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Columna
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De Gaza a “los idiotas”: dos imaginarios distópicos

El lenguaje sirve para construir una realidad delirante o para evitar un disparate

Tres imágenes del vídeo que Trump subió a Truth y a Instagram.
Tres imágenes del vídeo que Trump subió a Truth y a Instagram.
Francesco Manetto

Donald Trump se limitó a compartir el vídeo en su red social, Truth. No dio detalles sobre su origen ni especificó con qué tecnología de inteligencia artificial se generó. Así que solo cabe intuir las instrucciones que el creador tuvo que transmitir al programa, en las que deben de mezclarse localizaciones como Gaza, nombres propios como los del mismo Trump, Elon Musk o Benjamin Netanyahu, conceptos como lujo, turismo, fiesta, o vocablos como playa, piscina, estatua, oro, cócteles, comida.

Antes que construir realidades, las palabras edifican imaginarios. Y la animación sobre Gaza publicada por el presidente de Estados Unidos consolida un imaginario. La propuesta de levantar en la Franja una “Riviera de Oriente Próximo” fue una de las primeras provocaciones del magnate republicano tras su regreso a la Casa Blanca. El dislate, sin embargo, se quedará en el repertorio de fantasías macabras de 2025 y, pese al rechazo generalizado, recibió el aplauso, o al menos la difusión, de una multitud de usuarios.

Otro despropósito relacionado con las palabras, los imaginarios y las realidades ha marcado la actualidad política de Argentina en los últimos días. El pasado 14 de enero, el Gobierno del ultraderechista Javier Milei publicó en el Boletín Oficial de la República una nueva tabla que clasifica los grados de discapacidad intelectual según un criterio que pisotea un siglo de psiquiatría, medicina y ciencia. El cambio, una auténtica obscenidad lingüísitica, enterraba las categorías de discapacidad intelectual leve, moderada, grave o profunda y recuperaba los calificaciones de “idiota”, “imbécil”, “débil mental profundo, moderado o leve”.

La condena fue prácticamente unánime. Hubo quien recordó que la Alemania nazi buscaba complicidad social para justificar el exterminio sistemático de las personas discapacitadas por suponer una carga para las arcas públicas. La indignación ante la deshumanización del lenguaje por decreto corrió como la pólvora en X y otras redes sociales. El periodista y escritor Martín Caparrós aplicó los mismos calificativos al trabajo del Gobierno. Amnistía Internacional optó por el humor y publicó un mensaje acompañado de imágenes de la Edad Media: “El Medioevo horrorizado con el trato de Milei a las personas con discapacidad”.

La modificación recogida por el Boletín Oficial no tuvo repercusión hasta la denuncia de un perfil de X llamado Arrepentidos de Milei, que alcanzó el millón y medio de visualizaciones. Ante la presión social, la Agencia Nacional De Discapacidad (Andis) rectificó y aseguró que modificaría la resolución en cuestión. El director del organismo, Diego Spagnuolo, difundió una disculpa a medias: “Quiero dejar en claro que la publicación de los términos en cuestión no tuvo ninguna intención discriminatoria, sino que se trató de un error derivado del uso de conceptos pertenecientes a una terminología obsoleta. La Resolución 187/2025 será modificada siguiendo los estándares médicos y normativos vigentes”. Spagnuolo afirmó también que “las personas responsables por lo que pasó ya fueron desvinculadas de ANDIS”.

Sin embargo, los usuarios recordaron que el principal responsable es el propio director de la agencia, ya que firmó la orden. A eso se añade que la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ) y otras organizaciones enviaron a principios de febrero una carta a Spagnuolo para exigir una derogación de la resolución. Esto es, las autoridades no hicieron nada hasta que el cambio del baremo se convirtió en un escándalo público. “El lenguaje y los modos en los que nos referimos a las otras personas no son inocuos, sino que tienen impactos concretos en las políticas, en las prácticas y en las culturas”, se lee en el texto. De Gaza a Argentina, las palabras han fabricado dos imaginarios distópicos. En el caso del vídeo de la Riviera de Oriente Próximo, las redes sociales han contribuido a magnificarlo, creando una condición de posibilidad para una realidad delirante. En el segundo, han evitado un disparate.

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.
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