Encaramado en la jarcia del ‘Pequod’
El actor Josep Maria Pou y el dibujante José Ramón Sánchez debaten sobre sus respectivas adaptaciones de 'Moby Dick''
Llamadme Ismael, pero de verdad, eh. Así me ha bautizado, a lo Melville, el mismísimo capitán Ahab la otra noche en la cubierta del Pequod, mientras perseguíamos a Moby Dick a toda vela con maravillosa compañía y ante una selecta audiencia que incluía al ex alcalde y líder municipal del PDeCat Xavier Trias (¿sería él el valiente segundo oficial Stubb?: “No sé todo lo que puede venir, pero iré hacia ello riendo”). Es verdad que el capitán añadió que yo haría un Ismael muy crecidito pero qué caramba, tampoco era un niño precisamente el de Richard Basehart en la canónica película de John Huston.
Mi formidable bautismo a bordo del ballenero de Nantucket tuvo lugar durante la mesa redonda que protagonizaron el lunes el actor Josep Maria Pou, que encarna a Ahab en la versión escénica de Moby Dick que se representa actualmente en el teatro Goya de Barcelona, y el dibujante José Ramón Sánchez (Santander, 1936), autor de una soberbia novela gráfica (Panini/Valnera) que lleva a las viñetas el inmenso texto de Herman Melville. En ese maridaje marino de teatro e ilustración a cargo de sendos premios nacionales del Ministerio de Cultura (Pou, 2006, Sánchez, 2014) estuvimos también el editor Jesús Herrán, autor asimismo de la adaptación literaria del Moby Dick de Sánchez, y un servidor, que ofició de grumete y presentador del acto (y calafateador si hubiera hecho falta). Este se desarrolló en el propio teatro con nosotros instalados en la apabullante escenografía, bajo la jarcia del barco ballenero y con el arpón de Ahab al alcance de la mano. Se trataba de confrontar las dos materializaciones, tan distintas y ambas tan brillantes, de la historia imaginada por Melville.
Para crear ambiente desde el principio (poco más podía aportar), hice que nuestro embarque en la aventura tuviera como banda sonora la pegadiza tonada que canta Kirk Douglas en 20.000 leguas de viaje submarino, la versión cinematográfica de la novela de Verne: A whale of a tale, que habla de ballenas, de tatuajes, de sirenas, de camaradas y hasta de la buena de Typhoon Tessie (¡te la dejaste, Melville, y mira que hubiera dado juego!). El público pareció desconcertado y más cuando exhibí un auténtico hueso de ballena que traje de casa y lo bajé a la platea para que la gente pudiera apreciar su textura y, al menos, decir que había salido de allí habiendo tocado a Moby Dick (sin garantías plenas de que sea precisamente ella).
Empezó la charla por la pata de Ahab, la pierna artificial del capitán, y Pou explicó como el propio miembro postizo, trata de herir al marino en sus partes -no en balde está hecho con hueso de ballena (¡como el mío!)- y lo difícil que es pasarte la función sobre un solo pie, ¡qué diablos! Hubo un intenso debate acerca de cuál era la pierna que le faltaba al capitán. Melville no lo especifica. Sánchez se ha inclinado por la derecha. Mientras que Pou (y Gregory Peck), por la izquierda (es más fácil apoyarse en la derecha).
La conversación adquirió pronto gran profundidad, con Pou y Sánchez reflexionando sobre si Ahab era el héroe o el villano de la historia. Para Pou, a un primer nivel no hay duda: sacrifica a la tripulación sin temblarle el pulso para cumplimentar su venganza. Sánchez estuvo de acuerdo en el espíritu malvado del capitán. Rememoró que al llegar a la página 43 de su libro, hasta la que iba dibujando muy alegremente, se encontró con Ahab por primera vez y le cambió el humor de golpe, ensombreciéndole. El resultado es un terrible retrato a toda página del capitán con el rostro atravesado por la cicatriz y que exuda un algo diabólico y a la vez una infinita melancolía.
Más adelante, los dos matizarían que hay otros aspectos más luminosos en Ahab, sintetizados, como aportó una espectadora, en su famosa lágrima o su coraje.
Momento muy intenso fue cuando el dibujante reveló que había sufrido un ictus dibujando (lo superó con whisky y leyendo a Dickens, dijo) y el actor confesó que cada función duda de poder llegar al final, y sin caerse de la “puta pata”.
Escuchando a los dos artistas, y a Jesús, que dijo cosas muy intensas también sobre Moby Dick (leyó un pasaje en el que se afirma que ni el peor combate con los cetáceos, ni la más ensangrentada cubierta son tan terribles como un campo de batalla, y Pou, fascinado, aseguró que lo va a incluir en la función), pasó el tiempo volando. Fue entonces cuando, ya metidos en salsa o en espermaceti, le pedí a Pou que dijera qué papel nos pegaría a cada uno en la novela, con él de capitán Ahab, por supuesto. No lo reflexionó mucho: “Tú, Ismael, aunque eres muy mayor, claro; Jesús haría un excelente Starbuck y José Ramón, el demiurgo, el padre Mapple”. Ninguno nos quejamos. No solo eso. Al acabar, mientras Pou atendía a los muchos admiradores y Sánchez dedicaba libros, yo, después de untar con un poco de sangre de la función (la guardan en un cubo al fondo del escenario) mi edición de Moby Dick, en plan impío, me hice un selfie con el arpón de Ahab y luego me subí a la jarcia. Les costó bajarme. Llamadme Ismael.
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