Bebés prematuros: la importancia de cuidar la salud mental de sus padres
Cuando nace un niño antes de tiempo, padres y madres conviven tanto con la incertidumbre de su supervivencia como con las posibles secuelas. La necesidad de apoyar a estas familias durante todo el proceso es lo que se pretende visibilizar el Día Mundial del Bebé Prematuro de 2023
La llegada de un bebé prematuro a la familia parte muchas veces por la mitad la vida, las expectativas, de padres y madres y también despierta en ellos un cúmulo de miedos y dudas. “De la nada y de forma súbita, tienen que cambiar la imagen ideal que tenían del niño a término, perfecto y desarrollado por uno que ha nacido antes de tiempo, con todo lo que conlleva”, explica Simón Lubián, vicepresidente de la Fundación Nene, una organización cuyo objetivo es la formación, investigación y divulgación de los problemas neurológicos de la prematuridad.
A lo que se refiere Lubián es al hecho de que normalmente estos pequeños nacen con menos peso y con problemas asociados, que pueden ser de índole cardiaca, respiratoria o neurológica, entre otros. “Cuando un bebé prematuro llega al mundo, a los padres, algunas veces, les cuesta aceptar la realidad de su hijo, que tiene que estar en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) y que tiene que enfrentar riesgos. Y esto puede conllevar problemas emocionales y en los casos más graves, trastornos psicológicos como la ansiedad, la depresión o trastorno de estrés postraumático”, señala el también neonatólogo del Hospital Universitario Puerta del Mar, en Cádiz. La necesidad de apoyar a estas familias durante todo el proceso es lo que se pretende visibilizar el Día Mundial del Bebé Prematuro de 2023, que se celebra cada año el 17 de noviembre.
Según cifras que maneja la Fundación Nene, en España nacen anualmente unos 30.000 bebés antes de tiempo. Y en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud, 13,4 millones de niños prematuros al año; esto equivale a más de 1 de cada 10 nacimientos. Eso sí, existen cuatro tipos de prematuridad. “Los pretérmino tardío son los nacidos entre la semana 34 y 36 de gestación; los moderado, entre las semanas 32 y 33; los muy pretérmino, entre la 28 y la 31; y, por último, están los pretérmino extremo, que son aquellos bebés que nacen antes de la semana 28″, detalla el experto. “Cuanto más pronto nazcan, baja la expectativa de sobrevivir”, añade Lubián. “Pero es cierto que la medicina está avanzando mucho, y cada vez es mayor la supervivencia y mejor la calidad de vida de estos menores. Hace unos años la edad límite para nacer era la semana 24, ahora está en la 23, por ejemplo”, incide. Según explica este neonatólogo, la estancia media en el hospital del recién nacido es de tres a cuatro meses.
Vanessa Alzamora Serrano, de 34 años, dio a luz el pasado 22 de septiembre a Paola. La pequeña vino al mundo en la semana 29 de gestación más un día. Y desde entonces está ingresada en el hospital. “Nosotros no podíamos tener hijos, tras dos años intentándolo un día me llamaron para hacer fecundación in vitro, y justo una semana antes de empezar con el tratamiento me quedé embarazada”, relata esta mujer nacida en Barranquilla. Tras enterarse de la noticia, su padre fue diagnosticado de cáncer de colón y tuvo que viajar a Colombia y estuvo con él hasta que le operaron. “Finalmente, volví a España el 26 de agosto. Cuando aterricé, fui a urgencias porque no me sentía bien, me dieron antibiótico y me fui a casa. A los tres días, me asusté porque empecé a sangrar de forma abundante”. Vistas sus complicaciones, los médicos le aconsejaron dar a luz en el Hospital de la Paz en Madrid, “allí me dijeron que era el mejor para partos prematuros”. Estaba en la semana 26 de embarazo. Al poco tiempo, Alzamora volvió a sangrar y entonces sí se quedó hospitalizada: “Consiguieron que los pulmones de Paola maduraran y pararon las contracciones. Me fui a casa otra vez y a los dos días se me rompió la bolsa”. En ese momento, sabían que Paola tenía que salir.
A Alzamora la dejaron en una habitación sola, “debido a la cantidad de sangre, era terrible”. Reconoce que fue muy duro y que sentía mucha incertidumbre. Pero una psicóloga del centro se pasó a verla, y la especialista les ayudó, a ella y a su marido Marcos, de 37 años, con el miedo y las dudas. Además, Alzamora pudo hablar con una neonatóloga del hospital que se pasó por la habitación para contarles todo lo que iba a ocurrir en el momento del parto: “Que mi hija no iba a llorar, que habría mucha gente en el paritorio, que seguramente habría que reanimarla, que la llevarían a la UCI… La información me angustió en un principio, pero luego me ayudó”. “Y pasado un rato, me desmayé, me hicieron una ecografía vaginal y vieron que el cuello del útero estaba borrado”. Se puso de parto y este fue natural. Al día siguiente, acudieron a la UCI a ver a la pequeña Paola.
“Verla en la UCI nos impactó mucho con los cables, la incubadora, los tubos… tuve pensamientos catastrofistas, lo pasé mal, pensaba que Paola se iba a morir en cualquier momento”, recuerda Alzamora, que a la vez cree que para ellos ha sido menos duro porque ella es psicóloga y su marido, médico. “Aun así, se pasa muy mal. La pequeña ha tenido varios sustos hasta llegar a la Unidad de Cuidados Intermedios en la que se encuentra ahora”. Este es el paso anterior a recibir el alta. Su dinámica diaria es ir al hospital a las 9.00 hasta las 14.00. Comen en casa y vuelven a las 15.00. Una rutina en torno a su bebé. Las enfermeras son las profesionales más cercanas a la pareja.
Con la llegada de un prematuro, los padres y madres tienen que aprender a adaptarse a la situación y a la nueva realidad de su hijo. “Y es en este proceso, que suele ser prolongado, en el que se debe ayudar a los progenitores a aceptar al pequeño”, retoma Lubián. Un camino que se rige por dos puntos fundamentales y que afectan a su día a día: los padres y madres conviven tanto con la incertidumbre de la supervivencia de su bebé como con las posibles secuelas. De todas las secuelas que pueden aparecer en el prematuro, las que más preocupan son las neurológicas. “Las respiratorias también son muy comunes y graves, pero suelen remitir en la adolescencia y no afectan en exceso a la calidad de vida del menor, pero las neurológicas [retrasos y dificultades del lenguaje; dificultades conductuales como problemas de comportamiento y de atención; dificultades en el aprendizaje, tales como alteraciones en la memoria y déficit cognitivo] afectan mucho a los padres y al niño”, puntualiza Lubián. Por eso, y según explica el experto, desde etapas muy tempranas, por ejemplo, se potencia la estimulación del bebé para intentar minimizar las posibles consecuencias para su salud.
Las madres, las más afectadas por los trastornos emocionales
“Las madres en general después del parto, debido a sus hormonas, suelen padecer melancolía. No es un trastorno, es normal, y se conoce como baby blues. Pero si a este estado normal le añadimos todo lo que hemos comentado, esta sensación de tristeza puede derivar en ansiedad o depresión”, explica Lubián. Es cierto, según informa, que los estudios mayoritariamente se han hecho con las madres de bebés prematuros, “de ahí que siempre sean ellas las que padecen más trastornos emocionales que los padres ante el nacimiento de un prematuro”. Los trastornos más frecuentes son la ansiedad, la depresión y trastorno de estrés postraumático.
Un último estudio que se presentó el pasado octubre en el Congreso de la Sociedad de Neonatología en Santiago, realizado en el Hospital Universitario Puerta del Mar con una muestra de 97 madres y 78 padres de 108 bebés prematuros, concluye que ellas presentan un nivel de ansiedad basal —leve, asociada a tensiones de la vida diaria— mayor que los padres. Al ingreso y durante las primeras semanas de vida de su hijo, ambos tienen unos niveles de ansiedad elevados y que van disminuyendo en el tiempo. Las mujeres presentan mayores niveles de ansiedad que los padres a los siete días del nacimiento de su hijo prematuro y hasta el mes y medio, igualándose posteriormente las puntuaciones entre ambos progenitores. Hasta un 50% de ellas tienen riesgo de depresión posparto, siendo diagnosticadas de depresión a los seis meses un 10% de ellas.
Para el experto, hay tres momentos clave para los padres y madres de un niño prematuro: el nacimiento; cuando llega el alta hospitalaria y a los dos o tres de estar en casa: “Nosotros solemos hacer seguimiento unos seis meses”. “Creo que el acompañamiento es fundamental para los padres y madres”, continúa Alzamora, “en una UCI convives con muchas circunstancias que implican la negación, la incertidumbre, el miedo a la muerte. Te enteras de cosas, ves cosas, que te afectan y tener un profesional te puede ayudar a lidiar mejor con ello”.
“Aquellos prematuros que tienen padres con trastornos emocionales presentan más problemas del neurodesarrollo o menor rendimiento cognitivo”, sostiene Lubián. Así que, según explica, estos menores no alcanzan el nivel cognitivo que podrían haber alcanzado. “Incluso, desde la biología, se ha visto con estudios de resonancia magnética cómo hay determinadas partes del cerebro del niño, determinadas regiones cerebrales, que no se desarrollan igual si sus padres y madres padecen trastornos y no se tratan”.
¿Cómo ayudar a estos padres y madres? El primer paso es detectar el trastorno emocional. “Por eso el objetivo de la fundación este año es trasmitir la necesidad de que en todas las unidades haya personal capacitado para detectar aquellos padres y madres que tengan problemas emocionales”, añade Lubián. En su hospital son las enfermeras, porque son las que pasan más tiempo con las familias: “Recordemos que los progenitores pueden estar 24 horas con sus hijos. Y ellas son las que mejor les conocen, y las que primero hacen una valoración”. “El siguiente paso es graduar la enfermedad, ver las necesidades individuales de cada padre”. Si los síntomas son leves, se tratan en la misma UCI. Pero si son más graves, se derivan a la unidad de psicología (esta es una de las reivindicaciones en la que ponen más energía, en el hecho de que todas las unidades haya psicólogos). Son tratados hasta que dan el alta al pequeño. Y si después siguen necesitando ayuda se les deriva a un profesional externo.
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