Parece un espejo
Esa grieta es magnífica. Lo repito: magnífica. Pertenece a un edificio de la provincia de Groninga (Países Bajos), pero lo mismo nos habría dado que hubiera salido en un edificio de aquí mismo, de Madrid o de Logroño, de Sevilla o Valencia, porque lo que nos interesa es su carácter simbólico. Observen su errática andadura, siguiendo a veces la línea por la que se juntan los ladrillos, pero quebrándolos a veces también por la mitad. Miren cómo se detiene en el alféizar de la ventana para continuar después, implacable, su trayectoria hacia el tejado. No se pierdan la fisura en apariencia menos importante que arranca del lateral de la ventana y dibuja una línea sinuosa, de carácter oblicuo, como un afluente de la rotura principal.
Ese edificio está mal de la cabeza.
Vi durante la infancia muchas fracturas semejantes en mi propia casa. Mi padre aplicaba sobre ellas un papel de fumar mojado que se adhería fuertemente a sus bordes. El tiempo que tardaba en estallar el papel indicaba la velocidad de la ruina. De la ruina de la casa y de nuestra estabilidad emocional. De ahí el carácter metafórico que le atribuyo. El mundo está lleno de hendeduras parecidas, ideales para las cucarachas. Hendeduras físicas y morales, hendeduras económicas y filosóficas y hasta hendeduras literarias, todas igual de desasosegantes, de amenazadoras, todas igual de malintencionadas. Lo que distingue a la de la foto, producto de un temblor de tierra, es su condición de grieta paradigmática. Parece abierta, más que en un edificio, en una frente, en la de usted o la mía. Es decir, que tiene algo de espejo.
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