La tragedia aún no ha terminado
Los lectores escriben sobre las heridas de la dana, los salarios precarios, el papel de las profesoras universitarias, el nuevo orden internacional y una entrevista de EL PAÍS sobre Elena Garro y Octavio Paz

He salido a correr tres veces después de la dana. Las tres he llorado en mitad de la carrera, sin esperarlo. El marco de la puerta de mi cocina atesora unas rayas imperfectas en lápiz desde 2020. Casi un metro de rayajos donde hemos ido marcando cómo crecen nuestros hijos por milímetros. Hay cientos de casas con una marca color marrón infinita que no volverá a ver crecer a muchos. Una línea tatuada en paredes y corazones que dice hasta aquí. Pienso en lo curioso que es limpiar con agua cuando el agua nos ha quitado la vida. Pero no es el agua, somos nosotros. Nuestra avaricia, nuestra indiferencia, nuestra forma de arrasar. Pero también es el agua la que nos da la vida. Y los pueblos y una marea humana que ahora es arcilla, que moldea recuerdos, que arrastra hasta las alcantarillas una pesadilla interminable con cepillos rabiosos, iracundos y también llenos de esperanzas. Y esta ambivalencia no deja de sorprenderme: celebrar la vida y no querer merecerla. Querer marcar una raya más en ese marco, asumir que la vida sigue y entender, desde el fondo de la alcantarilla, que no es infinita.
Teresa Segura. Valencia
Sueldos dignos, no mínimos
El otro día, me dispuse a comprar el almuerzo en una cadena de comida “rápida y sana”. Mientras esperaba, contemplaba cómo la chica que me atendía estaba a tres tareas a la vez, y el local lleno de trabajadores de oficina y también de riders. Ella atendía a ambos por igual, al tiempo que preparaba los pedidos. Yo empatizaba, porque me vi en esas tiempo atrás. En medio de toda la vorágine, me planteaba si es justo que estas personas cobren el sueldo mínimo, cuando su trabajo de mínimo tiene poco. Exento o no de IRPF, ese sueldo es mínimo e ínfimo, y estos trabajadores sobrecargados son el motor para que esas empresas que todos conocemos redoblen cada año sus beneficios. Hablemos de sueldos dignos y no mínimos.
Antonio Ángel Comino Caballero. Madrid
Un semestre sin profesoras
En la vuelta a la universidad, me di cuenta de que este semestre no tendré profesoras, sino profesores. En los seis ramos que tengo, ninguna mujer. Los semestres pasados he encontrado inspiración en ellas. Ahora, en marzo, no puedo evitar perder un poco el foco y sentido. Esta situación ya no pasa desapercibida en una estudiante de 20 años, consciente de lo que debería ser una justa representación.
Sofía Araya. Santiago
Politiqueo
Cuando la tropa trumpista descabala peligrosamente un orden internacional que al menos garantizaba cierto grado de justicia frente a Putin, en este país situado en la cola geográfica de una Europa en trance existencial seguimos entretenidos con nuestras cositas de patio de colegio, valgan como ejemplo la ruin rebatiña que mantienen los de Puigdemont haciendo valer el chantaje de sus siete votos o la obcecación del partido más votado de España para alcanzar el poder que la democracia por ahora le niega. Cuando tantas bestias feroces se alimentan de pequeños roedores, preferimos ser cabeza de ratón antes que cola de león.
José Carlos Herrero Yuste. Leganés (Madrid)
Elena Garro no estuvo bajo la bota de Octavio Paz
Me sumo al desagrado de no pocos de sus lectores por la publicación de ”Bajo la bota de Octavio Paz: Elena Garro, la pionera del realismo mágico repudiada por el canon, sale del olvido”, publicado en EL PAÍS el pasado 23 de febrero. La entrevista de Esther López Barceló a Patricia Rosas Lopátegui miente e injuria a Paz desde el título y da una imagen falsa de Garro. Para empezar, la profesora Rosas Lopátegui ha sido descalificada reiteradamente por los biógrafos, tanto de Paz como de Garro, por la manipulación de la vida de ambos escritores. Inclusive, poco antes de morir, Helena Paz Garro, hija de un matrimonio difícil pero intelectualmente fértil, se presentó, enferma, a denunciar en un acto público a Rosas Lopátegui por reiterado abuso de confianza en contra suya y de su madre.
Puede documentarse que Paz, ya no estando legalmente obligado a serlo, apoyó económicamente a su exesposa y a su hija hasta su muerte, y si ellas vivieron en malas condiciones en sus últimos años se debió a la fragilidad emocional que las aquejaba, misma que permitió que personajes como Rosas Lopátegui se aprovecharan de ellas. Está demostrado que el matrimonio entre Paz y Garro, en 1937, se realizó con el consentimiento del padre de ella, como lo exigía la ley en esa época, así que nada de “novia robada”. Es mentira que Paz boicotease la carrera literaria de su esposa: el poeta no solo salvó de las llamas el manuscrito de Los recuerdos del porvenir, sino que intercedió para que ella —habiéndose divorciado en 1959— ganase el Premio Xavier Villaurrutia en 1963, entonces el principal galardón literario mexicano, así que nada de olvido.
El desprestigio de esa gran escritora que fue Garro no se debió a una pretendida inquina de Paz, sino a su turbia actuación durante el movimiento estudiantil de 1968, cuando denunció a sus amigos, empezando por Leonora Carrington y Carlos Monsiváis, como líderes de una pretendida “sedición comunista” contra el Gobierno de México. Cualquiera lo puede corroborar leyendo la prensa de la época. Basta señalar que mientras Octavio Paz renunciaba como embajador mexicano en la India como protesta por la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, Elena Garro —informante de la policía política, según lo reveló la desclasificación de documentos hace un cuarto de siglo— pedía “solidaridad” a Jorge Luis Borges y a Adolfo Bioy Casares con el régimen represor del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Por fortuna, todos los papeles de Garro se encuentran resguardados en la Princeton University Library e incluso el cotejo más superficial rebatiría, una a una, las mentiras propaladas recurrentemente por Patricia Rosas Lopátegui.
Christopher Domínguez Michael es consejero literario de Letras Libres.
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