Los destinos favoritos de 20 corresponsales de EL PAÍS
Ya sea en las antípodas o cerca de casa, siempre es buena idea dejarse aconsejar por quienes mejor conocen el lugar. En este caso, por quienes trabajan sobre el terreno, se mezclan con su gente y descubren las mejores pistas para vivirlo plenamente
De Portugal a China, pasando por Marruecos, Estados Unidos o Argentina, 20 periodistas de EL PAÍS señalan los lugares más especiales del territorio en el que viven. Una mirada alejada de los tópicos turísticos.Europa
Portugal Los vestigios del convento de Cristo en Tomar
Tereixa Constenla
Los templarios son como los dinosaurios. Especies extinguidas hace tiempo que conservan el poder de excitar la imaginación. Los devotos de las cruzadas devoran novelas fantasiosas y buscan huellas borradas entre las ruinas. Para ellos, el convento de Cristo, en Tomar (unos 130 kilómetros al norte de Lisboa), es un regalo excepcional. Pocos vestigios tan bien conservados permiten recrear los días de ardor templario como la charola del convento de Cristo, erigida en el siglo XII, cuando el reino portugués daba sus primeros pasos liberado de la Corona de Castilla y León. El 1 de marzo de 1160 los templarios, que habían recibido tierras del primer rey de Portugal, Afonso Henriques, comenzaron las obras. El lugar elegido permitía vigilar una gran llanura y anticipar ataques. El oratorio románico central del convento imitó el Santo Sepulcro de Jerusalén, donde los templarios desplegaban devoción y furia. Sus ocho pilares se elevan con la ambición de aquellos monjes soldado que sentían ganar el cielo mientras hacían la guerra con la cruz patada en el pecho. Tras la extinción templaria, el castillo y el convento se engrandecieron con obras de estilo manuelino en el siglo XVI, como la sofisticada ventana de la sala capitular. Hoy es uno de los monumentos más singulares del país, y patrimonio mundial de la Unesco desde 1983.
Francia Los rincones de un barrio ajeno al turista, en Belleville
Daniel Verdú
En las ciudades como París, donde la presión inmobiliaria y el turismo funcionan como una onda expansiva concéntrica, la vida, la más interesante, se traslada a veces a determinados barrios alejados del núcleo donde se fotografían los visitantes. Sucede así también con Belleville, en el 20º distrito de la capital francesa, un lugar de callejuelas empinadas, miradores y parques que esconde uno de los barrios más interesantes de la ciudad. Son una delicia la Villa de l’Ermitage, cuya entrada se sitúa a la altura del número 35 de la Rue des Pyrénée, o el impresionante parque de la Buttes-Chaumont, donde se puede tomar un aperitivo en el Rosa Bonheur, bistró LGTBIQ+ friendly donde también celebran buenas juergas los domingos. La multiculturalidad del barrio, una mezcla entre banlieu y antigua tradición, puede saborearse también en algunos de sus restaurantes sencillos, como el bar Fleuri, que sirve el pollo con patatas más digno (de granja normanda) y barato de París (6,86 euros). El precio corresponde todavía al del cambio del franco al euro en 2002; entonces el plato costaba 45 francos. Pero, entre todos, emerge una joya de la cocina como es el Baratin, uno de los sitios preferidos de los chefs para comer. Recetas francesas y una carta de vinos estupenda, con especial atención a los naturales.
El Reino Unido La quintaesencia de lo inglés no está en Londres, está en York
Rafa de Miguel
Es un secreto a voces. Para conocer Inglaterra hay que escapar de Londres. A dos horas de tren de la capital se encuentra una ciudad, York, quintaesencia de lo inglés. Todo transcurre más lento allí, y se respira la elegancia británica. Su catedral del siglo XIII es una de las expresiones más hermosas del gótico que puebla toda la isla. El barrio de Shambles, con sus casas inclinadas a ambos lados de la principal calle, hasta formar casi un arco, invita a perderse en sus pequeños comercios y en sus tradicionales pubs. Es obligatorio tomar el afternoon tea en Bettys, en St Helen’s Square. Una joya del art déco y lugar de encuentro de lugareños y turistas. No se puede reservar, hay que hacer fi la. Merece la pena. Las teteras de plata repujada con el famoso té de Yorkshire o los bollos scone con mermelada y mantequilla son parada obligatoria. Y a apenas 50 minutos en autobús desde York, el castillo de Howard. Para los mitómanos de aquella maravillosa serie de los años ochenta Retorno a Brideshead, la fastuosa casa de campo donde se rodó la versión televisiva de la novela de Evelyn Waugh. Perderse por sus jardines, o rodear la fuente con la estatua de Atlas que pintó en sus bocetos Charles Ryder (Jeremy Irons) mientras su amigo Sebastian Flyte (Anthony Andrews) sorbía champán, ayuda a entender la eterna fascinación por el paisaje campestre británico.
Bélgica Charleroi y su belleza en el toque decadente
María Sahuquillo
Algunos dirán que Charleroi es la ciudad más fea de Bélgica. Es indudablemente gris, como otras localidades de Valonia, la región francófona, pero también tiene algo, un toque decadente, un rastro de un pasado en el que fue punta de lanza de la Revolución Industrial. Si, además, se llega a Charleroi desde la estación de Midi de Bruselas la experiencia es completa. Un turista al uso pasearía por la zona del Ayuntamiento, el campanario o la iglesia de San Cristóbal y almorzaría o cenaría las especialidades belgas. Pero la verdadera esencia de Charleroi, que fue clave para que Bélgica se convirtiese en el país más industrializado de Europa (por detrás del Reino Unido), es a la desindustrialización europea. En sus años buenos, a finales del siglo XIX y principios del XX, fue un centro minero importante con la mina Bois du Cazier, en Marcinelle. En 1956, 262 trabajadores —muchos de ellos, italianos— perdieron la vida en un accidente. Hoy, Bois du Cazier es patrimonio mundial según la Unesco, y se ha convertido en un museo en el que recordar no solo el accidente sino ese pedazo de la historia de Europa. Un monumento al pasado, a la era del carbón y las consecuencias de su decadencia, que desprenden las calles grises, las casas bajas y las plazas más alejadas del centro de una ciudad que tiene aeropuerto (el de Bruselas-sur, para vuelos de bajo coste) pero en la que nadie apenas se queda.
Italia Huir de la masificación voraz en Ferrara
Íñigo Domínguez
Italia es inagotable y, además, la masifi cación turística que devora Roma, Florencia o Venecia aconseja buscar carreteras secundarias. Por ejemplo, en esa zona bienaventurada de la llanura donde se suceden Mantua, Verona, Padua, Parma, Módena… y Ferrara. Ferrara es una ciudad encantadora que en invierno fl ota en la niebla del Po, y caminar por el empedrado del Corso Ercole I d’Este, desde el castillo hasta el Palazzo dei Diamanti, es una experiencia fuera del tiempo, aunque solo sea porque apenas pasan coches y no hay una sola tienda. Es la ciudad de El jardín de los Finzi-Contini (1962), la novela de Giorgio Bassani, que se adentra en una de las heridas de la ciudad, la deportación de la comunidad judía durante la ocupación nazi, igual que un paseo por el gueto. Hay un impresionante museo arqueológico poco conocido, pero la joya más desconocida es el Palazzo Schifanoia. En la decadencia del lugar el salón principal llegó a ser el almacén de una fábrica, hasta que en el siglo XIX se retiró la pintura de las paredes y emergieron decenas de metros de frescos verdaderamente fascinantes. Si, además, durante la escapada uno come cappellacci di zucca, pasta rellena de calabaza, sabe con seguridad que un día volverá.
Alemania Un entorno profundamente alemán en Lubmin
Marc Bassets
A primera vista, no hay nada atractivo en el municipio de Lubmin, a orillas del mar Báltico. Al contrario. Lubmin tiene al lado una central nuclear de la República Democrática Alemana ya cerrada, y la terminal del gasoducto Nord Stream, que trajo el gas ruso a Alemania hasta la invasión de Ucrania en 2022. Pero luego el visitante camina por el paseo marítimo con hoteles familiares y avista en el horizonte los acantilados de la isla de Rügen que pintó Caspar David Friedrich, y entonces se olvida fácilmente del entorno. O se acerca en bicicleta a Peenemünde, el “Cabo Cañaveral hitleriano”, donde la Alemania nazi desarrolló su programa de misiles que en parte sería el embrión del programa espacial de la NASA. Durante la Guerra Fría veraneaban aquí los germano-orientales y la jerarquía del régimen; ahora es un mar caliente donde se juega el choque con Rusia. Uno tiene la impresión de bañarse en el mar de todos los conflictos: los de la historia y los del presente. Es esta mezcla (la playa paradisiaca y la central nuclear, los paisajes y los gasoductos, las ruinas del nazismo y del comunismo) lo que tal vez explique el magnetismo de este lugar tan profundamente alemán. Tan europeo.
Países Bajos Una librería en la iglesia de los Dominicos, en Maastricht
Isabel Ferrer
Charles de Batz-Castelmore, más conocido como D’Artagnan, el mosquetero francés inmortalizado por Alejandro Dumas con grandes licencias literarias, murió en el asedio a la ciudad neerlandesa de Maastricht. Ocurrió durante la guerra francoholandesa (1672-1678), y el relato de sus hazañas, llevadas también al cine, puede encontrarse en la librería Dominicana (Boekhandel Dominicanen), abierta desde 2006 en la antigua iglesia de los Dominicos de Maastricht. Este es el uso reciente de un templo gótico del siglo XIII que perdió hace 200 años su función sagrada y ha tenido cometidos insólitos. Fue almacén, sala de conciertos y exposiciones, serpentario, palacio de boxeo, depósito de bicicletas y hasta escenario de carnaval. Hace casi dos décadas, los arquitectos Merkx y Girod lo convirtieron en librería respetando naves y capiteles, y los tomos han sido integrados en una estructura de estanterías de acero negro de dos pisos a los que se accede por unas escaleras o en ascensor. Hay una cafetería en el ábside y un espacio para conciertos, debates y conferencias. Esta reencarnación tal vez sorprenda, pero la iglesia-librería atrae a lectores y visitantes por igual, y es un santuario de libros. Unos objetos preciosos guardados en un entorno difícil de superar.
Asia
Turquía En el Bazar de los Ferreteros de Estambul
Andrés Mourenza
Si esta zona fuera una receta, sus instrucciones pasarían por introducir en una coctelera mil años de historia, todos los estilos arquitectónicos y un buen puñado de tuercas y tornillos; agitar profusamente, y esparcir sin orden ni concierto. Estambul abruma siempre por sus numerosas capas de historia superpuestas, pero si hay una parte de la metrópolis turca que conserve la caótica belleza y la vitalidad aún no malograda por las riadas de turistas en busca de poses para Instagram es Perşembe Pazarı (conocido como el Bazar de los Ferreteros), un dédalo de callejuelas que se desparraman por la ladera de la colina que domina la torre de Gálata hasta el Cuerno de Oro. Palacios venecianos y genoveses, lonjas otomanas y edifi cios decimonónicos sirven de ferreterías, almacenes y talleres donde lo mismo se fabrican que se venden muelles, piezas de maquinaria, campanas o timones de barco. El barrio alberga joyas como la mezquita de los Árabes, antigua iglesia gótica convertida en templo para los musulmanes andalusíes expulsados de la Península, o el Kurşunlu Han, un caravasar levantado por el arquitecto que creó el canon del clasicismo otomano, Mimar Sinan, sobre la base de una catedral. Para terminar, la avenida de los Bancos, que explora todas las corrientes arquitectónicas de los siglos XIX y XX, desde el neoclasicismo y el modernismo hasta el estilo ulusal (nacional).
Japón Templo de Yoyogi Hachimangu, en Tokio
Gonzalo Robledo
Escondido en lo alto de una colina boscosa en una de las principales avenidas de Tokio, el templo Yoyogi Hachimangu es un microcosmos de la espiritualidad, la historia y la naturaleza de Japón. Por una escalera de piedra se sube hasta un arco sintoísta tori, también de piedra, donde recomiendan dejar atrás todas las preocupaciones. Fundado en el siglo XIII, el edifi cio principal venera al dios guerrero Hachiman, y es una lección de arquitectura medieval con ensamblajes de madera sin clavos, gárgolas y techo mixto de dos y cuatro aguas. Los colegios vienen a estudiar la réplica de una vivienda de la era Jomon (14.500 a 300 antes de Cristo) construida sobre un yacimiento arqueológico hallado a mediados del siglo pasado. Sus hayas y alcanfores tienen fama de ofrecer recargas de energía vital y, a menudo, alguien de la farándula o el mundo cultural viene a pedir protección y prosperidad. Aquí es donde Hirayama, el protagonista de Perfect Days, la película de Wim Wenders, fotografía cada día un concepto estético cuya desconcertante sencillez defi ne la esencia del minimalismo nipón: Komorebi, o la luz del sol que se fi ltra a través de las hojas de los árboles.
China Dunhuang, un oasis en el desierto
Guillermo Abril
Wang Wei, poeta chino del siglo VIII, escribió: “Apuremos otra copa de vino / Pues, ya al oeste del paso de Yangguan, no habrá más amigos”. La vieja fortaleza semiderruida es una verruga parda en lo alto de una colina de arena. El lugar resiste en pie como un símbolo de la ancestral Ruta de la Seda. El punto marcaba hace cientos de años los confi nes del imperio chino: más allá, hacia el oeste, era territorio desconocido, repleto de enemigos, pero por aquí también pasaban los caminos que conectaban con otras naciones interesadas en comerciar. Envuelto en el paisaje árido del desierto del Gobi, los turistas que llegan a la zona son en su mayoría chinos: queda lejos de otros destinos habituales entre los viajeros internacionales. Pero merece la pena el desvío. En unos pocos kilómetros a la redonda, en torno a la ciudad de Dunhuang, en la provincia occidental de Gansu, esta encrucijada ancestral concentra un puñado de lugares históricos. Aquí se pueden ver fragmentos de la Gran Muralla levantada en el siglo II antes de Cristo, erosionada por los fuertes vientos del desierto; visitar las grutas de Mogao, un espectacular conjunto budista de celdas y santuarios rupestres, patrimonio de la Unesco, cuyas primeras cuevas son del siglo IV, o disfrutar del clásico paseo en camello, cuya travesía se mezcla con quienes se lanzan con esquís o trineo por las gigantescas dunas del oasis de Mingsha.
América
Estados Unidos Cabo Cañaveral, testigo privilegiado de la vuelta a la Luna
Miguel Jiménez
Septiembre de 2025 está marcado en el calendario de la NASA como fecha tentativa para Artemis II, la primera misión tripulada alrededor de la Luna en medio siglo. La nave partirá de Cabo Cañaveral, que ha convertido el lanzamiento de cohetes en uno de los atractivos turísticos de esa zona del este de Florida. Además de una instalación operativa de la NASA, el Centro Espacial Kennedy es también un parque temático que permite sumergirse en la historia de la exploración espacial con sus exposiciones y experiencias. Uno puede tocar una piedra lunar, apreciar la magnitud del cohete Saturno V, asistir a la recreación del lanzamiento del Apolo 8 con toda la parafernalia de una sala de control de la época o pasearse entre cohetes, lanzaderas y transbordadores. El centro vende entradas para presenciar los lanzamientos de cohetes, muchos de ellos de SpaceX, la compañía de Elon Musk. La zona ofrece mucho más que turismo espacial. Hay playas —la gigantesca tienda Ron Jon hace las delicias de los surferos—, un museo del Mago de Oz, parques de aventuras, paseos en planeadoras cerca de los cocodrilos —que también se pueden degustar en fritura— y, a poco más de una hora, todos los parques de atracciones de Orlando.
Estados Unidos El Sendero de la Libertad, en Boston
María Antonia Sánchez-Vallejo
Boston, la ciudad más europea de EE UU, con su fachada atlántica y sus coquetos campus, encierra toda la historia del país y una fantástica propuesta para recorrerla: el Sendero de la Libertad, su principal atracción turística. A lo largo de casi cuatro kilómetros, conecta 16 lugares de importancia nacional: de cementerios históricos en pleno casco urbano a iglesias, una estatua de Benjamin Franklin, la casa de Paul Revere (héroe de la guerra de Independencia) e incluso una fragata. Boston es uno de los pocos lugares de EE UU donde se puede disfrutar de lugares históricos a diario, porque están insertados en su trama urbana. El recorrido no tiene pérdida: está bien marcado por un hilo de ladrillos rojos en el pavimento, y las paradas incluyen buenos carteles explicativos, con acceso gratuito a la mayor parte de los sitios. Arranca en el Boston Common, el gran pulmón verde de la ciudad, con etapas como el Capitolio estatal (con su cúpula dorada), el vibrante Faneuil Hall, hoy zona de ocio, y la fragata USS Constitution, hasta llegar hasta el monolito de Bunker Hill, en la cima de un barrio encantador. Aviso gastro: el recorrido atraviesa parte de Little Italy, donde pueden degustarse los mejores cannoli fuera de Sicilia (en Mike’s Pastry, toda una institución) y, justo al lado, en el Caffé Vittoria, el mejor ristretto de la ciudad.
Estados Unidos Pasadena, un remanso de arte, paz y cine
María Porcel
A poco más de media hora al norte de Los Ángeles, una pequeña ciudad se ha convertido en un ideal para locales y, cada vez más, para visitantes. Pasadena, con 150 años de historia, es una joya oculta del sur de California. Tras pasar su clásico puente damos con un lugar del todo caminable, algo poco común por estos lares. Un coqueto barrio central, con tiendas, restaurantes, transeúntes y mucha animación es el corazón de una villa con un insaciable hambre cultural: además de teatros y salas de conciertos, tiene dos inmensos museos que valen por sí solos una visita. El Norton Simon exhibe obras europeas complementadas, desde este diciembre hasta el próximo mes de marzo, con La reina Mariana de Austria, de Velázquez, recién llegado del Prado madrileño. El Huntington, por su parte, además de un goya, posee una biblioteca con incunables cartas de Lincoln, una biblia de Gutenberg y unos jardines para pasar el día entero, pícnic incluido. Que no sufran quienes vengan buscando estrellas y cine, pues los encontrarán en algunos de sus lugares más nobles: aquí están desde el palacio de Chaplin en El gran dictador (su magnífi co Ayuntamiento) hasta la casa de Doc en Regreso al futuro (la histórica Gamble House) o el patio de la Universidad de Elle Woods en Una rubia muy legal (la iglesia de Todos los Santos) o su biblioteca, que es también la del pueblo.
México Tlaxcala, un Estado que sí existe
Carmen Morán Breña
Tlaxcala no tiene mar. Está lejos de Cancún y de Acapulco, por eso queda distante de las preferencias de los turistas que buscan en México las aguas cristalinas y el océano salvaje. Pero es una opción para los que visitan la capital, a solo dos horas de viaje. Es uno de los Estados más pequeños del país y de los más desconocidos, incluso para los mexicanos, que solían burlarse con esta frase: “Tlaxcala no existe”. La que hoy es ministra de Turismo, Josefi na Rodríguez Zamora, fue la responsable de dar la vuelta a aquella sentencia y el “Tlaxcala sí existe” se convirtió en un lema de éxito. Y vaya si existe. En el pequeño Estado, a dos pasos de la capital del mismo nombre, se encuentra una de las joyas de la antigüedad mexicana: el yacimiento de Cacaxtla-Xochitécatl, con frisos de vivos colores que dejan ver el mejor pasado de aquellos pueblos originarios. Ocotelulco, Tizatlán y Zultépec-Tecoaque completan el rico patrimonio arqueológico de esa tierra. La capital es también hermosa, más en primavera, con las jacarandas en fl or. Desde la coqueta plaza central suben calles empedradas hasta el convento de San Francisco, una maravilla del siglo XVI donde se bautizaron con nombre español a los primeros tlaxcaltecas. Hoy es un museo que recuerda la llegada de Hernán Cortés y sus alianzas con este pueblo para entrar en Tenochtitlán, donde los mexicas levantaron su imperio. Casas de colores, una antigua plaza de toros, iglesias y miradores para la puesta de sol completan la mejor postal de la ciudad. Desde la capital parten las visitas para ver la nube de luciérnagas que enciende la noche en el bosque. Mágico. Mercados y restaurantes se nutren de las tierras más fértiles de México. Una joya escondida para quienes gusten traicionar la ruta marcada.
Chile Malalcahuello, una villa en medio de las montañas
María Victoria Agouborde
A 700 kilómetros al sur de Santiago, en la región de la Araucanía, escondido en la precordillera andina de Chile, está Malalcahuello (en mapudungún, corral de caballos), una villa de montaña ideal para disfrutar su paisaje en todas las estaciones del año. A solo 35 kilómetros del volcán Lonquimay, de 2.865 metros de altura, es un destino óptimo para realizar deportes de invierno entre junio y septiembre en el centro de esquí Corralco, rodeado por araucarias milenarias. En otoño, los raulíes y ñirres tiñen los bosques de rojo y naranja y crean un escenario espléndido para practicar senderismo en la reserva nacional Nalcas, a 40 kilómetros de la villa. Entre finales de primavera e inicios de verano, la ciclovía de 24 kilómetros que une la localidad de Manzanar y Malalcahuello, construida sobre una antigua línea de tren, es un pasatiempo para repetir una y otra vez. La ruta, apta incluso para principiantes, está rodeada de un sinfín de lupinos y el recorrido posee una vista privilegiada de la cordillera de los Andes. Después de las actividades al aire libre, una parada obligada es la panadería La Cima: sus bocadillos de masa madre y focaccias son una gran forma de terminar el día.
Brasil Caminar por un desierto con baños de agua de lluvia en Lençóis Maranhenses
Naiara Galarraga Gortázar
El Brasil de siempre —playas paradisiacas, la Amazonia, carnaval o las cataratas de Iguazú— merece sin duda una visita, pero el destino más especial es el parque nacional de Lençóis Maranhenses, que se asoma al Atlántico. Deja maravillado incluso al visitante más viajado gracias a una combinación excepcional, pues ofrece lo imbatible del desierto con lo mejor de las pozas de agua dulce. Kilómetros de dunas que forman sábanas (de ahí el nombre) y dibujan un bellísimo paisaje lunar con piscinas naturales azul intenso de agua cristalina. En estos tiempos acelerados, el plan es recorrerlo a pie sin cobertura ni calzado —si acaso calcetines— en un silencio absoluto sobre arena blanca con paradas para nadar en agua de lluvia. Patrimonio de la Unesco desde este 2024, conviene ir entre mayo y septiembre, al final de la temporada húmeda. Para adentrarse en este ecosistema de 1.500 kilómetros cuadrados, obligatorio el guía y la brújula. Y muy recomendable pernoctar, para ver las estrellas y el amanecer. Los locales han creado una ruta de oasis con hamacas y cerveza fría para los turistas, cuya entrada está limitada. Gracias a eso y a que está muy a desmano, esta joya natural única y frágil resiste a la masificación. El cambio climático ya es una amenaza mientras asoma un peligro novedoso: Instagram, donde triunfa.
Argentina Por la carretera de Los Seismiles en Catamarca
Federico Rivas
Hay un tesoro oculto en Catamarca, una pequeña provincia argentina al pie de los Andes árida y calurosa. Fuera del circuito turístico del norte del país, monopolizado por las provincias de Salta y Jujuy, existe una carretera nacional, la número 60, que atraviesa en la Puna el campo volcánico más alto del mundo. La llaman Los Seismiles, porque el viajero puede ver desde la ventanilla del coche más de 20 cumbres que superan los 6.000 metros de altura, entre ellos el volcán Nevado Ojos del Salado, que con 6.891 metros sobre el nivel del mar es la segunda cumbre de América, solo superada por 70 metros por el Aconcagua. El tramo de Los Seismiles inicia en Fiambalá, un pueblo con color a adobe y costumbres andinas. Desde allí se recorren 170 kilómetros de asfalto serpenteante hasta el paso fronterizo de San Francisco, en el límite entre Argentina y Chile. Al fi nal del recorrido se estará a 4.700 metros de altura, una prueba de resistencia física que puede superarse con éxito si se procura tomar abundantes cantidades de té de coca (se consigue en supermercados). Es recomendable en el regreso hacer noche en el hotel Cortaderas, ubicado a mitad de camino, en medio de la aridez del desierto. El cielo nocturno, sin contaminación alguna, es una experiencia única.
Colombia Leticia, la puerta al Amazonas
Juan Diego Quesada
En un tiempo en el que la selva se ha convertido en un lugar a descubrir, nada mejor que hacerlo desde Leticia, una ciudad colombiana a las puertas del Amazonas. Se encuentra en el límite entre Brasil y Perú y, nada más empezar a recorrerla, al visitante lo recibe una bandada de loros. En el mercado local se encuentran productos exóticos que uno nunca ha visto antes, como el pirarucú, un pescado de hasta cinco metros de largo y más de 200 kilos. El llamado malecón turístico no es nada extraordinario, pero merece la pena quedarse a observar la forma en la que los comerciantes locales, con sus barcas, llevan y traen productos a la tierra que se ve al otro lado, que pertenece a Perú. Adentrarse en la selva supone la experiencia más extraordinaria, a tanta profundidad como uno quiera. Aquí toca levantarse antes del amanecer, para iniciar caminatas en las que ver pájaros —porque Colombia es el país con mayor diversidad de aves del mundo—, monos y jaguares, que no representan ningún peligro si no se sienten acorralados. Resulta obligatorio navegar el río Amazonas, lleno de delfi nes rosados, y visitar pueblos de distintas etnias, que llevan viviendo en este entorno salvaje desde que se inventó el mundo. Para acabar, ¿por qué no dar el salto a Brasil? Basta con acercarse a la frontera y cruzar un cartel que anuncia que se sale de Colombia, sin que pidan pasaportes ni visados. Igual ocurre en el Amazonas, donde no hay dios ni patria, solo la vida pura y dura en su estado más nítido.
África
Marruecos Chauen, un ensueño azul que desborda la pantalla
Juan Carlos Sanz
Las dos entregas de Gladiator, de Ridley Scott, han situado las alcazabas de Uarzazat en los mapas de los viajeros, que difícilmente se tropezarán aquí con visitantes locales. Ha sido una serie de televisión árabe —Bnat Lalla Mennana, inspirada en La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca— la que ha atraído estos años a cientos de miles de marroquíes a las empinadas calles teñidas de azul de la medina de Chauen, o Chefchaouen, oculta entre las montañas del Rif bereber. Parece llegado el momento de emular un fenómeno de turismo cinematográfi co único en el Magreb. El reciente estreno en la plataforma global Netflix del fi lme Una aventura en Marruecos, en el que Chauen sirve de escenario para una escapada de la pareja protagonista —Laura Dern, de 57 años, y Liam Hemsworth, de 34—, es un buen pretexto. Hay que apresurarse antes de que, como ya sucedió el pasado verano, la masiva presencia de visitantes nativos y foráneos desborde este antiguo refugio de musulmanes y judíos andalusíes; ciudad santa islámica que también fue plaza fuerte del Protectorado español. Tras las puertas de la muralla hay fuentes y cascadas, mezquitas y zocos, pintorescas terrazas de cafés… pero sobre todo hay un paisaje irrepetible que tiñe la memoria de azulón y añil a quien guste de callejear y salir de las pantallas cotidianas para protagonizar sus propios recuerdos.
Egipto El lado mediterráneo del país, en Alejandría
Marc Español
Para muchos viajeros, Egipto es el país de los faraones, de los cruceros por el Nilo, del desierto y las playas del mar Rojo. Su rica faceta mediterránea, en cambio, suele quedarse sin explorar. Su máxima expresión es Alejandría, la perla del Mediterráneo fundada por Alejandro Magno que ha sucumbido, se ha reinventado y ha renacido desde entonces en numerosas ocasiones. La huella de la Alejandría grecorromana es hoy limitada, pero los más curiosos aún la pueden divisar entre las ruinas de Kom El Deka, que incluyen un teatro romano, sus catacumbas y la solitaria columna de Pompeyo. Al oeste de la ciudad, en Abusir, se mantiene de pie una torre construida en época ptolemaica a imagen y semejanza del icónico faro de Alejandría. Hoy la ciudad es la más poblada del Mediterráneo y es más conocida por su bahía central y un largo paseo marítimo, el legado arquitectónico de su última época dorada (hace un siglo), edifi cios como el fuerte de Qaitbay y el palacio de Montaza, y un manso tranvía. Hogar del gran poeta Constantino Cavafis, la Alejandría más mediterránea sobresale en sus restaurantes de pescado, espaciosos cafés, mercados y librerías callejeros, y unos residentes cautivados por el mar.
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