Las tareas más odiosas y aburridas de la cocina
Del lavado de la lechuga al rallado de la zanahoria pasando por el vaciado del lavavajillas, recopilamos las labores menos apetecibles a las que te puedes enfrentar cuando cocinas
Hace unas semanas bajé a la frutería de mi calle, elegí dos manojos de espinacas y el frutero amablemente me ofreció: “¿No te quieres llevar tres? Hay tres por dos”. Caí en su estrategia de marketing, y en cuanto puse un pie en la calle me arrepentí: me esperaban un montón de hojas sucias de espinaca que debería lavar a conciencia, escurrir y guardar, una danza culinaria que detesto con letras mayúsculas, de color rojo y en luces de neón.
En un descanso de mi aborrecida tarea, se me ocurrió preguntar a mis seguidores de Instagram –cual influencer, sin ser yo nada de eso– cuáles eran las tareas que consideraban más tediosas o aburridas de la cocina. Descubrí que había un montón de cosas que nos molestan y que tenemos guardadas en nuestro interior, así que pregunté a mis compañeros comidistas por aquellas labores culinarias que los aquejan con la esperanza de que esta catarsis sirva para el bien común, para que el tedio nos haga sentirnos más unidos los unos con los otros o simplemente para echarnos unas risas (que tampoco nos viene mal).
Vaciar el lavavajillas
A nuestro cabecilla Mikel López Iturriaga le llena de hastío vaciar el lavavajillas: “Todavía recuerdo con horror las tres millones de veces que tuve que vaciar el friegaplatos durante el confinamiento de 2020, cuando teníamos que hacer las tres comidas del día en casa. Bueno, igual no fueron tantas, pero me da igual: llenar este aparato de vajilla sucia no me supone ninguna carga, incluso me entretiene el desafío del puzzle para que quepa todo, pero vaciarlo... Cada vez que voy a meter algo en el lavavajillas y me lo encuentro lleno, soy el meme del perro que dice ‘Ay no’, y hago como que no me he dado cuenta con la esperanza de que pase por ahí mi marido y lo vacíe él”.
Comparto su disgusto por esta tarea porque era algo que mi madre me pedía que hiciera a menudo cuando yo era adolescente –y lo odiaba con todas mis fuerzas–, no sé muy bien si porque ella lo aborrecía también o si estaba preparándome de forma inteligente para la emancipación. De aquello no saqué ningún truco para hacerlo más rápido o convertirlo en algo más divertido, pero me enseñó a apreciar el lavavajillas que no tuve en todos mis pisos de estudiante posteriores.
Lavar verduras de hoja
Todo apunta a que nos hemos vuelto un poquito hidrofóbicos porque no solo no nos gusta fregar sino que, tal y como relataba al inicio, también aborrecemos lavar verduras. La dietista-nutricionista y tecnóloga de alimentos Beatriz Robles –quien pide que pixelemos su avatar– confiesa: “desde mi atalaya de seguridad alimentaria doy la brasa con algo que yo aborrezco, odio, detesto y abomino, que es lavar y desinfectar las hortalizas que nos comemos crudas. Las de hoja, llenas de escondrijos, valles y colinas donde me imagino hordas de bacterias patógenas descojonándose de mis intentos de atacarlas con el agua del grifo seguida de su posterior remojado con ‘4,5 ml de lejía apta para desinfección del agua de bebida por cada tres litros de agua’. Total, que se lo encalomo al primero que pase (siendo dos en casa, la cosa no es fácil) o trato de escaquearme en casa ajena, siempre tras haber dado la chapa con lo importantísimo que es hacerlo”. ¿En casa de herrero, cuchillo de palo?
Mikel López Iturriaga, quien también odia lavar lechuga y similares, admite haber cedido alguna vez a la tentación de comprar ensalada en bolsa, aún siendo “insípida, ecológicamente incorrecta y económicamente absurda”. Sin embargo, añade: “después de conseguir un centrifugador de ensaladas grande y eficaz, lavo toda la lechuga de una vez, y las hojas que no consumo las guardo en un táper con papel de cocina abajo y arriba, para alargar al máximo su conservación. No te libras del marrón de lavar, pero al menos sólo te enfrentas a él de tanto en cuanto”. Como integrante del Club de Personas que Odian Lavar Hojas que me considero desde hace varios años, aplico ese mismo consejo para cualquier otra hoja comestible, desde espinacas hasta las hojas de la remolacha.
Limpiar pescado... o borraja
“Seré vasca, pero eso de limpiar las antxoas de Ondarroa como si no hubiera un mañana y sacarles las tripas a los txipis y darles la vuelta como a un jersey para hacerlos en su tinta es algo que entre me disgusta y me aburre. Y pelar judías verdes: los filamentos de los laterales me sacan de quicio. No terminan nunca. Me hacen pensar en el número googolplex y al Carl Sagan de los 80 desenrollando el papel en el que lo ha escrito”, cuenta la periodista Lakshmi Aguirre. No es la única norteña impaciente: Claudia Polo, compañera zaragozana de El Comidista, confiesa que le da tremenda pereza limpiar borraja o cardo, “los pinchos, las hojas grandes… En mi casa siempre se han dejado impolutas, retirando todos los hilos duros. Es una tarea a la que aragoneses y navarros debemos enfrentarnos durante varios meses del año (además, no es que la temporada sea corta). La única forma de escaquearme es ir a comer a casa de mis padres y que lo haga papá”.
Rallar zanahoria
“En el infierno te están esperando con un rallador y 10 kilos de zanahoria”, me dijo un amigo confesando su odio por rallar y un hilito de sudor frío recorrió mi espalda. Hay algo de esta tarea que nos hace suspirar, quizás el movimiento repetitivo o que no hay manera de que algún hilillo de queso, zanahoria, remolacha o lo que sea que estés rallando salte hacia algún rincón lejano de la cocina. “Yo también odio rallar hortalizas”, dice nuestra editora Mònica Escudero, “me da un palo mortal tener que hacer la ecuación mental para descifrar hasta dónde puedo seguir rallando la zanahoria sin dejarme parte del dedo en el proceso”.
Mònica resuelve su drama dejando siempre un trocito cortado a cuchillo, “que además da juego por la diferencia de la textura”. Otras soluciones posibles: si sueles consumir mucha zanahoria en ensalada, ralla varias de una vez y guárdalas ralladas en un táper con papel de cocina en la base y por encima; y si tienes un procesador de alimentos, recurre a él, el resultado no es el mismo pero el brazo no se te fatiga.
Pelar ajos (y perseguir sus ‘pelarzas’)
La naturaleza fue sabia poniéndole pieles y cáscaras a los alimentos para protegerlos del mundo exterior, pero no nos otorgó a los humanos la paciencia suficiente para enfrentarnos a algunas de ellas. David Remartínez, periodista y escritor, tiene una cruzada con los ajos. “Pero no por los ajos, que no puedo vivir sin ellos, sino por las pelarzas”, explica. “Los prenso primero, sin aplastarlos, para pelarlos mejor. Luego los pelo con mimo, procurando que no se me pegue nada a los dedos, y voy acumulando las pieles en una montañita que coloco todo coqueto en un extremo de la tabla de cortar. Pero, en cuanto me despisto, sin saber qué diablo doméstico las ha tocado o soplado, las pieles empiezan a escapar de una en una. Miro, y hay menos. ¿Dónde leches están el resto?”. “Durante los minutos posteriores, las horas; a veces incluso días, van apareciendo en los rincones más insólitos de la cocina: por el suelo, en el cajón de los cubiertos, escalando las paredes de los robots”, continúa Remartínez en pleno subidón apocalíptico. “He llegado a toparme con pelarzas en el dormitorio. Así que desde hace tiempo estoy convencido de que los ajos son parientes del caracol o de algún insecto montaraz, y que sus pelarzas pegajosas adquieren vida propia una vez liberadas. Porque siempre que pelo ajos luego me paso 10 veces más tiempo encontrando y tirando a la basura sus exoesqueletos que lo que he tardado pelando y picando su delicioso interior. Lo que me repite a mí no es el ajo, en definitiva, sino sus puñeteras pieles migratorias”.
Pelar piña y calabaza
Mikel López Iturriaga manifiesta su odio por pelar en el mundo frutícola, especialmente hablando de piñas. “Si la pelas muy superficialmente, se queda llena de trozos duros. Si la pelas más profundamente, adiós media piña. ¿Qué retorcida broma de Dios fue ponerle a esta fruta esa especie de ojos de corteza que se clavan dentro de su pulpa? No me vengáis con que hay aparatos y trucos en YouTube para esquivar esta dificultad, porque los he probado y no funcionan. Otra fruta que me agota es el paraguayo, diseñado por el Todopoderoso para que tardes unas 10 veces más en pelarlo que en comerlo (y no, no me lo puedo tomar con piel porque el terciopelo en la boca me da toda la dentera)”.
Por último, con casi total seguridad, una tarea a la que todos alguna vez nos hemos enfrentado con fastidio: pelar calabaza. “Mi archienemiga en las tareas mecánicas de cocina es la calabaza”, explica el periodista Anxo F. Couceiro. “No soporto pelarla; de hecho, me parece inconcebible que asumamos como algo natural que su árido y peligroso despelleje nos corresponde a nosotros, los humanos, en lugar de a las máquinas”.
“Si no fuera por la lamentable conciencia ecológica de mi media y conviviente naranja, compraría esas bandejas plastificadas que traen la calabaza en trozos ya pelados”, confiesa Couceiro. “Soy una persona extremadamente torpe que atrae la fatalidad: si algo puede romperse, en mis manos se romperá. Me resbalo en las piscinas, piso los charcos cuando llueve, me pincho cada vez que agarro una rosa, y no son pocas las veces que rebano pequeñas pielecillas de mis blancos, blancos dedos al pelar patatas con el aparentemente inofensivo pelador. Puedes entender las gotas de sudor frío que zigzaguean por mis sienes cada vez que me enfrento a la piel petrificada de la calabaza con un cuchillo adaptable a las manos de Michael Myers”.
Para pelar calabaza, una tarea que yo también detesto, sí hay algunos consejos útiles: en primer lugar, básico basiquísimo, usar un cuchillo afilado; en segundo lugar, si la que vas a pelar es una calabaza tipo violín, optar por un cuchillo serrado como el de pan; en tercer lugar, si la receta lo permite, pelar la calabaza una vez cocida –horno, microondas, hervida, etc– porque la piel se retira de manera mucho más sencilla; y cuarto, recurrir al truquito que te contamos en este vídeo.
La pelea de pelar huevos
Hablando de pelar… ¿Quién no detesta pelar un huevo cocido y que se venga toda la cáscara con el huevo pegado? Pues es un mal bastante evitable ya que suele ocurrir cuando los huevos no son frescos o cuando no has cortado la cocción con agua fría. Otra cosa que nos crispa los nervios de los huevos es cuando se resquebrajan al meterlos en el agua hirviendo y dejan salir la mitad de su clara, algo que también se puede evitar si no metes los huevos en el agua caliente directamente desde la nevera. Para más dramas sobre huevos, consulte “Huevo duro: cómo lograr que quede perfecto y qué hacer con él”.
Cortar zanahoria
Muy unido a lo tedioso que es pelar calabaza está cortar verduras duras, algo que nos hace temer por la integridad de nuestros dedos. “Personalmente, le tengo un odio infernal a cortar zanahorias, es una verdura que no está hecha para ser cortada: dura y su forma hace que se mueva todo el rato y tus dedos estén al filo de la muerte constantemente, y además los lados redondeados hacen que sea imposible cortarla en trozos iguales”, cuenta nuestro compañero y divulgador Diego Domínguez Almudévar. “Es una de mis tareas más odiadas en la cocina, y la única forma que se me ocurre de hacerla menos tediosa es simplemente aceptar que va a quedar fea cortada, o que vas a tener que tirar media zanahoria”, explica mientras pone los ojos en blanco al ver que una receta pide cortar zanahoria en mirepoix.
Rebozar, el pringue del siglo
¿Podemos afirmar que el placer que produce comer algo rebozado y frito es inversamente proporcional a las ganas de rebozar y freír? “Me da pereza rebozar o cualquier cosa que implique gran cantidad de aceite caliente y cosas con posibilidad de explotar/desmoronarse”, confiesa Mònica Escudero. Aunque diría que no hay forma de freír y rebozar sin ensuciar, sí hay algunos consejos que podemos seguir para hacerlo de manera menos engorrosa, como freír en una sartén u olla lo suficientemente amplia, utilizar una mano para los líquidos y otra para los sólidos cuando rebozamos y otros briconsejos que ya recapitulamos en ‘Cómo conseguir empanados finos y crujientes: una guía para cualquier alimento’.
La cobertura de las tartas
No íbamos a terminar este artículo sin postre, la pastelería también tiene sus cosas tediosas. “Me da muchísima pereza y dolor de cabeza ponerle el frosting a las tartas: nunca queda perfecto, siempre hay una grieta, un reborde o una parte que no ha quedado como debería, y cuando la vas a arreglar destrozas otra parte, no miento si digo que la última vez que decoré una me tiré 30 minutos dándole vueltas y sudando a la gota gorda con la espátula en la mano…”, dice Diego Domínguez Almudévar, refiriéndose a una de las tareas que probablemente más desastres pasteleros ha traído a este mundo. Nos da una solución que nunca falla: “Hacerte el cool diciendo que has hecho una tarta rústica, un truco que usamos todos a los que las tartas nos salen feas”. Doy fe.
Odiamos fregar
No hay duda de ello: fregar es un castigo para una parte significativa de la población. ¿Será porque es prácticamente inevitable hacerlo cada día de nuestras vidas? ¿Porque es algo que viene después de comer, cuando lo único que quieres es estar horizontal en el sofá? ¿O porque, como me dijo una gran amiga en una reflexión hedonista, “fregar no resulta en nada que dé placer más allá de dejar el cacharro como estaba antes, mientras que cocinando se crea algo nuevo”? Vaya una a saber.
Lo que sí está claro es que el hartazgo de fregar es tal, que para algunas personas se convierte en un factor determinante a la hora de decidir qué cocinar. “Me encanta cocinar, pero cierta parte de mí evita en ocasiones hacer alguna receta más elaborada por una simple razón: detesto darle con el estropajo a cada santo cubierto, plato y vaso”, confiesa Carlos Doncel, compañero de este medio que, odia tanto fregar, que su primer artículo para El Comidista fue 'Trucos de vagos ingeniosos para evitar fregar'. Por si lo habías pensado mientras leías esto, él se adelanta: “‘Pues cómprate un lavavajillas, artista’, habrá quien diga. Perdona, crack, vivo en un piso de alquiler del año catapún en el que, como meta un cacharro de esos, me tengo que salir yo”.
Pero esto no queda ahí, hay cosas que ponen aún más a prueba nuestra vagancia y paciencia, en mi encuesta aparecieron: las aspas de la batidora, el exprimidor de zumo, el rallador –especialmente el lado que tiene pinchos–, el colador de malla fina, la prensa francesa y las enormes bandejas de horno llenas de grasa que no caben en ningún fregadero.
Mi consejo ante este mal: friega todo lo que puedas a medida que cocinas, así evitarás tener que fregar lo más engorroso –ollas, sartenes, tablas, etc.– después de comer y, además, cocinarás en un entorno más ordenado. También conviene ser inteligente a la hora de cocinar: si has usado una tabla para cortar una cebolla para un sofrito y luego necesitas cortar un tomate para una ensalada, lávala y sécala entre una labor y otra en lugar de ensuciar dos tablas; tardarás menos y es una tabla que te ahorras para secar y guardar después. Y así con todo. Si vives acompañado, sé inteligente: ¿quién no ha llegado alguna vez con un amigo, familiar, compañero de piso o pareja a un mutuo acuerdo entre las partes de “yo cocino, tú friegas”?
Y tú, ¿cuál es la tarea que más detestas en la cocina? Cuéntanoslo en los comentarios o en redes sociales con el hashtag #rollodecocina.
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