_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Reenviado muchas veces

Al fondo, a la derecha de la imagen viral que apareció una y otra vez en mi teléfono después de la dana de Valencia, está la casa donde me crie y en la que mi madre todavía reside

Coches apilados en una calle entre Sedaví y Alfafar (Valencia) tras la dana de finales de octubre de 2024.
Coches apilados en una calle entre Sedaví y Alfafar (Valencia) tras la dana de finales de octubre de 2024. David Ramos (Getty Images)
Beatriz Serrano

Debió ser el 30 de octubre por la tarde, o quizás fue el 31 a primera hora, cuando una fotografía viral apareció por primera vez en la pantalla de mi teléfono móvil. Indicaba WhatsApp que había sido “reenviada muchas veces”. Luego me la enviaron muchas veces más. “¿Has visto esto? Qué barbaridad”, solía exclamar quien la enviaba. Seguro que a alguno de ustedes también le llegó. Se convirtió en una de las fotografías que quedaron grabadas primero en las memorias portátiles y después en las colectivas para ilustrar la catástrofe de la dana. Mostraba una calle cualquiera colmada de coches y enseres personales —sofás, somieres, colchones, electrodomésticos y demás recuerdos y útiles de una vida anterior— hasta donde alcanzaba el objetivo del fotógrafo. Por supuesto, todo estaba teñido de color marrón. Creo que lo que volvía esa imagen tan impactante y llamativa era que justo abajo, bien chiquitita, aparecía una señora con un chaquetón en un vivo color rojo, de espaldas, observando la desolación. O quizás esa señora solo me impactó a mí. Podría ser mi madre, me dije entonces. Al fondo, a la derecha de la imagen viral, está la casa donde me crie y en la que mi madre todavía reside. Reenviada muchas veces.

Una de las primeras lecciones que aprendes en la facultad de Periodismo es la importancia de la proximidad: un hecho es más noticioso en función de lo cerca que nos queda. Pensaba en esta lección mientras mis dedos agrandaban con incredulidad aquella estampa que mostraba un escenario apocalíptico invadiendo el paisaje de mi infancia, como si algo no encajase. Las fotos de mi calle eran portada en las webs de EL PAÍS, The Guardian y hasta The New York Times. Luego mis dedos reenviaban una y otra vez la imagen de esa calle con la ansiedad de quien solo espera que otra persona le confirme que está viendo lo mismo que tú. “Mira, mi calle, mi casa”, escribía. “No me lo puedo creer”, respondían. Me di cuenta de que, en estado de shock, tendemos a quedarnos sin palabras, por eso solemos recurrir al pobre vocabulario de nuestra niñez. Aquel que describe lo cercano, lo que de verdad importa: agua, comida, casa, mamá.

La primera vez que volví a la calle de la fotografía viral después de lo viral, seguía sin alumbrado. Anochecía pronto y los vecinos y las vecinas regresaban a sus hogares iluminando el camino con linternas que ya acostumbraban a llevar encima para intentar arrojar algo de luz a esa nueva normalidad. Ya no había periodistas ni fotógrafos al filo de noticia, aunque seguía habiendo barro. Los coches habían sido retirados, por fortuna. Los camiones de bomberos seguían drenando garajes anegados y las asociaciones vecinales seguían repartiendo agua y productos básicos. La imagen ya no era impactante, tan solo demoledora. Un niño pequeño hizo el saludo militar a un militar, de tan común que debía resultarle ya aquella presencia. Todavía no había ningún comercio abierto. Una abogada, amiga de la familia y de cuyo despacho no ha quedado más que el rótulo, me contó que se pasaba el día tramitando ceses de actividad. Decir que aquellos pequeños negocios habían echado la persiana es una frase hecha que suena un poco a broma cuando la mayoría de las persianas fueron arrancadas por la fuerza del agua.

La segunda vez que volví a la calle que se hizo viral después de lo viral, en Navidad, ya había abierto la carnicería, la joyería y la papelería. Alguien había escrito “Mazón Dimisión” valiéndose del barro y de la rabia en la puerta de un garaje del que se seguía sacando mierda. Había vuelto la luz, pero no el ánimo. “No parece Navidad”, decían unos y otras. Las luces, en Valencia, claro. Un buen vecino decidió poner un triste arbolito en una rotonda que, pese a las buenas intenciones, casi daba pena verlo. Hacía frío, porque la humedad del subsuelo calaba hasta los huesos. “¿Hace más rasca aquí que en el centro o es cosa mía?”, me dijo un amigo, poniéndose la bufanda para brindar conmigo el 24 de diciembre, antes de la cena de Nochebuena.

Y en cada boca, una historia que los vecinos y vecinas necesitaban exorcizar parándose en mitad de la calle, señalando esto y lo otro y a estos y a aquellos y lo mal que se hizo y lo mal que se sigue haciendo. Con pena, Con enfado. Sobre todo, con resignación. Los vecinos y vecinas seguían contando los días que habían pasado desde el 29 de octubre: un nuevo arranque narrativo para todas sus historias. El día de la dana. Recordaban con memoria fotográfica dónde estaban y qué hacían aquella tarde y con memoria selectiva dotaban de mayor o menor valor lo que habían perdido, por respeto a los que ya no están. Después se despedían resignados deseándome un feliz 2025. Qué hacer, salvo seguir adelante sin olvidar lo que todavía no queda atrás. Seguir contando historias ante un oído solícito y paciente cuando una imagen viral ya no les sitúa en el centro de interés. Una historia y otra y otra y otra más. En cada esquina. En cada ocasión. Compartidas muchas veces.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Beatriz Serrano
Beatriz Serrano es periodista y escritora. Ha publicado las novelas ‘El descontento’ y ‘Fuego en la garganta’, esta última finalista del premio Planeta 2024. Su podcast ‘Arsénico Caviar’ ganó el Ondas Global del Podcast 2023 a mejor conversacional.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_