La democracia, un artículo de exportación
Si la democracia quiere sobrevivir, la solución sólo puede ser una: más democracia. O sea: más participación
En Democracia de trincheras, Lluís Orriols recuerda una frase del sociólogo Robert Michels: para los partidos políticos, la democracia no es un artículo de consumo interno, sino de exportación. El aforismo vale por un tratado.
Una democracia siempre está en crisis: la palabra crisis significa cambio, y la democracia no es un sistema estático sino dinámico. El problema es que, más o menos a partir del cataclismo económico de 2008, ese cambio ha significado la muerte del optimismo político de fin de siglo, cuando, tras el colapso de la Unión Soviética, muchos pensaron que, dadas determinadas circunstancias favorables, la democracia era un sistema irreversible: “The only game in town”, la única alternativa (eso es lo que significaba el famoso fin de la historia de Fukuyama, no que la historia se hubiera acabado, como dicen quienes no han leído a Fukuyama). En España, el cambio se hizo visible en mayo de 2011, con el estallido del 15-M. Activada por el sacudón brutal de la crisis económica, esa revuelta tuvo una intuición política: la democracia española se había convertido en una partitocracia. Era exactísimo. Convencidos de que no hay democracia sólida sin partidos sólidos, los fundadores de la nuestra buscaron crear partidos fuertes con el fin de evitar los errores que socavaron la democracia de la II República; el problema es que, al cabo de más de 30 años sin freno, los partidos se habían vuelto demasiado fuertes y su prepotencia voraz lo había colonizado todo, desde las instituciones del Estado hasta la vida social y económica; y lo peor es que, para entonces, también se habían convertido en organizaciones militarizadas, donde se obraba a toque de corneta y quien pensaba por su cuenta no salía en la foto. Muchos de los lemas más repetidos del 15-M denunciaban esa atrofia (“Democracia real ya”, “Lo llaman democracia y no lo es”, “Me gustas, democracia, pero estás como ausente”); sí, algunos eran ingenuos o cursis, pero también lo eran los de Mayo del 68 (“Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Debajo de los adoquines está la playa”) y sin embargo contribuyeron a mejorar las cosas. ¿Las mejoró el 15-M? ¿Nuestra democracia es mejor hoy que en 2011? ¿Lo es al menos nuestro sistema de partidos?
Hay quien opina que sí: como mínimo, dicen, hemos cambiado un bipartidismo empobrecedor (PSOE y PP) por un enriquecedor multipartidismo (PSOE, PP, UP, Ciudadanos y Vox). El juicio peca de optimista. De entrada, el antiguo bipartidismo era muy imperfecto: el PCE, y luego IU, siempre estuvieron ahí (y, aunque menos tiempo, el CDS de Adolfo Suárez y la UPyD de Rosa Díez); en cuanto al multipartidismo actual, Ciudadanos se halla en vías de extinción, Vox nunca debió haber aparecido y UP no ha hecho otra cosa que sustituir la vieja cultura del PCE —que trata de sobrevivir en Yolanda Díaz— por un izquierdismo populista y woke: no sé yo si hemos ganado mucho con el trueque, aparte de alguna poltrona, ni si ha sido mucho más que el clásico “quítate-tú-pa-que-me-ponga-yo”. El caso es que apenas existen indicios de que los partidos de 2023 no sean tan insalubres como los de 2011; al contrario: vistos desde fuera, todos parecen organizaciones todavía más herméticas, más castrenses, más verticales, más sectarias, más autofágicas, más cesaristas. En suma: mal rollo.
Si la democracia quiere sobrevivir, la solución a su precariedad congénita sólo puede ser una: más democracia. O sea: más participación, más compromiso de la ciudadanía con las decisiones colectivas, más poder del pueblo, que es lo que en griego antiguo significaba la palabra democracia. Y, en España como en cualquier parte, ese cambio es impracticable sin partidos más democráticos, más abiertos y porosos a las demandas sociales. Como escribe Orriols, “la democracia interna de los partidos es (…) un instrumento para tomar el pulso constantemente al estado de ánimo de la sociedad y una alerta temprana para detectar errores” que “permite anticiparse a los cambios o al malestar social y adaptarse antes de que sea demasiado tarde”. Dicho de otro modo: o los partidos importan democracia o la democracia deja de ser democracia.
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