El Pijoaparte en el Parlamento
Rufián es un charnego que ha triunfado en su aspiración de camelarse a la élite catalana del nacionalismo
Escribo estas líneas tres días después de la fracasada moción de censura que Vox presentó contra el Gobierno en el Congreso (y casi tres semanas antes de que ustedes las lean), pero ya parece haberse dicho todo sobre el asunto y hasta da la impresión de que, por una vez, todos salvo Vox estamos de acuerdo en que fue un esperpento que contribuyó a degradar las instituciones (no se dice, en cambio, que la degradación viene de lejos y que, unos más y otros menos, todos los partidos han contribuido a ella, lo que es un desastre: la calidad de una democracia se mide por la calidad de sus instituciones). Por lo demás, llevaba razón Lucía Méndez en El Mundo: después de escuchar a Ramón Tamames —estrafalario candidato de Vox—, será más difícil incurrir de nuevo en el cuñadismo manifiesto según el cual todos los políticos de la Transición eran buenísimos y todos los actuales malísimos.
Pero ¿de verdad se ha dicho todo sobre la moción de censura? Una de las razones fundamentales por las que Vox la presentó fue que en los meses precedentes la derecha se aplicó a difundir por tierra, mar y aire la especie de que España ya casi no es una democracia, de que es una “autocracia absorbente” (por citar el discurso original del candidato), de que el Estado de derecho se halla amenazado en nuestro país y de que Pedro Sánchez aspira a ser Nicolás Maduro y a convertir España en una república bolivariana. Lo curioso —lo que no he oído decir a nadie— es que, si se cambia a Sánchez por Rajoy, a Maduro por Erdogan y la república bolivariana por la turca, ese delirio es una réplica casi perfecta del que se adueñó de la Cataluña secesionista de 2017. Entonces, cuando Rajoy ocupaba el poder, la derecha replicó con la verdad a los secesionistas y a esa parte de la izquierda que, para echar al Gobierno, apoyó a los secesionistas: según todos los estudios solventes de calidad democrática, España es una democracia (imperfecta, como todas, pero una democracia); en cambio, ahora que no está en el poder y es ella quien busca echar al Gobierno, la derecha difunde esa misma trola, o contribuye a difundirla, o la tolera. Es un error monumental. Lo segundo que no he oído decir a nadie es que el momento estelar de la moción no lo protagonizó Tamames, sino Gabriel Rufián.
Para qué mentir: siento una simpatía irrefrenable por el personaje. La razón es que Rufián ha conseguido lo que no consiguió el Pijoaparte de Marsé: el Pijoaparte fue un charnego que fracasó en su aspiración de camelarse a la élite catalana del franquismo, con el fin de integrarse en ella, y que, como esa élite no necesitaba para nada a los charnegos, tuvo que volver al arroyo; en cambio, Rufián es un charnego que ha triunfado en su aspiración de camelarse a la élite catalana del nacionalismo, que, para tratar de demostrar que no es lo que es, necesitaba charnegos como agua de mayo, y ahí está, el tío, convertido en un hombre de Estado. ¡Bien por Rufián! Entre los momentos gloriosos que nos ha deparado su ejecutoria en el Congreso, el del otro día no fue menor. En un momento del debate, nuestro hombre le reprochó a Vox la estafa de que para todo tenga una sola solución. “¿Hay pobreza infantil?”, preguntó, retóricamente. “España. ¿Faltan camas en los hospitales? España. ¿La educación está depauperada? España. ¿Las pensiones son insuficientes? España”. Rufián lleva razón, por supuesto. Sólo olvidó decir que el secesionismo también tiene una única solución para todo. “¿Hay pobreza infantil? Cataluña. ¿Faltan camas en los hospitales? Cataluña. ¿La educación está depauperada? Cataluña. ¿Las pensiones son insuficientes? Cataluña”. Nada se parece tanto a un nacionalismo como otro nacionalismo, pero ¿eso no lo sabe Rufián, que es más listo que el hambre? A otro perro con ese hueso.
Esto es lo que, hasta donde alcanzo, no se dijo sobre la moción de censura: que no fue tan inútil como pareció, porque volvió a demostrar que hay políticos tramposos para quienes la verdad sólo es verdad si les beneficia, y políticos pícaros con el ojo convenientemente cegado por la viga bíblica. Y que, después de todo, el Pijoaparte no era para tanto.
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