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El explorador chileno que documenta cómo se derriten los glaciares en el fin del mundo

Cristian Donoso lleva tres décadas dando fe del retroceso de los glaciares. Siguiendo los pasos de antiguas expediciones, toma fotografías en los mismos lugares donde lo hicieron aventureros y científicos del pasado para poder comparar. “Se están derritiendo casi todos”, lamenta.

Glaciar Cattigara
Glaciar Italia en la cordillera Darwin a orillas del canal Beagle, al sur de Chile. Al navegar a través del Beagle se aprecian glaciares que se desprenden hacia el mar desde el campo de hielo de Darwin.Tomás Munita

Es de noche, una luna gorda se refleja en el canal Beagle, también llamado el Onashaga en lengua nativa. Los exploradores afinan los últimos detalles de la travesía que llevará a Cristian Donoso (47 años), Camilo Hornauer (44), Harry Brito (34), Cristóbal Clement (24) y al capitán de la embarcación, Jorge Caros, al glaciar Cattigara del fiordo España, a cuatro horas navegando en lancha rápida desde Puerto Navarino. Van a la zona más austral de Chile, el fin del mundo, Tierra del Fuego.

Clement envuelve avena mezclada con cereal de bebé en porciones de 200 gramos. Comerán, como en cada exploración, un día avena y otro día raviolis. Será su único alimento cuando —después de alcanzar el Cattigara— intenten ascender el monte Darwin.

Cordillera Darwin
El explorador Cristian Donoso, en el lugar de desembarco a orillas del fiordo España en la cordillera Darwin, al sur de Chile.Tomás Munita

—Es más simple. Resulta bien y nos olvidamos del hambre —dice Donoso, explorador con más de 100 rutas extremas en la Antártida y la Patagonia a sus espaldas y jefe de la actual expedición que, esta vez, repetirá la travesía y las fotos que hicieron en 1962 el geólogo chileno Cedomir Marangunic y el alpinista inglés Eric Shipton en un viaje junto a otros compañeros.

—¿Y el agua? ¿Qué tomarán?

—Nieve derretida.

El equipo sabe de la exigencia. En cada ruta suelen bajar unos 17 kilos porque caminan entre 10 y 15 horas al día, cargando con 200 kilos entre equipamiento fotográfico, comida y abrigo.

—Hay días en los que ascendemos más y otros menos, según las condiciones del terreno y la nieve —complementa Hornauer.

—Pero tenemos reservas —se ríe Donoso, mostrando su vientre, tocándolo como un tambor.

Cordillera Darwin
El equipo de la expedición estudia una ruta alternativa.Tomás Munita

El plan se remonta a 2018, cuando Donoso decidió seguir las rutas de antiguos exploradores por la Patagonia chilena para realizar imágenes y poder compararlas con las históricas. El proyecto Postales del hielo muestra en varias etapas cómo los glaciares en Chile se están derritiendo. La primera travesía de este equipo siguió la ruta de Alberto de Agostini, y la segunda, la del piloto alemán Gunther Plüschow.

Con un mapa y observando el terreno, encontraron las mismas perspectivas desde donde esos antiguos exploradores sacaron sus imágenes de glaciares con cámaras de cajón y negativos grabados en placas de vidrio.

En 1914, el sacerdote salesiano Alberto de Agostini fotografió el glaciar Negri. Después de 104 años, Cristian Donoso junto a Alfredo Pourailly captaron la misma perspectiva. La diferencia resultó estremecedora: en 100 años, el glaciar documentado se derritió. Algo similar había pasado con el glaciar Schiaparelli, retratado el mismo año por De Agostini y vuelto a ser fotografiado por Donoso y Pourailly en 2021. El glaciar Vergara también registró deshielo: en 1928 lo documentó Gunther Plüschow y 93 años más tarde, en 2021, Pourailly y Donoso comprobaron otro derretimiento de hielos. Lo mismo se repitió en el Pupum, el Marinelli y el glaciar Luis de Saboya. Todos, con un menor volumen de hielo comparado con las imágenes de hace un siglo.

La zona austral de Chile (Aysén y Magallanes) concentra un total de 15.014 de estas formaciones de hielo, lo que equivale en volumen a 2.503 kilómetros cúbicos de agua. En los últimos 15 años, la superficie de glaciares del país se ha fragmentado y se ha perdido un 8% del total, según el último inventario de glaciares realizado por la Dirección General de Aguas de Chile en 2022.

Cordillera Darwin
El equipo de la expedición, desembarcando en el fiordo España.Tomás Munita

Cristian Donoso lleva 30 años estudiando lugares inexplorados y extremos, y no tiene dudas sobre el retroceso de los glaciares de la Patagonia: “Yo siempre regreso, por lo que soy testigo de la profunda y acelerada transformación del paisaje. Antes había lugares en los que no se podía pasar porque había un glaciar, y ahora vuelvo, y el glaciar no está”, relata la noche antes de zarpar rumbo al Cattigara. La Patagonia y sus glaciares nos hablan de la consecuencia global que tienen las acciones del ser humano, insiste Donoso: “Lo que estamos viendo es una aceleración del deshielo producto del calentamiento global. La velocidad del deshielo se ha incrementado de forma exponencial”. El explorador y académico en la Universidad del Desarrollo agrega otra idea impactante: “Antes, para que se dañara un territorio, el humano tenía que llegar físicamente a destruirlo, a talar bosques, a contaminar ríos. Ahora, acciones que ocurren a miles de kilómetros de distancia, incluso en el hemisferio norte, tienen una consecuencia global”.

Es tarde. Los exploradores ya empacaron todo: cámaras, sacos, carpas, cargadores solares y el festín del último día: agua, queso, mate y chocolate en barras gruesas. “Se nos ha pasado la hora conversando, hay que dormir”, dice Jorge Caros, el capitán y dueño del Loica, la embarcación que los llevará al día siguiente del muelle de la isla Navarino a lo más profundo del fiordo España.

A bordo de la ‘Loica’

Sale el sol. A primera hora se suman al equipo el tripulante y pescador de centollas John Cano y Eugenio Calderón, hijo de la última hablante nativa yagán, Cristina Calderón, que falleció en 2022 a causa de la covid. Eugenio conoce las aguas del Beagle tanto como los vivos y los muertos de la villa Ukika donde viven los últimos yaganes, una etnia devastada por los primeros colonos del sur del mundo.

—Nosotros, cuando éramos niños, jugábamos todo el día en las canoas. Mi mamá se enojaba porque pasábamos mojados de arriba abajo. ¡Pero nunca nos enfermamos! Éramos libres, sanos —cuenta sentado en una banca de madera con las manos cruzadas sobre sus piernas.

Harry Brito, durante la navegación.
Harry Brito, durante la navegación.Tomás Munita

Es hora de partir. De fondo, suena la canción Óleo de una mujer con sombrero, de Silvio Rodrí­guez.

Camilo Hornauer, uno de los exploradores, empresario y presidente de la Fundación Plantae, parte tubos de PVC con un cortaplumas.

—Tienen que medir un metro de altura —explica Hornauer.

—¿Y qué hacen con ellos? —pregunta John.

—Banderas para marcar las zonas peligrosas, las grietas en el hielo —explica Hornauer.

Harry Brito abre un mapa para seguir la ruta de los antiguos exploradores Cedomir Marangunic y Eric Shipton. Todos repasan con los dedos el camino trazado entre las numerosas islas e islotes del canal de Beagle.

—Por acá es donde tenemos que entrar —indica Donoso.

Desde una ventana, el yagán que acompaña la navegación apunta hacia un escuálido glaciar, el Romanche.

—Cuando yo era niño ese glaciar llegaba hasta el canal —indica.

Miramos hacia afuera imaginándolo: hoy el Romanche es la mitad de lo que era.

Problemas en el Onashaga

Los vidrios de la lancha se empañan con la llovizna que empieza a caer. Se adelanta el mal tiempo. El capitán no ve hacia adelante y le pide a John Cano que limpie el vidrio de la nave por fuera. En eso está cuando suena una alarma de emergencia: un espinel traba la hélice de un motor. Entre Cano y Calderón lo liberan. Tres minutos más tarde la hélice se enreda con un huiro, una macroalga de color pardo, una especie de bosque submarino que abunda en el Beagle. El capitán Caros detiene los motores.

Luego de salvar la hélice tres veces, la Loica continúa hasta llegar a la entrada del fiordo España. Allí surge otro problema: los hielos podrían romper las hélices si se avanza hasta el fondo del fiordo, el lugar donde está previsto hacer la fotografía del glaciar Cattigara antes de ascender al monte Darwin.

—Si lo haces lentamente, podrás avanzar —sugiere Cristian Donoso al capitán.

—Necesito que muevas los hielos con un remo. Esto no es un rompehielos —exige Caros.

El navegante Eugenio Calderón visita la tumba de su madre.
El navegante Eugenio Calderón visita la tumba de su madre.Tomás Munita

Todos los exploradores agarran un par de remos y se colocan en proa para ir corriendo los témpanos. En la popa hacen lo mismo: evitan que los hielos azoten la nave. El viento sopla fuerte. Y el frío cala los huesos. Crac, tac, crac, tac, suena la base del barco zarandeado por los hielos.

—El casco irá abriendo la ruta, pero tienes que ir hacia adelante —le insiste Hornauer al capitán.

Los hielos golpean la quilla. Retumban. El capitán se frota la cara con las manos. Avanzamos a dos nudos por hora, pero los hielos no permiten cruzar el fiordo. Nos acercamos a una capa de hielo compacta. Encerrados entre los hielos, no hay salida fácil. La Loica retrocede lentamente. La tripulación le va quitando del camino los témpanos flotantes. En una orilla, tiran el ancla.

—Vamos a ver cómo está el paso más adelante —dice Donoso.

Y juntos van a explorar en la zódiac. En el camino, notan que el motor de la lancha no funciona a la perfección.

—¿Qué es lo peor que nos podría pasar? —pregunta Clement.

—Quedarnos sin motor y sin combustible, por acá, lejos de todo —responde Hornauer.

—¿Qué hacemos? —pregunta Brito.

Donoso convoca a reunión de emergencia.

John, el tripulante, le susurra a Eugenio, el yagán que acompaña la aventura: “Hay que obedecer a la naturaleza cuando ella no te deja entrar”. Eugenio asiente.

Los exploradores deciden hacer el trayecto siguiente, caminando. Acarreando todas sus cosas al hombro.

—Cuando se abran los hielos, avanzaremos con el bote pequeño de goma. Esta situación puede cambiar con los días, no está todo perdido —dice Donoso con optimismo.

Los exploradores bajan de la Loica y preparan el primer campamento. Allí pasan la noche y las siguientes dos noches, bajo un bosque de colihues patagónicos, lejos de la meta. El resto de la tripulación duerme en alta mar mecidos por las aguas del Onashaga.

Apuesta final

Los exploradores esperan dos días y dos noches para que los témpanos se muevan y despejen el paso. Pero cuando ven que esto no sucede ni sucederá muy pronto, idean un plan B: subir por una latitud diferente y bajar desde allí, caminando y porteando la carga, hacia el glaciar Cattigara para documentarlo. A esta dificultad se suma otro factor: el jefe de la expedición tiene una tos fea.

A pesar de todo, el 2 de octubre Cristian Donoso envía a Jorge Caros el siguiente mensaje por InReach, dispositivo de la red satelital Iridium, desde la base en la que permanecen: “Ya hemos porteado la carga. Mañana esperamos llegar al campo de hielo”, fue el escueto mensaje.

Cordillera Darwin
Los exploradores intentaron avanzar, pero la capa de hielo era muy densa. “Tuvimos que retroceder, pero esta situación puede cambiar en un par de días”, dijo el líder a su equipo.Tomás Munita

El equipo acarreó el equipaje en bote. Cuando quisieron subir por la ladera se dieron cuenta de que no era un simple ascenso. Con el traslado hacia la nueva base agotaron la mitad del combustible que les dejó la Loica antes de partir, lo que ya no les permitió una nueva maniobra. Tampoco pueden regresar. Esto es como un ajedrez sobre el agua.

En otro mensaje al capitán, pide que les ponga en contacto con algún velero construido con un casco de hierro que les permita avanzar por los hielos con más facilidad. Jorge Caros contacta con el capitán del velero Serendipia. Cuando suena su teléfono satelital, Caros está en la reunión del comité de salud de pacientes de Puerto Williams.

—¿Aló? Sí, claro, voy con ustedes.

A las 23.30, zarpa el Serendipia desde el Club de Yates Micalvi hacia el punto que los exploradores marcaron en un mapa satelital.

A las 17.30 del día siguiente, el velero llega al punto de encuentro. Los exploradores suben la carga y la zódiac. Los hielos se han corrido y la entrada está despejada. Avanzan lentamente, a tres o cuatro nudos. A veces en neutro. En el borde sur del canal hay una abertura entre los hielos. Por ahí avanzan sigilosamente hasta el fondo del fiordo, muy cerca del glaciar Cattigara.

Para asentar la nueva base eligen el único lugar posible, sin acantilado: una especie de bosque que llega a un riachuelo. Las montañas del lugar son altas y tapan la luz, lo que permite que exista una especie de cámara de frío.

Llegan al glaciar Cattigara. Allí encuentran el mismo ángulo desde donde tomó fotografías Cedomir Marangunic en 1962. Obtienen la imagen. Y Donoso envía un InReach con una mala noticia: el glaciar Cattigara retrocedió 500 metros.

Esa noche Donoso cae enfermo. Más que antes.

Es su último mensaje antes de capear la tormenta y la tos en un saco de dormir a prueba de temperaturas bajo cero: “Se me agravó el resfriado y las condiciones del tiempo han empeorado. El temporal de viento y nieve no nos da tregua. Nuestras carpas quedan sepultadas bajo la nieve. Día y noche debemos salir con pala a excavar”.

—Es hora de volver a casa —anuncia el explorador de los hielos vía InReach. Ya tienen la última foto, una prueba más del cambio climático, sacada desde el corazón de los hielos del mundo.

Un siglo de deshielo

En 1913, el sacerdote salesiano Alberto de Agostini llegó a los glaciares de la Cordillera Darwin con una cámara de cajón. Se le llamaba “el cura extremo” porque salía a fotografiar el pristino hielo vestido con solo una sotana y unos zapatos de cuero. Sus negativos de fotografías tomadas en aquellos días eran placas de vidrio que aún se conservan en el museo Magiorino Borgatello de Punta Arenas. En 2018, los exploradores y documentalistas Cristian Donoso y Alfredo Pourailly quisieron fotografiar los lugares que visitó el sacerdote. Encontraron las mismas montañas y fiordos pero ni rastro del mismo hielo.

Glaciar Cattigara

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La expedición hacia al glaciar Cattigara encontró, en octubre de 2023, una evidente disminución de los hielos con respecto a la otra imagen en sepia tomada el año 1962 por Cedomir Marangunic. En la foto antigua aparece el explorador inglés Eric Shipton. En la nueva, el chileno Cristian Donoso. Cedomir Marangunic / Cristóbal Clement

Glaciar Marinelli

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En este lugar se encontraba el Glaciar Marinelli. La fotografía histórica es de 1913 y la actual de 2018. Alberto María de Agostini (Museo Maggiorino Borgatelllo de Punta Arenas) / Cristian Donoso y Alfredo Pourailly

Glaciar Marinelli

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El sitio que albergaba al glaciar Marinelli en 1913 y en 2018. Alberto María de Agostini (Museo Maggiorino Borgatelllo de Punta Arenas) / Cristian Donoso y Alfredo Pourailly

Glaciar Negri

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Parte del glaciar Negri ya se derritió para dar paso a bosques y vegetación endémica de la Patagonia Austral. Los cambios ocurrieron en un siglo de progresivo deshielo. La fotografía histórica es de 1913 y la actual de 2018. Alberto María de Agostini (Museo Maggiorino Borgatelllo de Punta Arenas) / Cristian Donoso y Alfredo Pourailly

Glaciar Negri

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El año 2018, ciento cuatro años después de que Alberto Agostini fotografiara el glaciar Negri, el mismo encuadre muestra una imagen muy distinta. Alberto María de Agostini (Museo Maggiorino Borgatelllo de Punta Arenas) / Cristian Donoso y Alfredo Pourailly

Glaciar Parry

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El glaciar Parry en 1914 y en 2018. Alberto María de Agostini (Museo Maggiorino Borgatelllo de Punta Arenas) / Cristian Donoso y Alfredo Pourailly

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