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La serena colonia británica

Curtidos en disputas soberanistas, en Gibraltar asisten a las negociaciones entre la resignación y la preocupación

Jesús A. Cañas
Una calle de Gibraltar, el pasado jueves.
Una calle de Gibraltar, el pasado jueves.Marcos Moreno (EL PAÍS)

El diablo está en los detalles reza un viejo refrán anglosajón. Hay quien invoca ese dicho, preocupado por cómo los más de 14.000 trabajadores transfronterizos (8.700 de ellos españoles, según Gibraltar) se verán afectados por los acuerdos en torno al Brexit. Y hay quien cree, resignado, asistir a un teatro con tintes electorales.

A la sombra del Peñón, el día a día sigue su curso con apariencia de normalidad. “El marco normativo cambiará y hay que reinventarse de la noche a la mañana. Hay incertidumbre y temor sobre cómo afectará a la vida diaria. Pero lo estamos llevando con una madurez y serenidad ejemplar. El pueblo no se ha metido deprimido en un boquete y eso es de agradecer”, reconoce un exministro gibraltareño que prefiere que no se cite su nombre.

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Y eso que lo que ocurrió en Gibraltar en junio de 2016 no fue nada fácil de asumir para sus más de 33.000 habitantes. El 95% de ellos votó a favor de permanecer en la UE y, con el Brexit confirmado, han tenido más de dos años para asumir que su salida de la Unión Europea depende de unas negociaciones muy complicadas.

El propio ministro principal de Gibraltar, Fabian Picardo, había manifestado su optimismo por los acuerdos que regirán las relaciones bilaterales en cuestiones concretas como el paso de la frontera, el medio ambiente o el precio del tabaco. De ahí el temor suscitado esta semana ante la amenaza de veto al acuerdo por parte española.  Para Loren Periáñez, vicepresidente del Grupo Transfronterizo sobre Gibraltar, “España tenía que dar la imagen de estar peleando”.

Las palabras del presidente español sobre la posibilidad futura de hablar con Reino Unido de la “cosoberanía” auguran una nueva escalada dialéctica con Gibraltar. Este mismo sábado Picardo aseguraba que no habrá declaración española que pueda cambiar la soberanía británica del Peñón.

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En el Grupo Transfronterizo prefieren mantenerse al margen de cuestiones políticas, pero recuerdan las consecuencias prácticas de las negociaciones. “Mientras los partidos hablan en clave electoral, la ciudadanía percibe más inseguridad. Todo lo de arriba tiene consecuencias a nivel humano”, reconoce el sindicalista gibraltareño y presidente del grupo, Lionel Chipolina. Por su parte, Periáñez aporta un ejemplo: “La libra ha perdido valor estos dos años y eso es malo para los trabajadores españoles porque pierden poder adquisitivo. Espero que con el desbloqueo de España, la libra suba mañana”.

Es el frágil equilibrio al que se ven sometidos los empleados del Campo de Gibraltar y el que provoca el temor con el que, desde 2016, convive Inmaculada, una limpiadora de La Línea que cada día cruza la frontera para trabajar en nueve casas. Cobra 10 libras (11,3 euros) la hora, aunque no está dada de alta en la Seguridad Social y está preocupada por su situación cuando el Brexit se materialice. “Es una incertidumbre. No creo que lleguemos al cierre de la frontera de 1969, pero ahí está la duda”, reconoce mientras atraviesa el paso.

La trabajadora alude al cierre decretado por el dictador Francisco Franco entre 1969 y 1982. El gibraltareño Humberto Aguilera, de 69 años, es aún más pesimista: “Confiamos en el Gobierno inglés porque el español no tiene miramiento ninguno. Como lo hicieron con Franco, lo hacen de nuevo. Son el mismo perro con distinto collar [en referencia al cambio del PP al PSOE]”.

A pocos pasos, Kyle Sivers, nacido en el Peñón hace 30 años, también censura la actitud de España. “En el Gobierno son unos agresivos. Esa actitud no conviene a nadie. Solo hay que ver lo que está ocurriendo en Cataluña. Si no fuese por nosotros, de Cádiz a Málaga se morirían de hambre”, tercia antes de continuar su paseo. La vida sigue su curso en Gibraltar, pese a la desconfianza y la resignación. “Tenemos que confiar en que los negociadores estén en lo cierto. Luego veremos qué acuerdan. El demonio está en los detalles. Son aguas desconocidas hasta para quien lleva el timón”, zanja sombrío Chipolina.

Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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