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La persistente lucha del pueblo ‘amazigh’ por no caer en el olvido

Los jóvenes de la diáspora recogen el testigo de sus padres y reivindican su identidad

Pueblo amazigh
Massinissa Akandouch, joven 'amazigh' que reside en Barcelona, sujeta un colgante familiar, en julio de 2021.EDP

La familia de Massinissa Akandouch (Alhucemas, Marruecos, 19 años) migró a Mataró (Barcelona) cuando él era un bebé. Akandouch ni es árabe ni se siente marroquí. “Soy amazigh y rifeño”, afirma. Más conocidos como bereberes —término que consideran peyorativo—, los amazighs son el pueblo autóctono del norte de África. Según la Casa Amaziga de Catalunya, dos tercios de los casi 870.000 marroquíes que viven en España lo son. Unos 20 millones de personas conforman este pueblo, que se concentra en Marruecos y Argelia. También cuenta con una presencia significativa en Libia, Túnez, Egipto, Níger y Malí. Hace décadas que reclaman el reconocimiento de su lengua, su historia y su cultura, no solo en sus países de origen, en los que su identidad ha quedado difuminada, sino también en los de acogida. España es uno de ellos y Cataluña, Madrid y Andalucía las comunidades en las que se han asentado de forma preferente. “Tenemos nuestra propia identidad”, recalca Akandouch. Sus padres, como él, son activistas. Primero lo fueron en el Rif y ahora en Barcelona. Él decidió involucrarse en la causa porque no quería que los jóvenes amazigh olvidasen sus orígenes.

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En Marruecos, las regiones donde más han resistido la cultura y la lengua amazighs —especialmente en el Rif, el Atlas y el Souss— han sido históricamente marginadas. Akandouch califica de horribles las condiciones en las que viven sus primos, de su misma edad, en el Rif: “Es una zona empobrecida, que no es lo mismo que pobre, muy militarizada y sin infraestructuras”. Para Aziz Baha (Tafendast, Marruecos, 40 años), expresidente de la Casa Amaziga de Catalunya, la situación en el Atlas es parecida: “Venimos del Marruecos inútil, el de las montañas y el desierto. Siempre hemos tenido que emigrar”. No solo por una cuestión material. “El norte de África no reconoce nuestros derechos lingüísticos y culturales. Se nos discrimina”, denuncia Baha. Su identidad queda invisibilizada por la homogeneización de lo norteafricano y la represión por parte del reino marroquí de toda reivindicación identitaria. La henna y el cuscús, tradicionales de este pueblo, se disfrazan de árabes. Al mismo tiempo, encontrar un colgante del símbolo típico —una letra del alfabeto tifinagh que significa “pueblo libre”— es casi imposible en el país norteafricano. Así, lo amazigh se vuelve invisible: o es árabe o no es.

En 2011, Marruecos admitió el amazigh como lengua cooficial. Sin embargo, no existe un reconocimiento práctico. La Administración, que exige a sus trabajadores hablar árabe pero no amazigh, pone trabas para inscribir a los recién nacidos con nombres de este origen. Salua El Omari (Alhucemas, 27 años), que ahora vive en Roquetas de Mar (Almería), cuando viaja a Marruecos tiene que acompañar a su abuela al hospital porque ella no habla el árabe, la única lengua en la que le atienden. De niña, El Omari también se sentía marginada cuando en el colegio le prohibían hablar rifeño, uno de los muchos dialectos del idioma amazigh. Ya de adolescente, gracias a las charlas con sus padres, activistas en el norte del país, se dio cuenta de que aquello era discriminación. Años más tarde, tras las protestas del Hirak —Movimiento Popular del Rif que sucedió entre 2016 y 2017—, El Omari recogió ese legado familiar y empezó a reivindicar los derechos de los amazigh, tanto en su país de origen como en España. “En Marruecos estudias en colegios con valores nacionalistas, y luego llegas aquí y te tratan como marroquí. Se eliminan tus diferencias. Gracias al Hirak ha habido un boom y estamos difundiendo quiénes somos”, subraya.

Los amazigh insisten en que ellos toleran todas las culturas. Quizás por eso rechazan, ante todo, la imposición. La sufren tanto en Marruecos como en España, donde se les confunde con árabes. Ángela Suárez Collado, experta en Estudios Árabes en la Universidad de Salamanca, expone que la principal reivindicación de la diáspora amazigh, que comenzó a crecer en España a partir de los años sesenta, es que se reconozca su singularidad: “La migración se clasifica por países de origen, no por particularismos étnicos y lingüísticos”. Esto pesa desde el instante en el que llegan a tierras españolas. “Cuando se pide un intérprete a tu llegada, se da por hecho que eres marroquí y entiendes el árabe. Pero puedes ser rifeño y no entenderlo”, aclara El Omari, que trabaja en la acogida de migrantes que desembarcan en Almería.

El amazigh es la lengua materna de muchos de los marroquíes que llegan a España. Sin embargo, apenas hay espacios donde aprenderla. Tampoco su cultura. Salwa El Gharbi, exdiputada de Junts Per Catalunya y una de las pocas representantes políticas de origen amazigh en la Península, afirma que para ese colectivo “todo lo árabe es nuevo”. Cuando llegó a Barcelona, El Gharbi impartía clases sobre el norte de África en los colegios catalanes. El objetivo era crear empatía entre los alumnos, pero la mayoría de los niños marroquíes eran amazigh, originarios del Rif, que descubrían por primera vez lo árabe. Saliha Ahouari (Alhucemas, 47 años) coincide en que en el Centro Hispano-Marroquí de Madrid, donde trabaja, tampoco haya un interés por la pluralidad: “Es mejor decir que son todos moritos, ponerlos en el mismo cajón y punto. Marruecos debería visibilizar esa diversidad tan maravillosa. Y España, potenciarla”. Ahouari lamenta, por ejemplo, que en la exposición temporal del Museo Reina Sofía Trilogía Marroquí 1950-2020, apenas tienen cabida los artistas amazighs.

Saliha Ahouari hace el símbolo de la cultura rifeña con la mano en  el centro de Madrid en 2021.
Saliha Ahouari hace el símbolo de la cultura rifeña con la mano en el centro de Madrid en 2021.EDP

El movimiento amazigh vivió un impulso importante durante los años previos a 2012, cuando se financiaron asociaciones y proyectos relacionados con la diversidad cultural. Con la crisis y los recortes, fueron desapareciendo. Ahora están resurgiendo, esencialmente a raíz del estallido del Hirak, que reivindica no solo lo rifeño, si no lo amazigh en general.

Desde ese momento, que supuso un antes y un después, los jóvenes amazigh que viven en España divulgan la causa a través de las redes sociales y reivindican su identidad para llenar el vacío que no cubren las instituciones en la diáspora. El Omari, la chica rifeña que acompaña a su abuela al hospital, define ser amazigh como “la lucha por la libertad transmitida de una generación a otra”. Su causa es la misma que la de sus padres y abuelos, salvo por una única diferencia: “Somos una generación más digital y podemos dar a conocer una situación en segundos”.

Ver a los jóvenes asistir a las charlas y actividades es un orgullo para la exdiputada El Gharbi: “Lo importante es la continuidad, que no renieguen de sus orígenes”. Massinissa Akandouch define su proceso de autoaceptación en Barcelona: “Cuando era pequeño no quería ser amazigh, ni rifeño. Me daba vergüenza. Me alisaba el pelo con queratina y me blanqueaba la piel. Gracias al Hirak me di cuenta del honor que es ser quién soy y venir de donde vengo”.

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