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Hablan los funcionarios despedidos por Musk: “Me siento traicionado por mi país”

Los afectados denuncian “caos” y “arbitrariedad” en el plan de recortes de Trump y advierten de que la purga pone en peligro el liderazgo científico de Estados Unidos o la prevención de la próxima pandemia

K. Waye, exempleada de la agencia CDC  y una de los decenas de miles de funcionarios despedidos por Elon Musk, retratada en su casa de Damascus (Maryland) el 21 de febrero.
K. Waye, exempleada de la agencia CDC y una de los decenas de miles de funcionarios despedidos por Elon Musk, retratada en su casa de Damascus (Maryland) el 21 de febrero.Gabriela Passos
Iker Seisdedos

El correo electrónico llegó a las 19.06 del sábado, pero estaba fechado el día anterior, así que K. Waye, funcionaria de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), es una de los miles de trabajadores federales de Estados Unidos que el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Elon Musk despidió el 14 de febrero, como parte de lo que en Washington ya se conoce como la “masacre del Día de San Valentín”.

La carta aducía como razones para el despido que su “habilidad”, su “conocimiento” y sus “aptitudes” no eran satisfactorios, y definía su “desempeño” como “inadecuado”. También la incluía en el saco de los “empleados en periodo de prueba” porque, aunque Waye lleva una década en la Administración estadounidense, cambió de trabajo ―y de agencia― en agosto pasado, y eso puso técnicamente su contador a cero. En teoría, el nuevo puesto era un premio, suponía un ascenso y más sueldo, y ella, experta en Sanidad Pública con experiencia en la Organización Mundial de la Salud, siempre quiso estar en la CDC. En la práctica, aquella promoción ha acabado siendo su condena, porque en la cruzada del DOGE “contra la burocracia”, Musk ha empezado por los más débiles: los empleados que sobre el papel llevan menos de dos años en sus puestos y no tienen los mismos derechos que los fijos.

Waye tiene una hija de ocho años y está divorciada. Se acaba de comprar una casa en un tranquilo pueblo de Maryland, a una hora de Washington, no lejos de donde creció como la hija de un diplomático senegalés. Allí, en un salón con cajas de mudanza aún por abrir contó su historia el viernes pasado. Dice que ahora no sabe cómo va a pagar la casa. Pero lo peor es que padece una enfermedad autoinmune crónica que, “si no se controla correctamente, es peligrosa”. “Un simple catarro puede ser un asunto de vida o muerte”, explica. Tiene que ir al médico constantemente y, estando en el paro y sin seguro de salud, tampoco sabe cómo afrontará ese gasto. “Nunca pensé que algo así me podría suceder”.

Protesta contra las políticas de Donald Trump y Elon Musk, frente al Capitolio de Washington, el pasado 17 de febrero.
Protesta contra las políticas de Donald Trump y Elon Musk, frente al Capitolio de Washington, el pasado 17 de febrero.Nathan Howard (REUTERS)

El ahora presidente, Donald Trump, hizo campaña con la promesa de “desmantelar el Estado profundo” y recuperar el control sobre las agencias federales independientes para ponerlas al servicio de su revolución conservadora. Para ello reclutó al hombre más rico del mundo, al que le ha pedido ejecutar recortes con los que ahorrar un billón de dólares. Musk y sus empleados, un puñado de jóvenes de ímpetu iconoclasta, han logrado la congelación de miles de millones de dólares en subvenciones y programas federales y avanzan en su asalto al empleo público agencia por agencia.

Primero ofrecieron un plan de bajas incentivadas al que se acogieron unos 75.000 funcionarios, según la Oficina de Administración de Personal. Después continuaron echando a los que estaban en periodo de prueba. No existen cifras oficiales de cuántos de ellos han sido cesados, aunque en marzo de 2024 unos 220.000 empleados federales llevaban menos de un año en sus puestos. Este sábado, el DOGE fue un paso más allá, con el envío a los funcionarios que aún conservan su trabajo de un correo electrónico en el que les piden que respondan contando en qué emplearon el tiempo la semana pasada. Si no lo hacen en las próximas 48 horas, se exponen a ser despedidos.

En total, hay algo más de tres millones de empleados públicos en Estados Unidos y, aunque no lo parezca escuchando la airada retórica del Partido Republicano contra Washington ―el lugar geográfico y la idea del Gobierno que la capital encarna―, más del 80% se reparte por todo el país, desde Huntsville (Alabama), ciudad consagrada a la NASA, a Ann Arbor (Míchigan), donde el Departamento de Asuntos de los Veteranos tiene un hospital. En él trabajaba, hasta el pasado 13 de febrero, Andrew Lennox.

Lennox, de 35 años, sirvió en el cuerpo de marines durante una década, entre otros destinos, en Siria, Afganistán e Irak. Al volver a casa pasó por varios empleos, hasta que le salió el que acaba de perder, donde se sentía “como en familia” y, “de nuevo, feliz por servir” a su país. También lo despidieron por e-mail. La carta decía que, “visto su desempeño”, “no es de interés público” que continúe en su puesto. “Nunca escuché eso cuando estaba en Afganistán, defendiendo los ideales americanos de verdad y justicia. Me siento traicionado”, decía esta semana en una entrevista telefónica.

El funcionario del Departamento de Asuntos para Veteranos Andrew Lennox, en Siria, cuando era marine, en una foto proporcionada por él.
El funcionario del Departamento de Asuntos para Veteranos Andrew Lennox, en Siria, cuando era marine, en una foto proporcionada por él.

Su ejemplo, como el de Waye, prueba que las decisiones del DOGE no se están tomando de forma individualizada, según Alden Group, bufete de Washington especializado en empleo público. También, la inconsistencia del argumento del desempeño insatisfactorio: en el caso de Lennox, que solo llevaba dos meses en el puesto, no pudo dar tiempo a un examen de sus capacidades. Waye, por su parte, mostró durante la entrevista una evaluación, fechada el 17 de enero, en la que sus superiores certificaron que en el periodo estudiado “obtuvo resultados mejores de los esperados”. “Recibí un sobresaliente”, dijo, señalando la nota (un 4,33 sobre 5), “como, por otra parte, todas las veces anteriores desde que empecé en la Administración”.

Ni la Casa Blanca ni el DOGE respondieron a un e-mail con las peguntas de EL PAÍS sobre la aparente contradicción de aducir “bajo rendimiento” para echar a empleados bien valorados por sus superiores. Tampoco a si los despidos se deciden caso por caso, o a qué criterios se siguen a la hora de confeccionar las listas.

Elon Musk escucha al presidente Donald Trump, en una comparecencia conjunta en el Despacho Oval, el pasado 11 de febrero.
Elon Musk escucha al presidente Donald Trump, en una comparecencia conjunta en el Despacho Oval, el pasado 11 de febrero. Kevin Lamarque (REUTERS)

Entre tanto, la arbitrariedad y la opacidad del plan de Musk, la sensación de que cualquiera puede ser el siguiente mientras las agencias van cayendo como fichas de un dominó y los constantes ataques desde hace meses de Trump a los funcionarios están pasando factura a los empleados federales estadounidenses.

Temor a represalias

En las últimas semanas, este diario ha hablado con una quincena de los que aún conservan su trabajo y que pidieron hacerlo de forma anónima para evitar posibles represalias. Muchos ven cierta lógica a la idea de aligerar la Administración, pero critican los “modos inhumanos”, el “caos” y la “falta de criterio”, así como la imagen distorsionada que se está dando de ellos, que olvida el “sacrificio” que han hecho por su país. Dicen que están “desmoralizados” y que sienten “miedo” y “ansiedad” por si en cualquier momento llega la temida carta. Una funcionaria contó que “había perdido varios kilos debido a los nervios”. Algunos llevaban sin éxito semanas buscando trabajo en el sector privado, y un tipo que sí lo ha logrado describió la sensación de emprender un nuevo rumbo profesional “como la de quien se sube al último avión antes de la evacuación de Vietnam”. Otra, jubilada justo a tiempo, explicó que sentía “la culpa del superviviente”.

También compartieron su preocupación por cómo pueden afectar “recortes hechos a la carrera” a asuntos como el liderazgo científico de Estados Unidos; la prevención de la próxima pandemia; la gestión de los parques nacionales ―cuyo servicio ha perdido más de mil efectivos poco antes del inicio de su temporada alta―; y hasta la seguridad nacional: el despido de 300 empleados que velaban por las armas nucleares hizo saltar todas las alarmas esta semana y hubo que readmitirlos a toda prisa. El problema fue que, como les habían cortado el acceso al mail, no había manera de contactar con muchos de ellos.

Doug Wilson, uno de los empleados suspendidos por DOGE como primer paso para la previsible eliminación de la Oficina para la Protección Financiera del Consumidor (CPFB), creada tras la crisis financiera de 2008, advirtió el miércoles en una manifestación frente a la sede en Washington de Space X, una de las empresas de Musk, que desde hace tres semanas “nadie está haciendo” el trabajo para el que lo habían contratado: “vigilar los abusos de los bancos y otras instituciones financieras”, y evitar que otro batacazo económico como aquel se repita.

Protesta por el desmantelamiento de USAID, el pasado 3 de febrero a las puertas de su sede en Washington.
Protesta por el desmantelamiento de USAID, el pasado 3 de febrero a las puertas de su sede en Washington.WILL OLIVER (EFE)

En algunas áreas, como la de ayuda humanitaria, el daño ya está hecho. En una de las primeras decisiones del DOGE, la Agencia Estadounidense para la Cooperación al Desarrollo (USAID) ordenó a sus 2.200 funcionarios que dejaran lo que estaban haciendo y canceló sus actividades, en una decisión de incalculable impacto global, que afecta desde a programas vitales en países en conflicto hasta a la financiación de medios latinoamericanos dependientes de las subvenciones. También exigieron a los contratistas que trabajan sobre el terreno que volvieran inmediatamente.

Entre otras consecuencias, unas 400 personas del Departamento de Salud Global que no estaban en plantilla acabaron en la calle y sin derecho a indemnización. Una de ellas, María A. Carrasco, sostiene, en conversación telefónica, que en USAID ―agencia que Musk ha definido como una “bola de gusanos”, llena de “liberales radicales”― “no había despilfarro”, y lamenta que se estén tomando decisiones “graves sin contar con los expertos”. Para probarlo, recurre al recorte de 10 millones de dólares de un programa de circuncisión voluntaria en Mozambique, una de las iniciativas a las que el DOGE aludió para ejemplificar la supuesta corrupción en el uso del “dinero de los contribuyentes estadounidenses”. “Lo que no dicen, porque no lo saben o porque no lo quieren saber, es que la ciencia ha demostrado desde principios de siglo que la circuncisión reduce el riesgo de contagio de VIH en un 60%”, explica esta trabajadora despedida.

La cuenta del DOGE en X, red social que también es propiedad de Musk, ofrece, junto a una web de diseño siniestro recién creada, ejemplos sin contexto como ese para demostrar los avances en su lucha por recortar el gasto y el poder del entramado de entidades federales independientes, muchas de ellas creadas en tiempos del New Deal de Roosevelt y a las que es habitual referirse, por el batiburrillo de sus siglas, como las “agencias de la sopa de letras”. En una entrevista conjunta con Trump en Fox News, el empresario ―que goza de un acceso sin precedentes a información confidencial de la misma Administración con la que sus empresas privadas hacen suculentos negocios― advirtió este martes que, “si la burocracia se opone a la voluntad del pueblo e impide que el presidente ponga en práctica lo que el pueblo quiere”, entonces Estados Unidos es “una burocracia y no una democracia”.

En otra aparición conjunta en el Despacho Oval, Musk había avisado la semana anterior de que en ese proceso de recortes podrían producirse “errores”, cuando una reportera le preguntó por una supuesta partida de 100 millones de dólares aprobada en tiempos de Joe Biden que el equipo de Trump dijo que había que eliminar porque era para comprar “condones para Gaza”. El dueño de Tesla reconoció que eso era un bulo, lo que no impidió que Trump lo haya repetido varias veces.

Además de los fallos y las mentiras (como que hay millones de ciudadanos muertos cobrando su pensión), en las comunicaciones del DOGE también se cuelan las exageraciones. Musk y los suyos aseguran haber ahorrado al Gobierno federal 55.000 millones de dólares a base de reducir personal y rescindir contratos, pero un examen llevado a cabo por varios medios estadounidenses de las pruebas aportadas concluyó que la cuenta está plagada de suposiciones incorrectas, datos obsoletos y errores. Uno de los más sonrojantes se refiere a la cancelación de un contrato de, según el DOGE, 8.000 millones de dólares, cuyo valor real era de ocho millones.

Pese a esos patinazos, Musk goza de la simpatía de quienes (no solo en EE UU) sospechan por defecto del empleo público. En el mundo MAGA (siglas del lema trumpista Make America Great Again, Hacer a América grande de nuevo), directamente idolatran al empresario. Una multitud lo recibió el jueves en la Conferencia Política de Acción Conservadora como a una estrella del rock cuando salió al escenario, después de que el presidente argentino, Javier Milei, le entregara una motosierra (“la motosierra de la burocracia”) y antes de que el ideólogo nacionalpopulista Steve Bannon hiciera algo que pareció un saludo nazi. De las conversaciones con los asistentes a esa convención trumpista emergió el retrato de un tipo “extremadamente inteligente” que se está sacrificando por su país en lugar de vivir la plácida vida del hombre más rico del mundo. En su intervención, Musk aseguró que su objetivo es “hacer bien las cosas, pero también pasarlo en grande” con su particular aplicación de la doctrina del shock, que el experto en desigualdad Chuck Collins, crítico con el magnate sudafricano, compara con su estrategia cuando compró Twitter (ahora X) en 2022 y echó al 75% de la plantilla como “un acto de purificación”.

De momento, las dudas sobre si los experimentos de Silicon Valley sirven para el Gobierno de Estados Unidos parecen estar pasando factura a la popularidad de Trump. Obtuvo un inequívoco triunfo en las urnas tras una campaña en la que prometió meterle mano a un cuerpo funcionarial “fuera de control” y empezó su segunda Administración batiendo sus propios récords con una aprobación algo por encima del 50%. Pero un mes después, según una encuesta de Ipsos, esta ha caído a un 45%. El sondeo también preguntaba por Musk: solo un 34% está satisfecho con su papel en el Gobierno, el mismo porcentaje que teme que esté recortando programas gubernamentales esenciales.

Una placa que dice "Este es mi lugar feliz", sobre el alféizar de la ventana de la casa de K. Waye en Damascus (Maryland), el viernes 21 de febrero de 2025.
Una placa que dice "Este es mi lugar feliz", sobre el alféizar de la ventana de la casa de K. Waye en Damascus (Maryland), el viernes 21 de febrero de 2025.Gabriela Passos

Su figura se ha convertido en el blanco predilecto, por encima de Trump, de las críticas de un Partido Demócrata ausente, aún noqueado por la derrota de noviembre, así como de las organizaciones en defensa de los derechos civiles, que han organizado esta semana decenas de actos de protesta por todo el país. El principal fue una concentración el lunes, festivo del Día de los Presidentes, frente al Capitolio. La convocaron para denunciar tanto el “asalto al poder” de alguien (Musk) al que nadie ha votado como las “veleidades monárquicas” de Trump, y para exigir al Congreso que haga algo para pararles los pies.

DOGE, un “experimento necesario”

Para Holman Jenkins, columnista de The Wall Street Journal, tanta “histeria”, compartida por “los medios reaccionarios de Washington”, es la prueba de que el de Musk es “un experimento necesario”. Otro de los articulistas del diario conservador, William McGurn, celebra, por su parte, el ataque a unas agencias federales “creadas para socavar el poder presidencial”. Tras el argumento de McGurn, subyace una oscura teoría juridica (la “teoría ejecutiva unitaria”), alumbrada en tiempos de Reagan y ahora resucitada, que propone una lectura amplia de los poderes presidenciales.

Esta semana, Trump firmó un decreto que pone bajo la supervisión de la Casa Blanca a las agencias independientes, mientras medios como The New York Times y The Atlantic alertan de la incubación de una “crisis constitucional” que pone en peligro la separación de poderes y agrava la perspectiva de que el presidente no acate las decisiones judiciales en las decenas de procesos iniciados por todo el país para parar su agenda.

“Seremos al menos tan persistentes como ellos. Como funcionarios, nuestra naturaleza es resiliente”, advierte Alissa Tafti, presidenta de la rama local de la Federación Estadounidense de Trabajadores Federales. Es el mayor sindicato de empleados públicos del país y figura como demandante en varias de las querellas contra las decisiones del DOGE, entre ellas, la que ordena el despido de todos los empleados en periodo de prueba o el decreto que elimina la protección que da algo llamado Anexo F ante las resoluciones laborales motivadas políticamente. El resultado de esa hiperactiva resistencia en los tribunales es una jungla de casos a los que es difícil seguir la pista y cuyas decisiones a veces se contradicen: un día los funcionarios celebran la prohibición judicial a Musk de acceder a los archivos del Departamento del Tesoro y otro, una jueza de Washington rechaza impedir al DOGE el uso los datos de todas las agencias federales, necesario para poder llevar a cabo sus purgas.

La funcionaria de la CDC que recibió una carta de Musk por San Valentín ha escrito a dos bufetes para sumarse a las demandas colectivas que puedan surgir. No tiene mucha esperanza de que la readmitan, pero no pierde nada por intentarlo, aclara. Se agarra a uno de los dos motivos de apelación que el despido señala (el otro, el “estatus matrimonial”, no le sirve). “Dicen que se puede recurrir si te echaron por una motivación política. Me parece evidente que detrás de este plan la hay. Trump hizo campaña a costa de los funcionarios”.

Waye ya ha empezado a buscar trabajo, pero tampoco será fácil: la región que rodea a Washington se ha llenado de parados altamente cualificados. “Además, tengo que adaptar mi experiencia en el Gobierno al sector privado”, lamenta, “y me temo que la América corporativa habla un idioma muy distinto”.

Parece evidente que el Estados Unidos con el que sueña su presidente, también. Este sábado, Trump volvió a dejarlo claro al elogiar (en mayúsculas) el “GRAN TRABAJO” de Musk en un mensaje en su red social, Truth, en el que decía que le gustaría que el magnate se pusiera “MÁS AGRESIVO”. Solo así, concluía el republicano, “América volverá a ser” ―ya imaginarán cómo termina la frase― “grande de nuevo”

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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