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El enigma Letizia: la Reina cumple 50 años

Hiperactiva, inconformista y contradictoria, después de casi 19 años en La Zarzuela es una profesional que dejó atrás la época en la que no encontraba su sitio. Es la reina que nadie esperaba. ‘El País Semanal’ sigue sus pasos durante cuatro meses.

Reina Letizia
La reina Letizia, fotografiada en los Premios Princesa de Girona el 4 de julio, en el Museo de las Aguas AGBAR, en Cornellà de Llobregat (Barcelona).Samuel Sánchez
Jesús Rodríguez

Cuando por fin se cierra la puerta del baqueteado Airbus 310 matrícula T.22-2 de la Fuerza Aérea y empieza a rodar por la pista del aeropuerto de Nuakchot (capital de la República Islámica de Mauritania), invisible bajo una violenta tormenta de arena que tiñe de bilis el cielo, se escucha a bordo del avión el suspiro de alivio del equipo de la Reina. Se acabó. Es 2 de junio. Han sido tres días frenéticos recorriendo uno de los territorios menos favorecidos del planeta. Un viaje de la Cooperación Española para dar visibilidad a sus proyectos de desarrollo en este país estratégico: bisagra entre el Magreb y el Sahel; un dique de contención para el tráfico de personas y el terrorismo yihadista. Y también para expresar la solidaridad de España en aspectos como la educación, la salud, la nutrición o la igualdad. Durante cinco meses esta visita de la Reina se ha diseñado minuciosamente a tres bandas, La Moncloa, La Zarzuela y Asuntos Exteriores. Y nada ha fallado.

Los escoltas, ojerosos y cubiertos de polvo, se despojan de los chalecos antibalas y los pinganillos. El jefe del operativo, el comandante de la Guardia Civil S. R. V., sonríe y suelta: “Qué, ¿habéis sudado?”. Y abraza a cada componente, una veintena de guardias entre los que hay un par de mujeres agentes; una, de apenas 24 años, cojea de forma ostensible. El aparato toma altura. La Reina brinca de su asiento y saluda uno por uno a su servicio de seguridad: es su inevitable segunda familia. Bromea; practica la retranca asturiana, cuyo acento le brota cuando domina la situación; habla alto, claro y rápido; gesticula; pregunta; se dirige a ellos por su nombre de pila y los palmotea con vigor. No se le escapa ni una. Se pone en cuclillas para masajear el tobillo de la guardia lesionada. Esta se sonroja.

Letizia Ortiz, durante el viaje de tres días a Mauritania que concluyó el 2 de junio.
Letizia Ortiz, durante el viaje de tres días a Mauritania que concluyó el 2 de junio.Samuel Sánchez

Hasta aterrizar en la base aérea de Torrejón cuatro horas más tarde, la consorte no se sentará ni un instante. No aparenta cansancio, aunque está reventada. Es la liturgia del oficio. Recorre los pasillos del avión: charla con su secretario, el hierático general de Caballería José Zuleta; con el jefe de Protocolo de la Casa, el también militar Curro Lizaur; con el personal de Comunicación y Transmisiones y con S. C., uno de los médicos de La Zarzuela al que la une una gran confianza. Y también con el personal de la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional, que ha organizado y la ha acompañado en este periplo, encabezado por su titular, la veterana socialista experta en asuntos de igualdad Pilar Cancela. Esta se enlaza en un abrazo con Letizia y exclama: “La Reina es nuestra primera cooperante”. Más tarde, en privado, confía al periodista: “Pensaba que era fría y distante, y ha resultado ser profesional, normal y hasta divertida. Se ha currado los temas. Este viaje está en sintonía con sus intereses sociales, desde la seguridad alimentaria al trabajo infantil o la violencia machista. Nos reunimos con ella en su despacho de La Zarzuela y se había empollado a conciencia nuestro dosier, que tenía lleno de post-its. Sabe lo que venimos a hacer y su papel es clave dando a conocer nuestros proyectos de solidaridad en el mundo. Y ahora nos reuniremos con ella para hacer un juicio crítico y ver las lecciones aprendidas para el viaje del año que viene, que le toca ir a América Latina. La Reina no es un florero”.

En vaqueros de marca blanca, camiseta y botas de caminar, la Reina resulta ser una mujer menuda, fibrosa y muy delgada; de manos pequeñas, uñas cortas y transparentes, sin anillos (tampoco alianza); la cara lavada y la melena, oscura y veteada de canas, recogida en una coleta. Está en forma, pero no tiene brazos de culturista. Usa gafas con discreción y siempre tiene a mano un caramelito de menta. Es telegénica; una adicta al teatro que domina las tablas (como los grandes políticos, sin ir más lejos, su apreciado matrimonio Macron), pero uno podría cruzársela en la calle con alpargatas planas y una gorra y no advertir su presencia. La mascarilla ha sido para ella (y sus dos hijas, Leonor y Sofía) un valioso instrumento de anonimato durante la pandemia y sus coletazos (por ejemplo, para estas últimas en el último concierto de Rosalía en Madrid). Pasear, ir a comprar libros o al mercado son su forma de palpar una realidad de la que no quiere abstraerse.

La Reina, con el chaleco de la Cooperación Española, en Mauritania.
La Reina, con el chaleco de la Cooperación Española, en Mauritania. Samuel Sánchez

Porque Letizia Ortiz Rocasolano, a punto de cumplir los 50, el 15 de septiembre, no oficia de reina las 24 horas del día como hace Felipe, comprometido en ser un jefe de Estado a tiempo completo. Él es constitucionalmente la primera autoridad del Estado. Ella no. A él todo le afecta, desde una victoria deportiva a un incendio forestal. Cuando en su hogar sacan entradas para el cine o un concierto (algo que ocurre a menudo), siempre existe la duda de si podrá asistir o surgirá algo inesperado. Con un problema añadido: la reprochable conducta de su padre, Juan Carlos de Borbón, le ha privado de la mínima posibilidad de fallo; carece del más pequeño margen de error. Felipe y Letizia no pueden meter la pata. Jamás podrán susurrar con gesto contrito: “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”.

El desliz más evidente de Letizia en sus casi 19 años en la empresa (después de 3.000 actos públicos sin errores destacables) se escenificó bajo la nave gótica de la catedral de Palma de Mallorca el Domingo de Resurrección de 2018, con un encontronazo con su suegra inmortalizado por las cámaras. Alguien que estuvo allí explica: “El fallo de la reina Letizia fue decirle a la reina Sofía, con unas formas muy cuestionables, que las fotos con las niñas en casa, no en la iglesia; que ese no era el momento ni el sitio. Y el de Sofía, que tiene un carácter obstinado y machacón, no darse cuenta de que ya no es la reina. Lo es su nuera. Y Sofía se empeñó hasta que la otra saltó”. El protocolo voló ese día por los aires. Del diario The Times británico a The New York Times, la prensa internacional se hizo eco del incidente, que escondía algo más profundo: la relación entre ambas siempre ha sido difícil. Y el apoyo de la emérita hacia Letizia, escaso. Sofía es bisnieta del káiser y Letizia, nieta de un taxista. La educación, la formación y la generación a las que pertenecen son distintas. Sofía es una profesional del siglo XX. Y Letizia, del XXI. Y como tal actúan.

La Reina visita un proyecto durante su viaje a Mauritania.
La Reina visita un proyecto durante su viaje a Mauritania.Samuel Sánchez

Letizia ni siquiera nació formando parte de la realeza (como su marido y sus hijas y sus cuñadas y sus suegros); carece de funciones constitucionales (más allá de una posible regencia si se quedara viuda con Leonor menor de edad), de un estatuto (del que goza, por ejemplo, la cónyuge del presidente francés), de manual de instrucciones precisas y de equipo propio. De hecho, asiste a un número limitado de actos institucionales, al contrario que Sofía, que, por ejemplo, copresidía el juramento de los presidentes (Aznar, Zapatero y Rajoy) y sus ministros ante una Biblia y un crucifijo que han pasado a la historia con los actuales reyes. Al igual que la misa de tedeum tras la coronación o la celebración de Pascua de Resurrección. Esta Reina no es agnóstica ni creyente. Es, como la Constitución de 1978, aconfesional. De hecho, en el enunciado de las invitaciones de la Casa ha desaparecido el anacrónico “Su Majestad el Rey, que Dios Guarde”.

El viaje a Mauritania conectaba con los intereses de la Reina, como la salud, la educación y la igualdad de género. En la imagen, la Reina, el 1 de junio.
El viaje a Mauritania conectaba con los intereses de la Reina, como la salud, la educación y la igualdad de género. En la imagen, la Reina, el 1 de junio.Samuel Sánchez

Son pequeñas pistas que muestran una nueva dirección. La determinación de la pareja es construir una Monarquía más útil y cercana. Un plan Renove que Felipe inició en 2014 redactando un código de conducta para su Casa y la familia real, y que se ha dilatado ocho años hasta hacer público su patrimonio personal: 2,5 millones de euros. Al tiempo que intentaba defenderse de su propia estirpe. Especialmente, del denominado con ironía en la Casa “entorno de Abu Dabi”, que, por ejemplo, contraprogramó con una fotografía del emérito con sus hijas y nietos en su refugio de Emiratos la visita de los actuales Reyes y sus hijas el pasado 16 de abril, durante las vacaciones de Semana Santa, a un centro de refugiados ucranios en Madrid. Letizia se arrodilló para hablar con los niños mientras le relataban su dramática salida del país. Fue una de las imágenes del día. La otra, la que se envió desde Abu Dabi a una agencia, creó un terremoto en redes sociales, ya que en la primera fotografía remitida no se veían las piernas de uno de los hijos de la infanta Cristina, dando lugar a dudas acerca de si había sido o no retocada.

La reina Letizia, en Mauritania.
La reina Letizia, en Mauritania. Samuel Sánchez

La amplificación del incidente de la catedral demuestra que Letizia (queriendo o no, esa es la gran duda) proporciona continuos contenidos de entretenimiento a una sociedad del espectáculo ávida de iconos fungibles. Su imagen y su presencia; sus outfits y las leyendas que la rodean (distante, tiránica, antipática), son un activo que se monetiza en el show business televisivo o digital. Está siempre bajo el foco. ¿Debería ser más distante o más abierta? ¿Debería ser más moderna o más tradicional? ¿Debería ser más regia o más plebeya? Ese es el debate. Y hay bandos. Pero ella es, simplemente, la pareja del jefe del Estado. Intenta ser feliz con su trabajo, estar en su sitio, ayudar al Rey, dar visibilidad a las causas en las que cree, ser una correa de transmisión entre los de arriba y los de abajo, abrir puertas, conectar con los valores y sentimientos de la ciudadanía. Y ser útil a la sociedad civil organizada. ¿Qué valor tiene ese trabajo? Como demostró Lady Di abrazando a un enfermo terminal de sida o visitando un campo sembrado de minas antipersona en Angola, un miembro de la realeza también puede poner el foco en las desigualdades del mundo.

Pero además, Letizia tiene una vida. Se reafirma en ese hecho. Aunque no todos estén de acuerdo en que se pueda ser al tiempo reina y una ciudadana que disfrute de vacaciones privadas. Que es la tesis que ella sostiene. Y opinen que el traje de soberana no está hecho para ella. Pero casi dos décadas después de llegar a La Zarzuela, Letizia sí lo cree. En sus ocho años como reina se ha empoderado. Conoce el oficio. Y tiene instinto. Es una reina contemporánea que busca el equilibrio; respetuosa con los ritos y el protocolo (algo que le costó mucho asumir), pero también convencida de la necesidad de poner a punto una institución herida —cuestionada por parte de la sociedad española y objeto de controversia política entre los partidos—, que Felipe VI pretende convertir en “una Monarquía renovada para un tiempo nuevo”. La Reina cree más en la evolución que en la revolución. Su futuro y el de su familia van en ello. Se pierde por Madrid con un discretísimo equipo de seguridad. Sus amigos son los de siempre. Los viernes son de cine (a veces en soledad), y los sábados, para salir con amigos. Comparte con su marido y sus hijas el largo desayuno tempranero y, siempre que es posible, las cenas, en las que abundan las batallitas del padre. Su círculo son profesionales de clase media. Y sus hijas, ya adolescentes, no han tenido niñeras, doncellas ni preceptores. De pequeñas eran sus padres los que se levantaban por la noche si lloraban. Si Letizia viajaba, su madre, Paloma Rocasolano, enfermera de profesión, les echaba una mano.

Los Reyes y sus hijas, Leonor, princesa de Asturias, y la infanta Sofía, en julio en Barcelona.
Los Reyes y sus hijas, Leonor, princesa de Asturias, y la infanta Sofía, en julio en Barcelona.Samuel Sánchez

Han intentado ser una familia normal con un padre (al parecer) corresponsable. Aunque los demás nunca los hayamos visto como tal. Para empezar, porque viven en un palacete perdido en una finca del Estado, de 16.000 hectáreas. Pero para la Reina, realidad o ficción, de puertas adentro, los Borbón Ortiz son una familia corriente donde a sus hijas se las ha educado en un sentido estricto del valor de las cosas y donde no entran vaqueros ni deportivas prémium; un hogar donde es evidente el feminismo, existe un riguroso control sobre las pantallas (es una obsesa del impacto de lo cibernético en los jóvenes) y se ha inoculado a Leonor y a Sofía la cultura en vena por parte de una madre que presume de cultureta. La reina Letizia prefiere una cerveza con Scorsese o una cena con Woody Allen, una charla con Graça Machel, los Obama o su querida Penélope Cruz, un almuerzo con Angela Merkel (que le relató sus excursiones dominicales en bici con Joachim, su marido) o una reflexión sobre el aborto con Jill Biden o de nutrición con Brigitte Macron, que el esquí en las pistas de moda, las regatas, las cacerías, la front row de París o la copita de media tarde en el Real Club de la Puerta de Hierro, reducto de la aristocracia madrileña.

La Reina gana en la distancia corta. Es una profesional de la comunicación. Sabe que tiene apenas dos minutos para conquistar a cada interlocutor e influir en la idea que se va a hacer y transmitir sobre ella. Sea un directivo del Ibex o una persona con discapacidad. Se trata de ser rápida y directa. Llega, echa un vistazo al contexto y actúa; procurando ser normal, educada, agradable. Intenta dirigirse a todos por su nombre, lo que supone un proceso previo de documentación y memorización.

La reina Letizia y la princesa Leonor, en julio en la ceremonia de los Premios Princesa de Girona.
La reina Letizia y la princesa Leonor, en julio en la ceremonia de los Premios Princesa de Girona.Samuel Sánchez

La cara b, la de su carácter fuerte, incisivo e inconformista, obsesionada por la imagen que proyecta y que recibe cada mañana un grueso dosier con los comentarios sobre ella en los medios y las redes (que unas veces lee y otras no), rara vez sale a la luz. Uno de sus escasos biógrafos, Leonardo Faccio, que publicó en 2020 Letizia. La reina impaciente, la describía entre “la paradoja y la contradicción”. Es decir, atrapada entre su origen y su elección. El periodista José Antonio Zarzalejos, exdirector de Abc y autor de Felipe VI. Un rey en la adversidad, la define de forma sucinta: “La Reina es una mujer de personalidad compleja y de un temperamento indómito”.

Camina erguida y con la barbilla alta (quizá más como la antigua bailarina clásica de su niñez asturiana que con la supuesta prosopopeya de la realeza), determinada y braceando ligeramente, aunque sufre continuos dolores en un pie por una metatarsalgia crónica, resultado del uso excesivo de zapatos de tacón, que aborrece. En su equipo dicen que es crítica por sistema y no se conforma con la mediocridad ni las medias tintas; que no se le puede mentir o hurtar información porque enseguida te pilla; que busca alternativas y nuevos caminos; que no es una muñeca a la que se lleva en andas a cientos de actos sin sentido ni contenido. Da su opinión. Puentea y toca las narices. Su estilo es el de la solidaridad, no el de las mesas petitorias. Querría ir más lejos, al polígono Marconi, a las afueras de Madrid, para intentar rescatar a las mujeres forzadas a la prostitución en ese territorio suburbano de la explotación sexual; o viajar a Estados convulsos como Malí, Níger o Burkina Faso para dar visibilidad a la cooperación española. Habría sido incluso más dura en el reproche legislativo y familiar al emérito (con unas investigaciones archivadas en la Fiscalía del Tribunal Supremo porque la inmunidad de Juan Carlos I mientras fue jefe del Estado lo blindaba ante cualquier acusación y una causa abierta en Londres por su examante Corinna Larsen). El sentido común y el sistema se lo impiden. A veces se tiene que conformar con que Correos emita un sello con su perfil por su 50º cumpleaños. Pero no se resigna.

Visita de los Reyes y sus hijas a un centro de refugiados ucranios en Madrid, el 16 de abril.
Visita de los Reyes y sus hijas a un centro de refugiados ucranios en Madrid, el 16 de abril.Servicio de Prensa Casa SM El Rey

Cuentan que una mañana, en la frutería del Carrefour próximo a su domicilio, su vecina en la cola la miró de soslayo y le espetó: “¿Y tú qué haces aquí”? A lo que la Reina le contestó con sorna: “Pues mira, como tú, comprando tomates”. Letizia no se achanta. Replica. Al equipo de la Casa y a su proveedor de pescado, al que le pide sardinas más gordas porque estamos en temporada. Pero es consciente de que el hecho de ser mujer es una desventaja en una sociedad donde la prensa da más eco a si repite vestido, a la longitud de su falda o a su bronceado que a su condición de embajadora de la FAO para la Nutrición o de defensora de la Salud Mental para la Infancia y la Adolescencia de la Unicef (hablará próximamente sobre el asunto en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York). Algo que le molesta profundamente. Pero para los medios, para cualquier dispositivo móvil de grabación, el objetivo es ella. Haga lo que haga. Una fuente próxima cuenta: “Tiene presente que a las mujeres las juzgan por su aspecto mucho más que a los hombres. Y eso la encorajina. Tiene, por ejemplo, una gran relación de respeto y aprecio con Begoña Gómez, la esposa del presidente Sánchez, que es de su generación y una profesional de valía. Podrían hacer muchas cosas interesantes juntas, pero empezarían a compararlas. Se inventarían desavenencias. Por eso, mejor que no las vean mano a mano, porque serían el blanco del cotilleo, como cuando el presidente Biden visitó España”. En torno a Letizia, la forma siempre prevalece sobre el fondo. En junio, durante la Feria del Libro en el Retiro madrileño, la Reina se desgañitaba recomendando a un nutrido grupo de señoras que leyeran; ellas, mientras, le aconsejaban que se tiñera las canas porque la hacían mayor. “Hazte unas mechas, bonita”, decía una. “Sí, señora, pero que lea usted”, concluyó la consorte.

No concede entrevistas, pero sería una mala entrevistada: pregunta más que responde. Mira de frente con sus ojos verdes y dispara. Es hiperactiva, inquisitiva, curiosa, incluso cruda en sus juicios. Un miembro de su equipo asegura: “Es de verdad”. Aterrizó por amor hace casi 19 años en el corazón de una de las monarquías más antiguas del mundo. Quizá no era consciente de dónde se metía. Pensó que podía con todo. Niña empollona, adelantada y sabihonda; hija de divorciados, universitaria e independiente; poco dócil; casada con solo 25 años por lo civil con su antiguo profesor del instituto; divorciada; ambiciosa, con éxito profesional, quizá la traicionó su elevada autoestima. O puede que el amor le impidiera ver la realidad. Se metió en la boca del lobo. Su acceso a la realeza en 2004 le provocó un shock del que le costó una década recuperarse.

Incidente de Letizia y la reina Sofía en Mallorca, el Domingo de Resurrección de 2018.
Incidente de Letizia y la reina Sofía en Mallorca, el Domingo de Resurrección de 2018.

Accedía a una familia disfuncional en la que nunca sintonizó con sus miembros. Para empezar, con Juan Carlos de Borbón (que reiteradamente ninguneó a la pareja), y a continuación, con las infantas Elena y Cristina. Y menos aún con el marido de esta, Iñaki Urdangarin —que un día le soltó en público: “Tú, de qué te quejarás”—, y a cuyo palacete barcelonés el matrimonio Borbón Ortiz decidió no volver tras ser testigos de la ostentación del inmueble. Letizia nunca ha conectado realmente con la plutocracia madrileña de la billetera y el blasón. Aunque uno de sus patinazos vino precisamente por un mensaje que envió a un miembro destacado de esa clase dirigente, Javier López Madrid, viejo amigo de su marido e implicado en los sumarios de las tarjetas opacas de Caja Madrid, la agresión a la doctora Elisa Pinto o la Operación Púnica, y al que denominaba con afecto “compi yogui” en una nota privada que se filtró. Pero ya mucho antes se le había colgado el sambenito de que se iba a cargar la Monarquía ella solita (algo así como Camilla Parker Bowles, que es hoy uno de los grandes activos de la Monarquía británica). Al final, los que a punto han estado de llevarse por delante a la Corona en España han sido otros con apellido regio.

Sus casi dos décadas de vida en La Zarzuela se podrían titular como la biografía de Pedro Sánchez: Manual de resistencia. Llegó al límite físico y emocional tras mucha soledad y amargura, dos malos embarazos con cesáreas incluidas y, sobre todo, cuando Erika, su hermana pequeña, se quitó la vida en 2007. Sin olvidar el libro escrito por su primo hermano David Rocasolano, Adiós, princesa, que ella consideró una traición por dinero, y que entraba en capítulos muy privados de su vida pasada, como la supuesta interrupción de un embarazo. Solo su disciplina la ha sacado adelante. Ha logrado adaptarse y sobrevivir. Y, sobre todo, aceptar las consecuencias de su elección. Hoy es rigurosa y estricta en su ejercicio físico, alimentación y salud mental. Y lucha para que la opinión de los demás no pese tanto en su estado de ánimo. Ha ganado en flexibilidad (de carácter). Aunque para ganarle un pulso aún haya que romperle el brazo.

Pedida de mano de Letizia Ortiz por el príncipe de Asturias, el 6 de noviembre de 2003.
Pedida de mano de Letizia Ortiz por el príncipe de Asturias, el 6 de noviembre de 2003.Angel Díaz (EFE)

La consigna de la Casa de Su Majestad el Rey cuando llegó Letizia Ortiz al monte del Pardo en 2004 fue, según uno de sus antiguos responsables, “embridarla”. O, como prefieren decir ahora en La Zarzuela con su lenguaje cortesano: “Llevar a cabo un proceso de adecuación y adaptación a la Casa”. Que se tradujo en tenerla tres años callada, sin agenda, sin espacio ni estructura; sin asistir a actos en solitario, de acompañante pasiva del entonces Príncipe de Asturias y sin hacer sombra a la reina Sofía, que cubría cada resquicio, desde la lucha contra la drogadicción hasta los pandas del Zoo de Madrid. Aquellos veranos de Mallorca se los pasó marchita en Marivent, con sus hijas pequeñas, entre su suegra y el exquisito Jaime de Marichalar, mientras el resto de la familia regateaba.

En 2007, tras tocar fondo, la Casa decidió por fin proporcionarle una agenda y asignarle un secretario. El puesto recayó en José Zuleta, duque de Abrantes, un servidor del Estado que ha hecho toda su carrera en La Zarzuela. Nadie le pidió su opinión a Letizia. Lo que en principio parecía una elección arriesgada, ha supuesto un buen tándem durante 15 años. Especialmente porque Zuleta es un tipo duro que no admite milongas y oficia a la perfección de introductor y escudo de la Reina. A partir de ese momento, había que dar sentido a una agenda tan pomposa de denominación como vacía de contenido. Lo que suponía ponerse de acuerdo con el Gobierno (a través de la Secretaría General de la Presidencia), no molestar a doña Sofía (y tampoco a las infantas, que continuaban bajo el paraguas de La Zarzuela) y conseguir que los intereses de Letizia coincidieran con los de la Casa. Resumiendo, que fueran inocuos. Letizia optó por centrarse en dos asuntos nebulosos que había desarrollado como redactora de Televisión Española: salud y educación. En estos años, el 77% de sus actividades han ido en esa dirección. Doña Sofía no había dicho ni una palabra en los actos oficiales en 40 años (su primer idioma es el inglés), por lo que, en consonancia, los discursos de Letizia debían ser pocos, breves y supervisados por la Casa. Como mucho, de tres minutos. Hoy ella escribe todas sus palabras, pero la revisión de La Zarzuela (y en ciertos casos de La Moncloa) es ineludible. Los del Rey siempre son refrendados por Presidencia del Gobierno.

Uno de los veranos de toda la familia real en Mallorca, en agosto de 2006.
Uno de los veranos de toda la familia real en Mallorca, en agosto de 2006.Ballesteros (Efe)

Había que ganarse la corona cada día. ¿Por dónde empezar? Según fuentes de La Zarzuela, “las primeras actividades fueron en la lucha contra el cáncer, pero ella no se quedó en lo ceremonial, que es lo que peor le puede sentar, y se implicó en la investigación oncológica. Y luego, el propio ritmo ha ido aportando nuevas actividades. Hay un efecto llamada, porque su presencia genera un interés sobre esos sectores sociales”. Eso ocurrió en 2008, cuando puso de actualidad las ignoradas enfermedades raras y la orillada formación profesional. Su abanico de intereses se iría ampliando con asuntos como la discapacidad, la violencia machista, la explotación sexual de las mujeres (trabaja de forma activa con Apramp, la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida), y, sobre todo, la nutrición, que se ha empollado con el ahínco de una opositora de notarías. Hoy puede hablar sin freno de biología molecular y patologías metabólicas, de la neurotoxicidad del alcohol, la obesidad infantil, la diabetes, la hipertensión o la disbiosis. A la primera de cambio, le pregunta a su interlocutor lo que come.

El 19 de junio de 2014, el mismo día de la proclamación de Felipe VI, Sofía de Grecia recogió sus cosas de su despacho de La Zarzuela, decorado en tonos verdes y repleto de recuerdos, y cerró la puerta. Letizia tardó en ocuparlo, aunque antes quitó la moqueta y el entelado, y lo pintó de blanco. Y comenzó a imprimir su estilo. Hoy, tras 10 años como Princesa de Asturias y ocho de Reina consorte, es, con todas sus contradicciones, una profesional de la Monarquía. Está satisfecha de su trabajo, por el que cobra 142.402 euros anuales, y le encuentra sentido. Se ha reconciliado incluso con la moda tras fichar en 2015 a la estilista Eva Fernández, que le ha aportado seguridad y la oportunidad de hacer guiños sociales con sus looks: desde prendas de marcas españolas, algunas sostenibles o que reivindican el saber artesano, el apoyo a Ucrania o La Palma, al reconocimiento al estilo Adlib, o una colección confeccionada por mujeres rescatadas de la prostitución.

La reina Letizia, en julio en la ceremonia de los Premios Princesa de Girona.
La reina Letizia, en julio en la ceremonia de los Premios Princesa de Girona.Samuel Sánchez

Ahora, su preocupación es la formación y el futuro de sus hijas. Fue Leonor, la heredera de la Corona, la que decidió estar dos años en el colegio UWC Atlantic College, en Gales; dos años de libertad como paso previo a su entrada por las tres academias militares (que iniciará en otoño de 2023 y culminará navegando en el buque escuela Juan Sebastián de Elcano) y los estudios universitarios, con el Derecho como columna vertebral. Leonor y Sofía han vivido su singular posición desde niñas con aparente naturalidad. “Para Leonor no fue como sacar la espada Excalibur de la roca y de pronto ser princesa; sus padres no la convocaron un día como en una epifanía y le dijeron de sopetón que iba a ser reina. Todo ha sido más sencillo. Son unas chicas normales”, relata una persona cercana. Aunque en algunos medios se ha acusado a Letizia de tenerlas enclaustradas y apartadas de la vida de las jóvenes de su edad.

Es sorprendente que una persona tan visceral como Letizia consiga contener tanto sus sentimientos. En pocas ocasiones se ha salido del guion. Quizá la más palpable fue en su regreso a su Facultad de Ciencias de la Información el 14 de septiembre de 2021. Ahí fue Ortiz. Sabihonda, graciosa, intensa; imitando voces de profesores, recordando situaciones y volviendo a ser aquella chica de 18 años que quería ser periodista. Al final del acto, se llevó las manos al corazón y bordó la faena: “Cincuenta años es una bonita cifra para seguir intentando hacer las cosas bien en el lugar en el que a cada una le corresponda”.

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Sobre la firma

Jesús Rodríguez
Es reportero de El País desde 1988. Licenciado en Ciencias de la Información, se inició en prensa económica. Ha trabajado en zonas de conflicto como Bosnia, Afganistán, Irak, Pakistán, Libia, Líbano o Mali. Profesor de la Escuela de Periodismo de El País, autor de dos libros, ha recibido una decena de premios por su labor informativa.

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