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TRIBUNA
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La energía sigue siendo un talón de Aquiles para Europa

La guerra de Ucrania, la transición ecológica y el desarrollo de las renovables recalcan la urgente necesidad de adoptar una visión más estratégica en el continente

La energía sigue siendo un talón de Aquiles para Europa. Luuk van Middelaar
diego mir

Igual que el ejército alemán y los ejércitos aliados bombardeaban las minas de carbón en la II Guerra Mundial, hoy Rusia y Ucrania actúan contra sus respectivas infraestructuras energéticas.

Ataques contra centrales hidroeléctricas en el Dniéper, combates en la zona de la central nuclear de Zaporiyia, ataques con drones rusos contra la red eléctrica de Ucrania, misteriosas explosiones de gasoductos en el mar Báltico en septiembre de 2022: se están utilizando todos los medios.

También encajan en este panorama los ataques con drones que llevó a cabo Ucrania el mes pasado contra refinerías y depósitos de petróleo en territorio ruso. Sin embargo, para consternación de Kiev, Estados Unidos le pidió que los interrumpiera, según ha revelado el Financial Times.

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Washington teme que las represalias rusas afecten a los intereses de las petroleras estadounidenses, por ejemplo, ExxonMobil y Chevron, dos de las mayores compañías, que sacan el petróleo kazajo a los mercados mundiales a través de territorio ruso. Pero lo que más preocupa a la Casa Blanca es el precio del petróleo. “Nada asusta más a un presidente estadounidense que el aumento de los precios en las gasolineras en pleno año electoral”, dice al Financial Times un antiguo asesor presidencial en materia de energía.

Los europeos pueden extraer lecciones importantes de estas refriegas petroleras entre Moscú, Kiev y Washington.

En primer lugar, es importante no volver a dormirse en los laureles en materia de seguridad energética. En 2022, la UE recibió una llamada de atención con la invasión rusa. Vimos que la dependencia del gas de Moscú era una grave debilidad estratégica. Incluso los países que llevaban décadas apostando por el gas ruso barato para alimentar su industria tuvieron que reconocerlo, en especial Alemania. Las medidas de emergencia —la importación de gas natural licuado de Estados Unidos y Qatar, las subvenciones energéticas para hogares y empresas y el almacenamiento obligatorio de gas— amortiguaron la crisis. En resumen, entre las autoridades europeas prevaleció un espíritu de “economía de guerra” en materia energética.

Fue un cambio de mentalidad enorme. Durante décadas, Europa se había fiado de la seguridad del abastecimiento y la exportación de las normas del mercado de la UE a sus vecinos y socios energéticos. Incluso la rusa Gazprom se consideraba como una compañía energética común y corriente, que los abogados de la competencia de Bruselas querían desagregar a fin de promover una competencia leal.

De golpe, la guerra dejó claro que el mercado, por muy bien regulado que esté, no es suficiente. El Estado debe intervenir para proteger las infraestructuras y asegurar o facilitar las importaciones de energía. De ahí que la “diplomacia energética” haya vuelto a formar parte en todos los países de la política exterior y de la estrategia de seguridad, según un estudio publicado a finales de marzo por el Instituto de Geopolítica de Bruselas (del que soy coautor). La energía es una razón de Estado.

La invasión rusa de Ucrania también ha cambiado por completo el mapa energético europeo. Tradicionalmente, el suministro de gas en el continente fluía de Este a Oeste, mientras que ahora ese flujo se ha invertido, sobre todo gracias a los gasoductos que conectan Noruega con sus vecinos europeos y las importaciones de gas natural licuado procedentes del otro lado del Atlántico y del Golfo. En esta situación, España, con nada menos que siete terminales de gas natural licuado, ha tenido un papel crucial en la contención de la crisis energética. Por comparar, Alemania no tenía ninguna antes de la invasión y ha empezado a construirlas después. Dada la importancia fundamental de los suministros energéticos, no cabe duda de que en el futuro estos nuevos vínculos comerciales también repercutirán en el equilibrio estratégico de poder en el continente.

Dicho esto, la guerra de Ucrania no es más que uno de los tres acontecimientos que están poniendo de relieve la urgente necesidad de adoptar una visión más estratégica de la energía. El segundo es la transición ecológica. Lo positivo es que el paso a las energías verdes reduce la necesidad de importar combustibles fósiles, por ejemplo de Oriente Próximo. Las energías renovables pueden obtenerse aquí mismo. En Europa también brilla el sol, y el viento sopla en abundancia. Y este es un terreno en el que también desempeñan un papel importante como productores España, Dinamarca, Reino Unido, Portugal o Grecia, todos ellos costeros o con muchas horas de sol.

Por otra parte, el paso a las energías renovables implica nuevas dependencias, como la fabricación de baterías, turbinas eólicas y paneles solares, cadenas de valor en las que China es especialmente fuerte, desde la minería hasta la refinería y la producción. La UE está trabajando para dar respuesta, por ejemplo, en política industrial. Además, se están abriendo minas de litio y tierras raras en Portugal, Suecia y Francia, entre otros países. Pero para todo eso hace falta mucho tiempo, que quizá no tengamos.

El tercer reto estratégico es que Estados Unidos, inmerso en la rivalidad con China por dominar las tecnologías verdes, vuelve a ser un importante competidor industrial para Europa. Desde 2010, gracias a la revolución del petróleo y del gas de esquisto, Estados Unidos ha ido recuperando su sitio como gran exportador de energías fósiles. En la actualidad, los precios del gas en Europa son cuatro veces superiores a los de Estados Unidos (incluso después de bajar a los niveles anteriores a 2022), lo que constituye un verdadero problema para nuestros sectores de gran consumo energético. Hace años, esta era una de las principales razones por las que los países europeos preferían el gas ruso a las importaciones de gas natural licuado. Ahora, cada vez más empresas europeas se plantean irse del continente. Y eso, sin tener en cuenta las enormes subvenciones previstas en la Ley de Reducción de la Inflación del presidente Joe Biden para desarrollar la producción ecológica y atraer inversiones.

En realidad, la última vez que Europa tuvo suerte geográfica en materia de energía fue en la era del carbón. Desde el inicio de la era del petróleo, la energía ha sido nuestro talón de Aquiles estratégico. En la actualidad, los 27 Estados miembros de la UE siguen teniendo que recurrir a otros países para cubrir más de la mitad de sus necesidades energéticas totales. Las energías verdes pueden reducir esa proporción, pero tampoco saldremos adelante sin las importaciones.

En la batalla mundial por las fuentes de energía, tanto fósiles como limpias, los países europeos deben mantener la concentración y la firmeza adquiridas en la crisis del gas de 2022-2023. Primero, con una labor diplomática para buscar nuevos socios energéticos, incluso en países africanos y latinoamericanos. Segundo, con una mayor protección de las infraestructuras energéticas, cercanas y lejanas. Y tercero, con un proceso de toma de decisiones capaz de adoptar medidas estratégicas.

Porque, independientemente de lo que pensemos sobre los reproches de Estados Unidos a Ucrania por atacar los depósitos de petróleo, Washington puede hacer algo inteligente: reunir información de una gran variedad de departamentos y fuentes —la situación en el campo de batalla, el estado de ánimo del Kremlin, los movimientos del mercado mundial del petróleo, las encuestas electorales, etcétera— en un solo análisis de riesgos y, a partir de ahí, tomar una decisión y emprender una línea de acción. Para Europa resulta sumamente urgente desarrollar esas aptitudes estratégicas y esa capacidad de actuación.


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