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La huella del regreso sefardí desde África en un título de bachiller

El Archivo de Cádiz expone los expedientes educativos de finales del siglo XIX de los judíos que volvieron desde el Magreb para ayudar a sus descendientes a componer árboles genealógicos

Jesús A. Cañas
Una calle con mayoría de población judía, en una fotografía de mediados del siglo XIX, localizada por el Archivo Provincial de Cádiz.
Una calle con mayoría de población judía, en una fotografía de mediados del siglo XIX, localizada por el Archivo Provincial de Cádiz.J. Laurent

Moisés Gabizón lleva toda su vida reconstruyendo su pasado sefardí. El abogado ceutí sabe que su familia ya vivía en el actual barrio de Santa Cruz de Sevilla cuando la revuelta antisemita de 1391 les obligó a huir al Reino nazarí de Granada. Apenas un siglo después, en 1492, sus antepasados forman parte de esa cruel diáspora iniciada por la expulsión de los judíos de los Reyes Católicos que les lleva a Tetuán. Gabizón tiene documentado incluso el paso por Brasil, antes de regresar definitivamente a Ceuta, en los años veinte del siglo XX. Hace apenas unos días, el sefardí ha descubierto dos pequeñas piezas más a encajar en su gran puzle. Dos de sus tíos, Jacinto y Salomón, estudiaron enseñanzas secundarias a distancia en el Instituto Provincial de Cádiz a partir de 1921, justo cuando la familia ligó de nuevo su futuro a España.

El hallazgo fortuito de Gabizón —más sentimental que práctico, en su caso— es justo el fin que perseguía el Archivo Provincial de Cádiz cuando dedicó su documento de los meses de septiembre y octubre a El retorno de los sefardíes. Expedientes de alumnos judíos en Cádiz (1891-1932). A la interpretación histórica de esas carpetas llegadas hace casi dos décadas desde los fondos del Instituto —hoy llamado Columela—, la institución ha incorporado un listado de 66 nombres de judíos con señas de sus lugares de procedencia, los años que estudiaron o la documentación que aportaron con una clara intencionalidad. “Eso es muy útil para aquellos sefarditas que quieran demostrar su origen. Tiene utilidad genealógica e histórica porque es un hecho excepcional en la educación en España. Confiamos en que llegue a miembros de comunidades en el extranjero y que les sirva”, explica el archivero José Ramón Barroso.

Los historiadores calculan que la comunidad judía en Sefarad —topónimo bíblico para la península Ibérica— pudo llegar a tener entre 200.000 y 250.000 miembros. Entre 20.000 y 150.000 personas acabaron expulsadas de España —la cifra varía según los historiadores consultados— tras el decreto de 1492. Algunas de ellas, como la familia de Gabizón, partieron por el puerto de Cádiz para iniciar una nueva vida no exenta de sufrimientos, persecuciones y vicisitudes en el Magreb. Su calvario quedó olvidado y silenciado durante siglos en el país que provocó su diáspora, hasta que los soldados españoles de la Guerra de África (1860) se toparon, sorprendidos, con una comunidad de habitantes que hablaban una suerte de castellano antiguo, el ladino, y, en concreto, una variedad dialectal autóctona conocida como haquetía. “Fue un shock también para los sefardíes cuando descubrieron que ya no hablaban el mismo español”, explica Esther Bendahan Cohe, escritora, directora de Cultura del centro Sefarad Israel y descendiente de sefardíes del norte de África.

Familia de judíos de Tánger, retratados a mediados del siglo XIX, en una imagen localizada por el Archivo Provincial de Cádiz.
Familia de judíos de Tánger, retratados a mediados del siglo XIX, en una imagen localizada por el Archivo Provincial de Cádiz.J. Laurent

El choque cultural provocó una corriente en España en favor de esos compatriotas expulsados que, incluso, se tradujo en la incorporación de ciertos derechos en el Código Civil, que pasó a reconocerles como familias de origen español (hasta 2015, una ley no ha permitido a casi 21.000 sefardíes obtener la nacionalidad). Fruto de esas relaciones recuperadas entonces y de las hostilidades crecientes en Marruecos contra parte de los hebreos, comenzó “el primer retorno de judíos” entre finales del siglo XIX y principios del XX, como recuerda el documento del Archivo. También fue el inicio de la creación de escuelas bajo la promoción española en aquellas ciudades norteafricanas —como Tetuán, Tánger o Larache— donde la comunidad judía sefardí era más numerosa. Y a eso le siguió la necesidad de continuar con la formación secundaria, a través de la educación a distancia que proporcionaba el Instituto Provincial más cercano, el de Cádiz.

El Archivo Provincial tiene documentados los viajes de los profesores gaditanos a estas ciudades marroquíes y a las españolas de Ceuta y Melilla para realizar los exámenes de ingreso. Entre los centenares de expedientes, los de los alumnos judíos son identificables por la ausencia de partidas de bautismo —sustituidas por certificados expedidos por el rabino o el alcalde del barrio judío— y por las solicitudes para que se les “exima de la enseñanza de la religión católica”. “Son documentos muy singulares porque no es muy común en otros institutos, ya que en la España peninsular de la época no había judíos abiertamente”, añade el investigador.

Aunque en la institución tienen localizados solo 66 jóvenes que cumplen con estas características, creen que pueden ser más. “Viendo nombres y de dónde vienen podría ser, pero solo he incluido a aquellos que manifiestan ser judíos”, apunta Barroso. A Moisés Gabizón no le sorprende; el abogado asegura que solo en Tetuán llegó a existir una comunidad de 10.000 hebreos que acabó reduciéndose paulatinamente con los regresos a España, el fin del Protectorado español de Marruecos (1912-1956), las migraciones a países sudamericanos o al propio Israel a partir de la segunda mitad del siglo XX.

Título de bachiller de Abraham Coriat Coriat, un joven sefardí de Ceuta que nunca recogió su certificado.
Título de bachiller de Abraham Coriat Coriat, un joven sefardí de Ceuta que nunca recogió su certificado.Archivo Provincial de Cádiz

En el listado publicado figuran apellidos hoy ya conocidos en España, como Alfón, Benarroch, Benatar, Cohen, Hachuel o Levy. El de Gabizón aparece con los nombres de sus tíos Jacinto y Salomón, que se matricularon en 1921 procedentes de Itaituba, un municipio brasileño al que se marchó el padre de ambos para buscar fortuna. Tras regresar de Sudamérica, el abuelo de Moisés Gabizón se asentó con sus hijos en Ceuta, donde ya nació el padre del abogado, Menahem Gabizón, tan querido en la ciudad que hasta tiene una plaza con su nombre. Jacinto estudió Medicina, participó con el bando sublevado en la Batalla del Ebro, aunque eso no le libró de la prisión por haber pertenecido a las juventudes de un partido político republicano, y falleció en Israel, donde se mudó de mayor con sus hijos. Salomón tuvo una vida más tranquila como contable en Ceuta, donde falleció en los años ochenta, como rememora el ceutí.

A Moisés Gabizón no le ha sorprendido toparse con los nombres de sus tíos en la lista del Archivo: “Conocía sus historias así que me lo imaginaba”. Con todo, en los fondos gaditanos aún hay margen para más historias familiares. Guardado con mimo está el título original de bachiller de Abraham Coriat Coriat, de 1931. El joven sefardí de 13 años natural de Ceuta nunca llegó a recoger el certificado y quedó archivado para siempre, primero en el Instituto, ahora en el Archivo. Barroso confía en que el documento del mes ayude a dar con sus descendientes: “Sería genial poder localizarles y hacerles llegar una copia”.

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Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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