Elon Musk es un reclamo para osos
El millonario aplica en el Gobierno el mismo plan que llevó a cabo en X, como si eso hubiese salido bien

Grafton es una pequeña ciudad de Nuevo Hampshire, al noreste de Estados Unidos, con unos 1.400 habitantes censados. A partir de 2004 fue el objeto de un experimento político que quiso convertir el municipio en un paraíso anarcocapitalista. Los promotores esperaban que todo el país se diera cuenta de que los impuestos son un robo, de que el intervencionismo estatal trae pobreza y de que es mejor dejarlo todo en manos de la iniciativa privada.
No les salió bien, como explica el periodista Matthew Hongoltz-Hetling en Un libertario se encuentra con un oso (Capitán Swing): Grafton acabó con carreteras llenas de baches, calles sin iluminar, los primeros asesinatos registrados en la ciudad y visitas de osos que atacaron a algún vecino, porque, sin normativa de residuos, la basura atraía a los animales.
El experimento de Grafton recuerda al que está intentando llevar a cabo Elon Musk en todo Estados Unidos a través de su departamento de eficiencia gubernamental (DOGE), que promete cientos de miles de millones en recortes. Musk lleva unas semanas eliminando todo lo que considera innecesario, como las ayudas a países menos afortunados, la financiación de la investigación médica y científica, el apoyo a los veteranos del ejército… Pero sin tocar (de momento) los contratos públicos de las empresas de Musk. Como resumía un titular de la revista Fortune compartido en BlueSky por el periodista Michael J. Stern: “Algunos trabajadores del Estado se están haciendo ricos a costa de los contribuyentes, dice Elon Musk, cuyas compañías han recibido al menos 20.000 millones de dólares del Gobierno”.
— Michael J. Stern (@michaeljstern.bsky.social) 19 de febrero de 2025, 6:29
El plan se parece al que llevó a cabo en Twitter: tras comprar la red social, despidió al 80% de los empleados. Pero hay (al menos) dos problemas con esto: primero, lo mejor que se puede decir de X es que sigue funcionando (que no es poca cosa). Pero incluso si obviamos los problemas de acoso y partidismo, la operación no ha sido un caso de éxito. Según la gestora de fondos Fidelity, X ha perdido un 70% de su valor desde 2022. Quizás a Musk le ha salido a cuenta, si miramos dónde está —en la Casa Blanca, nada menos—, pero desde un punto de vista empresarial, la compra ha sido un desastre. Es como si yo me caigo por la calle, me rompo la nariz y me encuentro un billete de 200 euros en el suelo. A lo mejor la jugada me ha salido bien, pero no puedo decir que el mejor truco para ganar dinero es romperse la crisma.
El segundo problema es que Musk actúa como si estuviera poniendo en marcha una utopía tecnoanarcocapitalista, un Grafton dopado y con motosierra en el que las decisiones de los líderes son más importantes que la democracia. Y eso, aparte de los conflictos éticos y de su posible ilegalidad, no es buena idea. En La sociedad abierta y sus enemigos, Karl Popper recuerda que el peligro de las utopías no es que su objetivo sea irrealizable (la democracia parecía imposible hace siglos, por ejemplo), sino que proponen reconstruir por completo la sociedad. Esto trae “consecuencias prácticas difíciles de calcular, dada nuestra experiencia limitada”.
Es lo que ocurrió en Grafton. Ninguno de los defensores de esta iniciativa libertariana pensaba que eliminar servicios públicos atraería a los osos. Pero los problemas sociales —como los de X— son muy complejos, bastante más que diseñar un cohete reutilizable o un coche eléctrico. No se trata de renunciar a las grandes ideas: Popper propone introducir avances poco a poco. Eso nos permite comprobar los efectos de nuestras decisiones y corregirlas si es necesario.
Además, una empresa y un país no son lo mismo. El sector público no debe tirar el dinero, pero puede permitirse apoyar ideas que aún no sabemos si serán un éxito o una estupidez. Los empresarios de Silicon Valley no suelen mencionar el origen de internet, que está en lo público: empezó como un proyecto del departamento de Defensa de Estados Unidos y varias universidades. Como ironiza en X el investigador en tecnología y diseño Kasey Klimes, si DOGE hubiera existido en 1969, el Elon Musk de turno se habría cargado la iniciativa: “¿Estamos gastando un millón de dólares de los contribuyentes para que los profesores puedan enviarse mensajitos?”.
"we're spending $1 million in taxpayer money so professors can mail each other little notes?? we have a post office—these toys for academics are emblems of waste"
— kasey (@kaseyklimes) November 18, 2024
—DOGE, 1969, killing arpanet https://t.co/lSdy5iDbAj
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