Melville
Su 'Moby Dick', libro total que es novela, poema, ensayo... plegaria y blasfemia, ha acompañado mi vida desde la niñez
La próxima semana se cumplen doscientos años del nacimiento de Herman Melville, un escritor al que podemos calificar de “grande” sin miedo a ser desmentidos por los siglos. Su Moby Dick, libro total que es novela, poema, ensayo... plegaria y blasfemia, ha acompañado mi vida desde la niñez. Lo he leído una y otra vez, completo y abreviado, en el original y en traducciones, en forma de cómic, en varias películas, hasta en teatro. Conozco algunas de las infinitas variaciones que existen sobre el tema central, la última y muy original es El mar de hierro debida a China Miéville. Seguiré volviendo a la caza de la ballena blanca. Suelo creer que todo mi ridiculum vitaeno es más que el esfuerzo por desentrañarla. Y en la última hora estaré preparado para decir: “¡Hacia ti avanzo, cachalote destructor e inconquistable! Desde el fondo del infierno te apuñalo...”.
Pero Melville tiene también otros registros, en formatos más breves pero no menos sugestivos, como Bartleby, el escribiente o Billy Budd. Historias contadas desde un ángulo del escenario, nunca suficientemente explicadas y por eso mismo hipnóticas, que responden al precepto luego dictado por Rudyard Kipling: “Contar el relato como si uno no lo entendiera del todo”. Mi preferida es Benito Cereno, de ambiente marino como lo mejor del autor, con un toque de extrañeza que se va convirtiendo gradualmente en sorpresa aterradora digna de Poe. No hace falta leerla como una alegoría de o una parábola sobre la iniquidad del poder para disfrutar con escalofrío de ella; pero si nos decidimos por la perspectiva metafórica, aceptemos el vértigo que va y viene entre opresor y oprimido, entre salvajismo y civilización. Melville aprendió estilo de la Biblia, escrita por Dios para que no entendamos sin precauciones.
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