Descubriendo una Venecia insólita y vacía de turistas a través de sus islas
Chioggia, Torcello, San Erasmo... Una guía fuera de ruta por el archipiélago italiano para la que basta con acercarse al embarcadero de la Fondamenta Nuova y subirse a uno de los ‘vaporetti’ que recorren la laguna
Venecia no es solo Venecia. Es un archipiélago de islas de historia variada y complicada articulación, y una ciudad archipiélago que ha hecho del policentrismo su característica. Hoy, cuando es necesario salvaguardar el ecosistema de la laguna, cuestionarse la acción del sistema de diques MOSE (las compuertas hidráulicas situadas de frente al mar Adriático que evitan las mareas llamadas acqua alta) y mientras se espera la resolución del concurso de proyectos para saber dónde se construirá el muelle de atraque de los mega trasatlánticos que antes invadían el canal de la Giudecca, merece la pena ir más allá de la ciudad histórica para saber cómo viven alrededor de 40.000 personas.
La laguna veneciana tiene 62 islas, y 14 de ellas están habitadas. Desplazarse por el agua crea una percepción diferente del territorio y los medios marítimos para viajar, los vaporetti, funcionan estupendamente para ir a las más grandes y de mayor población. Jan Morris, que viajó por primera vez como militar para ayudar con el manejo de las lanchas durante la ocupación británico-americana y que dedica unas páginas en su libro Venecia a la fabricación de los transportes acuáticos, escribió que las islas eran más independientes antes de que llegara el motor, y tenían sus propios y prósperos gobiernos.
Una propuesta para conocer la fragmentación y continuidad de la vida en la laguna es ir a Chioggia por mar. Una vez en el Lido se coge el autobús número 11 que atraviesa la isla y pasa por Malamocco (no confundir con la antigua Metamauco, como hizo el escritor norteamericano William Dean Howells, que fue capital provincial de la Venetia bizantina en el siglo VIII) y Alberoni.
Para ir a Pellestrina no hace falta bajar del autobús. Entra dentro del transbordador y sigue conduciendo paralelo a la presa de piedra de Istria y a los rompeolas levantados para contener el Adriático a lo largo de los 12 kilómetros de la isla. San Pietro in Volta o la misma Pellestrina son lugares para pasear, y asomarse a la laguna para contemplar las islas fortificadas y abandonadas del Octógono de San Pedro o el de San Román. El barco a Chioggia pasa delante de la reserva natural de Ca’Roman, aun con los restos de los materiales de la construcción del MOSE, levantado al final de Pellestrina y Sottomarina, y de frente al Adriático. Chioggia tiene el puerto pesquero más importante de ese mar. Canales, puentes que miran a los Dolomitas y palacios abandonados y ávidos de ser restaurados. También la torre del reloj en el Campanile de Santa Andrea, con una vista grandiosa de la laguna. Hay anchoas rellenas de alcaparras, todo tipo de bacalao, gamba, camarón, langostinos en saor (suave y agridulce escabeche veneciano), cefalópodos varios y chanquetes que saltan cuando los pescadores los remueven.
De vuelta al Lido, se puede recorrer en bicicleta. A pie, se puede pasear hasta el pequeño aeropuerto y la iglesia y convento de San Nicolò, atravesar después por el cementerio hebreo para llegar a la playa pública de San Nicoletto (una buena parte de los arenales aquí son privados) y ver a los recolectores de marisco y las grandes mareas bajas.
Más allá del cementerio de la isla de San Michele se encuentra Murano, el lugar de veraneo de los nobles entre los siglos XV al XVII, pues había espacio suficiente para jardines y palacios. Aún hoy se puede recorrer y contemplar, como hicieron ellos, el perfil privilegiado de la cercana Venecia. Posee, además, los mosaicos más bellos de la laguna. Se encuentran en el pavimento de la iglesia de Santa María y San Donato. Los dibujos de teselas en negro son tan apasionantes como poco frecuentes. Burano está un poco más alejada de la ciudad de Venecia y desde allí se llega a Mazzorbo y Torcello. Al primero por un puente y al segundo, por agua. Burano es popular y colorista. Al norte de las callejuelas, se contemplan otros paisajes, como los pantanosos, en este caso la Palude (pantano) di Burano Nord. Otro de los espacios que conforman el humedal más importante para las aves acuáticas de Italia, es decir, el ecosistema veneciano.
Torcello llegó a tener 10.000 habitantes en el siglo X y fue la isla más rica de la laguna, hasta que la malaria obligó a abandonarla. Hoy no viven más de 25 personas. Se pueden visitar sus monumentos religiosos y, además, comer en la Locanda Cipriani. Allí se alojó Ernest Hemingway en el otoño de 1948. Intentaba huir de las fiestas de Venecia y centrarse en la escritura. Su día a día era completo: cazaba patos, pescaba, trabajaba en la novela Al otro lado del río y de los árboles y leía hasta la medianoche. El Campanile de Santa María Assunta de Torcello se ve desde muchos puntos de la laguna, también desde el aeropuerto; solitario y anclado prácticamente en zonas pantanosas, parece querer llamar la atención sobre el pasado fecundo de la población.
De vuelta a Venecia, el vaporetto pasa por el trazado que marcan las briccola (balizas de tres palos de madera) y se navega muy cerca de San Francesco del Deserto, San Giacomo Paludo y Lazareto Nuevo. En la primera residen una decena de frailes en el convento franciscano. En San Giacomo en Paludo, la Fundación Sandretto Re Rebaudengo abrirá una sede cultural en ese nuevo itinerario artístico que van trazando galerías y coleccionistas desde hace unos años y que busca los lugares más bellos como reclamo para la visita de los compradores. Y en Lazareto Nuevo se pueden visitar restauradas una parte de las edificaciones y el ecomuseo.
San Erasmo y Vignole, dos de las islas mayores, constituyen los huertos de la región de Venecia. La laguna sigue siendo para la ciudad histórica lo que para otras ciudades fue el campo, pues desde hace siglos es el lugar de plantaciones y aprovisionamiento. Dedicadas al cultivo de secano, tras la sequía de este año se cuestionan ahora cómo aprovechar los recursos hídricos de otra forma e incluso cultivar otras especies. Al estar los terrenos bajo el nivel del mar, las plantas conseguían la cantidad justa de líquidos en equilibrio con las lluvias y la humedad; sin embargo, ahora la tierra solo absorbe la sal que viene del subsuelo.
La película Atlantide (2021), dirigida por Yuri Ancarani, transcurre en San Erasmo. Se estrenó el año pasado y resulta una sorpresa frente a los documentales más habituales sobre Venecia. El cultivo de las mejores alcachofas de Italia es un mero pretexto para mostrar la vida de una parte de los jóvenes de la laguna (que han actuado además como actores profesionales) y que transcurre entre el ritmo de la música electrónica y las carreras de las lanchas motoras al anochecer.
Quedan Poveglia, enfrente del Lido, famosa por sus fenómenos paranormales y que fue comprada por el político y empresario Luigi Brugnaro, y San Lázaro de los Armenios, que Lord Byron visitaba diariamente para cultivar su pasión por la cultura de ese país. También están San Servolo, San Clemente, Santo Espiritu y tantas otras a las que Valeria Mazzucco y Tommasso Lodi han dedicado textos y dibujos en los últimos meses. Pero queda sobre todo una idea, la manera en que el archipiélago veneciano constituye un ejemplo y un desafío, ya que conviven en él la continuidad del tiempo y la variedad del ambiente natural en simbiosis con la ciudad histórica y los pueblos de las islas.
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