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El virus oscurece aún más la prostitución

“Muchos asiáticos llegaban al club y mis compañeras se asustaban”. La visibilidad se reduce pero el negocio sigue

Luis de Vega
El prostíbulo Sala Kixx en la salida de Madrid hacia Toledo este sábado
El prostíbulo Sala Kixx en la salida de Madrid hacia Toledo este sábadoDAVID EXPÓSITO

Una sospechosa tranquilidad lo rodea todo. “No te cagues aquí”, advierte la pintada en espray negro. El mayor mercado del sexo a cielo abierto de Madrid ha sido engullido por el estado de alarma y la pandemia. No hay ni rastro de la prostitución en la Colonia Marconi y el colindante polígono comercial e industrial de Villaverde. “Aquí no quedan ni los perros”, se sonríe un trabajador. Ángel, conductor de la línea T41 de la EMT, conoce bien todas estas calles. “Hace como semana y media que no veo nada”.

¿Qué ha pasado con la prostitución en tiempos del coronavirus? ¿Tienen miedo las mujeres? ¿Tienen miedo los clientes? ¿Es solo menor visibilidad ante el decreto de alarma?

Cientos de mujeres suelen ejercer, muchas obligadas por chulos y redes de trata, en esta zona de la capital. “Quedaban dos estos días en la rotonda de la calle Laguna del Marquesado, pero llamamos a la Junta Municipal y ya no están”, explica Mabel Díaz, de la Asociación de Vecinos de la Colonia Marconi. A algunas las conoce personalmente. Imagina que estarán pasando dificultades para sobrevivir. Este jueves, ni una a pie de calle.

La quietud inusual en el polígono de Villaverde es vista como un arma de doble filo. “Las estamos perdiendo. Se las llevan a otros sitios para mantener la rentabilidad”, alerta Rocío Mora, directora de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituida (Apramp). Bajo la crisis del virus “gana el putero, el proxeneta y la mafia. Ellas pierden. Cada vez están más esclavizadas”.

“Ahora hay más miedo. Además de la transmisión sexual está el coronavirus”, comenta Gabriela, una venezolana de 34 años que hasta unos días antes del estado de alarma trabajó en un prostíbulo con otras 300 mujeres. “Muchos asiáticos llegaban al club y mis compañeras se asustaban” por verlos como personas de riesgo. Los últimos días la falta de clientela fue adelantando varias horas el cierre hasta que no abrió más. “Ahí estábamos todas sentadas y no entraban más de cuatro”. Intuye que entre los demandantes también hay miedo al virus o a ser multados por la Policía.

Apramp ha peinado en las últimas dos semanas 122 pisos, 36 clubes de carretera y 13 polígonos o zonas abiertas como la que rodea la Colonia Marconi. El 80% de los pisos siguen abiertos, el 15% están cerrados y el 5% se están reactivando. Las estadísticas de Médicos del Mundo no son tan detalladas. Creen que con el estado de alarma “la mayoría de clubes de carretera y pisos han cerrado”, según un informe del pasado martes. Eso sí, tienen dudas de que algunos sigan a medio gas.

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En la ciudad se ven estos días menos reclamos publicitarios de servicios eróticos sobre los parabrisas de los vehículos. Pero una sencilla consulta en internet basta para comprobar que no han cerrado. En una página web junto a los teléfonos se lee: “Sé responsable ¡Quédate en casa!”. Todo apunta a que es un mensaje de los administradores. “Si es es dentro de Madrid, no hay problema. Mándame la localización por whatsapp”, dice una mujer. “Estamos en Ciudad Lineal. No se necesita reserva anticipada”, reconoce otra.

“Por mi hija volvería a hacerlo” pero “no quiero que vea que su mamá se va a trabajar todas las noches”
Gabriela, venezolana de 34 años

“El Covid-19 obliga a ejercer cada vez de manera más clandestina”, lamenta Mora. Para que esa maquinaria siga engrasada, teme que se abran nuevos pisos en el extrarradio, alejados del centro de la ciudad y de la presión policial. “La mafia no dejará nunca de exigirles la diaria”, ese peaje al que están encadenadas con las redes.

El confinamiento agrandará esa deuda y muchas recurren estos días a los contactos de clientes habituales para tratar de no quedarse sin ingresos, entiende Médicos del Mundo. “De mis contactos no me ha llamado ninguno en estos días”, afirma Gabriela, que prefiere ocultar su verdadero nombre. Hace unas semanas que dejó de vivir en el club en el que trabajaba y en el que pagaba 80 euros más 5 de luz al día. Media hora en su compañía costaba 125 euros, de los que ella se quedaba con 100.

Ahora se siente extorsionada por su casera, que sabe a qué se dedica y le pide “de forma abusiva” 1.200 euros al mes por un estudio en el que vive con su madre, su hermano y su hija.

Médicos del Mundo advierte de que son muchas las que tienen personas a su cargo y viven en condiciones precarias, sin acceso al sistema sanitario y dependiendo de ayuda hasta para comer. Algunas mujeres, además, tienen los pisos y clubes donde ejercen como lugar de residencia y han que seguir afrontando la renta. Ante el agravamiento de la situación, esta ONG pide al Gobierno que las considere población de riesgo y las apoye con políticas públicas.

“No me gusta tener a uno diferente encima cada día”. Gabriela sueña con recuperar su vida de publicista. Eso sí, lo tiene claro: “Por mi hija volvería a hacerlo” pero “no quiero que vea que su mamá se va a trabajar todas las noches”.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.

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