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De la ‘traición’ de Barnier al órdago de Sánchez

Fue la Abogacía del Estado la que vio el gol que le habían colado a España, aunque el Gobierno tardó varios días en reaccionar. El presidente, que al principio aplaudió el acuerdo, jugó fuerte y cree haber ganado

Josep Borrell saluda a Michel Barnier el pasado lunes en Bruselas junto al secretario de Estado, Marco Aguiriano (izquierda). En vídeo, declaraciones de Pedro Sánchez sobre Gibraltar.Foto: atlas | Vídeo: OLIVIER HOSLET (EFE) / ATLAS

El jueves 15 de noviembre, el secretario de Estado para la UE, Marco Aguiriano, comparecía ante los periodistas y calificaba de “éxito” el acuerdo sobre el Brexit entre la UE y Reino Unido. “No puede ser perfecto”, reconocía el alto cargo de Exteriores responsable de las relaciones con la Unión, pero todas las peticiones planteadas por España habían sido atendidas, remataba. Desde Guatemala, Pedro Sánchez consideraba “razonable” el pacto.

El lunes 19, el jefe de la diplomacia española, Josep Borrell, amagaba por vez primera en Bruselas con la posibilidad del veto. ¿Qué pasó en esos cinco días para un cambio tan drástico? Eran 585 páginas, y la bomba estaba al final, en el artículo 184 de 185. Fuentes del Gobierno admiten que les pilló por sorpresa. Los expertos españoles no buscaban un artículo nuevo, del que nadie les había avisado. Se habían concentrado en comprobar que el protocolo sobre Gibraltar quedaba punto por punto tal como se había pactado a tres bandas con la Comisión Europea y Londres. Nada que objetar.

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Fueron los abogados del Estado, que lo leen todo con mucha calma, quienes se dieron cuenta del problema. Recibieron el texto el 14, y el jueves 15 ya avisaron de que le veían un problema importante. Pero el informe definitivo llegó el 18, el domingo, un día antes de que Borrell hiciera saltar todas las alarmas. A leer entero el acuerdo, los abogados del Estado vieron que en el 184, que vincula el acuerdo de retirada con la futura relación de Reino Unido con la UE, aparecía una expresión jurídicamente problemática: “respetando plenamente los respectivos ordenamientos legales”. Y resultaba aún más inquietante al vincularla con el artículo 3 del tratado, que incluye a Gibraltar dentro de la expresión “Reino Unido”, a pesar de que el Peñón no forma parte del mismo, sino que es una colonia británica. La Asesoría Jurídica del Ministerio de Exteriores confirmaba la sospecha de que Londres podría pactar el futuro estatuto de Gibraltar con la UE sin el visto bueno de España, tal como se acordó en las directrices (guidelines) de la negociación del Brexit. Los servicios jurídicos de la Comisión lo negaron.

Había un agravante político. El artículo 184 no figuraba en los borradores que el equipo negociador del Brexit, dirigido por Michel Barnier, había ido remitiendo a las capitales europeas. Surgió como una seta en el texto definitivo distribuido el miércoles 14. Pero lo que más irritó en Madrid fue enterarse de que la primera ministra Theresa May sí lo tenía con antelación y lo había puesto en conocimiento del ministro principal de Gibraltar, Fabian Picardo. Que un gran país de la UE tuviera menos información que un enclave colonial resultaba difícilmente soportable. Aguiriano denunció que la Comisión había actuado “con nocturnidad y alevosía” y el presidente Sánchez apuntó a Barnier, sin citarlo, al advertir de que alguien no había hecho su trabajo en Bruselas. El Gobierno español evita oficialmente cualquier tipo de autocrítica y apunta a Barnier, pero otras fuentes del Ejecutivo sí admiten que se tardó demasiado en encontrar el fallo.

El viernes, cuando los abogados del Estado ya habían dado el primer aviso, se encienden las primeras alarmas en la Comisión Europea sobre un posible problema con España. Fuentes comunitarias recuerdan que ese día su presidente, Jean-Claude Juncker, ya es “consciente” de que la repercusión del acuerdo de salida en el estatus de Gibraltar inquieta a Madrid. El domingo 18 el problema salta durante una reunión a puerta cerrada de los embajadores de los Veintisiete. “Fue un debate vivo”, describe una fuente presente. Otra fuente es menos diplomática y describe como “brutales” las intervenciones de la delegación española.

El lunes España decide jugar fuerte. Borrell plantea el veto. Barnier comprende el peligro y acepta que la negociación corre el riesgo de estrellarse. España logra que las gestiones ya no las lleve él, que queda abrasado, sino Juncker. Los españoles creen que la obsesión de Barnier por suministrar a May toda la munición posible para vencer a los enemigos del pacto dentro de sus propias filas abrió paso al fiasco.

Amenaza de veto

Sánchez va subiendo cada día el nivel del órdago. Sabe que May necesita el acuerdo y juega fuerte. La inquietud de la primera ministra es evidente. “May se pasó el martes en el Berlaymont (sede de la Comisión)”, recuerdan fuentes comunitarias. May se reúne con Juncker, pero el acuerdo del Brexit se atasca en el peor momento para los intereses de la líder británica.

El miércoles 21, el bloqueo alcanza cotas alarmantes. La reunión de la Comisión Europea no logra un acuerdo sobre la Declaración Política. Juncker cancela un viaje a Canarias. Sánchez, otro a Islandia previsto para mañana. El riesgo de hundimiento del Brexit es demasiado alto. La tensión va a más y al final de la jornada May y Sánchez hablan por teléfono para desactivar la crisis. Sin éxito. Berlín advierte que si no se zanjan las diferencias, Merkel ni siquiera acudirá a la cumbre europea de hoy. Y Alemania exige un acuerdo sobre la Declaración Política el jueves como muy tarde.

El jueves, desde La Habana, Sánchez insiste: no hay acuerdo. Vetará. El viernes, públicamente lo mantiene, pero en privado algunas conversaciones empiezan a mostrar que puede haber algo de espacio. “El viernes Londres asume que vamos en serio”, explican fuentes del Gobierno. Por la noche hay negociaciones intensas. El sábado, Sánchez y su equipo aterrizan en Madrid a las 9.00 entre la niebla y casi todos se van directamente a La Moncloa. Ahí llega el ultimátum definitivo. Si a mediodía no hay acuerdo, la cumbre se suspende.

España quiere una carta inglesa. José Manuel Albares, el sherpa de Sánchez, multiplica sus llamadas y mensajes con la jefa de gabinete de Juncker. Se cruzan borradores de la carta británica. Se piden algunas correcciones que se aceptan finalmente. La hora límite se acerca, pero el pacto está ya casi cerrado.

Finalmente hablan el presidente del Consejo, Donald Tusk, y Sánchez, a las 14.00, para cerrar definitivamente la triple garantía. Nada más colgar, el polaco convoca a los primeros ministros a la cumbre del domingo y Sánchez a los medios para comparecer a las 15.00. El acuerdo está hecho.

El alivio del equipo de Tusk es visible. Las sonrisas y las bromas se suceden. El primer abismo del Brexit se ha evitado. La cuenta atrás hacia el 29 de marzo puede comenzar.

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