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Experiencias para el otoño en el norte de Marruecos: ciudades de colores, las montañas del Rif y playas mediterráneas

En esta zona del país se concentran menos turistas, pero guarda también innumerables atractivos. De las localidades de Tánger, Tetuán y Chefchaouen, a entornos naturales como el parque nacional de Talassemtane con final en los arenales de Saidia

Marruecos
Vista de la medina de la ciudad de Tánger, en Marruecos.Alamy Stock Photo

El norte de Marruecos, luminoso, mediterráneo, con las montañas del Rif como telón de fondo y al margen de las grandes ciudades imperiales del país —donde se concentran los turistas—, resulta diferente y muy auténtico. Con Tánger como puerto de entrada, la costa mediterránea marroquí se está convirtiendo en una nueva riviera de moda para los europeos. Y el interior en una opción original para desconectar caminando por las montañas del Rif y de Beni Snassen.

Con solo cruzar el estrecho de Gibraltar, apenas a unos kilómetros de Tarifa, está Tánger. Esta ciudad legendaria, que a mediados del siglo XX se convirtió en ciudad internacional y mito, daba refugio a todo tipo de personajes. Desde traficantes de armas a escritores de la generación Beat, que se codeaban en esta ciudad portuaria. Tras unos días conociendo su historia, vida nocturna y restaurantes, muy cerca, ya en el interior, espera Tetuán, una urbe que guarda mucho de la ciudad española que fue con su combinación de medina árabe y arquitectura andalusí. La impronta española es más leve en Chefchaouen (también llamada Chaouen), enclavada en las montañas del Rif, con su sorprendente centro de tonoes azules y con sus minaretes que, al atardecer, llaman al unísono a la plegaria. Esta ciudad, por su ubicación, también es un buen lugar para el senderismo, pasando por pueblos amazig (bereberes), imponentes cascadas y formaciones geológicas.

Por la costa, hacia el este, se llega al moderno complejo turístico de Alhucemas (también antigua ciudad española), que es la puerta de entrada a las gargantas secas y los acantilados de caliza del parque nacional de Alhucemas. Este es accesible por senderos costeros o en un circuito de escalada o bicicleta de montaña que incluye una estancia con una familia amazig. En Alhucemas, ciudad de paso en la ruta hacia la frontera con Argelia, se pueden admirar las montañas de Beni Snassen desde una piscina con vis­tas o desde una cabaña rural de 300 años de antigüedad. Con sus desfiladeros, cuevas, mesetas y ovejas bereberes, en esta frondosa región se encontraron algunos de los Homo sapiens más antiguos.

Tánger, Tetuán, Chefchauen, el parque nacional de Talassemtane, Alhucemas y su bahía y las ciudades de Nador y Berkane, muy cerca de Melilla y de la frontera argelina, serán los hitos de un recorrido por el norte de Marruecos, que en otoño se hace especialmente agradable una vez superados los calores estivales. Pero, además, esta es una zona de playas mediterráneas, como Plage Robinson, cerca de Tánger, o las de M’Diq, cala Iris, Alhucemas y Saidia, esta última en la frontera con Argelia. Además, las montañas del Rif invitan a un senderismo de rutas suaves a través de bosques de cedros, poco visitados, pasando por aldeas bereberes hasta la osada formación rocosa natural del Puente de Dios.

Descubrir la magia de Tánger desde uno de sus cafés

Asomada al estrecho de Gibraltar, Tánger está a caballo entre el mar Mediterráneo y el océano Atlántico, entre Europa y África, entre la playa y la ciudad, entre un pasado fascinante y un futuro interesante.

Las calles sombreadas de la ciudad y los callejones encalados de la Ville Nouvelle revelan los secretos de un pasado marcado por la presencia de los escritores de la generación Beat que fumaban hachís y celebraban fiestas en los viejos palacios de la urbe. Aunque el mito sigue vivo, el pasado decadente de Tánger ya es historia. Sin embargo, el millonario plan del rey Mohamed VI para revitalizar el puerto y ofrecer un tren de alta velocidad le ha dado un lavado de cara a la ciudad y ha atraído el interés de las empresas. Por esto hay quien tema que Tánger se convierta en otra Casablanca, pero la vieja ciudad tiene cuerda para rato. Todavía hoy resulta una experiencia de lo más placentera sentarse en un café y observar su fascinante transformación y cómo la vida se desarrolla en las calles.

Vista del puerto de Tánger al atardecer.
Vista del puerto de Tánger al atardecer.Kathrin Ziegler (Getty Images)

La historia de Tánger se remonta a los antiguos griegos y fenicios. Después fue romana, vándala, bizantina y, por fin, en el año 705, los árabes irrumpieron aplastando a las tribus bereberes. La ciudad, todavía habría de ser portuguesa, británica y, finalmente, francesa y española. De 1912 hasta 1965, gracias a su posición estratégica, se convirtió en una zona internacional con varios sectores —similar al Berlín Occidental durante la Guerra Fría—. Durante ese período, llegaron a la ciudad personajes de todo tipo —artistas, especuladores de divisas, espías, exiliados, excéntricos…—, que dieron a la ciudad una sórdida fama. Entre sus huéspedes más notables destacan Paul Bowles, Tennessee Williams, Truman Capote, Jack Kerouac o William Burroughs, que dejaron una huella literaria importante.

Cuando terminó este período de entre zonas, Tánger se sumió en un largo declive. Aun así, desde 2007, la ciudad ha experimentado un fuerte desarrollo gracias a su nuevo puerto (Tánger Med), al puerto deportivo (Tanja Marina Bay) y al tren de alta velocidad a Casablanca.

Todavía es una delicia pasear por Tánger, sobre todo por su medina, su principal atractivo. El lugar, un laberinto de callejuelas comerciales y residenciales entre los muros de una fortaleza portuguesa del siglo XV, está lleno de tesoros para los viajeros y permite vislumbrar, aunque casi todos los edificios son relativamente nuevos, cómo era la vida antes. El Petit Socco, una placita con cada vez más encanto, es un sitio fantástico para tomar té con menta. Y como paradas obligatorias están el Museo de la Casba de las Culturas Mediterráneas, el antiguo palacio del sultán Dar el-Makhzen o la sinagoga Nahon, la única que queda de las 17 que llego a tener la ciudad. Una belleza.

La puerta Bab Rahbat de Tánger, que da acceso a la medina, junto al Grand Socco.
La puerta Bab Rahbat de Tánger, que da acceso a la medina, junto al Grand Socco.Alamy Stock Photo

Para recordar otros tiempos de gloria, solo hay que pasar por la Ville Nouvelle, con su arquitectura de la riviera y su ambiente colonial. El tramo que va desde la Place de France hasta el Boulevard Pasteur —una de las calles clave de la zona nueva—, aún destila el glamur de la década de 1930. La zona es idónea para pasear al atardecer o tomar un té con menta en uno de los cafés, por ejemplo, en el venerable Gran Café de Paris, frecuentado por Truman Capote o Jean Genet.

Para tener una buena vista de la ciudad, con toda su magia, el Grand Socco (el zoco grande) es el sitio ideal. Es la romántica entrada a la medina y una gran plaza bordeada de palmeras que, en su día, albergó un importante mercado. Hoy es el punto en el que las calles modernas se estrechan para adentrarse en el pasado. Las mejores vistas se obtienen tras subir las escaleras, en su punto más alto, frente al gran edificio beis (la comisaría), hasta lo que los lugareños llaman La Terrasse. Hay un café donde los parroquianos se pasan el día jugando al parchís.

Y, para ver lo más nuevo, no está de mas dar un paseo por el Tanja Marina Bay, el revitalizado puerto deportivo de Tánger, con capacidad para 800 barcos y con un largo paseo marítimo con cafés, restaurantes, heladerías y hasta bares de tapas.

Una excursión entre calas solitarias al cabo Espartel

El extremo noroccidental de la costa atlántica africana, a 14 kilómetros al oeste de Tánger, ir al cabo Espartel es una excursión de un día popular entre marroquíes y turistas. El espectacular trayecto en coche pasa por el barrio de La Montagne, con villas y palacios reales, y por un pinar en un promontorio que desemboca en un faro, cerrado pero con fabulosas vistas. Salvo en verano, las playas tranquilas, incluso quizás podamos encontrar una cala solitaria.

La visita imprescindible son las cuevas de Hércules. Cuenta la leyenda que Hércules usó la fuerza bruta para separar Europa de África y luego descansó aquí. Una tiene cascadas y decoración artificial y la otra está vacía, pero ofrece vistas del mar a través de un agujero con la forma de África. Las grutas están orientadas a los turistas pero, aun así, merecen la pena, sobre todo si se acompaña de un paseo por la playa.

Por las montañas del Rif para descubrir el parque nacional de Talassemtane

El Rif es la cordillera más verde de Marruecos. Picos altos, acogedores bereberes y campos de cannabis —Marruecos es el primer productor mundial gracias a los cultivos en esta cordillera—. Para los viajeros, el Rif está lleno de rincones para hacer excursiones y explorar a pie el parque nacional de Talassemtane.

Una senderista en el parque nacional de Talassemtane.
Una senderista en el parque nacional de Talassemtane.Alamy Stock Photo

En el corazón del Rif está su pueblo más famoso, Chefchaouen, conocido como “la perla azul” por su medina azul pastel. También encontramos Tetuán, la mayor ciudad de la zona. Además, la ciudad cuenta con una gran tradición artesanal. En la costa escarpada no es difícil encontrar playas interesantes y acantilados, especialmente en la blanca ciudad de Alhucemas.

Al margen de las ciudades y playas, hay lugares a los que apenas llegan los turistas internacionales, como el parque nacional de Talassemtane, creado en 2004 para proteger los abetos marroquíes de la deforestación. Este es un rincón, no muy lejano a la costa, donde se suceden magníficas cordilleras, desfiladeros y valles tapizados de cedros, alcornoques y abetos. Algunos visitantes exploran, en un día, los lugares que rodean Akchour, entre los que destaca el Puente de Dios, un elemento geológico que parece tallado por un ser superior. Otros optan por pasar varios días recorriendo aldeas bereberes, saboreando comida casera y pernoctando gîtes (albergues de montaña).

El Puente de Dios, en Akchour.
El Puente de Dios, en Akchour.Alamy Stock Photo

El pueblecito de Akchour, rodeado por los imponentes riscos y los verdes valles de Talassemtane, es una excelente base para explorar el parque. Desde que se asfaltó la carretera de montaña desde Chefchaouen es, sobre todo, un destino turístico y el número de visitantes, tanto marroquíes como extranjeros, se ha disparado.

Una de las caminatas más populares es la que lleva de Chefchaouen a Akchour, cruzando las montañas, entre picos nevados y aldeas bereberes. Y si el cuerpo pide más, la ruta puede seguirse hasta la gîte de Taurarte para luego descender las cascadas de Akchour y volver a la primera ciudad, al cabo de cuatro días. Las vistas son sorprendentes.

Descubrir la artesanía en la ciudad de Tetuán

Tetuán, una ciudad en la que se respira aire de autenticidad, recibe pocos visitantes. De 1912 a 1956, la ciudad fue la capital del protectorado español —que abarcaba gran parte del norte de Marruecos—. Por su larga relación con Andalucía todavía conserva un aire hispanomorisco único en el país, que se refleja en edificios blancos y amplias avenidas en el Ensanche, la parte española de la ciudad. Aunque todo en Tetuán se centra en la Gran Mezquita, uno de los minaretes más grandes de la ciudad.

Otro de sus atractivos es su antigua medina, declarada patrimonio mundial de la Unesco desde 1997. No ha cambiado nada en siglos. O eso parece. Ofrece todo un viaje en el tiempo, con calles sin motos, vecinos amables y antiguos edificios que descubren la Escuela de Artes y Oficios, frente a la puerta de Bab Al Okla, y que es el mejor centro artesanal del norte de Marruecos —su techo es un magnífico tesoro que refleja las mejores creaciones—. Ir a la medina es una oportunidad para ver a los maestros enseñando a los aprendices las artes tradicionales: marquetería, confección en seda, esculpido de yeso, mosaicos y rifles decorativos.

Puestos en un mercado dentro de la medina de Tetuán, patrimonio mundial de la Unesco.
Puestos en un mercado dentro de la medina de Tetuán, patrimonio mundial de la Unesco.Alamy Stock Photo

Otro lugar a descubrir es el centro cultural Dar El Oddi, propiedad de una acaudalada familia que abrió su espléndido riad al público como centro cultural en 2018. Las exposiciones recogen fotos, mapas, postales y sellos del pasado de Tetuán, aunque lo más fascinante es el riad en sí. No hay que perderse la cocina familiar tradicional en la planta baja.

Callejear entre las sombras azules de Chefchaouen

Los habitantes de Chefchaouen dedican incontables horas a mantener su ciudad azul. Por tanto, es probable que durante la visita algún vecino esté pintando su fachada. El motivo es un misterio. Hay quien dice que fueron los judíos de la ciudad, que llegaron escapando de la Inquisición española, quienes pintaron la ciudad de azul —representa la divinidad en el judaísmo—. Otros dicen que el azul repele los mosquitos y el calor del sol. O quizá el color representa el Ras El Maa, río que nutre a sus habitantes. La razón menos atractiva, aunque también plausible, es que es hoy azul porque atrae al turismo y las autoridades quieren mantenerlo así.

Panorámica de la ciudad marroquí de Chefchaouen.
Panorámica de la ciudad marroquí de Chefchaouen.Alamy Stock Photo

La azotea del Cafe Clock, desde dentro de la medina, ofrece una de las mejores vistas de esta ciudad azul que se enmarca en las escarpadas cumbres del Rif y que es, sin duda, de las más bonitas de Marruecos. Atrás quedan los días en que era un destino recóndito que solo atraía a artistas y mochileros en busca de kif (cannabis). A día de hoy, en verano, los turistas atestan el pueblo y hacen cola para hacerse selfis con cualquier punto de Chefchaouen. Aun así, sigue valiendo la pena: arquitectura andalusí en tonos azules, tejados de tejas rojas y callejones estrechos. Para tener una buena vista de la medina desde fuera, solo hay que subir a la Torre Portuguesa, una de las 13 que tiene la fortaleza.

Dominada por los muros ocres de la casba y la Gran Mezquita adyacente, la plaza Uta el Hammam, empedrada y sombreada, marca el centro de la medina. Sobre ella se alza la Gran Mezquita y su insólito minarete octogonal. La casba de Chefchaouen, del siglo XV, pintada de color marrón arcilloso, alberga un encantador jardín andalusí, una antigua cárcel, el pequeño Centro de Estudios e Investigaciones Andalusíes y una pequeña galería de arte que solo abre cuando hay exposiciones.

Algunos rincones de Chefchaouen recuerdan a una ciudad previa a la invasión turística. Por ejemplo, el Horno Bab El Ain, donde los vecinos cuecen su masa de pan en esta panadería tradicional. O la cascada de Ras El Maa, a la que acuden las mujeres a hacer la colada.

Una de las callejuelas de Chefchaouen, en las montañas del Rif.
Una de las callejuelas de Chefchaouen, en las montañas del Rif.Anadolu (Anadolu via Getty Images)

Un chapuzón en Alhucemas

Los edificios de color blanco crema se asoman al Mediterráneo en la bulliciosa Alhucemas, un lugar idóneo para pasar un par de días comiendo pescado fresco, descansando al sol y explorando el cercano parque nacional del mismo nombre. Los marroquíes vienen a esta zona para veranear en playas como la Plage Quemado, una bonita ensenada de abruptas laderas a la que también se acude para admirar el acantilado adyacente, coronado de blanco por los edificios de la ciudad. Las otras opciones de playa están al sur de la ciudad, a unos cinco kilómetros. Destacan Cala Bonita, un arenal de guijarros muy concurrido en verano, e Isri, de arena gris, para tomar el sol lejos del bullicio urbano.

Dentro de Alhucemas, en el zoco callejero se venden productos frescos, especias, dátiles y demás. Otra escena típica de la ciudad es la del puerto, donde se descargan las capturas y se compra la pesca del día a los vendedores del muelle, mucha de la cual acaba en el Club Nautique, el principal restaurante del puerto.

Fundada por los españoles como Villa Sanjurjo, la ciudad sirvió como guarnición militar durante las guerras del Rif a principios del siglo XX porque en esta zona actuaba el rebelde Abd el-Krim. La influencia española sigue presente en la lengua, la arquitectura y los negocios. El recuerdo al pasado español más evidentes es el Peñón de Alhucemas, un extraordinario islote-fortaleza blanco donde está una de las plazas todavía de soberanía española, que, además, puede verse a un centenar de metros frente a la playa Sfiha, junto a las desiertas isla de Mar e esla de Tierra, donde ondea la bandera española. Este territorio pertenece a España desde 1559, cuando los saadíes lo cedieron a cambio de ayuda militar. Allí solo viven unas decenas de soldados y no se puede visitar.

Vista del Peñón de Alhucemas, un islote-fortaleza bajo bandera española.
Vista del Peñón de Alhucemas, un islote-fortaleza bajo bandera española.Alamy Stock Photo

Descubrir un parque inédito y la vida tradicional bereber

Pocos se aventuran desde Alhucemas hacia el parque nacional homónimo, un territorio casi inexplorado con escarpados acantilados, islas controladas por los españoles y playas vírgenes. Esta franja costera, que puede recorrerse a pie, en bici o en moto, ocupa 485 kilómetros cuadrados (190 de ellos bajo el mar) y está salpicado de 37 duars (poblados) que son una ventana al modo de vida tradicional bereber: las cooperativas de mujeres elaboran cestas, aceites esenciales, cerámica, tejidos y mermelada de higos chumbos de los cactus locales. Por su aislamiento, el parque ha preservado varias especies en peligro, desde los bosques de tuyas hasta una importante colonia de águilas pescadoras. Pocos sitios son mejores que este para aquellos que disfrutan de explorar con calma y pasear por playas desiertas. Si bien hay varias carreteras bien asfaltadas para adentrarse en la naturaleza, se necesita un todoterreno.

Desde las diferentes playas, remotas y pintorescas, se ve el Peñón de Vélez de la Gomera, plaza de soberanía española. Y, en el extremo más occidental del parque está el pequeño puerto pesquero de Cala Iris que, con el buen tiempo, se llena de turistas que desaparecen en otoño. Su principal atractivo es su naturaleza virgen y sus preciosas playas. En 10 minutos en coche (o una hora a pie) se alcanza Torres de Alcalá, otro sitio de evocación española donde tres fortificaciones del siglo XVI, medio en ruinas, vigilan un pueblo destartalado y una playa de guijarros. Uno de esos sitios solo para los que se empeñan en descubrir rincones inéditos y poco turísticos.

Recorrer la solitaria costa oriental

No son muchos los viajeros que llegan hasta la costa oriental del país. La zona tiene pocas ciudades donde hacer una parada a excepción de Nador, Saidia (la gran ciudad costera), la ciudad interior de Uchda y las montañas de Beni Snassen.

Nador es una gran ciudad, a solo 10 kilómetros de la frontera española en Melilla, que, en realidad, tiene pocos atractivos más allá de un paseo marítimo junto a una laguna. Sin embargo, las obras de desarrollo en las afueras podrían cambiar las cosas. Lo interesante de esta ciudad es que tiene aeropuerto internacional, un puerto de ferris y una estación de trenes que conecta con Fez.

El último punto marroquí, en la frontera con Argelia, es Saidia. Una ciudad que si bien durante todo el año permanece aletargada, en verano se anima y se llena de turistas que ocupan los apartamentos de la playa. La suya es, sin duda, la mejor playa de la costa noreste: una arena dorada y limpia bañada por las olas del Mediterráneo, un paseo marítimo jalonado por restaurantes y discotecas con terrazas en primera línea de mar, un puerto deportivo y un complejo turístico con campo de golf.

La playa de Saidia, en el norte de Marruecos.
La playa de Saidia, en el norte de Marruecos.Alamy Stock Photo

El camino al interior nos llevará a Berkane, ciudad moderna y polvorienta famosa por sus naranjas, cuyo color se ve por todas partes: en los taxis, en los edificios o en la maravillosa estatua de una naranja en la entrada. Es muy útil para los viajeros como lugar de paso y como base para explorar las montañas de Beni Snassen, que se alzan a sus puertas, con escarpados acantilados calizos, gargantas y valles llenos de vegetación. Esta cordillera es un parque nacional donde conviven 160 especies de animales como los muflones del Atlas, entre cactus, almendros, higueras, olivos y nísperos. Además, sus laderas están salpicadas de pueblecitos con apenas un puñado de casas, pero todas se las arreglan para acoger al visitante e invitarlo a un té. El más grande es Taforalt, que da la sensación de haber descubierto tierra virgen. Pero a juzgar por unos restos encontrados en la cuevas de Taforalt, aquí ha habido presencia humana desde hace 80.000 años.

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