Bill Gates cree que tenemos que comer carne artificial. ¿Dejará de tener sentido el chuletón de ternera?
La llamada carne de laboratorio va estando más cerca de convertirse en una realidad barata y cotidiana. Los adversarios de lo artificial recelan
Hace año y medio, los cosmonautas rusos de la estación espacial internacional se imprimieron unos bistecs, cortesía de la empresa israelí Aleph Farms. Probablemente fueron los filetes más caros del mundo, puesto que para obtenerlos hizo falta que la marca extrajese células de una vaca vía biopsia, las introdujese en un vial junto con un líquido nutriente y las enviase con el Soyuz MS-15 fuera de la órbita de la Tierra. Una vez allí, los cosmonautas la introdujeron en una bioimpresora 3D. ¿Se los hicieron después al punto con un poco de sal líquida (la que se consume en el espacio)? No exactamente, los enviaron de vuelta a la Tierra, ya que el objetivo de todo el experimento era demostrar que se puede cultivar carne hasta en las circunstancias más adversas.
La llamada carne de laboratorio va estando más cerca de convertirse en una realidad mucho más barata y cotidiana. Singapur se convirtió este año en el primer país en aprobarla para consumo humano; en Tel Aviv hay desde noviembre un restaurante que sirve hamburguesas de pollo sintéticas y en España existen ocho empresas que acaban de recibir una inyección pública de 3,7 millones de euros en la carrera por comercializar carne de laboratorio asequible. El método es similar en la mayoría de los casos, explica Pedro Prieto, director gerente de Be Food Lab, dedicado al desarrollo de alimentación saludable utilizando la tecnología: “A través de una muestra de tejido muscular de la vaca obtenida por una biopsia, se aíslan las células que son las que tienen la capacidad de multiplicarse y se llevan a unos biorreactores, que contienen un medio de cultivo específico y se obtiene un conjunto de células a las que posteriormente se puede añadir algún ingrediente saborizante o texturizante”.
Bill Gates, que es desde hace años inversor en las cuatro empresas más potentes del sector de la carne artificial (Impossible Foods, Beyond Meat, Memphis Meats y Hampton Creek Foods), dijo en febrero en una entrevista con la revista del MIT, el Massachusetts Institute of Technology, que en su opinión todos los países desarrollados deberían pasarse al 100% a la carne artificial. “Al cambio de sabor te puedes acostumbrar y la idea es que mejore con el tiempo. Al final, la diferencia de precio será lo suficientemente modesta como para cambiar el comportamiento del consumidor, o se pueden usar regulaciones para cambiar completamente la demanda”, declaró Gates, quien reconoció que no hay una política más impopular que “decirle a la gente que no puede tener vacas”.
Si deja de ser necesario matar animales para comer carne, como parece probable que suceda a medio plazo, ¿se convierte esa opción en un gesto puramente sádico? Algo así se preguntaban recientemente un economista, Jan Dutkiewicz, y un humanista centrado en asuntos de alimentación, Gabriel N. Rosenberg, en la revista The New Republic y concluían que, en esencia, sí. A Óscar Horta, filósofo y profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, esta no le parece la pregunta correcta. “Es una valoración del carácter moral de las personas y no tengo ningún interés en juzgar las conductas concretas. Lo que sí me interesa es saber si lo que estamos haciendo tiene consecuencias negativas o no, y está claro que sí. Comer carne supone hacer que los animales sufran terriblemente y que mueran”. Aunque ya existen alternativas (comer garbanzos, por ejemplo), a Horta no le parece mal que se produzca toda esa inversión e incentivos legales si así se deja de sacrificar animales para el consumo humano. Su amigo y colega, el filósofo estadounidense Jeff McMahan, profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Oxford, ha escrito de manera extensa sobre la ética del vegetarianismo y el problema moral de comer animales —en su libro Eating Animals the Nice Way (Comer animales de buena manera, no traducido al español) fulmina a los que llama “omnívoros benignos” que dicen comer solo carne de animales criados en condiciones dignas— y cree que la proliferación de la carne cultivada sí altera fundamentalmente la dimensión moral de la cuestión. “Comer carne es innecesario en casi todos los aspectos que se asocian con esa actividad, para el placer o para la nutrición. La gente dice que no obtiene el mismo placer si deja de comer carne, pero si ahora sabemos que eso se puede lograr sin criar y matar animales, el placer se convierte en injustificable. Los que piensan que comer carne es más agradable que comer plantas se han quedado sin esa excusa”, añade McMahan por videoconferencia. De entrada, ni Horta ni McMahan tienen ninguna intención de comerse unos bocaditos de pollo de McDonald’s. “No veo razones para no hacerlo, pero me parece un poco mórbido. Llevo siendo vegetariano, y después vegano, desde 1972, cuando fui a estudiar a la universidad, y no siento que me haya perdido nada, no creo que mi vida haya tenido menos calidad por eso”, apunta el británico. En su opinión, no existen “pensadores serios” que hayan hecho una defensa moral del derecho de comer carne animal. La principal oposición proviene de la industria ganadera, apunta, y de aquellos que sienten aprensión ante un alimento de origen “no natural”, algo que resumió el ministro de Agricultura francés, Julien Denormandie, el pasado diciembre, cuando Singapur legalizó la carne de laboratorio. Tuiteó: “¿Es esta la sociedad que queremos para nuestros hijos? La carne viene de la vida, no de los laboratorios”. Y aseguró que, si es por él, en Francia la carne seguirá viniendo de las vacas y los cerdos. En EE UU, el tema se mezcla también con política: hace dos semanas circuló un bulo que acusaba a Joe Biden de tratar de reducir el consumo de carne como parte de su lucha contra el cambio climático.
Según un estudio de la consultora AT Kearny de 2019, el consumo mayoritario de carne artificial en países desarrollados tardará en llegar, pero para 2040, el 40% de la carne consumida sí podría ser celular o artificial. Estela Díaz Carmona, profesora de la Universidad Pontificia de Comillas que ha estudiado el perfil de los consumidores éticos y el veganismo, intuye que los primeros adoptadores masivos no serán veganos ni vegetarianos —que además pueden tener reparos con el origen animal de las células—, sino omnívoros que pueden considerarla más saludable y beneficiosa para el planeta, aunque reconoce que dependerá de cómo se venda y con qué sello. También cree probable que atraiga más a mujeres que a hombres. “Está muy estudiada la relación de la masculinidad con la ingesta de carne y hay más mujeres animalistas; les afecta más el maltrato animal”, señala. Prieto, de Be Food Labs, cree que hay que diferenciar entre los que estarían dispuestos a probarla (el 40% de los consumidores, según sus estudios) y los que la comprarían de manera regular. “Los que nosotros llamamos la generación P, de propósito, que tienen alta conciencia medioambiental y están interesados en las innovaciones, podrían estar interesados”.
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