Trump renuncia a la influencia internacional del poder blando
Los recortes de la nueva Administración en programas culturales, becas de investigación o en la emisora gubernamental Voice of America suponen un giro en la relación de EE UU con el resto del mundo


En los años treinta, Iowa City, una pequeña ciudad en mitad de las praderas del Medio Oeste, se lo jugó todo a la carta de la literatura en su pelea por destacar en el vasto imaginario del país. Y así fue como su taller de escritores se convirtió en un lugar mítico de las letras estadounidenses y en el hogar de grandes nombres como Marilynne Robinson o John Cheever. Es una fama que luego traspasó fronteras gracias a su programa internacional, que empezó hace 58 años a invitar a autores extranjeros a pasar el otoño y a escribir allí. Han sido 1.625 en total, provenientes de 160 países. Entre ellos, tres premios Nobel: el turco Orhan Pamuk, el chino Mo Yan y la última, la coreana Han Kang.
A finales de febrero, el Departamento de Estado decidió terminar con su subvención de casi un millón de dólares a un programa que contribuyó a que Iowa City obtuviera la distinción de Ciudad de la Literatura de la Unesco. “La Administración de Trump considera que no somos suficientemente America First [Estados Unidos primero, lema del trumpismo]”, lamentó hace tres semanas en una cafetería del centro Christopher Merrill, director desde hace 25 años del International Writers Program (IWP). ”Es una pérdida insignificante en un océano de recortes más importantes, pero me parece que indica que Trump ha decidido renunciar a la diplomacia cultural y el poder blando, o, como lo llamaba [la ex secretaria de Estado] Hillary Clinton, al poder inteligente”.
Merrill se refería al término acuñado en los años noventa por el profesor de Harvard Joseph Nye para describir ese tipo de poder que complementa al militar y el económico y que ha sido ejercido por EE UU —en paralelo al duro, que ha incluido invasiones, apoyos a golpes de estado y financiación de guerrillas— desde el final de la II Guerra Mundial. Es esa capacidad de influir en el extranjero y conquistar voluntades con las armas de la seducción.

“El poder blando de una nación se basa en su cultura, en sus valores y en sus políticas, siempre que el resto las considere legítimas”, escribió Nye hace un par de semanas en un artículo en Financial Times cuyo titular llegaba a la misma conclusión que Merrill. “Trump solo entiende la coerción y las transacciones. ¿De qué otra manera se puede explicar su intimidación a Dinamarca sobre Groenlandia, sus amenazas a Panamá, que indignan a Latinoamérica, o su apoyo a Vladímir Putin en el tema de Ucrania, que debilita siete décadas de alianza con la OTAN, por no mencionar el desmantelamiento de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) creada por John F. Kennedy? Todo ello socava el poder blando estadounidense”.
Nye, que ya advirtió de que algo así podría pasar en una entrevista con este diario previa a las elecciones, escribió su artículo antes de los últimos golpes del nuevo Gobierno a la doctrina a la que dio nombre: la suspensión de las actividades de la emisora Voice of America (VOA) y el anuncio del cierre del Instituto para la Paz (USIP son sus siglas en inglés), un laboratorio de análisis financiado por el Congreso para la investigación en resolución de conflictos.

El inicio del proceso de desmantelamiento de la VOA, que lleva aparejada la suspensión de las emisoras Radio Free Europe, destinada al Centro y Este de Europa, y Radio Free Asia, enfocada en Asia, así como de Martí Noticias, que transmite en Cuba, comenzó el sábado pasado con un email enviado por el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), que dirige Elon Musk, a unos 1.300 periodistas. En él se les comunicaba que se les suspendía de empleo, aunque no de sueldo, hasta nuevo aviso, y que se ponía fin así a 80 años de dar noticias (y ejercer influencia) en países, muchos de ellos autoritarios, donde las fuentes de información fiable escasean. Las autoridades de Rusia, China e Irán, deseosas de cubrir el hueco de la VOA, han celebrado la decisión de Trump de terminar con un medio fundado en 1942 para difundir ideas democráticas en la Alemania nazi.
En conversaciones durante esta semana con algunos de esos trabajadores, que hablaron bajo condición de anonimato, estos describieron prácticas parecidas a las sufridas por decenas de miles de funcionarios despedidos por DOGE: el correo enviado un día en el que no hay capacidad de reacción posible, la desactivación de las cuentas electrónicas, la pérdida de información personal o la prohibición de ingresar en el edificio que alberga el medio de comunicación en Washington.
Uno de ellos se quejó de “lo kafkiano” del hecho de que, en el caso de que recibiera una oferta de trabajo, no podrá aceptarla, porque técnicamente no está despedido ni sabe a quién dirigirse para que lo echen. Otra contó que solo veía una opción: “Dejar el periodismo”. El viernes, un grupo de ellos presentó, junto a Reporteros Sin Fronteras, una demanda contra el Gobierno y contra Kari Lake, la fallida candidata republicana al Senado al que Trump escogió al frente de la VOA.
“Pescado podrido”
En una entrevista con el canal de derechas Newsmax a principios de esta semana, Lake describió el medio de cuyo desmantelamiento está encargada “como tener un pescado podrido y tratar de encontrar una porción que se pueda comer”. En un post en la red social X abundó después en que la VOA supone “una carga para el contribuyente estadounidense y un riesgo para la seguridad nacional de la nación”.
La Casa Blanca publicó un texto para acompañar el decreto del cierre, que los medios tradicionales estadounidenses han enmarcado en la campaña de Trump por minar la libertad de la prensa crítica con él. Se titula La voz de la América Radical y en él se detallan razones para su desguace, como la publicación después del asesinato de George Floyd de un artículo titulado ¿Qué es el “privilegio blanco” y a quién sirve? o la emisión en 2019 de un programa sobre migrantes transgénero en busca de asilo en Estados Unidos.
Si bien la VOA, que contaba con un envidiable presupuesto de 267,5 millones de dólares, está diseñada para blindarse de la intervención de quien esté en ese momento en la Casa Blanca, su actual inquilino ni siquiera ha intentado influir en su línea editorial para difundir el ideario MAGA [Make America Great Again, el otro lema trumpista] por el mundo. Tal vez porque confía en otros medios más efectivos para ese fin, como X, plataforma propiedad de Elon Musk. O quizá solo se trate de otra prueba de su escaso interés en las más o menos sutiles armas del poder blando.
Sea como sea, no ha sido precisamente una sorpresa: ya demostró esa poca fe con la congelación temporal de fondos para los estudios de posgrado de las becas Fulbright, programa creado en 1946 para promover el intercambio entre titulados universitarios estadounidenses y del resto del mundo, lo que ha dejado a miles de participantes, tanto estadounidenses como extranjeros, sin saber si podrán o no terminar el año. Pero, sobre todo, con el cierre en los primeros compases de su segundo mandato de USAID, que llevaba a cabo programas de ayuda humanitaria en países en desarrollo o en zonas de conflicto en los que la imagen de Estados Unidos se verá afectada por motivos obvios.

Detrás de esa cooperación siempre hubo una justificación moral, pero también otros intereses, resumidos en 2017 por el secretario de Estado, Marco Rubio, entonces senador. “Les prometo”, dijo, “que será mucho más difícil reclutar a alguien para el antiamericanismo, para el terrorismo antiestadounidense, si [esas personas] nos deben su supervivencia”. Como en tantas otras cosas que tienen que ver con Trump, Rubio también ha cambiado en este tiempo de idea.
En el “insignificante” caso del programa internacional de escritores, Merrill recuerda que los efectos se dejarán sentir en Iowa City, donde “el 90% del dinero del IWP se gastaba en negocios locales”. El anuncio también tendrá sus consecuencias en la literatura en español: son decenas de autores los que han pasado por el IWP, desde los tiempos del chileno José Donoso, cuyos papeles atesora la universidad de la ciudad, en los años sesenta.

Una de las últimas en participar, la mexicana Brenda Navarro, lamentó esta semana la noticia por lo que tiene “de devastador en términos de comunidad literaria”. “Para Iowa, que pierde parte de su riqueza como ciudad de la literatura, y también en términos personales”, señaló. “Para mí”, confesó Navarro, “el IWP supuso un cambio de paradigma en mi concepción de la creación literaria alrededor del mundo, ya que te encuentras en un espacio donde, además de tener tiempo para escribir, escuchas las dificultades y los aciertos que existen en torno a la literatura, [y] generas conocimiento compartido y redes que se vuelven para toda la vida”.
Está claro que en el Estados Unidos de Trump esas relaciones, que contribuían a intangibles como la difusión de la narrativa americana en el extranjero, ya no cuentan como solían. Una nueva era de la diplomacia cultural ha comenzado. Y tal vez nada simbolice mejor ese nuevo amanecer que una visita a la web de Voice of América, cuya portada sigue, con efecto distópicos, congelada en las noticias de hace un par de sábados. A sus periodistas no les dio tiempo ni siquiera a publicar una última hora sobre su propio final.
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