_
_
_
_
_

Becky G: cómo alcanzar el sueño americano cantando en español

Cómo una nieta de migrantes criada en Los Ángeles desanduvo la ruta de su identidad y decidió cantar en español para ser una estrella mundial del pop. La historia de orgullo, talento e instinto comercial de la diva chicana de la música latina. Una mujer que rompió esquemas, triunfó y hasta se ha propuesto no ser una esclava del éxito

“Sin los sacrificios de mis abuelos yo no sería quien soy. Son mi inspiración y mi orgullo”, dice la cantante. Lleva abrigo de Sportmax y pendientes de Bimba y Lola.
“Sin los sacrificios de mis abuelos yo no sería quien soy. Son mi inspiración y mi orgullo”, dice la cantante. Lleva abrigo de Sportmax y pendientes de Bimba y Lola.Adrià Cañameras
Pablo de Llano Neira

En su primer sencillo, Becky from the Block (2013), Rebbeca Gomez era una preciosa y diminuta adolescente con ropa de varias tallas extra que rapeaba sobre su territorio de Los Ángeles y su cultura mexicanoestadounidense: los abuelitos que cruzaron sin papeles, las abuelitas con sus rosarios, el papá más los 30 tíos a los que tendría que pedir permiso cualquier muchacho (blanco y rubio, en el videoclip) que la quisiera invitar a salir, el Kelso Market con sus carnitas y sus chicharrones, el Randy’s Donuts con la rosquilla gigante en el techo, mucha gente currante, alguna maleante: ¡Inglewood!, y, tan orgullosa de sus raíces como segura de sí misma, anunciaba que llegaría “to the top” y sería famosa en el mundo entero.

El mundo entero incluye una boscosa zona residencial de Madrid, de las de aroma a dinero viejo, y dentro de ella el chalecito rosa de madera, como casita de juguete, alquilado para entrevistarla y fotografiarla en esta tarde de otoño. Efectivamente, lo ha hecho, en una década ha llegado from the block, el barrio, a este cuarto donde, acompañada por dos asistentes y con un guardaespaldas glacial en la antesala, recibe al periodista recostada en el sofá con cara de sueño. Lleva una camiseta de Margiela con las costuras por fuera.

—La llevas del revés, ¿verdad?

Ella responde, sonriente, algo como “hum” que puede ser un sí o un este tipo qué dice.

—Pues mira, yo también, porque justo antes de venir a entrevistarte se me manchó de tomate la camiseta.

—¡No!, ¿en serio?

—Sí, y me dije: “No puedo ir a entrevistar a Becky G con tomate en la camiseta”, y no tenía de repuesto.

—No, no, me encanta…

La noche antes había actuado en Barcelona y presentado su nuevo tema, Amantes, con el joven español Daviles de Novelda, “gitano por los cuatro costados, criado en el flamenco y con gusto por combinarlo con todo tipo de músicas”, según se describe al teléfono, quien se quedó impactado —“flipé”, asegura— cuando le propusieron trabajar con ella. Fue uno de los compositores y letristas de esta bachata reguetoneada y aflamencada que cantan a dúo y disfrutó de la colaboración con una Becky G “humilde” y cuya voz le parece “dulce, versátil, superpop”.

Becky G, preparada para regar los geranios, con total look de Balenciaga, gafas de Swarovski y pendientes de Tous.
Becky G, preparada para regar los geranios, con total look de Balenciaga, gafas de Swarovski y pendientes de Tous.Adrià Cañameras

Ella venía de la New York Fashion Week. En España, además de grabar con Daviles el vídeo del tema, actuaría también en Bilbao y en Madrid y visitaría el ­Thyssen, donde se haría una foto con la obra Arlequín con espejo que comentaría en Instagram: “I like it, Picasso”, respondiendo su novio, el futbolista Sebastian Lletget: “This go hard!”, a tope con Pablo. Días después, estaría de vuelta en Estados Unidos y le darían su primer Billboard de la Música Latina por Mamiii, de su segundo álbum, Esquemas (2022), que canta con la colombiana Karol G, otra líder de la explosión de la música urbana femenina y latina. Becky G subió a recoger el premio, citó esprintando a una serie de colegas que la dejó sin aliento y concluyó: “Colaboración. Juntas somos más”. Pasadas unas semanas, en noviembre, acudió a los Grammy latinos por primera vez como nominada; aunque no ganó en ninguna de las cuatro categorías en las que fue propuesta, supuso otro paso de una carrera que vista a sus 25 años parece todo alfombra roja, pero que construyó desde niña como una obrera del espectáculo.

“Yo empecé a trabajar a los nueve años. No por presión de mis papás: quería que saliésemos de donde vivíamos y demostrarles a mis hermanos que nada es imposible”, cuenta. Habían perdido su casa en la crisis de 2008, vivían en el garaje de sus abuelos paternos. Era la mayor de cuatro hermanos, y por los cuentos de las reuniones familiares, aquellos recuerdos de infancias campesinas en Jalisco, había naturalizado que no había una edad mínima para ganarse la vida. Ese año ya asomaba en un corto de siete minutos en el papel de una niña que comía enchiladas con sus padres; aparecía en los créditos como Becky Gomez. Y después de cuatro años de anuncios, bandas teenager, vídeos de YouTube autoeditados, tomaría impulso con su arrojada versión de Jenny from the Block (2002), respaldada por la propia Jennifer Lopez, que salía en la escena final del videoclip.

“Estoy aprendiendo a decir que no”, dice la intérprete de Amantes. En este retrato, con pinzas de pelo de & Other Stories y anillos de H&M Studio A/W22.
“Estoy aprendiendo a decir que no”, dice la intérprete de Amantes. En este retrato, con pinzas de pelo de & Other Stories y anillos de H&M Studio A/W22.Adrià Cañameras

A partir de aquel rap de orgullo chicano fue cogiendo vuelo como cantante. En 2014 entró fuerte en las listas de éxitos con Shower, y tras otros temas en inglés se lanzó a la aventura en español en 2016 con Sola. Un año después grabó con un incipiente Bad Bunny la canción Mayores, con una línea alusiva a la felación que tuvo que blanquear para interpretarla en una gala de Operación Triunfo. También en 2017 interpretaba a la guerrera amarilla de Power Rangers en un remake que el crítico Javier Ocaña reseñaba en este periódico como “más soportable de lo previsto”. Siguieron tres años de actividad intensísima —entre audiovisual y sobre todo numerosas colaboraciones con otros cantantes, la nueva fórmula de la industria en busca del hit viral—, la ruptura de contrato con el productor que la descubrió, su primer álbum —Mala santa (2019)—, su primera gira internacional y luego el mundo —también Rebbeca— se paró.

“Yo estaba demasiado ocupada antes de la pandemia y fue el momento de enfocarme en lo más importante —salud, familia, comunidad— y de ver las cosas desde otra perspectiva. He aprendido que no todo merece tu tiempo y que no toda oportunidad es la oportunidad correcta. Hoy me siento más liberada porque siento que soy la jefa de mi agenda”, explica. Durante años trabajó a destajo, sin decir que no a nada, con una actitud de sacrificio que se expresaba hasta en pequeñeces como aceptar el café con leche de soja cuando solo le gustaba con leche de almendra. “Me comportaba así por defecto, pero eso solo funciona cuando eres una chica joven con toda la energía y las ganas. ¿Qué pasa luego, cuando la industria no te cuida o te decepciona y pierdes la inspiración para seguir adelante? Yo no soy un robot, soy una persona, y si quiero cantar sobre la vida tengo que vivir mi vida. Si no, no tendré nada que decir. Es algo que todavía estoy aprendiendo”, dice ante una tacita de café con motivos florales. En la casita rosa no había leche de almendra, pero sí de soja. Se la ofrecieron, dijo que no y tomó el café solo. Rechazar un café con leche de soja puede llevar años de terapia.

“De niña, el mundo de la moda no fue mi inspiración. En él no veía a muchachas que se parecieran a mí”, dice Becky G. En esta foto lleva top, falda y pendientes de Bimba y Lola, top joya de Zara y sandalias de Roger Vivier.
“De niña, el mundo de la moda no fue mi inspiración. En él no veía a muchachas que se parecieran a mí”, dice Becky G. En esta foto lleva top, falda y pendientes de Bimba y Lola, top joya de Zara y sandalias de Roger Vivier.Adrià Cañameras

Ella empezó hace cuatro o cinco años, recuerda, cuando su carrera —con su doble hélice de éxito y sumisión— se había convertido en una poderosa turbina de ansiedad. “Me ha ayudado un montón y me siento muy agradecida de tener acceso a esta ayuda, porque muchos no se lo pueden permitir en las comunidades de las que vengo [Inglewood es una ciudad de mayorías negra y latina]”, denuncia la cantante, que hace tiempo que muestra sensibilidad social. La experta en música urbana Katelina Eccleston afirma que Becky G “ya alzaba la voz en lo que le importaba antes de que alzar la voz se volviese tendencia entre los artistas”. Lucia Allain, activista en defensa de los migrantes, ha colaborado con ella y dice: “Ha sido una de las relaciones más sanas que he tenido con un artista. Tiene un corazón que no entiendo para su tamañito”, bromea. Una de sus millones de seguidoras, contactada por una red social, escribe: “Me hice fan con su canción Shower, y ella es especial para mí porque aparte de ser una gran artista es una gran persona, siempre dispuesta a ayudar en causas importantes”. Todavía no la ha podido ver en directo. Quiso ir al concierto de Madrid desde Castilla-La Mancha, no pudo. “Dejé hace tiempo mis estudios, he estado intentando encontrar trabajo pero es complicado. Ahora no tengo nada y mis padres tampoco tienen mucho para ayudarme con el dinero de la entrada”. Todos los días escribe en su cuenta sobre Becky G. Dice que es miedosa, que le cuesta hablar con la gente y que se siente arropada cuando ella habla de salud mental y escuchando sus canciones cuando está melancólica: “Me transmite felicidad”. Varias semanas más tarde, la plataforma Spotify, en el resumen anual que le envía a cada usuario, le diría que estuvo en el 0,001% mundial de los que más la escucharon.

Su sonido y sus letras están hechos para la levedad. En persona sus ideas tienen peso. Su historia casa con la del manido sueño americano, pero este tópico le parece ciertamente irreal. “Está lejos de ser un sueño”. Piensa en sus abuelos y en cómo recuerdan entre risas sus vidas tan duras y desarraigadas y le entristece entrever tras sus bromas un trauma sin digerir. Piensa en las penurias que siguen pasando los migrantes para llegar a su país, o para sobrevivir si llegan. Habla de las “barreras” y “obstáculos” que permanecen y que ella misma, en su contexto privilegiado, ganado a pulso, sigue sintiendo como mujer estadounidense y latina: “¿Qué significa eso para el sistema? No soy de aquí, no soy de allá… Creo que todavía me queda mucho trabajo por hacer”.

Protesta por algo que siempre ha lastrado las carreras de los artistas de su comunidad, como cuenta desde California el músico e historiador autodidacta Mark Guerrero, hijo de Lalo Guerrero, conocido como “el padre de la música chicana” y autor de clásicos como Canción mexicana o Nunca jamás y de temas irónicos como No chicanos on TV. “Mi padre, por ejemplo, podía cantar en inglés, pero las discográficas no le dejaban porque parecía demasiado mexicano. ¡Si nació en Tucson!”. Guerrero lleva dos décadas investigando la historia del rock chicano y sus episodios de discriminación. “Cuando Los Lobos metían elementos de su herencia mexicana, los punkis gringos les tiraban botellas al escenario”. Afirma que el aporte chicano a la música esta­do­uni­den­se va siendo reconocido, pero advierte de que la exclusión aún existe. Su especialidad son otros tiempos y antes de la conversación no sabía quién era la famosa Becky G. Después de ver vídeos suyos, escribiría un correo: “Canta y actúa muy bien. Me recuerda algo a la Madonna del principio. Me enorgullece que afirme tanto su identidad”.

“Desde niña me ponía las prendas usadas que me pasaban mi mamá y mis primas”. Becky G, con chaqueta de Area, vaqueros de Levi’s y joyas de Tous.
“Desde niña me ponía las prendas usadas que me pasaban mi mamá y mis primas”. Becky G, con chaqueta de Area, vaqueros de Levi’s y joyas de Tous.Adrià Cañameras

Antropológicamente, lo curioso del caso de esta cantante es que su afirmación identitaria es más bien una reapropiación. Empezó cantando en inglés y de ahí pasó al español, un movimiento con sentido emocional —reconexión lingüística con las raíces— y comercial, porque cuando lo hizo, mediada la década pasada, se veía venir el estallido global de la música latina. Con esa inteligente decisión se benefició a sí misma, subiéndose a la ola de este fenómeno, y benefició a otras, según Pablito Wilson, autor de Reggaetón. Una revolución latina (Liburuak): “Fue la que abrió la puerta a Estados Unidos al reguetón femenino, y también al masculino. Ha tenido mucha importancia y en América Latina hemos tardado en ser capaces de dimensionarla”. Núria Net, cofundadora del podcast La coctelera music, cree que atinó con la tendencia de los jóvenes hispanos a revalorizar su lengua raíz, al menos en la música: “Ahora cantar en español es cool”, dice, y pone como ejemplo al puertorriqueño Bad Bunny, aquel chico que cantó Mayores con Becky G y que ha conquistado la industria global de la música sin cantar una sola canción en inglés, algo impensable hace tan solo unos años. Para que ella entrara en este territorio fue necesario su instinto empresarial —un atributo de ella que destaca Katelina Eccleston— y su fuerza de voluntad, para superar el pudor que le daba cantar en su segunda lengua. La aprendió en casa hablando con sus abuelos —”si les decía algo en inglés, se enojaban”— y cantando en las fiestas domésticas con mariachis, pero la común a diario era el inglés, por ser la lengua fuerte de su país y porque uno de sus hermanos nació con autismo y los médicos recomendaron a sus padres usar un solo idioma para facilitarle la comunicación. El deseo y la conveniencia de cantar en español la han llevado a manejarlo con perfecta soltura, pese al jet lag que la trompica en esta tarde madrileña, y a ser la única de sus 34 primos que lo domina.

“Todos somos pochos, ¡pero con orgullo!”, se ríe y muestra su encantadora diastema, la separación entre los dientes frontales. Pocho es el adjetivo para los mexicanos asimilados a la cultura gringa. Aunque la palabra contiene desde su origen la connotación de identidad escindida —no ser ya mexicano y no poder llegar a ser realmente gringo—, Becky G la celebra. Dice que se siente 100% mexicana y 100% estadounidense; es decir, que se siente “al 200%” Becky G. Reivindica todo lo que tiene de una cultura y de la otra, esa fusión tan propia de Los Ángeles, cuyo nombre lleva tatuado en un brazo, como lleva en las muñecas Fe y Familia en inglés o en la espalda los nombres de sus hermanos, con espacio reservado en su sexy zona lumbar para los hijos que desea tener.

Los nombres quedan a la vista cuando posa con una chaquetilla de espalda abierta en la sesión de fotos después de la entrevista, con su guardaespaldas en el mismo plan de marine y ella algo más espabilada, a gusto al sol vespertino y con la música rhythm and blues que le han puesto sus asistentes con un altavoz portátil. Es particular verla aparecer ceñida en un mono floral de Balenciaga en esta casita de fin de semana de buena familia española, con sus imágenes enmarcadas de Felipe VI, Juan Carlos I y don Juan de Borbón a la entrada del hogar. Y queda claro lo que es una diva profesional cuando así vestida le proponen coger una regadera del jardín, lo hace y la gastada regadera metálica luce en su conjunto más ideal que un bolso de 10.000 euros. Durante la sesión, la mira tímido, arrobado, un niño de la casa con el polo, el pantalón corto, los calcetines y los mocasines del uniforme escolar. Al terminar, se acerca con su padre para un selfi con Becky G. Se sacan la foto y ella se sube a un contundente SUV negro de vuelta al hotel. Allá va Rebbeca Gomez, una estrella que nació en Los Ángeles, pero no vio el letrero de Hollywood hasta los 12 años. Allá va una trabajadora con un poco de sueño.

Créditos de producción

Estilismo Ángela Esteban Librero
Producción Maia Hoetink
Maquillaje M. Ángeles Calvo
Peluquería Alba Esteban
Asistente de fotografía Borja Llobregat
Asistente de estilismo Belén Claver
Agradecimientos La Casita Rosa (urbanización Ciudalcampo, Madrid)

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_