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Columna
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Podemos, el Cid de la política española

De la formación morada se podrá decir de todo, pero nadie puede afirmar que no murió con las botas puestas. Si es que ha fallecido

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se abrazan tras firmar el Gobierno de coalición en noviembre de 2019.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se abrazan tras firmar el Gobierno de coalición en noviembre de 2019.Andrea Comas
Fernando Vallespín

La escena del traslado de la cartera ministerial de Igualdad a su nueva titular fue algo más que el seguimiento del rito. La presencia de las dos ministras de Podemos y el propio discurso de una Irene Montero al borde de las lágrimas apuntaban a algo más profundo. Había ganado la izquierda, pero en esa victoria perdía también Podemos. Su ministerio totémico, el más hiperpolitizado y ruidoso, daba paso a otro que seguramente estará marcado por una gestión más burocrática y convencional. De Podemos se podrá decir de todo, pero nadie puede afirmar que no murió con las botas puestas. Si es que ha fallecido, porque en política ya se sabe que nunca se puede decir nunca jamás. En todo caso, lo que ahora me interesa no es el posible futuro de esta formación, sino hacer un balance de su legado. Eso sí, dando por hecho que se ha convertido en casi marginal. Mi tesis aquí va a ser que Podemos ha vencido después de (casi) muerto, como El Cid. Bien es cierto que con la ayuda inestimable de su compañero de la entonces llamada “nueva política”, Ciudadanos. Si llegado el momento propicio, Rivera hubiera pactado un Gobierno con Sánchez —y si este hubiera aceptado— en estos momentos estaríamos en una situación bien distinta.

Podemos ha ganado porque la política española está ahora mismo justo en el lugar soñado por sus fundadores. En buena aplicación del catecismo de Laclau/Mouffe, el tablero político —este término también es suyo— escindido en dos, con una clara división nosotros/ellos, fortificada con el muro erigido dialécticamente por Sánchez en su discurso de investidura; sujeto además con la argamasa de la moralización, nosotros somos los buenos, ellos los malos. No hay posibilidad de transacción alguna con quien representa el mal. Fueron los arquitectos del bibloquismo antes de que alguien empezara a utilizar ese nombre. Y el bloque de izquierdas ha hecho suya además la predicción de Iglesias de que la derecha nunca llegará al poder mientras aquel tenga la posibilidad de pactar con los nacionalismos vasco y catalán. Hasta ahora todo se cumple.

Si fueron tan astutos, ¿qué es lo que falló? ¿Por qué no han podido ser ellos quienes recojan los frutos de esta estrategia que ha resultado tan exitosa, algo parecido a lo que le pasó al UKIP en el Reino Unido al triunfar el Brexit? Los jóvenes idealistas que en su día participaron de ese movimiento dirían que fueron las purgas internas y el hiperliderazgo de Iglesias. Yo sugeriría otra razón: nunca fueron un partido propiamente dicho. Toda esa miríada de grupúsculos, círculos y confluencias regionales se correspondían bien con la pluralidad de sensibilidades que hicieron acto de presencia en España después del 15-M, pero carecían de un sustrato unificador sólido. Por eso resultó imposible el famoso sorpasso. Flor de un día, al final se imponen las inercias. Hasta el mismo 23-J, y sin negar la audacia de su líder, la fortaleza del PSOE se sustenta sobre una organización bien vertebrada territorialmente y enraizada en la identidad de una multiplicidad de votantes que siguen leales al partido, no necesariamente a quien lo lidera. Cuando se dice que en aquella agonía con Podemos, Sánchez salvó al PSOE, yo opino que fue al revés, fue este partido más que centenario el que salvó a Sánchez de la embestida podemita.

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Lo que vino después con el acceso al poder de la coalición de izquierdas no hizo más que corroborar el contraste entre un partido cómodo con la gestión por su larga experiencia de gobierno, y otro diseñado para combatir al poder, no para ejercerlo. La dimisión de Iglesias como vicepresidente fue el comienzo del fin. Pero, ojo, ahora están en el lugar donde nadan mejor que nadie. Además, ya no tienen nada que perder.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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