El lazo débil de los españoles con la identidad nacional
En la España de hoy existen también poderosas corrientes que procuran construir otro tipo de identidades
Al final va a resultar que la larga dictadura franquista produjo algún efecto positivo. La parafernalia patriótica del régimen y sus derivadas nacionalcatólicas lograron inocular en los españoles un ejército de anticuerpos que los ha protegido contra la tentación, tan común hoy en Europa, de rendirse a los reclamos de la identidad nacional. España, según un informe del think tankbritánico Demos en colaboración con el Real Instituto Elcano, ha conseguido permanecer prácticamente inmune a los cantos de sirena de la extrema derecha, que tiene esa insoportable manía de hacer piña en torno a los símbolos nacionales y de cultivar el relato de un pasado épico con su correspondiente santoral de héroes y mártires, mientras identifica con claridad a un enemigo —por ejemplo, los inmigrantes— como el mal absoluto que ocasiona todas sus desgracias.
Según los últimos datos del Eurobarómetro, tomados de un estudio de otoño de 2015, los españoles andan cuatro puntos por debajo de la media de la Unión Europea cuando se trata de identificarse con las esencias patrias y, en cambio, están siete puntos por encima en su afán por sintonizar con ese proyecto transnacional con sede en Bruselas. La socióloga Carmen González Enríquez, responsable de la investigación, considera que el franquismo anduvo tan obsesionado en exaltar el tronío y la raza de aquella España grande e imperial que produjo hartazgo. Europa, en el erial de la dictadura, se convirtió así en la única salida, en la solución a los tremendos déficits de democracia y modernidad. Por lo que se ve, el efecto dura todavía.
El escritor italiano Claudio Magris se refería en Microcosmos a la identidad nacional comentando que se desvaría cuando se pretende considerarla un dato natural. No existen unas esencias puras ahí al fondo del pasillo, nada hay que nos constituya desde un remoto pasado como ejemplares genuinos, dueños de autenticidad sin mácula. Si uno anda persiguiendo una identidad, dice Magris, es porque “quiere ser algo que evidentemente no es y por tanto quiere ser distinto de sí mismo, desnaturalizarse, mestizarse”.
¿Seguimos realmente queriendo ser europeos, y todo lo que eso significaba entonces? La idea de abrirnos al mundo, de dinamitar fronteras, la querencia por unas sólidas instituciones democráticas, un gusto cosmopolita, aquella admiración por los grandes logros culturales del continente, el sueño de ser modernos, la urgencia de progresar, de crecer. De salir del villorio y proyectarnos al mundo. Es a eso, por lo que se ve, a lo que se le llama identidad débil. Mestiza.
Basta, sin embargo, con levantar un poco la cabeza para ver que en la España de hoy existen también poderosas corrientes que procuran construir otro tipo de identidades, fuertes y patrióticas, cargadas de símbolos, de grandiosos victimismos y de enemigos diáfanos que les malogran el presente. Nos estamos librando del populismo de extrema derecha. ¡Qué bien! Lo malo es que, al parecer, la vacuna del franquismo no sirve como antídoto de los otros populismos.
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