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Columna
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La emulación del mal

Cuando se creía superada la época de la guerra, los peores ejemplos del pasado regresan como modelo a seguir, ahora y en el futuro

Guerra Israel- Hamás
Palestinos buscan víctimas en el lugar de los ataques israelíes contra el campo de refugiados de Jabalia, en el norte de la Franja de Gaza, este martes.Anas al-Shareef (STRINGER/REUTERS)
Lluís Bassets

La guerra es injusta por definición. Todas lo son, con independencia de sus causas y de los argumentos que las acompañen. Al menos para lo que más importa, como son las víctimas inocentes, los jóvenes obligados a arriesgar o a perder su vida, sus familias y amigos y el futuro de la sociedad entera. Pero es de justicia defenderse ante un ataque, como hizo Ucrania frente a Putin, en un acto eficaz de coraje colectivo. Como justa fue la respuesta inicial de Israel a la penetración de Hamás en su territorio y al exterminio de la población civil que encontró a su paso.

Aun teniendo la razón para la guerra defensiva, cuesta creer que se pueda librar una guerra entera y ganarla sin desbordar los límites de la justicia, pero esta es la obligación que deben atender los ejércitos profesionales y, sobre todo, el poder civil al que sirven. Las investigaciones de la Corte Penal Internacional cuentan con una abrumadora documentación sobre el comportamiento criminal de las tropas rusas en Ucrania, pero también las ucranias han sido involucradas en actos penalmente reprobables que están siendo investigados.

Tan importante como que sean justas las razones y los métodos, es que sea también justa la paz que luego se imponga. No será justa ni legítima una guerra de la que nazca un régimen peor, en vez de la paz, la estabilidad y las condiciones de vida decente para todos, también para los derrotados.

La segunda guerra de Irak fue injusta desde el principio, con la fabricación de pruebas falsas sobre las armas de destrucción masiva para justificarla. Lo fue por la forma como se libró, significada por las torturas de Abu Ghraib y el régimen de detención infinita de Guantánamo. Y luego por el resultado miserable de la victoria de George W. Bush para el país y la región entera. La de Afganistán, que pudo ser justa en su origen en respuesta a los ataques de Al Qaeda el 11-S, se fundió con la de Irak en injusticias y la superó en la miseria de la postguerra, con el regreso de los talibanes y la catastrófica salida de Estados Unidos.

Es difícil que alguien ponga hoy en duda la guerra justa de los Aliados contra el totalitarismo nazi-fascista, su militarismo, su racismo y su antisemitismo genocidas, o que se impugne la justicia y el éxito de la postguerra mundial en Alemania y en Japón, pero es evidente que los métodos empleados no fueron siempre justos. Nadie se atreve hoy a declarar justos los bombardeos aéreos británicos que destruyeron las ciudades alemanas ni el arma atómica estadounidense lanzada sobre Hiroshima y Nagasaki.

Son antecedentes bien vivos, en los que Rusia se escuda para justificar la actual brutalidad de sus guerras. Y también lo hace Israel cuando se remite a los ataques del 11-S y al Holocausto del pueblo judío para exigir manos libres en el asedio sobre Gaza y los bombardeos sin límite sobre su población civil. Cuando se creía superada la época de la guerra, los peores ejemplos del pasado regresan como modelo a seguir, ahora y en el futuro. Es la emulación del mal, en nombre de la claridad moral, nada menos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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