Once tesoros de Alejandría
La metrópoli egipcia se presenta irresistible para los amantes de la literatura y la arqueología. Fundada por Alejandro Magno, también fue la ciudad de Cleopatra, cuyo palacio yace en el fondo del Mediterráneo
Alejandría fue la inspiración para muchos europeos a principios del siglo XX, como el británico Lawrence Durrell (1912-1990), que escribió su famoso Cuarteto de Alejandría (1957-1960), o el poeta griego Constantino Kavafis, que ha dejado un recuerdo imborrable en una ciudad de la que ya no queda nada. Como tampoco queda casi nada de aquella gran ciudad de los Ptolomeos, fundada por Alejandro Magno; la ciudad de la famosa Cleopatra cuyo palacio yace en el fondo del puerto, o de aquel faro famoso, Pharos, una de las siete maravillas del mundo antiguo, que sucumbió a un terremoto en 1303, tras haber resistido temporales, invasiones y saqueos desde su construcción tres siglos antes de Cristo. Por no quedar, tampoco queda nada de la antigua biblioteca de los Ptolomeos, el mayor centro de investigación de la antigüedad, destruida en varias etapas y por sucesivos invasores.
Lo que sí que permanece en esta ciudad tan griega como egipcia, tan diferente a El Cairo, es un ambiente único y genuinamente mediterráneo. Hoy, su nueva Biblioteca Alexandrina (reencarnación de la antigua), sus buenos museos, los zocos del pintoresco barrio antiguo de Anfushi o la inigualable Corniche bordeando su célebre puerto, son motivos más que suficientes para olvidarnos por un momento del Egipto faraónico que queda aguas arriba del Nilo, y dedicarle una escapada. Este grandioso enclave portuario, elogiado a lo largo de los siglos, sigue siendo la ciudad más carismática del país, más incluso que la capital, aunque con un espíritu muy diferente. Alejandría presume de su fresca brisa marina, su fantástico marisco, su historia antigua y sus maltrechos edificios de estilo belle époque.
1. La Corniche, el corazón de Alejandría
El puerto es la razón de ser de esta ciudad, que se extiende como emparedada entre el lago Mariout y el mar, sin apenas espacio para expandirse. Para renovarse, se han destruido muchos edificios antiguos de la Corniche, y levantado otros más modernos y, sobre todo, más altos. Afortunadamente todavía quedan algunas joyas simbólicas de otras épocas de esplendor, en particular de los gloriosos años 30 del siglo pasado, como el legendario Hotel Cecil, toda una institución alejandrina, y un vivo recuerdo de una época en la que entre sus huéspedes figuraban personalidades como los dramaturgos Somerset Maugham y Noël Coward o el primer ministro británico Winston Churchill. Bajo su mandato, y desde una suite de la primera planta, operaba el servicio secreto británico. El hotel quedó inmortalizado en la tetralogía del autor británico Lawrence Durrell El cuarteto de Alejandría. Hoy, el Steigenberger Cecil Hotel sigue siendo una auténtica leyenda de Alejandría aunque las sucesivas reformas han borrado el lustre de antaño, cuando los británicos visitaban su famoso Monty’s Bar (ahora en la primera planta). Tanto el bar como el majestuoso vestíbulo solo conservan una fracción de su gloria histórica, pero el traqueteante ascensor de aquella época todavía funciona.
Afortunadamente, el otro gran placer de esta parte de la ciudad es gratis: pasear por la Corniche, contemplando el mar. Allí se entiende mejor que en ningún otro sitio el carácter mediterráneo y la gran influencia griega de esta antigua metrópolis.
2. Los grandes museos (y los pequeños)
Ninguno puede hacer sombra al gran Museo de Antigüedades de El Cairo –o al nuevo que se abrirá en 2020 junto a Giza–, pero Alejandría cuenta con buenas colecciones artísticas que merecen una visita. Resulta imprescindible el Museo Nacional de Alejandría, emplazado en una villa de estilo italiano bellamente restaurada. Su interior reúne una pequeña pero cuidada selección de piezas que recorren la historia de la ciudad desde la antigüedad hasta el periodo moderno. Destacan las preciosas tanagra –estatuas de terracota de mujeres griegas– y las piezas halladas bajo el agua del Mediterráneo. Pero hay también otras obras curiosas, como la pequeña estatua del dios griego Harpócrates llevándose un dedo a los labios (representando el silencio); o la bella representación de una reina ptolemaica de aspecto egipcio y cuerpo helenístico.
Otra perspectiva de la historia nos la da el yacimiento arqueológico Kom Al Dikka, un lugar que en periodo grecorromano fue un barrio residencial de gente adinerada, con villas lujosas, termas y un teatro. Era conocido como Parque de Pan, un jardín en el que los habitantes de la ciudad podían relajarse. Aunque las ruinas no impresionan por sus dimensiones, siguen siendo una evocación magníficamente conservada de los días de los centuriones, e incluyen las 13 terrazas de mármol blanco del único anfiteatro romano hallado en Egipto. En el mismo recinto está la Villa de las Aves, una vivienda lujosa urbana de la época de Adriano (117-138 d.C.) que conserva un maravilloso mosaico en el suelo.
El Museo de Arte Moderno ejerce de contrapunto, con una maravillosa y poco visitada colección de pinturas de los siglos XVI al XX que refleja el pasado cosmopolita de la ciudad. Ocupa una antigua villa e incluye algunos deliciosos tesoros de Margot Veillon, Theodore Frère y Gerome, además de esculturas del artista egipcio Mahmoud Mokhtar, que sobresalen entre otras obras más anodinas.
El cuarto museo es el dedicado al poeta griego-alejandrino Constantino Cavafis (1863-1933), que pasó los últimos 25 años de su vida en un apartamento sobre un prostíbulo de la antigua Rue Lepsius, un piso que hoy se conserva como el Museo Cavafis, con las habitaciones dispuestas tal y como él las dejó. Con una iglesia griega (St Saba) en la esquina y un hospital enfrente, Cavafis debió pensar que aquel era el lugar ideal donde atender las necesidades de la carne, pedir perdón por los pecados y, por último, morir. Para los amantes de la poesía de Cavafis, este es sin duda un lugar de peregrinaje.
3. Anfushi y los restos del viejo faro
La antigua zona turca de la ciudad era donde, en otros tiempos, los alejandrinos iban a divertirse. En el siglo XIX, mientras otros barrios se desarrollaban siguiendo las directrices europeas, este distrito permaneció intacto. Hoy sigue siendo un vecindario popular, con un montón de edificios viejos, pero atesora muchas de las esencias de la ciudad y es tal vez el más auténtico. Aquí está Fort Qaitbey, un fuerte de recias murallas, construido por el sultán mameluco Qaitbey en 1480, en una angosta península sobre los restos del mítico Pharos. Muy bien restaurado, ofrece un montón de salas por explorar. El paseo hasta aquí es casi lo mejor: unos 45 minutos desde el centro, por la Corniche, con espectaculares vistas al puerto.
El famoso faro, que funcionó durante 17 siglos, fue destruido por un terremoto en 1303 y permaneció en ruinas durante más de 100 años hasta que Qaitbey ordenó fortificar el puerto de la ciudad. Para ello se reutilizó material del faro caído, y si uno se acerca a las murallas exteriores distinguirá algunos magníficos pilares de granito rojo que, con toda probabilidad, proceden del antiguo faro. Otras partes del mítico faro están repartidas por el lecho marino.
También se puede visitar en esta zona la magnífica Mezquita de Abu Abbas Al Mursi construída sobre la tumba de un venerado santo sufí del siglo XIII, Abu Abbas Al Mursi, procedente de Murcia, que es uno de los cuatro maestros santos de Egipto, objeto de peregrinaje. A pesar de que la estructura es moderna, sigue siendo un atractivo edificio octogonal, con una torre central elevada y un interior decorado con llamativos mosaicos, azulejos y carpintería islámicos.
4. La nueva Biblioteca de Alejandría
La antigua biblioteca de Alejandría fue una de las instituciones clásicas más grandes del mundo. Desaparecida a comienzos de nuestra era, encontró una digna heredera en la nueva Biblioteca Alejandrina, inaugurada en 2002, que hoy constituye uno de los grandes atractivos de la ciudad. El edificio tiene la forma de un gigantesco disco inclinado inserto en el terreno, como si fuera el Sol amaneciendo en el Mediterráneo. Sus muros exteriores de granito contienen grabados de letras, pictogramas, jeroglíficos y símbolos de más de 120 escrituras distintas. Y en su interior, la impresionante sala de lectura principal tiene capacidad para ocho millones de libros y 2.500 lectores bajo su techo inclinado, con ventanas diseñadas especialmente para dejar que penetre la luz del sol, evitando, eso sí, el impacto directo de los rayos que podrían estropear los libros.
Además cuenta con cuatro bibliotecas especializadas y una amplia selección de actividades, así como cuatro museos permanentes, un planetario, un centro de conferencias, una oferta de exposiciones temporales y permanentes, y un completo programa de eventos. Se necesita una mañana o una tarde para conocerla a fondo, pero con un circuito de una hora al menos podremos ver lo básico. Y si tenemos más tiempo podemos asomarnos a sus dos museos: el de las Antigüedades, con una cuidada exposición de objetos recopilados por todo Egipto desde la época faraónica, y el Museo de los Manuscritos, con una exposición pequeña de textos antiguos que incluye una copia del único pergamino que se conserva de la antigua biblioteca de Alejandría.
5. Catacumbas de Kom Ash Shuqqafa
Estas catacumbas, descubiertas de forma accidental cuando un burro fue engullido por la tierra, son una de las grandes joyas arqueológicas de la Alejandría antigua: el mayor cementerio romano de Egipto y una de las últimas grandes construcciones religiosas del antiguo Egipto. Aquí se fusionaron los estilos faraónico y griego, esa mezcla que tan bien representa a Alejandría, aunque con una clara querencia por lo grecorromano. Las catacumbas constan de tres niveles de tumbas y cámaras excavadas en la roca a una profundidad de 35 metros (la planta baja está inundada y es inaccesible). Cuando se construyeron las catacumbas, en el siglo II, probablemente como cripta familiar, la rotonda solo llegaba hasta el triclinio y la cámara mortuoria principal, pero durante los 300 años en los que la tumba estuvo en uso se fueron cavando más cámaras, hasta que el lugar se convirtió en una colmena con capacidad para más de 300 cuerpos.
Su visita es un espectáculo, aunque para los que conozcan las tumbas de la orilla occidental de Luxor, es probable que Kom Ash Shuqqafa no le impresione: la mayoría de las paredes no están adornadas y casi todas las pinturas se han desdibujado.
Desde las catacumbas se puede ir andando hasta el Pilar de Pompeyo, una enorme columna de granito rojo de Asuán, coronada por un capitel corintio, que ha sido siempre uno de los principales puntos de la ciudad. La columna se alza entre las ruinas del templo de Serapis que ocupaba este lugar en época antigua. El nombre de la columna se lo pusieron los viajeros que recordaban el asesinato del general romano Pompeyo a manos del hermano de Cleopatra, pero una inscripción de la base (presumiblemente cubierta de escombros antaño) anuncia que fue muy posterior: fue erigida en el año 291 como soporte de una estatua del emperador Diocleciano. Bajo la columna hay unos escalones que descienden hasta las ruinas del gran templo de Serapis, el dios híbrido griego-egipcio de Alejandría. También es el lugar donde se hallaba la biblioteca hermana de la Gran Biblioteca de Alejandría, con copias y excedentes de textos de esta. Los pergaminos podían ser consultados por todas las personas que utilizaran el templo, convirtiéndolo así en uno de los centros intelectuales y religiosos más importantes del Mediterráneo.
6. Un lugar donde comer buen pescado
Uno de los placeres que nos espera en Alejandría es saborear pescado del día en uno de los restaurantes especializados del puerto oriental. El panorama culinario de la ciudad ha cambiado de la mano de los refugiados sirios, que han abierto puestos populares de shawarma en la Corniche, pero hay un par de sitios clásicos que son parada obligada para degustar buen pescado.
Por un lado, está el Fish Market en la Corniche, al lado del Sea Scouts Club, toda una institución alejandrina para la gente pudiente de la ciudad. Está en primera línea de mar y es uno de los locales más famosos para darse un buen festín de marisco. Se puede elegir entre una impresionante variedad de platos principales de pescado, expuestos en vitrinas. Siempre empezando por el fantástico mezze (una selección de aperitivos varidos servido con excelente pan de estilo libanés).
La otra institución es el Club Naútico Griego, famoso por su amplia terraza, perfecta para disfrutar de la brisa del anochecer o contemplar las luces de la Bahía de Alejandría. La musaka y el souvlaki son las dos bazas de la carta, junto con una cuidada selección de pescado y marisco. Sus dueños son griegos y no musulmanes, así que se sirve alcohol y es uno de los mejores sitios de la ciudad para tomar un cóctel o una cerveza contemplando la puesta del sol.
7. La Alejandría submarina
Desde la antigüedad, Alejandría se ha hundido entre 6 y 8 metros, por lo que la mayoría de los restos de la ciudad antigua reposan bajo las aguas del Mediterráneo. En la superficie, casi todo ha sido destruido a medida que crecía la ciudad; pero bajo el agua se descubren cada año más piezas del período ptolemaico. La exploración se ha concentrado alrededor de Fort Qaitbey donde se cree que se alzaba el faro de Alejandría; la parte sureste del puerto oriental, donde se descubrieron partes del barrio real ptolemaico sumergido; y Abukir, donde se conservan restos de las dos ciudades sumergidas de Herakleion-Thonis y Menouthis.
Algunos de los tesoros recuperados pueden verse en el Museo de Antigüedades de la Biblioteca Alejandrina y en el Museo Nacional de Alejandría, pero los buceadores también pueden explorar los enclaves submarinos del puerto con algún operador local como Alexandra Dive, que lleva más de dos décadas explorando la costa local y ofreciendo buceo en yacimientos arqueológicos sumergidos y pecios de las dos guerras mundiales. Entre los mejores enclaves submarinos de Alejandría está el Palacio de Cleopatra, en el puerto oriental, donde se han encontrado algunas de las antigüedades submarinas más interesantes de Alejandría. Hoy los buceadores pueden ver un par de enigmáticas esfinges, columnas de granito rojo, plataformas y pavimentos que, según los arqueólogos, formaban parte de un palacio. También hay un naufragio completo que, según la datación por carbono, podría tener su origen incluso en el 90 antes de Cristo. Se encuentra a cinco metros de profundidad, una distancia asequible para muchos buceadores.
Otra inmersión interesante aguarda en la isla de Pharos, frente a Fort Qaitbey, donde se puede bucear entre esfinges, columnas, capiteles y estatuas de las épocas faraónica, griega y romana, además de grandes bloques de granito que, se cree, son restos del faro de Alejandría, ya que están rotos como si hubieran caído desde gran altura. También podemos intentarlo en el Herakleion-Thonis, un puerto clásico cuyo descubrimiento ha sido todo un triunfo para los arqueólogos. Allí yacen cantidad de tesoros, incluidas estatuas de cinco metros de altura, restos de templos y monedas de oro y joyas. Para el buceador no aficionado a la arqueología el punto de mayor interés es el naufragio de L’Orient (el buque insignia de Napoleón hundido en 1798) a unos 14 metros de profundidad.
8. Días de playa a la manera egipcia
Obsesionados por la arqueología faraónica, a los viajeros se les olvida a veces que Egipto tiene más de 500 kilómetros de costa mediterránea, con playas de arena fina y aguas turquesas en las que veranean muchos egipcios y cada vez más extranjeros. Pero la verdad es que son pocos los turistas que se aventuran a profundizar en esta región y acercarse, por ejemplo, a los solemnes enclaves conmemorativos de la II Guerra Mundial de El Alamein, muy bien conservados, o pasear por las calles de los zocos de Rosetta, flanqueadas por arquitectura de la época otomana con un ambiente en el que el tiempo parece haberse detenido. Es una excursión de un día perfecta desde Alejandría.
Otra parada interesante puede ser la ciudad de Abukir, a 23 kilómetros de Alejandría, donde podremos saborear pescado fresco a la parrilla junto al mar y, bastante más lejos, a 240 kilómetros, en Marsa Matruh, zambullirnos en espectaculares aguas turquesas. Si queremos darnos un chapuzón, el litoral de Alejandría tiene un montón de playas públicas y privadas, pero la costa entre el puerto oriental y Montazah puede estar sucia y abarrotada de gente en verano, y la mayoría de los alejandrinos buscan playas más lejanas. Las mujeres deben saber que, en todas las playas, excepto las que son propiedad de hoteles occidentales, es recomendable cubrirse el cuerpo para nadar (una camiseta holgada de manga corta y pantalón corto por encima del bañador).
9. Ecos literarios
Alejandría es más conocida por su literatura y sus escritores que por sus monumentos, y más de un viajero llega a la estación de trenes Misr con un ejemplar de El cuarteto de Alejandría bajo el brazo. A diferencia de la Alejandría del pasado ptolemaico, la ciudad que evocan Durrell, E. M. Forster y el poeta alejandrino Constantino Cavafis sí se puede encontrar todavía en los edificios del centro.
De padres griegos, Cavafis vivió poco tiempo en Alejandría. En algunos de sus poemas resucita personajes de la época ptolemaica y de la Grecia clásica; en otros, captura fragmentos de la ciudad a través de sus rutinas o encuentros casuales. Nació en el seno de una de las familias más ricas de la ciudad, pero un revés vital le obligó a pasar la mayor parte de su vida trabajando como funcionario del Ministerio de Obras Públicas, en una oficina sobre el café Trianon. Cavafis descubrió el mundo de habla inglesa a través de E. M. Forster (1879-1970), el famoso novelista inglés que ya había publicado Una habitación con vistas y Regreso a Howard’s End cuando llegó a Alejandría en 1916.
Trabajando para la Cruz Roja, Forster pasó tres años en la ciudad y, aunque esta no apareció en sus siguientes novelas, el autor recopiló lo que él consideraba una “antiguía”, con todo lo que no había en la ciudad, basado en la premisa de que “los puntos de interés de Alejandría no son interesantes, pero fascinan cuando los contemplamos desde el pasado”. Sus textos contaban con una introducción a la ciudad escrita por Lawrence Durrell, quien llegó a Egipto 22 años después de la partida de Forster. Durrell la definía como una “sórdida, derruida y acabada ciudad napolitana”. Pero las primeras impresiones son engañosas; y entre 1941 y 1945 Durrell halló grandes distracciones en el casi irreal ambiente de decadencia y promiscuidad provocado por las incertidumbres de la guerra del desierto, que inspiró su obra más famosa.
Los que emprendan un peregrinaje literario deben visitar el poco conocido Museo Cavafis y el restaurante Abou El Sid, que ocupa el lugar del famoso Pastroudis Cafe, frecuente punto de encuentro de los personajes de El cuarteto de Alejandría.
10. La cultura del café
La vida de Alejandría giró durante mucho tiempo en torno a los cafés, sobre todo a comienzos del siglo XX, cuando la población cosmopolita de la ciudad se reunía para hablar de la vida con una taza de café o té y un pedazo de tarta. En los cafés se conocieron personalidades literarias, que charlaban sobre una ciudad que no acababan de comprender. Muchos de aquellos viejos locales que albergaban esas tertulias se conservan, y aunque ni la comida ni la bebida sean nada del otro mundo en la mayoría de ellos, merecen una visita como la de otros tiempos y para admirar su majestuosa decoración. Entre los ejemplos más clásicos está Delices, una antigua tetería que lleva en activo desde 1922. Aunque ya no es tan elegante como fue en otros tiempos, sus techos altos siguen evocando el ambiente del viejo mundo. La pastelería fue proveedora de la realeza egipcia, y el café era uno de los locales favoritos de los soldados aliados durante la II Guerra Mundial. Los días de calor se prestan a pedir un deliccino (batido de café expreso y helado).
Otro clásico es el Sofianopoulos Coffee Store, una tienda que en cualquier parte del mundo sería un museo y en la que el olor a café se percibe a media manzana de distancia. Presidida por enormes molinillos plateados, montones de granos brillantes y el aroma a café recién tostado, es un paraíso para cafeteros y sirve cafés dignos de un rey. El Trianon era uno de los locales favoritos del poeta griego Cavafis, que trabajó en una oficina del piso de arriba. Se puede visitar para admirar su sensacional techo ornamentado, de los años 30, y sus desvaídos pero gloriosos paneles de las paredes. Es buena idea pedir un trozo de tarta, un zumo y disfrutar de su ambiente histórico.
11. Comprar en el zoco
En Alejandría no encontraremos bazares como los de El Cairo, pero abundan los zocos, que son ideales para vivir la animada vida de los mercados. En el barrio del zoco, en el extremo oeste de Midan Tahrir, la arquitectura majestuosa y maltrecha de la zona da paso a algo más íntimo. Es un largo trajín de puestos de productos, pescado y carnes, panaderías, cafés y tiendas diversas que venden todos los artículos para el hogar imaginables. En Zinqat As Sittat (el callejón de las mujeres) es donde se venden botones, cuentas, pulseras y otros accesorios. Más allá de la mercería están los comerciantes de oro y plata, y los vendedores de hierbas y especias. Otro mercado interesante es el de antigüedades de Attareen, un laberinto de callejones que es un auténtico placer para los coleccionistas de antigüedades y cachivaches. Muchos objetos llegaron hasta aquí después de que la clase alta europea tuviera que huir de Egipto en masa tras la revolución de 1952.
Pero si lo que queremos es observar la auténtica vida egipcia, debemos asomarnos al Zoco Ibrahimiyya. A lo largo de varias callejuelas cubiertas próximas al Sporting Club, está lleno de productos frescos, marisco recién pescado y puestos de carne. Es mejor visitarlo por la mañana, cuando los vendedores están más animados y vocean el género. Y también es auténticamente alejandrino el mercado de pescado de Anfushi. Situado en la punta norte de Anfushi, este mercado se llena cada día de marisco recién descargado del barco. Conviene llegar pronto, cuando más gente hay.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.