Gràcia ya no será la misma sin Víctor Nubla
El artista bien merecería una calle en el barrio que tanto amó
Pasear por Gràcia no volverá a ser lo mismo. El azar ya no conducirá a trabar conversación con ese personaje siempre de negro capaz de sugerirte un buen lugar para tomar unas anchoas, explicarte la historia de la torre de Rius i Taulet, recomendarte un libro o hablarte de discos cuya localización precisaba de su afinado radar. Según Joan Ramón Guzmán, uno de sus múltiples amigos, escribía para marcar distancia consigo mismo, para no acabar pontificando con su música, siempre transgresora y angulosa. Consecuentemente era un escritor dotado de gran humor, fina ironía, conciencia e imaginación desbordante y surreal, de lo que su última novela, Metal·lúrgia, es un buen ejemplo.
Personaje casi renacentista, capaz de hacer un buen arroz y usar el concepto de textura sonora antes de que la palabra hiciese fortuna en la música electrónica, coleccionó piezas de puzzle encontradas por la calle y también cerillas, y decidió hacer música con Juan Crek en Macromassa, primer grupo español auto editado, cuando visitando el pueblo de sus padres (Salinas del Manzano, Cáceres) a mediados de los setenta optaron por adentrarse en los sonidos de la ciudad y no de la naturaleza. Y es que siempre fue así: no tuvo ni moto ni automóvil pero le encantaban las carreras de coches; su aire melancólico, tras gafas durante casi toda su vida oscuras, ocultaba una mirada activa, curiosa y colorista, un hombre cariñoso, humilde e inteligente, amén de un gran amante del asociacionismo que creó y dirigió el festival musical LEM.
Ya no volverá a actuar en el Sónar, ya no estará nunca más en la Bodega Marín, por él declarada Centro Místico del Universo, en su casa ya no sonará música clásica en el lavabo, donde a veces, celebraba, coincidían los aplausos del público con el final de su micción. Su nombre bien merecería una calle en el barrio que tanto amó y del que sólo salía por estricta necesidad. Víctor Nubla ha muerto.
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