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Reportaje:VIAJES

EXTRAÑOS EN EL RIF

Cruzando el Estrecho, un recorrido por las montañas del norte de Marruecos, entre Tetuán y Xauen, a través de pueblos blancos y mercados de trueque

Tras llenar el depósito de gasolina, unas cuantas horas en coche, tomar el ferry en Algeciras, desembarcar en Tánger, cenar unos pinchos morunos, continuar hacia el Este por la carretera y regatear el precio de una multa por exceso de velocidad con el entusiasmo suficiente como para caerle en gracia a un policía bigotudo y que nos la perdonara, llegamos a Tetuán, en la zona del Rif.

Situada en la falda del yébel Dersa, fue antaño un nido de piratas y, más tarde, la capital del Protectorado español. Hoy es una ciudad provinciana y somnolienta en cuyas construcciones blancas y grises se mezcla la arquitectura moderna e impersonal con la andalusí y colonial del casco antiguo. La medina, de un tamaño abarcable, tiene el olor dulzón de las especias, quesos, alfombras, placitas con palmeras, té moro, chilabas, bordados, afrodisiacos, mezquitas, alfareros... Pero, por alguna extraña razón, y pese a los esfuerzos del guía, no logré comprar lo único que necesitaba: un carrete de fotos. Eso sí, me llevé unos frasquitos de khol de colores, aunque sabía que el khol que utilizan las mujeres marroquíes es negro y protege de varias enfermedades oculares, mientras que el de colores no tiene ninguna propiedad curativa y sólo sirve para que los turistas coloquemos los botes de cristal sobre una repisa y disfrutemos de la rica gama de tonos. Durante la cena, mientras observaba al dueño del restaurante, que veía pasar la vida abrazado a una antediluviana caja registradora, no pude dejar de sentirme intranquilo por haber perdido aquella tarde unas cuantas buenas fotografías.

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Y tras la ciudad, nada como el mar y la montaña. La carretera que recorre el accidentado litoral mediterráneo es una sucesión de cuestas escarpadas, con barrancos y mar azul cobalto a un lado, y laderas cubiertas de pinos, abetos, robles zeen, olivos y arbustos, al otro. Por algo se dice que el Rif es un brazo de Europa en África. El único tráfico considerable es el de ovejas. De vez en cuando, las rocas se retiran y aparecen playas de arena gris. A cada playa le corresponden dos garitas con sus respectivos vigilantes. Los militares, muy amables, se tomaron la molestia de descender hasta nosotros para rogarnos que no fotografiáramos sus instalaciones, es decir, que no les espiáramos. Yo, que ya tenía la cámara cargada aunque todavía no la había utilizado, les tranquilicé asegurándoles que mi única actividad subversiva iba a consistir en leer un libro de Ryszard Kapuscinski. Mientras nos bañábamos, los vigías, que realmente no tenían nada que vigilar, nos espiaban desde las alturas.

El martes, mercado Más al Este, la carretera penetra por un fértil valle bañado por el Ued Lau, cuya población, del mismo nombre, es un socorrido destino veraniego de los marroquíes. Allí, cada martes, se celebra un animado mercado donde los rifeños se intercambian los productos de la montaña con los del mar, la carne con el pescado. Aunque parezca mentira, cabezas de cordero con la lengua fuera, vísceras brillantes bajo el sol, pescaditos podridos y nubes de moscas no impidieron que nos entrase hambre al ver tal cantidad de comestibles en los caóticos puestos de los vendedores. Así que, sin tiempo para hacer una foto, nos fuimos en busca de algo que echarnos al coleto.

En una playa de piedras situada más allá de unos adosados cubiertos de polvo y levantados sobre parcelas sin urbanizar, Mohammed, un marroquí de mirada despierta y cuerpo fibroso, ha montado un chiringuito aprovechando los entrantes en las rocas. Comimos tajines de pescado, ensalada y fruta, y nos informó de que por esa zona, a causa de las instalaciones militares, a los extranjeros no les estaba permitido alquilar una casa. Al pagarle, nos dimos cuenta de que el precio era algo variable, según cómo le hubiese ido el día, o si se había entretenido charlando contigo. No pidió una cantidad determinada; simplemente, le fuimos dando billetes hasta que sonrió. Quise hacerme una foto con él, pero había olvidado la cámara en el coche.

Si uno se aventura por las carreteras sin asfaltar que se dirigen hacia el interior, aparte de las plantaciones de cereales, frutales y olivos surgen las de cáñamo, torpemente disimuladas con un par de hileras de otro cultivo. Tampoco es aconsejable fotografiarlas. Empezaba a estar un tanto harto de la cámara, aunque no dejaba de pensar en ella.

En dirección hacia Xauen, al sur, dejamos el mar y cruzamos las montañas. Por el arcén penaban rifeñas de tez sonrosada que transportaban madera a cuestas, ataviadas con la futa, una especie de faldón a rayas blancas y rojas, y tocadas con un inmenso sombrero de paja con borlas azules. Se supone que sus maridos estaban en el poblado, bebiendo té y fumando quif. Por supuesto, no permitían que se las retratase, y volvían la cabeza malhumoradas cuando descubrían el aparato. Supongo que no a todo el mundo le gusta que un extraño se baje de un coche, le haga una foto y se vaya con tu imagen como botín.

¿Y qué decir de Xauen, la ciudad que se extiende entre dos montañas, según la guía 'una de las preferidas por los pintores', antaño prohibida para los cristianos, hoy santa para los musulmanes, festival de blancos, ocres, azules y malva? Pude haberme resarcido fotografiando las azoteas, el zoco, las mezquitas, a los mochileros que la invadían entre vaharadas de hachís, la recoleta plaza de Uta-El-Hamam, las puertas claveteadas, o a un niño jugando al fútbol. Pero no lo hice, porque ya me había dado cuenta de que el viaje me había obligado a guardar la cámara para que, al fin, pudiera descansar y que también descansasen los demás. Durante un viaje, obligaciones y recuerdos, los justos.

Nicolás Casariego (Madrid, 1970), escritor y guionista, es autor de la novela Díme cinco cosas que quieres que te haga (Espasa Calpe).

Un grupo de rifeños, ataviados con la tradicional chilaba, en un mercado del norte de Marruecos.
Un grupo de rifeños, ataviados con la tradicional chilaba, en un mercado del norte de Marruecos.BERNARDO PÉREZ

Por las montañas del norte de Marruecos

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