Los hijos de la emigración pagan la crisis con Rabat
La comunidad de origen marroquí en España observa con preocupación el devenir de la crisis diplomática y cómo afectará su vida cotidiana
La boda de Zenib Laari, filóloga y deportista de alto rendimiento, será en Marruecos dentro de cuatro meses, pero si la frontera no abre pronto tendrá que elegir su vestido por videollamada y buscar una ruta alternativa para llegar a la ceremonia. “Me angustia”, asegura. Athir Quannouni, una empleada de banca con aspiraciones políticas, teme que el discurso antimarroquí desatado tras la crisis de Ceuta dificulte aún más su carrera. “Si la gente no confía en ti por tu origen, ¿cómo va a confiar en ti para que dirijas sus instituciones?”, cuestiona. Abdel Regrag, un carnicero que trabaja de sol a sol, aún está muy dolido por algunos comentarios que ha escuchado estos días en la televisión: “Un tertuliano con traje y corbata dijo que todos los moros somos traidores. No se puede permitir eso”, se indigna.
La crisis diplomática con Marruecos, abierta hace ya casi tres semanas, tiene en vilo a más de un millón de personas de origen marroquí que viven en España. Es la diáspora extracomunitaria más numerosa del país y la segunda, después de los colombianos, en enviar más remesas a sus allegados. El conflicto entre los dos países a los que pertenecen les sume en la incertidumbre. No saben cómo el cisma se resolverá, ni si podrán volver a ver a sus familias este verano después de más de un año de fronteras prácticamente selladas por la pandemia. La mayoría, además, teme que las tensiones se traduzcan en hostilidad contra su comunidad. “Los discursos contra el otro que hemos visto estos días son muy preocupantes. Esta es una comunidad marcada por el estigma y esta crisis puede obligarla a encogerse aún más, cuando lo que necesita son espacios de participación”, lamenta El Arbi El Harti, hispanista y dramaturgo de 60 años que lleva una vida vinculado a los dos países y acaba de obtener la nacionalidad.
Zenib Laari, de 26 años, aparece en el salón de su casa, en un barrio periférico de Madrid, pasadas las siete de la tarde. Lleva unos meses encadenando dos jornadas laborales como profesora en un instituto y educadora social en un piso para menores extranjeros no acompañados. “Todo dinero es poco ahora mismo”, advierte la joven, que se casa a comienzos de octubre. Su madre trae dos vasos de leche y unas pastas y muestra orgullosa los más de 80 trofeos que su primogénita, campeona del mundo de Kenpo Karate en defensa personal en 2017, ha conquistado en los últimos años. “Perdona por el lío de la habitación, que estamos sacando la ropa de verano”, se disculpan. Laari, como la mayoría de los que participan en este reportaje, no quiere posicionarse políticamente sobre esta crisis, pero sí acepta compartir sus miedos ante la reciente escalada de tensión y sus inminentes planes de futuro.
“Me preocupa sobre todo que se mantenga el cierre de fronteras. Hasta ahora el pretexto era la pandemia, pero no sabemos si esto va a afectar también”, explica. “Tenemos un vuelo toda la familia el día 19 para preparar mi boda y no sé si podremos ir. Aún no he elegido el vestido, ni la peluquera, ni el banquete, ni la maquilladora... tengo que buscar ya un plan b”. A Laari también le estresa que todos los trámites que le esperan, el reconocimiento de su matrimonio en España y la reagrupación familiar que hará para traer su futuro marido, se ralenticen. “Que los dos países con los que estoy relacionada estén en conflicto, no me da ninguna confianza”, lamenta.
Las fronteras con España estarán cerradas al menos hasta el 10 de junio, pero puede que, como en otras ocasiones, vuelva a retrasarse. Tampoco se sabe aún si habrá Paso del Estrecho. El reencuentro frustrado con la familia es el tema de conversación entre Rachida El Jaouzi, una limpiadora de 50 años, y de su amiga Aziza Aaoulad, una ama de casa de 31. Las dos mujeres llevan más de la mitad de su vida en España y son dos de los más de 306.000 marroquíes que han adquirido la nacionalidad desde 1996. Aaoulad tiene una niña de dos años cuyos abuelos solo la vieron al nacer. “Me gustaría que la pequeña los conozca, pero imagina que abren y vuelven a cerrar y me quedo atrapada allí. Esta crisis nos genera más inquietud de la que ya teníamos”, cuenta en un banco de la localidad madrileña de Parla. “Me da miedo irme de visita y quedarme encerrada en Marruecos, no me fío, y tengo muchas obligaciones aquí. Al final somos los de la clase obrera los que pagamos los platos rotos”, dice El Jaouzi.
Si hay una zona donde el miedo al cierre fronterizo se hace aún más evidente, es en Andalucía, donde se estrechan los lazos sociales, culturales y familiares. Adel Bakhsas, un informático de 36 años que vive en Cádiz, perdió con la pandemia el hábito de cruzar en ferri para visitar a sus padres en Tetuán y solo le quedó la vía de ir en avión a Tánger desde el aeropuerto de Málaga. “Ya no es un viaje de fin de semana por todo este tema del covid. ¿Y si cierran? De hecho, ya pasó”, reflexiona. Bakhsas confiaba en que, al menos, esos vuelos suspendidos desde el 31 de marzo se retomasen en breve pero sigue sin saber “absolutamente nada”. Sabra Ahyaten, de 29 años, pasa en Cádiz los cursos lectivos desde 2018 para prepararse su doctorado en ingeniería de las energías renovables. La crisis la ha pillado a punto de regresar a casa por vacaciones y, aunque ya ha hablado con su casero por si tiene que quedarse más tiempo, espera que no sea necesario: “No pueden seguir de esta forma. Los dos países se necesitan. Creo que la cosa va a mejorar y que se va a reabrir”.
A Anas El Hadri, también tetuaní residente en Sevilla hace 18 años y español desde 2016, la crisis le toca además en lo profesional. Gracias a sus contactos como mediador, se animó a crear un proyecto de organización de viajes para voluntarios que quieren conocer la realidad marroquí. Hasta que llegó la pandemia, él se encargaba de llevar a estos españoles a riads —hoteles familiares — y ponerles en contacto con guías locales. El Hadri confiaba en retomar sus viajes con la reapertura de las fronteras, pero ahora teme que el conflicto alargue la vuelta a la normalidad. Con todo, el emprendedor mantiene la esperanza: “Me preocupa la situación, pero después de la tempestad viene la calma. Los Gobiernos tienen que sentarse para recuperar la confianza”.
Discursos de odio
Abdel Regrag se prepara para cerrar la carnicería que acaba de abrir en Parla después de 12 horas de trabajo. Tiene 45 años, lleva 28 en España, aunque aún no tiene la nacionalidad. Le angustia que la crisis alargue el cierre fronterizo porque su mujer y sus dos hijas viven en Marruecos, pero lo que le ha tocado más estos días es cómo ha visto retratada a su comunidad. “Me ha molestado el tono y el lenguaje que se ha usado para explicar esta crisis, como cuando se ha hablado de invasión. Esa gente que llegó a Ceuta no eran salvajes ni delincuentes, solo buscaban un cambio de vida”, advierte. “Eso produce odio y yo no quiero ir por la calle y que me miren por encima del hombro. Hay que cambiar la idea que se tiene de los marroquíes y esta crisis no ayuda”.
Esta no es una reivindicación nueva, buena parte de los 11 entrevistados para este reportaje señalan el prejuicio que pesa sobre ellos y cómo esta crisis puede impactar en la percepción de la comunidad de origen marroquí. Por eso Mohamed Ahsissene, un tetuaní profesor en la universidad Pompeu Fabra, español desde 2012, alerta de que “las consecuencias psicológicas que trasciendan de esta crisis pueden convertirse en fenómenos de microrracismo”. Gestora de cuentas en una multinacional y directora de un periódico que publica en español y en árabe con sede en Barcelona, Fátima Zohra Farati, de 40 años, tiene una inquietud similar: “Me preocupa mucho la percepción de toda esta crisis por parte del ciudadano español, sobre todo por el tono que se ha utilizado mediáticamente. Es un tono que solo ayudará a intensificar el rechazo y fomentar más el racismo y la discriminación”.
Athir Quannouni, una empleada de banca de 25 años nacida en Madrid, lleva días dándole vueltas al mismo tema. “Una crisis diplomática tarda en llegar a la ciudadanía, pero nos afecta inmediatamente cuando hay un discurso de odio contra las personas de determinada nacionalidad y eso se refleja directamente en la convivencia. Hace unos días a mi mejor amiga la llamaron mora de mierda y uno de mis recuerdos más amargos es cómo después de los atentados del 11-M mis compañeros de clase me culparon a mí”, explica. Quannouni, que milita en el PSOE, quiere dedicarse a la política. “Me preocupa que ese clima interfiera en la opinión que puedan tener mis vecinos o mis potenciales electores”. La joven reivindica la presencia de marroquíes y españoles de origen marroquí en más espacios de opinión y discusión. “Nos sentimos silenciados. La extrema derecha, por ejemplo, nos puso en el centro del debate, pero no fuimos parte de él. Se vuelve a hablar de nosotros sin nosotros”, lamenta.
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