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Tribuna:Desaparece el autor de 'A sangre fría'
Tribuna
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Un regalo de cumpleaños

El 6 de octubre de 1949 -fecha de mi cumpleaños- nos invitó Jane Bowles a Pepe Cárleton y a mí a comer en el restaurante Robinson, junto a las Cuevas de Hércules, frente al Atlántico, en un Tánger que ya no existe. Ya por teléfono, Jane, con su mágica voz -otras voces, otros ámbitos-, me había advertido que nos reservaba una sorpresa.Tanto ella como Paul, su marido, habían elegido entonces para vivir un lugar paradisiaco, El Farhar, escondido en el monte Viejo. Era propiedad de un matrimonio inglés, los Buckingham, cuyas hijas, muchas, se nos aparecían siempre subidas por los árboles, eucaliptos, mimosas, en posturas inverosímiles, dejando sus cabelleras rubias a merced del viento del estrecho de Gibraltar. Los Buckingham vivían en un viejo caserón, ya algo resquebrajado, pero con una terraza, la más bella de cuantas terrazas he conocido, con el mar al fondo, dejándose adivinar entre el inconfundible colorido de la vegetación mediterránea. En aquella terraza tomábamos el té en tazas de lata. Era aquel matrimonio inglés, a su elegante manera, unos bohemios que vivían del alquiler de unas casitas diminutas que habían construido salpicándolas por el jardín. Y a una de aquellas casitas -no más de cuatro- fuimos aquella mañana Pepe y yo, curiosos por conocer la sorpresa que Jane nos deparaba. Fueron muchas las sorpresas que Jane Bowles nos ofreciera en su vida. Toda ella era una sorpresa. Pero aquélla fue un regalo de cumpleaños que jamás se volverá a repetir.

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Nos recibió Jane con su cara de niña traviesa, siempre a punto de cometer algo prohibido, y cogiéndonos de las manos nos llevó sendero abajo, entre geranios, a la más oculta de las casitas, sólo una puerta y dos ventanas, todo recubierto por buganvillas. Nada más acercanos quedé sorprendido al oír la voz de Conchita Supervía cantando Clavelitos. Esa voz -más de pájaro que humana- la tenía clavada en mi memoria, en la memoria de mi niñez. Jane se acercó a la ventana y susurró: "My darlíng...". Se abrió la puerta y apareció un niño rubio, sonriente, vestido de marinero, de marinero del Misisipí... Así conocí, así conocimos Pepe Cárleton y yo a Trúman Capote.

Ya estaba informado por Jane de nuestras vidas y de algún que otro milagro. Lo primero que hizo -lo recuerdo ahora, en este mi sino instante, como si no existiera el tiempo- fue ponerse a cantar él mismo Clavelitos, imitando la voz de Supervía, a la que los anglosajones le cambiaron el acento, llamándola Supérvia, que suena infinitamente mejor. Y así empezaron no unas risas, sino unas imborrables carcajadas que habrían de repetirse verano tras verano, hasta que Jane Bowles fue recluida en una clínica de Málaga, lejos de todos, lejos de ella misma...

Me es imposible escribir sobre los momentos -miles- que se me agolpan ahora en mi memoria, pasados no, iluminados, junto a Truman Capote. Algún día los recordaré. Hoy el espacio me lo impide. Me limito, pues, a aquella mañana de mi encuentro con un ser impar. ¡Y qué pocos seres impares ha encontrado uno a lo largo de la vida! No me estoy refiriendo a sus obras, me estoy refiriendo a sus personas. Impares recuerdos -porque todos han muerto, porque todos fueron, porque todos tenían que ser, ajenos a la vejez-: Truman Capote, Jane Bowles, Angel Vázquez.

Aquella mañana, tras su genial imitación de Conchita Supervía, pasamos al interior de la casa -una sola habitación-, paró el tocadiscos y nos confesó que era ésta, Clavelitos, la canción que más le inspiraba. "Es una canción que odiaba", nos dijo, "porque la cantaba mi padrastro, José García Capote, con voz de macho y, claro está, la destrozaba, hasta que un día se la oí a Supérvia en un disco y la recuperé para siempre en su virginidad". Por una de las ventanas vimos saltar entre las ramas a las hijas de los Buckingham y Truman, cerrando las persianas, comentó: "Este jardín está lleno de ninfas constantes". Y así podría seguir y seguir recordando y recordándole con su voz de niño eterno.

Él siempre lo decía: "Mis escritos no hay que leerlos, hay que oírlos". Sus escritos quedarán... ¿pero se seguirán oyendo? Que cada cual invente -reinvente- su música. Así lo quería Truman Capote.

Querido amigo, las agencias de Prensa hablan de homosexualidad, de epilepsia, de drogas, de alcohol, de que tu cuerpo está en manos de los forenses, a disposición de la policía. Te tratan a sangre fría. ¿Saben acaso todos ellos lo que significa ser un poeta? Lo ignoran, lo ignorarán siempre... El mundo sigue y seguirá igual de repugnante. Este mundo del que te querías ir... y ya te has ido. Feliz tú. Los que tuvimos el privilegio de conocerte seguimos oyendo tus carcajadas... a sabiendas (y en secreto) de quiénes te reías. Hoy eres el más fuerte. Te creían débil. Gracias, Truman, mi niño, porque para mí, y espero que para muchos, seguirás, ya para siempre, siendo un niño.

Emilio Sanz de Soto es escritor.

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