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Palos de ciego
Columna
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Katja Petrowskaja, bañada en lágrimas

Los ucranios necesitan las armas para lo mismo que las necesitaban los españoles de 1936: para preservar la propia dignidad

Un grupo de soldados ucranios montados en un tanque en las cercanías de Bajmut, en la región del Donbás, el pasado 15 de marzo.
Un grupo de soldados ucranios montados en un tanque en las cercanías de Bajmut, en la región del Donbás, el pasado 15 de marzo.ARIS MESSINIS (AFP / Getty Images) (AFP via Getty Images)
Javier Cercas

En una entrevista reciente, Pepa Bueno, directora de EL PAÍS, formuló esta pregunta sobre Ucrania a Luiz Inázio Lula da Silva, presidente de Brasil: “Cuando un país es invadido y el agredido reclama ayuda, ¿qué deben hacer los demás países, cruzarse de brazos o ayudar al agredido?”. Y esta otra: “Es obvio que hay que intentar parar esta guerra como sea, pero, mientras tanto, ¿dejamos solos a los ucranios sin darles apoyo mientras los bombardea Putin?”. Lula, que ha condenado la invasión de Ucrania, pero critica el envío de armas a los ucranios y mantiene una posición neutral en la guerra, intentó disfrazar sus fríos intereses geoestratégicos con flatulencias pseudoevangélicas, tipo “Lo que hay que entender es que esta guerra no tenía que haber empezado”, como si la invasión de Ucrania fuera obra del Espíritu Santo. Mientras leía esa entrevista, yo no paraba de acordarme de Katja Petrowskaja.

Petrowskaja es una escritora ucrania con quien el 27 de marzo pasado compartí la sesión de clausura del festival literario Libri Come, en Roma. Inevitablemente, hablamos de Ucrania. Yo me limité a decir lo que he dicho otras veces, sólo que no suena igual en Italia, donde Rusia goza de una gran presencia e influencia y más del 40% de los italianos no quieren suministrar armas a Ucrania. Dije que los españoles entendemos muy bien a los ucranios. Que en 1936 nuestra democracia, tan pobre y frágil como la democracia ucrania actual, fue objeto de una agresión armada, que los españoles decidimos defendernos como hoy lo hacen los ucranios y que las democracias europeas se inhibieron, se declararon neutrales y abandonaron a la democracia española, mientras los fascismos ayudaron al agresor. Y que el resultado de ese abandono no fue la paz, sino una guerra civil de 43 años —porque el franquismo no fue la paz, sino la guerra por otros medios— y una guerra mundial de cinco —porque la Guerra Civil fue el prólogo o primer acto de la II Guerra Mundial—. Concluí que los europeos no debíamos cometer otra vez el mismo error y que, tanto por razones morales como políticas, teníamos el deber de ayudar a Ucrania.

Petrowskaja fue infinitamente más elocuente y persuasiva que yo. Desarbolada por el huracán de la guerra (donde ha perdido familiares y amigos), apenas pudo hablar, se tapó la cara cuando los organizadores mostraron imágenes de la guerra, más de una vez no fue capaz de reprimir el llanto, en algún momento balbuceó: “Soy pacifista. Odio las armas, pero necesitamos armas para que no nos maten”. Imposible expresar mejor el núcleo de la tragedia ucrania, que es la de todos. O eso pensé entonces; más tarde comprendí, sin embargo, que lo que dijo entre lágrimas Petrowskaja no es del todo exacto. En realidad, los ucranios no necesitan las armas para que no los maten: si no querían que los matasen, les hubiera bastado con aceptar sin resistencia la invasión rusa, y ahora Putin no los estaría matando a mansalva, igual que Franco no hubiera matado tantos españoles como mató si en 1936 nadie se hubiera opuesto a su golpe (13 años antes, el general Primo de Rivera tomó el poder sin un solo muerto). Los ucranios de hoy necesitan las armas para lo mismo que las necesitaban los españoles de 1936: para preservar la propia dignidad; para no vivir como esclavos. En griego, la palabra bíos significa vida física, igual que la palabra zoé: de ahí las palabras “biología” y “zoología”; en cambio, la palabra psijé significa vida humana, la vida de la mente, la emoción y la voluntad: de ahí “psicología”. Los ucranianos no pelean por su bíos ni por su zoé: pelean por su psijé; no pelean para protegerse físicamente, o no sólo para eso, o no sobre todo: pelean para protegerse humanamente; no necesitan armas para sobrevivir como animales, sino para vivir como hombres y mujeres. Para eso las necesitan.

A los ucranios los están masacrando las bombas de Putin, pero también el cinismo despiadado de quienes, lejos de Ucrania, instalados en sus poltronas de políticos e intelectuales, fingen no entender la atrocidad congénita de la guerra y la diferencia entre víctimas y verdugos. Que Dios los perdone.

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