Soberón y El Tortugo, los policías del PRI que convirtieron a Elena Garro en espía
El PAÍS reconstruye el polémico episodio de la escritora mexicana en 1968 a través de sus diarios, documentos desclasificados sobre los agentes y una pieza teatral de la autora
La escritora Elena Garro los identificó como Soberón y El Tortugo. Así lo anotó en sus diarios y así también los nombró en la ficción. Se trata de los dos agentes de la policía política del PRI, la Dirección Federal de Seguridad (DFS) que, bajo las órdenes del capitán Fernando Gutiérrez Barrios, la retuvieron e interrogaron en octubre de 1968, cuando la autora acusó a intelectuales y artistas mexicanos de ser responsables de la matanza de estudiantes en Tlatelolco. El episodio más polémico en la vida de una de las grandes escritoras mexicanas, que desató el repudio de sus pares y su destierro de México. Hoy, 56 años después, ambos agentes han podido ser identificados finalmente.
Sus nombres reales eran Jorge Soberón Rubín y Gabriel Sosa Cuevas. Dos hombres de confianza de Gutiérrez Barrios, especialmente el primero. Ambos pertenecían al Grupo C-047, encargado de elaborar inteligencia y contrainteligencia para el gobierno mexicano durante los años más duros del régimen priista. Espías, en términos llanos.
Ambos han podido ser identificados gracias a expedientes bajo resguardo del Archivo General de la Nación (AGN), documentos de la DFS difundidos en semanas recientes por el Mecanismo de Esclarecimiento Histórico (MEH), creado por la Secretaría de Gobernación, y a una fuente clave: un exservidor público que fue cercano a Gutiérrez Barrios por aquellos años.
Después del 2 de octubre, Garro y el expriista Carlos Madrazo, quienes trabajaban en fundar un nuevo partido político, fueron señalados de financiar el movimiento para derrocar al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. En respuesta, Garro planteó que los responsables eran los intelectuales que azuzaron a los jóvenes a manifestarse.
“Yo culpo a los intelectuales de ser los verdaderos responsables de cuánto ha ocurrido. Esos intelectuales de extrema izquierda que lanzaron a los estudiantes a una loca aventura que ha costado vidas… Ahora, como cobardes, pues son unos cobardes, se esconden…”, declaró.
Sobre Garro cayó el repudio. Amigos y colegas le dieron la espalda. Gutiérrez Barrios ordenó que la escritora y la hija que tuvo con el poeta Octavio Paz, Helena Paz Garro, fueran detenidas e interrogadas en el hotel Casa Blanca, en la Ciudad de México. Los encargados de dicha tarea fueron Soberón y El Tortugo.
El complot de los cobardes
Desde que inició el movimiento estudiantil de 1968, la escritora Elena Garro lo vio con recelo. El 22 de agosto, publicó el artículo El complot de los cobardes, en el que acusó que los jóvenes eran usados como carne de cañón en medio de una disputa política con miras a la elección presidencial de 1970.
“No son los complotistas los que salen a dar las batallas callejeras y a enfrentarse con los policías o con el Ejército en defensa de sus intereses, sino que lanzan a millares de menores de edad a luchar por sus prebendas y posiciones…”, escribió.
A finales de septiembre, Garro y su hija abandonaron la casa que rentaban en Lomas de Virreyes, un barrio exclusivo en Ciudad de México, tras recibir supuestas amenazas de muerte. Se refugiaron en un departamento en Lisboa 17, en la colonia Juárez, propiedad de una tía política.
Ahí, encerradas en un cuartucho con una pequeña ventana, pasaron el 2 de octubre, cuando decenas de civiles murieron en un fuego cruzado entre militares, agentes de la DFS y militares del Estado Mayor Presidencial (EMP). A diferencia de otros movimientos estudiantiles en el mundo, el 68 mexicano terminó en una matanza.
La mañana del 6 de octubre, la prensa mexicana publicó las declaraciones del líder estudiantil Sócrates Amado Campos Lemus, detenido en el Campo Militar 1: “Garro y Madrazo, entre otros políticos, se apropiaron del movimiento para derrocar al gobierno mexicano”. La escritora entró en pánico y, en un intento de huir, ella y su hija pintaron de negro sus cabelleras rubias. Al final, prefirió dar una rueda de prensa para aclarar que ella no estaba involucrada.
—¿Pero quiénes fueron?—, preguntaron los reporteros.
—Todos los intelectuales desfilaban con carteles diciendo ‘abajo el gobierno’, yo nunca. ¿Cómo pueden decir que yo soy la culpable? Ahora se murieron los muchachos y ellos están escondidos debajo de la cama. Ahí están todos los que firmaban los manifiestos en los periódicos…—, respondió Garro.
Los medios publicaron al día siguiente sus declaraciones, pero el diario El Universal fue el único en citar nombres: Carlos Fuentes, Rosario Castellanos, Carlos Monsiváis, Leonora Carrington, José Luis Cuevas y más. Sobre Garro cayeron los adjetivos de loca, traidora, delatora. Se quedó sola.
Hotel Casa Blanca
Tras la difusión de sus acusaciones, Elena Garro y su hija fueron detenidas por los agentes de la DFS. La escritora apuntó que primero fue llevada a la oficina de Gutiérrez Barrios, quien se atacó de la risa al verla con el cabello teñido de negro. La DFS ocupaba un piso del edificio de pensiones del ISSSTE, por el Monumento a la Revolución, en la capital mexicana. El hotel Casa Blanca está a unos pasos.
“Empezó una pesadilla”, escribió más tarde Elena, “teníamos delirios, perdimos mucho peso, padecíamos ataques de terror”. Las mujeres sospecharon que les dieron pentotal, la llamada “droga de la verdad”. Garro aseguró que Gutiérrez Barrios las entrevistó varias veces y su hija narró que recordaba los interrogatorios como alucinaciones.
Desde ese hotel, Garro envió telegramas a los escritores argentinos Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, pidiendo que apoyaran al secretario de Gobernación, Luis Echeverría. El AGN tiene las fichas de la DFS con la información que Garro dio sobre intelectuales mexicanos, y que han servido para calificarla de espía.
Guillermo Sheridan, especialista en la vida y obra de Octavio Paz, identificó que Garro y su hija ocuparon la habitación 715 del Casa Blanca, a partir de una carta que la escritora envió a Arne Ekstrom, agente de la CIA.
“Me tienen en un hotel. No salgo y estoy bajo otro nombre, pero los terroristas me buscan. A toda costa quieren dar un golpe y derribar a Echeverría. Este es un buen hombre. Soy la única intelectual que me he puesto de su lado”, escribió.
En ese mismo cuarto, Helena escribió una carta en contra de su padre, Octavio Paz, criticando su renuncia como embajador ante la India. La misiva fue usada como propaganda por el gobierno mexicano, que la imprimió como folletín en inglés y francés y la distribuyó en sedes diplomáticas. Paz Garro dijo años después que la escribió para salvar a su madre de la cárcel.
El Tortugo
Garro no dejó más datos para identificar a Soberón y El Tortugo. Pero a inicios de este año, un exfuncionario de Gobernación cercano a Gutiérrez Barrios dio una primera pista. “El Tortugo, como lo apodó Garro, en realidad se llamaba Gabriel Sosa Cuevas”, dijo la fuente. Y procedió a describirlo: era blanco y de ojos claros, aunque de origen indígena y con poca instrucción académica (apenas tenía la primaria). Era originario del estado de Puebla y sabía hablar náhuatl. “Era de los agentes llamados meritorios, que empezaban desde abajo y se iban ganando poco a poco su puesto”, agregó el exfuncionario.
Esa información fue compartida con la académica Lucía Melgar, una de las mayores especialistas de la vida y obra de la escritora: “Hay una coincidencia importante. Elena Garro apodaba a su suegra, Josefina Lozano, la madre de Octavio, como La Tortuga. Ella también era blanca, de ojos claros, poca instrucción educativa y de origen humilde, como es la descripción del agente de la DFS que la retuvo en octubre del 68. Bajo la lógica de Garro, tiene sentido el apodo”.
Garro llegó a contar que, al inicio de su matrimonio con Paz, su suegra la mantenía encerrada en su casa mientras él salía de juerga y la obligaba a esperarlo despierta; mientras que Sosa Cuevas la mantuvo retenida en el hotel Casa Blanca. La tortuga como símbolo de encierro.
En agosto pasado, el Mecanismo de Esclarecimiento Histórico (MEH), creado por orden del expresidente Andrés Manuel López Obrador, difundió un anexo con documentos de la DFS. En la página 20 aparece la foto y nombre de Gabriel Sosa Cuevas como el agente número 3 de la llamada Brigada Especial.
En el mismo anexo, se incluye un oficio de 1980 que enlista a todo el personal de la DFS. El documento está firmado por Miguel Nazar Haro, entonces jefe del organismo. En la página 54, donde se nombran los integrantes del Grupo Especial Operativo, en primer lugar aparece Sosa Cuevas, junto a la anotación “Recorre continuamente el país”. Para 1981, Sosa Cuevas se convirtió en director de la Policía Judicial del Estado de Oaxaca. Murió en 1998, el mismo año que Garro.
Un hombre de confianza
Jorge Soberón Rubín era uno de los hombres de mayor confianza de Fernando Gutiérrez Barrios. Uno de los hombres a quienes encargaba misiones delicadas, como vigilar e interrogar a la escritora Elena Garro. “Era mayor que don Fernando. Para muchos parecía servicial, pero en realidad tenía una especie de adoración y agradecimiento hacia el capitán, lo había ayudado mucho. ¿Por qué? No sé…”, dijo la fuente. Soberón Rubín nació en 1913; Gutiérrez Barrios en 1927.
Soberón Rubín tenía una buena formación, hablaba inglés y francés, algo poco común en los agentes de aquella época. Tenía un dedo chueco por años de entrenar lucha grecorromana. Tenía buenas relaciones sociales: en su acta de matrimonio con Sarah Perezcano Hübert, celebrado en 1936, aparecen como testigos Gabino Fraga (más tarde ministro de la Suprema Corte), y Agustín Torres Rivas, tío de la mecenas cultural Antonieta Rivas Mercado. En 1965 fue condecorado por el gobierno de Francia, distinción que el Congreso y el presidente Gustavo Díaz Ordaz le autorizaron recibir. En el repositorio que el AGN puso en línea este 2024, aparece la foto de Soberón Rubín, algunos datos personales y que tenía asignada la placa 477 de la DFS. En una ficha de 1976 se anotó que era “ayudante” de Gutiérrez Barrios.
De espías a personajes
Elena Garro convirtió a Soberón y El Tortugo en personajes de ficción en la pieza teatral Sócrates y los gatos. En la obra, las líneas entre realidad y ficción se difuminan. En sus libros, la escritora solía dejar pistas sobre acontecimientos reales, como si esperara que alguien armara el gran rompecabezas de su vida.
Sócrates y los gatos estuvo oculta varios años. Es la versión del 68 de Garro. Por temor a represalias, la envió hasta Argentina para que su amigo, el escritor José Bianco, la resguardara. Se publicó en 2003. En esa pieza, la escritora (que adopta el nombre de Verónica) recrea los días bajo vigilancia de la DFS. En un momento, El Tortugo dice: “El señor director [Gutiérrez Barrios] nos encargó esta comisión tan delicada, porque conocemos bien a la señora… A nosotros nos tocó llevarla a la oficina [de la DFS] y también alguna vez nos tocó la vigilancia”.
La obra sugiere que Soberón fue elegido por Gutiérrez Barrios porque era educado y hablaba francés, como Elena.
- Soberón: La señora Verónica está bien fregada…
- El Tortugo: Ella solita se chingó. Bueno, no tan solita, el jefe paso a pasito la llevó a la trampa y cayó como pajarito. ¡Es mucha pieza para ella! Además es muy pendeja, es la verdad. Y el jefe quiere que la chinguen, sabe mucho. Ya no le interesa fregarla él, hay otros que lo van a hacer…
En los años 90, la doctora Lucía Melgar entrevistó a Garro y la cuestionó si, con sus declaraciones en contra de los intelectuales, justificó la matanza de Tlatelolco: “No. No la justifiqué, porque me parece que un gobierno no debe hacer eso, ni siquiera dejarse tomar el pelo. Menos disparar hacia la multitud”.
A 56 años, poco a poco se conoce más sobre qué ocurrió con Elena Garro y 1968, el año que marca el inicio de su leyenda negra y el derrumbe público de su carrera.
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