La corte del rey J Balvin
Es el colombiano que hizo universal el reguetón. Ha puesto a bailar al planeta entero con sus letras en español. Pero el hombre que canta a la fiesta salvaje es también un treintañero atormentado que padece ansiedad y depresión. Esta es la crónica de varios días junto a J Balvin en Miami para conocer las luces y sombras del ídolo musical del momento.
Al final de la última gala del Premio Lo Nuestro, gran cita anual de la música latina celebrada hace unas semanas en Miami, el camerino del cantante colombiano J Balvin parecía la sala vip de la mejor discoteca del mundo. La estancia, decorada con pesadas cortinas color crema, un par de sofás de piel y una mesa a la que unos camareros llevaban y traían bandejas con aperitivos y bebidas, rebosaba de fenómenos. La mayoría eran figuras del reguetón que habían estado entrando y saliendo antes, durante y después del evento al ritmo que un fornido guardián apostado en la puerta iba decretando. Por allí pululaban, entre muchos otros, Nicky Jam, el americano que conoció el infierno y resucitó en Medellín; Jhay Cortez, rutilante protegido de J Balvin; el también puertorriqueño Rauw Alejandro; la mexicana Gloria Trevi; el maestro Arcángel… Hasta Raphael, que recibía el galardón a la excelencia, vino a presentar sus respetos al rey de la velada. “Ubícame”, le pidió Raphael tras proponerle una colaboración. J Balvin correspondía a los elogios juntando las palmas de las manos e inclinando la cabeza a modo de saludo oriental. Su reducido séquito, amantísimos padres y abuela materna incluidos, andaba repartido por la sala. Pero todos querían llegar hasta el tipo vestido con traje oscuro y botines negros de Dior, ojos tapados con refulgentes gafas de sol plateadas modelo Millionaires de Louis Vuitton, barba de chivo y el cortísimo cabello pintado de rosa que se abrazaba estallando en carcajadas con decenas de colegas de oficio. La vibra y el bling bling de las joyas, los anillazos y las cadenas de oro macizo retumbaban por la estancia, cada vez más abarrotada. “¡Ese look me encanta, cabrón!”, dijo J Balvin a Arcángel, que iba vestido con un traje tan extravagante como divino y ocultaba su rostro barbado tras unas grandes gafas oscuras. De camino a la puerta de salida, Arcángel abandonó por un instante el flow con el que parece ir por la vida, me agarró del brazo con una mano y se puso a gritar mientras con la otra señalaba hacia J Balvin: “¡Ese es el exponente más grande en la historia del reguetón! Y es colombiano. Eso no te lo dirá nadie. Lo digo yo. Al género le hacía falta que viniera alguien que no sea de Puerto Rico. Sin él, esta música no estaría donde está hoy”.
Poco antes, sobre el escenario del pabellón deportivo American Airlines Arena, el puertorriqueño Daddy Yankee había entregado a J Balvin —pronúnciese ieibalvin— el Premio Lo Nuestro al icono mundial, fundiéndose con él en un abrazo interminable. “El propósito de un líder siempre es crear nuevos líderes. Estoy bien orgulloso de ti”, dijo Yankee, el hombre que prendió hace más de tres lustros la gasolina del reguetón: a saber, género que trufa para el perreo en la pista de baile sonidos provenientes del dancehall y el reggae jamaicanos con el hip-hop estadounidense, regados con otros ritmos del Caribe y letras bien calientes en español. El papito Yankee lo impulsó junto a otras estrellas de Puerto Rico, abriendo paso a nuevos enclaves como Medellín, cuna de J Balvin y actual meca de esta música urbana tan exitosa como controvertida por el machismo imperante en sus letras.
J Balvin ha impuesto su ley huyendo de los tópicos. Puede ser grosero y sexy cuando canta, pero no denigra a las mujeres con sus letras. Defiende abiertamente al colectivo LGTBI. No bebe. No fuma. No se droga. A la hora en que la mayoría de sus colegas se acuestan con una buena curda, acompañados de bellezas que acaban convertidas en protagonistas de sus canciones, J Balvin amanece cada día en soledad, antes de despuntar el alba, para practicar meditación trascendental y ejercitarse un par de horas en el gimnasio. Mantiene hilo directo con un psiquiatra y un maestro espiritual que le ayudan en su complicada búsqueda de la paz mental. Es el mirlo blanco del reguetón. El que lo llevó al mainstream. Y la contradicción hecha carne. Ha puesto a bailar al planeta con una fórmula que mezcla ecos de R&B contemporáneo y vanguardistas ritmos electrónicos con los que ha dado glamour a un género sucio que viene de la calle, convirtiendo su música en un rompepistas con efectos lubricantes para el deseo carnal entre quienes lo bailan. Pero el hombre que canta hoy como nadie a la fiesta y al hedonismo salvajes es también una mente atormentada que padece depresión y ansiedad. Sobre sus muchas luces y sombras estuvimos hablando días antes de la gala. Fue durante otro encuentro en este exuberante rincón estadounidense al sureste de la península de Florida.
La segunda avenida que atraviesa el Design District de Miami transcurre entre naves con muros grafiteados y manzanas cuadriculadas de casas bajas que hasta hace unos años conformaban un peligroso gueto de la ciudad. En la esquina de la Segunda Avenida con la 42 Noroeste se alza una de las edificaciones hipsterizadas por jóvenes colonos que han ocupado estas calles en los últimos tiempos. Los Film Studios de Miami se esconden entre los muros pintados por el artista urbano Pez Barcelona. Pasadas las cuatro de la tarde, el cantante terminaba de grabar en su plató principal una entrevista para Apple TV con motivo de su nuevo disco. Bajo el título de Colores, J Balvin acaba de lanzar un destilado de 10 canciones con sus 10 videoclips correspondientes, dirigidos por Colin Tilley, que componen un viaje cromático a través de distintas bases reguetoneras empapadas con otros ritmos de vocación universal. Su sexto álbum, producido por Sky y Tainy, cuenta con el arte de Takashi Murakami, cuyas obras también decoran la morada de J Balvin en Medellín. Escuchado de un tirón, Colores dura poco más de media hora y se parece a un largo tema único que va modulándose a través de los cortes para reventar el densflor de cualquier discoteca que se precie de serlo. “Este disco está pensado para globalizar más el sonido del reguetón”, me dijo el cantante tras salir del plató. “No tienes que ser un fanático de esta música para disfrutarlo. Quiero ver a abuelos en Alemania, y en África y en Asia cantando las canciones de este álbum. Aunque no sepan lo que dicen sus letras, pero que las canten. Y que se conecten”.
Pero aquella tarde en Miami, de lo que J Balvin menos ganas tenía de hablar era de los motivos para lanzar este disco. Tampoco de los colores que dan nombre a cada canción. Ni de los más de 150 millones de visionados en YouTube que lleva acumulados el videoclip del pelotazo Blanco, adelantado el pasado noviembre. Ni de cómo el verano pasado se convirtió en el artista más visto en YouTube. Ni de sus éxitos en Spotify, donde ha sido el primer artista latino y cuarto global de 2019, aglutinando 56 millones de oyentes mensuales y más de 6.000 millones de reproducciones. Ni de los más de 65 millones de seguidores en sus redes sociales, donde expone todo lo bueno y lo malo que hay en su vida. Nada de todo eso pasaba aquel día por su mente. De lo que el embajador mundial del reguetón quería hablar era de su deseo irrefrenable, y por el momento frustrado, de ser padre.
Sin ocultar su melancolía, tomó asiento en una silla alta junto a los espejos iluminados de una pequeña sala de maquillaje, empezó a meterse en la boca uno tras otro chicles de menta que sacaba de un bote y dijo mirándome con sus ojos achinados: “En 2016 tuve un accidente con el jet que en aquel momento rentábamos. Afortunadamente, salimos vivos. Lo único que yo pensé mientras el avión se iba estrellando era: ‘No tuve hijos’. La prosperidad sin compartir no es lo mismo”.
"En 2016 tuve un accidente con un jet. Cuando el avión se estrellaba, lo único que pensé era: 'No tuve hijos"
José Álvaro Osorio Balvín, alias J Balvin, es un antioqueño corpulento y de mediana estatura a punto de cumplir 35 años. Tiene un torso cincelado en el gimnasio y tatuajes que lo recorren hacia los brazos y el cuello. Su pequeña cabeza está coronada con un cabello rapado que suele pintar de colores. El rosa era el elegido aquella tarde reciente en Miami. Vestía camiseta blanca, jeans negros, sudadera amarilla con capucha y zapatillas Air Jordan decoradas con diversos colores de su propia colección para Nike. En la muñeca izquierda brillaba un ostentoso cronógrafo Audemars Piguet con cuerpo de acero y brillantes. “No sé ni cuántos relojes tengo en mi colección”, dijo haciendo un ademán con la mano izquierda. Tampoco concreta cuántas casas tiene repartidas por el globo. “Mi mamá me pela como diga eso”. Medellín y Nueva York son al menos dos enclaves fundamentales. De un tiempo a esta parte ha retomado la capital de Antioquia como base de operaciones. “Regresé a vivir allí porque quiero estar en contacto con mi pueblo, escucharlos y ver en qué puedo yo ser la voz para que sean escuchados”, dice marcando siempre el acento paisa con su voz grave que llena cualquier habitación. Su gran vivienda de estilo japonés a 20 minutos en carro desde el centro de Medellín está decorada con obras de Murakami y otros artistas orientales. J Balvin es obviamente un millonario que se mueve en jet privado por el mundo. “Tengo menos dinero de lo que cree la gente y más de lo que yo pienso”.
—¿Cómo puede tener éxito un cantante de reguetón que dice que no se droga, promueve que los jóvenes no beban alcohol y no denigra a las mujeres con sus letras?
—El género ha evolucionado mucho. Las letras misóginas estaban ahí. Fue una especie de marketing no planeado que hizo que sonara y la gente hablase. Pero yo siempre quise ser yo. Eso no quiere decir que sea ningún santo. O que no tenga canciones sexys. O en las que haya dicho alguna grosería. Me gusta escuchar el reguetón calle, calle… Pero cuando hago música me gusta ser yo.
—El año pasado se pintó el pelo de colores el Día del Orgullo Gay. Mucha gente cuestiona su sexualidad por defender los derechos del colectivo LGTBI.
—Estamos en el veinte-veinte. Si yo fuera gay, estaría el más orgulloso de decirlo. Habría más impacto todavía. Pero no lo soy. Siempre he sido amante de la tolerancia y la unidad. Si puedo ser la voz para esa gente, lo voy a hacer.
“Si yo fuera gay, estaría el más orgulloso de decirlo. Pero no lo soy. Siempre he sido amante de la tolerancia y de la unidad”
—Y le obsesiona cambiar el estereotipo que se mantiene asociado a los latinos.
—Vamos a ver muchos cambios. En 10 años la historia será diferente. Aquí, en Estados Unidos, durante épocas de crisis nacen grandes oportunidades. Como yo hay miles de latinos diciendo: “¿Ah, sí? Te voy a demostrar que sí se puede”.
—¿Dónde quiere llegar con todo esto?
—No hay límite. Los sueños se reinventan. Y no todos son profesionales. Está el espíritu, el ego… El ego es el niño que hay dentro de uno. El que nos hace soñar. Y competir. Una persona sin ego es una persona sin sueños.
—¿Cuánto se le dispara el ego?
—Posiblemente he sido un pendejo en algún momento. O lo he sido y no me he dado cuenta. Pero nunca fuera de mi entorno. Tuve y sigo teniendo muchas batallas internas. Pero de ahí no salen.
Al comienzo de la historia de J Balvin hay cero dramas. Lo que sí hay es una casa grande en un barrio acomodado de Medellín, donde vivía con su hermana pequeña y sus padres, Álvaro y Albita. La infancia transcurrió durante los años de plomo en Colombia. “De pequeño se nos hacía normal escuchar de muertes, de asesinatos, bombas, secuestros… A mi familia no le afectó directamente. Pero aquella era una violencia contra los ciudadanos. La herida sigue abierta, pero también nos enseñó cómo no hacer las cosas. Y cómo hacerlas bien. Hoy veo Colombia mil veces mejor de lo que estaba antes, en comparación con aquellos años. Siempre habrá situaciones difíciles y tampoco conozco el país a la perfección. Pero veo una juventud con esperanza, con una conciencia mucho más elevada”.
En aquellos primeros años también hay un colegio del Opus Dei. Y buenas notas, combinadas con un lado gamberro. Y una ambición incipiente que ha marcado su vida. “Josesito, desde niño, siempre ha sido ambicioso”, recuerda hoy su padre, economista y empresario de 65 años. “A los seis o siete años decía cosas así: ‘¿Cómo voy a tener plata para mantener a mi familia?’. Él veía mi lucha montando negocios. Por malos socios, en algunos fracasé. Eso le sirvió de acicate. Cuando empezó a hacer música en serio, se pasó del rap al reguetón por eso: es mucho más comercial. Le marcaron las preocupaciones que veía en casa”. Así fue como aquel adolescente inquieto, que había empezado a padecer sobrepeso y ataques de pánico y ansiedad, que imitó a Nirvana y Metallica con una banda de rock antes de hacer rimas de rap, dirigió sus pasos hacia el sonido reguetonero que se consolidaba en Latinoamérica. “Una de las quiebras económicas de mi padre me sacó de la zona de confort”, dice hoy J Balvin. “Me tuve que cuestionar qué iba a hacer para ayudar a mi familia”.
Albita, una señora encantadora de 57 años, recuerda que tenía otros planes para su hijo. “Yo quería que mi Josesito fuera médico. Hasta en la sopa de letras le ponía: ‘Doctor’. Empezó el semillero de Medicina en la Universidad de Antioquia. Pero al año me dijo: ‘Esto no es lo mío. Lo mío es la música’. Cuando conté que Josesito se iba a dedicar al reguetón, todo el mundo se escandalizó. Se creía que la persona que se dedicaba a ese género no tenía cerebro, era casi decir que uno era delincuente. Pero decidimos apoyarle”. La formación en otras músicas urbanas se había fraguado con una estancia durante la adolescencia tardía en Oklahoma, donde la señora de la casa donde vivía se encariñó peligrosamente con él. También pasó una temporada en Nueva York. Y en Miami, donde pintó casas con un trabajo ilegal. Hasta que regresó a Medellín. Y un día le dijo a Diana Osorio, su novia de entonces y hoy gran amiga: “Quiero ser como Daddy Yankee”.
Aquello fue lo que precisamente chirrió a Juan David Rivera, DJ Pope, durante los primeros encontronazos con quien hoy es su socio, amigo y hermano. “Yo lo veía en las discotecas y decía: ‘¿Este quién se cree, Daddy Yankee o qué?’, recuerda el medellinense de 37 años, casado y padre de dos hijos, que ejerce como deejay en los directos de J Balvin desde el inicio de su carrera. Se conocieron por amigos comunes en las zonas industriales de la capital de Antioquia donde se practicaba reguetón callejero de estilo libre. Acabaron conectando. Y se lanzaron a la conquista del mercado colombiano. Medellín, Barranquilla, Cali… Hasta que llegaron a Bogotá. “Allí eran muy radicales contra este género”, dice DJ Pope. “Nos dieron la espalda. Pero fueron rocas que dan opción a rendirte o seguir. Nuestro ideal era que nuestra música la pudiera escuchar una persona de la tercera edad o un niño. Siempre fue un proyecto global. Una nueva cara del reguetón. En España creo que aún no lo han entendido del todo, pero se ha hecho el proceso”.
Para DJ Pope, lo más complicado de ese proceso que arrancaron hace tres lustros ha sido convivir con la ansiedad y la depresión del rey J Balvin. “Como amigo y hermano, lo único que puedo hacer es estar ahí y darle mi mejor energía. En su caso, y se lo he dicho mucho, el detonante es el exceso de trabajo. Siempre le digo: ‘¡Si no tienes tiempo pa ti, huevón!’. Nosotros lo hablamos todo. Es la persona más leal que conozco. Somos socios desde hace 15 años y no hay una servilleta firmada”.
Albita, la madre, sabe bien que su hijo no es perfecto. “Y Josesito también lo sabe. Es una persona ansiosa. Todavía tiene algunas cositas que corregir. Pero en medio de la oscuridad ha dado luz al mundo entero confesando que es depresivo. Al principio de su carrera alguien me dijo que hablase con él porque estaba contando sus sentimientos en las redes sociales. Le dije que al parecer todo tenía que ser perfecto. Y él me contestó: ‘Ya, madre. Yo jamás voy a cambiar en eso. El mundo tiene que entender que yo no puedo tener una vida para J Balvin y otra para Jose. Somos el mismo. Los artistas sufrimos, lloramos, nos da rabia… No me puedo esconder, madre, en una perfección que no tengo”.
El hijo de Albita convive hoy como puede con el perro negro del que hablaba Winston Churchill: “Mi perro negro está muy pequeño en este momento. Ni se ve. Y reconozco los factores que lo hacen crecer. He pasado por la ansiedad y la depresión. El perro negro me ha tragado y me ha vomitado mil veces. Pero terminamos siendo victoriosos. Te hace muy vulnerable, tanto como el amor. Entre el dolor y el amor, la vulnerabilidad se expone en su máxima expresión. Todos caemos presos de ambos. Sigo medicándome. Creo en mi psiquiatra. Con la ansiedad sientes que no quieres vivir. Es el miedo al miedo. A no salir de ahí. Soy muy abierto a hablar de estos temas. A cuántos jóvenes no les habremos salvado la vida con estos comentarios. Soy humano. No soy un superhéroe”.
“El perro negro me ha tragado y vomitado mil veces. Con la ansiedad sientes que no quieres vivir. No soy un superhéroe”
—¿Sigue teniendo miedo a la muerte, causa de sus ataques ocasionales de pánico?
—Sí. Creo en la reencarnación, pero le tengo miedo a la muerte. Si muriera ahorita, creo que fui buen hijo, buen hermano y buen amigo. Pero me quedaría lograr tener hijos, formar una familia. Mi sueño hoy es ser padre. El problema es ser suficientemente consciente para construir una familia y unos seres humanos que no tengan los temores y las programaciones que me metieron a mí mis padres sin querer queriendo.
—¿No ha tenido suerte con las mujeres?
—Por contra, creo que las mujeres no tuvieron suerte conmigo. Llegó un momento en que no sé si se calmó la libido, o como se llame eso, y empiezo a quemar facetas que pensé que no se iban a calmar y empiezan a calmarse. El deseo siempre está ahí. La conciencia nos va a decir si vale la pena o no hacerlo. Es una pelea muy perraca. Ahora que estoy soltero ando en aprender a conocer a Jose. A veces me provocaría irme pa Tailandia, o qué se yo. Pero igual en Tailandia suena mi música. Me da duro cuando siento que no tengo la compañía de la pareja. Pero eso… va a llegar.
—¿La cultura oriental ha reconducido su vida?
—Cien por ciento. Soy católico por tradición cultural. No soy del Opus Dei, aunque estudié en un colegio del Opus. Tampoco soy el católico más practicante. Soy más budista. Creo en Dios. En el universo, como le quieran llamar, Alá o Buda… Creo en esa energía creadora, absolutamente superior. Cien por ciento.
—A través de su creencia en la reencarnación ha tenido recuerdos de pobreza durante la infancia que no se corresponden con lo que sucedía en la casa de sus padres cuando era pequeño. ¿Qué vida cree haber vivido antes?
—Tengo recuerdos de vivir en la miseria, pero no fueron en esta… Recuerdos de estar debajo de un puente, en un apartamento con ratas… Como niño y como adulto.
—¿En qué cree que se reencarnará?
—Quién sabe. Así pase la tarea en esta vida… Por eso trato de preparar la conciencia, porque para que me manden repetir esta… ¡Qué pereza!
Si se reencarnase en sí mismo, volvería a vivir un bautismo reguetonero como el de 2004. Y tendría que conquistar de nuevo su país como hizo con el disco Real en 2009. Y expandir su huella con el álbum La familia y el resto de obras de la pasada década. Y colaborar con todas las estrellas del pop imaginables, desde Beyoncé hasta Pharrell Williams y Rosalía, con quien participó en el bombazo del año pasado Con altura —lo que le atrae de ella es su misterio: “Rosalía no se puede leer, bueno y no bueno, pero es sexy”—. Y reventarla con Oasis, disco firmado a medias en 2019 con Bad Bunny —“es como un hermanito con el cual no hablo y me entiendo”—. Y alimentarse de ecos que vienen desde la salsa de Héctor Lavoe y Celia Cruz hasta el rap de Mos Def y Nas de la Costa Este de Estados Unidos, pasando por una amalgama que enriquece su música de vocación universal. Y compartir mánager, Scooter Braun, con Ariana Grande y Justin Bieber. Y liderar a una generación de artistas latinos que, tras la hornada de Ricky Martin, Jennifer Lopez (JLO) y Shakira —quienes aún tuvieron que cantar en inglés para conquistar mercados globales—, hoy triunfan con letras cien por cien en español. Y reinar a la sombra de JLO en la última edición de la Super Bowl, donde su compadre Bad Bunny también acompañó a Shakira sobre el escenario en una reivindicación del poder latino en Estados Unidos. Y tener la misma obsesión por las métricas para analizar cada detalle de su marca, una marca global. Un producto que vende millones y se rifan las firmas de moda, con las que colabora habitualmente. Y caerse del cartel, como hizo en 2015, del evento de Miss USA por unas declaraciones de Donald Trump, entonces propietario del certamen, en las que llamó a los mexicanos mentirosos, violadores y narcotraficantes. “Después no he coincidido con él como presidente. Gracias a Dios, he podido convivir con Obama. Si tuviera delante a Donald Trump, mantendría la mejor conversación de mi vida. Quisiera saber cuál es su punto de vista, el porqué de ese tipo de comentarios y cómo ve la vida. ¿Qué le voy a decir, a tomar por culo? Al revés, aprovecharía para entender por qué su aparente inconsciencia funciona de esa manera”.
“Con Donald Trump mantendría la mejor conversación de mi vida. Aprovecharía para entender su aparente inconsciencia”
La noche de la reciente gala del Premio Lo Nuestro en Miami, el cantante llegó con meticulosa puntualidad minutos antes del comienzo del espectáculo. Cuando la pléyade de candidatos a los galardones ya había cruzado la alfombra roja, J Balvin bajó de una berlina Mercedes en mangas de camisa, dejó que uno de sus asistentes le acomodara la americana negra e inició el paseíllo con calculada parsimonia. Le seguía su séquito de máxima confianza. Rick y Maxi, asistentes; Fabio, mánager personal; la hija de Fabio, que colabora en la empresa; DJ Pope y su hijo adolescente, y un joven reguetonero llamado Matt Paris que estos días se ha unido a la troupe. Entre los gritos de los fans apostados tras las vallas, el ídolo se hizo selfis con ellos y se paró para atender a todos los medios que le solicitaron unas palabras. El fotógrafo que nutre su cuenta de Instagram tomó varios retratos en la alfombra roja para su inmediata publicación en las redes sociales. El séquito se paró y rodeó la cámara del fotógrafo durante cinco tensos minutos hasta que el jefe aprobó dos instantáneas. Acto seguido, siguió caminando por las bambalinas del American Airlines Arena, cruzándose con todo tipo de vigilantes forzudos, coristas y bailarinas despampanantes, técnicos de sonido histéricos y operarios llevando y trayendo platillos de batería y contrabajos para mariachis. Impasible, la estrella saludaba a diestro y siniestro a todo el que se cruzaba en su camino. Sin dejar a nadie atrás. Controlando la puesta en escena hasta el último detalle.
Cuando solo faltaban un par de minutos para que la cantante Thalia diera el pistoletazo de salida al show, la corte del rey irrumpió en el interior del pabellón donde el resto de colegas llevaban un rato sentados en diversas mesas circulares de ceremonia que ocupaban la cancha del recinto. Alguien gritó por megafonía: “¡Directamente desde Medellín acaba de llegar J Balvin!”. Un par de horas después actuó sobre el escenario con un medley de cuatro temazos y recogió el premio al icono mundial. Regresó al camerino entre besos y abrazos a Becky G por aquí, Anuel por allá, y se atrincheró en la sala donde le esperaba una variopinta tropa dispuesta a rendir pleitesía. Antes de la medianoche, se largó al hotel sin dejar de saludar a todo el que se cruzó en su camino.
Al día siguiente, amaneció a media mañana. A pesar de ser su único día libre en mucho tiempo, permaneció fiel a su ritual. Maxi, uno de sus asistentes personales, le subió un café a la suite en el Four Seasons de Miami Beach. “Cuando me levanto, lo primero que hago es lavarme los dientes y la cara. Y a meditar. Luego, directo al gimnasio. Y después empiezo el día”. Al bajar acompañado de su entrenador personal de camino al gimnasio del hotel, sus ojos aún lucían somnolientos. Llevaba consigo una toalla y el teléfono móvil con una funda roja del que no se separa jamás y con el que wasapea todo el rato. “Me veo toda la vida en la música, apoyando a nuevos talentos y viéndolos crecer. Siento que puedo estar 10 o 15 años más en el ring. Ahora, seleccionando uno con quién pelea. La meditación trascendental me ayuda mucho. Repitiendo el mantra, buscando siempre cómo manejar todo esto… ¡La vida!”.
—La vida, qué cosa más rara.
—Esa es la palabra. La vida es rara. Y también hermosa. Pero hay momentos en los que simplemente uno no entiende.
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