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Crianza
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando lo que quieres para tus hijos no se corresponde con lo que haces

Las buenas intenciones, los deseos, las expectativas, las creencias, los valores, tropiezan a menudo con nuestras acciones, y de esa colisión surge un malestar que tiene nombre: disonancia cognitiva

Somos una generación de padres frustrados ante la magnitud de la tarea: criar hijos sanos en un contexto turbio.
Somos una generación de padres frustrados ante la magnitud de la tarea: criar hijos sanos en un contexto turbio.SolStock (Getty Images)
Diana Oliver

Es un mal común: hacer lo que se puede. Y esto, a menudo, poco o nada tiene que ver lo que se quiere. Ocurre mucho entre madres (y algunos padres) que se enfrentan cada día a la crianza de los hijos, como quien sale de casa sabiendo que se encontrará el atasco en la carretera: con la certeza de que el viaje será más largo, impredecible y desesperante, pero aceptando que no hay otra opción. No sé si las generaciones pasadas experimentaron con tanta intensidad esa brecha entre lo que queremos para los hijos y lo que realmente hacemos con ellos. Si el peso de la culpa y la angustia también les caía encima como una losa cada noche, justo en el momento en el que un beso aterriza en la mejilla diminuta y unas manos meten con cuidado el nórdico bajo el colchón. Las buenas intenciones, los deseos, las expectativas, las creencias, los valores, tropiezan a menudo con nuestras acciones, y de esa colisión surge ese malestar que tiene nombre: disonancia cognitiva.

Fue el psicólogo Leon Festinger quien acuñó en los años cincuenta el término para referirse al estado de ánimo en el que lo que se hace no se corresponde con lo que se piensa. No es fácil sostener dos pensamientos contradictorios a la vez, y esto ocurre ya desde el embarazo, sin que (ojo, spoiler) con el paso de los años se vislumbre una convivencia armónica.

Ya cuando el bebé rebota en las paredes de tu útero, y su fisionomía es aún un misterio, las clases de preparación a la maternidad, los libros sobre embarazo y el plan de parto comienzan a dibujar el escenario del nacimiento. ¿Cómo y dónde será, cuánto durará, quiénes estarán presentes? Nadie te prepara para la violencia obstétrica, aunque afecte a seis de cada 10 mujeres. Puedes desear un parto respetado, haber trazado un plan de parto, pero también podrás encontrar un equipo desactualizado o sobrepasado. La falta de matronas en los paritorios, por ejemplo, se denuncia desde hace años.

La lactancia materna es otro terreno tensionado. Puede ser tu elección. Puedes haber leído a Alba Padró, Carlos González, José María Paricio, Sylvie Riesco. Puedes conocer sus beneficios y puedes pensar con placer en ella. Creer que es lo mejor, y que es lo que prefieres. Y todo puede ir bien, que no haya rastro de esa disonancia cognitiva. Pero no son pocos los impedimentos que encuentran muchas madres: los profesionales desactualizados, la falta de apoyo, los fatídicos mitos y un sistema que no acaba de arreglar todos esos baches que hay en el camino para que aquello salga como deseas. Te ofrecerán las migajas de un permiso insuficiente, que no alcanzará ni siquiera los seis meses de lactancia en exclusiva que recomiendan la OMS, la AEP y UNICEF. Con suerte, dispondrás de un baño y un sacaleches en tu puesto de trabajo para mantener la lactancia en diferido una vez te reincorpores a las 16 semanas. Te dirán que por qué tienes otra vez al niño en la teta y te animarán a separarte cuanto antes de la criatura, no sea que la malacostumbres.

Llegará el momento de tener que empezar el colegio y entonces darán igual muchas de las teorías del desarrollo infantil: por ejemplo, tu hijo tendrá que dejar el pañal a los tres años, aunque no controle esfínteres. ¿Cuándo nos llevaremos las manos a la cabeza ante la posibilidad de que se deje a niños y niñas mojados durante horas hasta que su familia pueda ir a cambiarles? “Hablamos de luchar por los derechos de la infancia, pero en la práctica no protegemos sus necesidades reales”, lamentaba recientemente sobre este asunto la pediatra Concha Bonet en este periódico.

En el embarazo, las clases de preparación a la maternidad y los libros comienzan a dibujar el escenario del nacimiento.
En el embarazo, las clases de preparación a la maternidad y los libros comienzan a dibujar el escenario del nacimiento. FG Trade (Getty Images)

Es probable que la alimentación saludable haya entrado en tu vida. Sentirás que lo ha hecho como tu propia maternidad: como un elefante en una cacharrería. Tal vez sea la falta de tiempo o el agotamiento o la presión del entorno lo que te acabe conduciendo hacia el luminoso camino de la comida rápida o procesada. La fruta transformada en puré envasado, la pizza que solo tienes que calentar o aquel paquete de galletas que has comprado de camino al colegio. Habrá muchos cumpleaños, menús infantiles, “por un día no pasa nada”, celebraciones y fiestas de guardar marcados por una colorida avalancha de dulces. Sucumbirás.

Te enfrentarás, además, al reto de convivir con la tecnología. Móviles y tablets se han convertido en cuidadores improvisados. Te encontrarás de bruces con dos preguntas enfrentadas como dos adversarios: ¿Cómo evitarla? ¿Es realmente para tanto? Las pantallas se han colado en los colegios, en los cochecitos de paseo, en las casas ajetreadas y en los transportes con alguna de estas premisas: para que aprendan, para que no molesten, para que se calmen. No tendrás referencias anteriores, en esto tampoco hay un mapa.

Te darás cuenta de que la autonomía de los niños es otro socavón. Pocas decisiones dejamos al azar y a la infancia. Desde qué ropa pueden llevar hasta qué amigos pueden tener. No habrá otros niños fuera de los parques vallados bajo la atenta mirada adulta, y la calle se convertirá en un lugar demasiado peligroso. ¿Y qué hacer con los recursos desesperados? Los chantajes, las comparaciones, los gritos metralleta, la voz que impone aparecerán en algún momento, aunque no quieras, aunque no debas.

Somos una generación de madres y padres frustrados ante la magnitud de la tarea: criar hijos sanos y felices en un contexto más bien turbio. La presión del entorno, el exceso de información, la ausencia de políticas reales, las imposiciones de los referentes, la falta de apoyos, las incoherentes normas, las mochilas personales, las prácticas contradictorias, el adultocentrismo o las batallas internas condicionan lo que queremos y lo que podemos hacer. Nos empeñamos entonces en justificar conductas que no terminan de alinearse con lo que sentimos. Nos esmeramos en modificar nuestras creencias. O luchamos internamente contra ellas. Porque, quizás, lo único que sea universal en la maternidad es que la realidad de la crianza casi nunca sigue el guion que habíamos escrito. Por muy bueno que sea.

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