pocos de sus libros versan sobre la aventura del viaje. En El corazón de las tinieblas, Charles Marlow se interna en los meandros del río Congo, en tiempos de la brutal colonización belga en África, para cumplir el encargo de encontrar a Kurtz, el misterioso y diabólico personaje, jefe de una estación comercial en lo profundo del territorio, que ha enloquecido. Pero es a la vez un viaje a las insondables profundidades del alma humana donde campean la violencia, la explotación, y la ambición de poder y riqueza.
De los viajes en la literatura me he acordado al leer El verano de Cervantes, el espléndido libro de Antonio Muñoz Molina, donde nos cuenta el viaje de cada verano, en su adolescencia y por el resto de su vida, leyendo el Quijote, o los dos Quijotes, como bien lo aclara, el libro que cuenta el mejor y el más ameno de los viajes. Ulises no quisiera tener obstáculos porque quiere llegar cuanto antes. Don Quijote, al contrario, quiere los obstáculos, que son la razón de su viaje.
Un viaje reincidente, emprendido de nuevo cada vez a pesar de las penurias, los descalabros y las derrotas. Las aventuras, convertidas en obstáculos, van eslabonando el camino, hijas de la invención e hijas de la locura.
Muñoz Molina emprende de nuevo el viaje cada vez que empieza una nueva lectura del Quijote, y evoca esas lecturas mediante una prosa memorable y llena de halagos para el lector. Un viaje que hace montado en la tercera cabalgadura por los caminos de La Mancha.
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