_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

España y la idea de vivir juntos

Ni monarquía del Antiguo Régimen, ni imperio, ni guardián del catolicismo, pero todavía hay quienes se enredan en polémicas con un país que ya no existe

'Juramento de las Cortes de Cádiz de 1810', de José María Casado del Alisal, expuesto en el Congreso de los Diputados.
'Juramento de las Cortes de Cádiz de 1810', de José María Casado del Alisal, expuesto en el Congreso de los Diputados.
José Andrés Rojo

El arzobispado de México recibió en 1777 el encargo de realizar un padrón. La autoridad imperial pretendía ver reflejadas sus posibilidades fiscales para afinar en la recaudación de los distintos tributos y quería que se le ofreciera un conteo de cuántos españoles residían en aquellos dominios suyos, cuántos indios y cuántas castas para así proceder en el cobro con más eficacia. La cosa se complicó, no resultaba tan simple colocar a gentes de tan distintas identidades en tan pocas categorías, así que al final el arzobispado tuvo que utilizar una clasificación que llamo de calidades, mucho más elaborada: “españoles, castizos, mestizos, indios, mestindios, mulatos, negros, moriscos, lobos, albinos, coyotes y chinos”. La relación es una muestra de cuán plural era México entonces, no parece que existieran solo los españoles y los indios, como dos masas puras y compactas que se miraran de reojo y se enseñaran los dientes. El imperio iba a esquilmar a cuantos pudiera, y allí donde pudiera, pero la tarea de emanciparse de su yugo no iba a ser una batalla que fuera a librarse entre dos unidades puras y sin fisuras (los buenos y los malos).

“Una de las maneras posibles de definir la modernidad es como un complejo proceso de emancipaciones”, escribe el historiador José M. Portillo Valdés en la primera línea de Una historia atlántica de los orígenes de la nación y el Estado (Alianza), donde se ocupa —como reza el subtítulo— de España y las Españas del siglo XIX. El libro se publicó hace un par de años, pero resulta útil para tomarse con distancia el burdo episodio que ha escenificado la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, para lucir músculo patriótico al no invitar al jefe de Estado de España a su reciente investidura, pero sirve también para volver a las viejas cuitas que enredan la convivencia en este país, ahora con la financiación singular prometida a Cataluña y el momento de extrema e indigesta polarización.

Los procesos de emancipación son complejos, pero aun más difícil que rebelarse contra el opresor resulta a veces el propio desafío de tener que inventarse como nuevo sujeto político. A veces, a una dominación le sucede simplemente otra dominación, o un cúmulo de desórdenes que no tienen fin, nuevas guerras, inestabilidad, miseria. El proceso de emancipación de España —su proceso de construcción como nación soberana y como Estado—, explica Portillo Valdés, tuvo que ir realizándose en varios frentes, con avances y retrocesos, con un sinfín de peculiaridades.

“España no es España prácticamente hasta el siglo XX”, apunta. La de hoy, en la que la soberanía reside en el pueblo, tuvo que ir independizándose de sus distintas identidades para poder jugar en el tablero de la modernidad. Le tocó dejar de ser una monarquía del Antiguo Régimen, un imperio y una nación católica, y nada queda ahora de esas viejas Españas. Es cierto que Franco procuró imponer “una idea monoidentitaria de España”, pero fue un fracaso. Durante su dictadura, le tocó a la España peregrina, la del exilio, mantener vivo el proyecto de una España democrática, plural, abierta. Portillo Valdés se acuerda del historiador Pere Bosch Gimpera, que instalado en México sostuvo que a “la verdadera España había que buscarla por debajo de la superestructura de sus reinos, monarquía e imperio”. “Estaba en los pueblos que la conformaban y que habían mostrado históricamente una férrea voluntad de vivir juntos no gracias sino a pesar de la monarquía y del imperio”. Ahí queda esa idea: con ganas de seguir viviendo juntos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_