Víctor Nubla: hubiese sido un viejo fenomenal
Gràcia recuerda con una placa en su portal y una verbena al mítico músico, escritor y activista cultural
Junto con el de Alabaster DePlume, saxofonista inglés que así no se llama, el de Víctor Nubla, músico, escritor, muchas más cosas y que tampoco se llama así, es uno de los seudónimos más fenomenales que existen. Alabaster vive en Londres y es complicado charlar con él. Víctor vivía en Gràcia, y encontrárselo por la calle, comprando en el mercado, saliendo de una reunión, en un concierto o simplemente ejerciendo de parroquiano en cualquier rincón del barrio, del que no salía casi nunca, era fácil.
La conversación aún más, y dados sus oceánicos conocimientos sobre los temas más dispares, entre ellos el ocultismo, amén de una imaginación sin fin y un humor que mostraba su inteligencia, se conocía el inicio de la charla pero jamás su conclusión. Víctor, de negro misterioso, ya no pasea por Gràcia, falleció hace cinco años, aunque ahora hay algo que le recuerda. En forma de placa en el portal de la calle donde vivió, el 45 de Milà i Fontanals. En la mañana del sábado se descubrió, y hasta la noche fue la plaza del Sol la que acogió el homenaje que sus amistades círculo de colaboradores y compañeras de charlas, música y tertulias, le brindaron. En su honor tuvo lugar la Verbena Per A Misàntrops.
Antes del mediodía, las autoridades del distrito dijeron lo suyo ante el portal, por aquello de la oficialidad. Una de ellas se congratuló de estar allí, en un lugar tan especial, el 50 de Milà i Fontanals, hecho que aún se debate si se trató de un despiste o un velado y sutil guiño al homenajeado que decía detestar los homenajes. En ese momento una vecina salía del portal, ignorándolo todo, incluso que una celebridad de bolsillo había sido vecino suyo. En un balcón del edificio que da a la calle Siracusa, dos cómplices de Nubla leyeron un pregón, del que se pueden destacar dos momentos. En primer lugar la reiteración de la frase recurrente en Víctor Nubla, “voy a por una cerveza”. En segundo la atinada descripción de sus hábitos a través de una lógica muy de su persona: “Víctor fue un lector infatigable que leyó hasta que se cansó”. Otra vecina se asomó, pero Nubla, pese a tener ya una placa en el portal que recuerda que allí vivió, fue alguien tan de su mundo que fuera del mismo no le conocían ni sus vecinos. Y eso que para escribir “Ensayo contra la rueda” sólo se puede partir de la erudición.
Por eso es justo y poético que su barrio le haya homenajeado. Víctor creó junto a Juan Crek, otro que no se llama así, Macromassa, un grupo de música experimental inquieta y angulosa que fue el primero en autoeditarse un disco en España, hace unos 50 años. Creó el festival LEM, hace treinta, acogiendo a quienes no suenan más que en festivales con otros márgenes. También Gràcia Territori Sonor, asociación organizadora del festival y de otras iniciativas culturales. Aparte de beber cerveza, leer sin descanso, tocar y componer, escribió con ironía y sorna libros en los que su barrio solía ser protagonista, mirado en sus rincones más característicos.
Que un señor que acampó fuera del asentamiento oficial de la cultura tenga una placa que no le olvide fue motivo de natural regocijo durante el día”
En el sustrato, una visión política que jamás manifestó en consignas, pues él era escultor de su propio lenguaje, juguetón, original, irónico y certero. Dragonas, buldogs franceses, detectives y extraterrestres, disparates y fábulas pueblan las páginas de sus recomendables relatos y reflexiones. En uno de ellos explica dado que en su lavabo siempre sonaba música clásica, había veces en que los aplausos del público coincidían felizmente con el final de su micción. Que un señor que acampó fuera del asentamiento oficial de la cultura tenga una placa que no le olvide fue motivo de natural regocijo durante el día.
Tras el pregón, que al darse en un balcón tuvo un punto Berlanga, se formó la comitiva de camino al lugar de los hechos. Fue el primer pasacalle que en los últimos 20 años de Barcelona no iba acompañado por una batucada. En su lugar, músicos y amigos sonaban instrumentos de percusión de los que saben tocar hasta los niños. Aunque bueno, la caracola de mar tiene su intríngulis y ni es de percusión. ¿Algo hubiese incomodado a Nubla? pues dos guardias urbanos abriendo paso en sus motos silenciosas escupiendo destellos azules. Surrealista. Eso sí le hubiese gustado. Como cartel alguno indicara que aquello era parte de la Verbena Per A Misàntrops, cosa que indudablemente hubiese aclarado de manera fehaciente el asunto, los transeúntes miraban sorprendidos la irregular comitiva, anárquica y serpenteante, personas de la administración vestidas de calle junto a otras vestidas como no muchos salen a la calle. Barbas, señores y señoras mayores, pelos largos de mediana edad y un porrón, Nubla también diseñó etiquetas de vino, confundían aún más al personal. La cosa daba para un relato del ausente.
Y lo de ausente habría que ponerlo en tela de juicio. Al llegar a la plaza del Sol el generador que debía alimentar la producción simplemente no funcionaba. Hubo de buscarse otro que poco después apareció. Existen los generadores de guardia. Cómo fuere que a lo largo de la tarde hubo pequeños problemas técnicos, muchos dieron por sentado que eran fruto del sabotaje de Nubla a su propio homenaje.
No será cuestión de enumerar los muchos artistas que por el escenario pasaron, todos forman parte del underground experimental, inmediaciones y adláteres: revelar sus nombres puede causar disgusto. Con su música, que metros antes del lugar ya sonaba exigente y tenaz, la que Víctor consideraba música normal, diferente a las demás músicas, consiguieron dos hechos de carácter histórico, tres si contamos la ausencia de batucada. Por un lado no había palomas en una plaza. Por otro, la familiar precaución circunscribió a las criaturas en el área de juegos, privándolas de su zona de carreras. Pero en Triatòmic, con la voz de Anna Subirana, algunos olvidaron columpios y cachivaches mirando la nuca de los músicos. Estaban tras ellos. Aplaudieron al acabar y volvieron a lo suyo.
Y entre más aplausos, presentaciones, músicos tocando sintetizadores ocultos en cajas de puros, canciones con títulos como “López on the water”, improvisaciones, deconstrucciones de temas de Bowie, traducciones de textos de Nubla por medio de traductores digitales incapaces de traducir y demás cosas insólitas, Trump incluido, se llegó al final. Por supuesto corrió a cargo de Macromassa, el que fuera su grupo. Crek, su eterno cómplice y dueño de un perro llamado Ian Peper, dijo que habían descubierto unos textos inéditos de Nubla titulados “De maravilla”, una ironía. Con voz tratada que remitía a Sméagol, los textos, debidamente perturbados por el sonido, fueron cayendo troceados en la plaza tras su lectura. Quien quiso se llevó un trozo. Un final feliz, alegoría de lo fútil y transitorio de todo. Menos la placa que ahora luce en el 45 de Milà i Fontanals. Dedicada al vecino más conocido entre los desconocidos de un barrio en el que todo lo fue. Donde no verlo aún se hace raro. Humanista Víctor Nubla. Hubiese sido un viejo fenomenal. De ágora.
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