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Anatomía del beso

Juan José Millás

Es el nuevo gran tabú de nuestro tiempo por la pandemia. Así funciona por dentro.

Cuando yo era joven, los besos en la boca estaban prohibidos por la religión y ahora que soy mayor los tengo prohibidos por la ciencia. Antes, el castigo era el infierno. Ahora, la neumonía atípica.

¿Quién dice que religión y ciencia son incompatibles?

Bill Bryson, autor de El cuerpo humano, asegura que la boca es un lugar peligroso. Y añade: “Morimos por atragantamiento más fácilmente que ningún otro mamífero. De hecho, estamos diseñados para atragantarnos, lo cual resulta sin duda un extraño atributo”.

Di mi primer beso en la boca a los 15 años. A los pocos días, la chica me informó de que no le venía la regla. Le dije que no era posible, pues no nos habíamos acostado, a lo que respondió que la saliva tenía propiedades “semánticas”. Seguramente quiso decir “seminales”, porque había estado investigando en una enciclopedia católica para transmitirme la noticia con rigor, pero la entendí de todos modos y creí a pies juntillas durante mucho tiempo en la capacidad fecundativa de cualquier fluido corporal, sin importar de dónde procediera. La chica y yo pagamos en cantidades extraordinarias de angustia y pánico aquel encuentro agotador de nuestras lenguas en la oscuridad de un cine de sesión continua.

Un día, ya de mayores, nos encontramos en el autobús y resultó que estaba embarazada. Durante unos segundos de terror pensé que de aquel beso remoto. Ya nunca nos volvimos a ver, pero a veces pienso en ese niño que no conozco, y que tendrá ahora 30 o 40 años, como si fuera mío.

La imaginación es un lugar peligroso.

Dice también Bryson que tenemos ahí dentro, en la boca, estratégicamente repartidas, 12 glándulas salivales con las que segregamos en torno a un litro y medio de saliva al día, de ahí que traguemos tanto (no solo en sentido metafórico): unos 30.000 litros literales a lo largo de una vida media. La saliva, añade, “está compuesta fundamentalmente de agua y de pequeñas cantidades de enzimas que empiezan a descomponer los azúcares cuando todavía se encuentran en la boca, ya que ahí se inicia la digestión de los alimentos”. Y la digestión del amante o de la amante, añado yo.

De la lengua, por su parte, señala Bryson que es un músculo singular y sensible hasta la exageración debido a las 10.000 papilas gustativas localizadas en sus protuberancias (se me hace la boca agua solo con escribir “papilas gustativas”).

Hay besos de cine y besos de novela o de telenovela y besos de canciones en general y de boleros en particular y besos de Judas. Hay besos castos y besos voluptuosos y besos satánicos y besos pederastas y besos maternales o paternales y fraternos. Y está también el beso del capítulo siete de Rayuela y El beso de la mujer araña y el beso negro o griego, conocido también como anilingus, y el beso de la muerte, qué sé yo, además del francés. Hay tantos besos pertenecientes al ámbito personal y al histórico que resultaría insensato intentar resumirlos o describirlos uno a uno. Venimos de una cadena de besos: los que se dieron por orden cronológico nuestros antepasados desde el principio de los tiempos, como quien se pasa un testigo, y los que nosotros hemos dado a nuestros descendientes, y los que ellos andan ya repartiendo por el mundo.

En cuanto a los lugares besables, según la vieja enciclopedia Espasa, destacan la frente, las mejillas, los labios, las manos, los pies, los vestidos, los cabellos, las reliquias, los retratos y las estatuas de los dioses, además de la piedra de la Kaaba, en La Meca. Como vemos, la enciclopedia Espasa, pese a sus más de 100 tomos, se quedaba corta al menos en el asunto que nos ocupa: se olvidaba del culo, por poner un ejemplo.

MIGUEL ÁNGEL CAMPRUBÍ

Me encuentro con el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga en una terraza de verano, donde tras desprendernos de las mascarillas y pedir unas cervezas le pregunto si el beso tiene explicación alguna desde la antropología.

—Y desde la anatomía —me responde—, porque somos una especie de mamífero con labios gruesos, evertidos, diseñados precisamente para el beso.

—¿Somos los únicos?

—Nosotros y las vacas de Walt Disney, a las que los dibujantes ponen morros para humanizarlas.

—Ya.

—La historia natural del labio es apasionante. Nosotros tenemos el labio superior continuo, mientras que los perros o los gatos, por ejemplo, tienen dos labios superiores divididos por un tabique. Nosotros nos podemos pasar la lengua de un lado a otro de la encía propia o de la del amante —añade al tiempo de realizar en sí mismo el gesto que nombra.

—¿El chimpancé y el gorila no tienen tabique?

—No, pero tampoco tienen los labios evertidos ni la nariz proyectada.

—Pero la nariz proyectada es un estorbo para el beso.

—No te lo creas. El beso tiene un componente olfativo muy importante.

—¿Los chimpancés no se besuquean?

—Un poco. Pero el beso en la boca y con lengua es exclusivamente humano y seguramente es el resultado de una ritualización.

—¿Qué significa eso?

—Que empieza como un acto en el que se transfiere la comida ya masticada al niño después del destete, y luego se convierte en un gesto de amantes. Y como se trata de un gesto trascendental, la anatomía se adapta al gesto.

—¿De ahí los labios gruesos y evertidos?

—Exacto. El proceso es el siguiente: la madre pasa la comida, ya medio digerida, de su boca a la del niño. Digamos que se trata de un potito natural. Más tarde, la novia y el novio juegan a pasarse cosas el uno al otro. Luego ni siquiera se pasan nada, pero hacen el gesto de pasárselo. Ese comportamiento ritualizado afecta al órgano: el labio se engrosa.

—Y desaparece el tabique del labio superior.

—No, el tabique ya había desaparecido. El labio se engrosa porque ha desaparecido el beso desligado de la alimentación y empieza a manifestarse como base del cortejo amoroso.

—Me viene a la memoria un cuplé que decía “dame el humo de tu boca, que así me vuelves loca”.

Fumando espero, de Sara Montiel —confirma Arsuaga—. Los amantes juegan a pasarse el humo del cigarrillo de una boca a la otra.

—Otros juegan a pasarse un caramelo o un cubito de hielo.

—O un chicle. Ahí lo tienes.

—Lo raro es que ese lugar tan besado, la boca, sea uno de los extremos del tubo digestivo.

—Y relacionado por lo tanto con la alimentación.

—Resulta más curiosa entonces la práctica del beso negro, que viene a ser como cerrar el círculo, como hacer un viaje alrededor de la digestión.

—Claro, lo natural es chuparse todo. Además, el culo está lleno de terminaciones nerviosas.

—Y cuando le decimos a un bebé que nos lo comeríamos a besos, ¿hay ahí una reminiscencia caníbal?

—Hay mucho de alimentación, sí, todo es alimen­tación.

Arsuaga saca de su mochila un libro titulado Amor y odio, de Irenäus Eibl-Eibesfeldt, donde aparecen ilustraciones de un pigmeo adulto, sentado sobre un elefante recién cazado, que reparte con la boca tiras de grasa entre las bocas abiertas (y hambrientas) de sus compañeros.

—Te presto este libro —dice—, que es muy interesante. No dejes de leer el capítulo titulado ‘Ritos vinculadores’.

—¿Ritos vinculadores?

—Si vas a la playa este verano, fíjate como se expurgan los novios.

—Los novios no se expurgan, se tocan el pelo.

—Sí, pero el gesto es el de expurgarse. Ese es un ejemplo clásico de gesto que ha perdido su antigua función para ritualizarse. En los ritos del amor hay mucho del comportamiento materno-infantil. En el comportamiento humano, como en la evolución de los órganos, hay mucho de bricolaje. Con frecuencia, se echa mano de un comportamiento que tenía una función para otra.

—Dame un ejemplo de bricolaje orgánico.

—El martillo y el yunque originalmente, en los reptiles, formaban parte de la articulación de la mandíbula y hoy los utilizamos para oír. En la evolución se echa mano de lo que hay.

—Ya. Volvamos a los labios.

—Según Desmond Morris, el autor de El mono desnudo, nuestros antepasados copulaban por detrás por la sencilla razón de que la vulva, en los mamíferos cuadrúpedos, se encontraba en la parte posterior. Cuando pasamos a la cópula frontal por la postura bípeda, cambió la orientación de la pelvis y la vulva se orientó ventrafrontalmente. No totalmente dorsal ni totalmente ventral, pero se desplazó y el sexo se hizo cara a cara. Entonces cambia todo porque tienes una relación más personal, ves la expresión del otro y sus labios quedan al alcance de los tuyos. En cierto modo, los labios de la vulva pasan a ser los labios de la cara. Los labios de la mujer y del hombre, los labios evertidos y redondos son una réplica de los labios de la vulva, de la sonrisa vertical, como suele decirse. Los de la cara son una vulva horizontal, por eso se hinchan. Piénsalo: ¿en qué zona de la cara disfrutan más los cirujanos plásticos?

—Comprendo.

Miguel Ángel Camprubí

A Diego Figuera, que es psiquiatra y psicoanalista, le digo que yo besaba mucho a mis hijos cuando los sacaba del baño.

—Pero seguramente —añado— no se acuerdan del mismo modo que yo no recuerdo los besos de mi madre.

—Por debajo de los cuatro años —responde— nuestra memoria consciente no recuerda nada, o muy poco, pero nuestro cuerpo sí. El tacto, para bien o para mal, es fundamental en la primera etapa del ser humano y el beso es una parte del tacto, casi una continuación de la caricia. La piel nos transmite una información muy compleja acerca de cómo nos han querido. Esto está muy estudiado desde la teoría del apego.

—¿El beso del cariño y del sexo son distintos?

—Hay una parte de la señal que es coincidente, pero los niños son capaces de distinguir a un padre o una madre cariñosos de unos progenitores perversos. He visto en mi práctica clínica personas que, de adultas, se bloqueaban al besar y no sabían de dónde venía ese bloqueo. Pero viene de allí.

—¿Cómo distinguir el beso de Judas de un beso de amor?

—El besado los distingue en algún nivel de su conciencia.

—Antes te referías al “apego”. ¿Qué es?

—Es la necesidad innata de los seres humanos de vincu­larnos con figuras de referencia afectiva y de cuidados para salir adelante desde el principio de la vida. Nacemos con la necesidad vital de apegarnos a las personas encargadas de protegernos y de enseñarnos cómo regular nuestras emociones.

—¿De dónde sale esta teoría?

—La formula John Bowlby a partir de los sesenta y ahora es una evidencia científica. Sé bastante de esto, actualmente soy el presidente de la sección española de la Internacional del Apego y hemos escrito sobre la materia. Estamos diseñados para apegarnos a alguien igual que una cría de pato a su madre. Necesitamos que alguien nos alimente, pero que nos proteja emocionalmente también. Nuestro sistema de protección emocional se enseña: nos enseñan a besar las madres, los padres, los tíos…

Diego Figuera y yo nos hemos encontrado también en una terraza veraniega, comunicándonos a través de las mascarillas hasta que nos traen las consumiciones que hemos solicitado. Cuando deja al descubierto su rostro, observo el grosor de sus labios. Desde mi conversación con Arsuaga, me interesan todas las bocas justo ahora que suelen ir tapadas.

—Entonces —apunto— podríamos decir que el beso tiene dos vertientes, una de carácter físico y otra de carácter psicológico que a lo mejor se mezclan. ¿Qué pasa cuando dos personas se besan desde un punto de vista y desde el otro?

—No es fácil establecer una frontera entre lo físico y lo psicológico porque tenemos una manera de entenderlo más holística, a la luz de la teoría de la complejidad. Das un beso y se produce una tormenta de oxitocinas y endorfinas que tienen su correlato emocional. Cuando besas o eres besado, el cuerpo se entera y reacciona con gran tensión en décimas de segundo, tanto frente al beso del enemigo como del amigo. El beso está tan significado en nuestra cultura que es aquello de lo que más información previa deseamos tener. Por eso es tan distinto el beso de una madre, el de Judas, el amoroso, el de una noche de ligue, el que busca una reconciliación…

—¿Hay besos que dañan?

—Claro, los que se dan bajo una apariencia de amor y son en realidad de corrupción. El beso del cura pederasta en el seminario, por ejemplo, se resignifica cuando tienes 15 o 16 años. Entonces comprendes que su contenido era muy distinto a su apariencia.

—¿El beso evoca en alguna medida la etapa del amamantamiento?

—La succión del pecho en una relación de crianza agradable favorece la erotización y el aumento de conexiones en los labios. De hecho, una práctica erótica común, tanto si eres heterosexual como homosexual, consiste en chupar los pezones del amante o la amante.

—Además, al besar en la boca, como al mamar, recibes los fluidos del otro.

—Sí, y es importante que esa saliva nos huela y nos sepa bien.

—Es curioso también que el beso se practique con uno de los extremos del aparato digestivo.

—Claro, porque existe una relación entre besar y comer.

—El cine, la literatura y las canciones están llenas de besos.

—Pero las huellas que dejan esos besos son más culturales. Las verdaderamente duras son las que vienen de la experiencia directa. Por eso, besar a los hijos es, además de un acto de amor, un acto de responsabilidad. Yo estoy en contra de campañas como la que ha salido hace poco de Ralph Lauren en la que un hombre le da un beso en la boca a su hijo de unos tres años.

—Es muy ambiguo, ¿no?

—Normalmente no te besas con un niño en la boca.

—Hay familias en las que se lleva a cabo esta práctica hasta determinada edad.

—Y luego pueden venir los problemas. Cuando esos niños llegan a la adolescencia, resignifican el beso en la boca. Muchas veces se dan por un afán de modernidad, de esnobismo, sin caer en la cuenta de las consecuencias que pueden tener más adelante.

—Y ahora, con la pandemia de la covid-19, ¿cómo nos comemos que el mismo beso que nos daba la vida sea el que nos enferme?

—Con dificultad. Los médicos somos en esto los más rígidos porque hemos visto el horror en los hospitales. El otro día celebré mi cumpleaños con los amigos y cuando entraban en casa el primer impulso era el de besarnos. Nos reprimíamos, claro, pero después del primer vino la gente se relaja porque tenemos esa necesidad innata de besar.

—¿Es más fuerte la necesidad que la prohibición?

—Más fuerte, sí. Solo lograremos no besarnos a base de miedo o de responsabilidad.

—Si la prohibición se prolongara, ¿llegaría a mitificarse el beso?

—Podrá adquirir un significado nuevo. Quienes en este tiempo se atrevan a besar lo vivirán como algo de mucho amor al otro. Te beso y asumo que me puedes contagiar.

—Te beso y asumo que me puedes matar.

—Es un modo más trágico de decirlo. Con la pandemia, el beso va a adquirir una connotación muy potente de lealtad, de amor, de adhesión, un poco también como el beso de los mafiosos.

—¿Qué pasa ahora cuando un médico se ve obligado a hacer una respiración boca a boca? ¿Qué puede más, la responsabilidad o el miedo?

—Pues más de uno se lo pensaría dos veces porque el miedo es libre y los médicos hemos pasado mucho miedo durante los peores días de la pandemia. Nos hemos sentido vulnerables, hemos pensado que nos podíamos contagiar entre nosotros. Ha habido una guerra terrible sobre quién se atrevía a meterse en el asunto sin una buena protección, sabiendo el riesgo que corríamos. Ha habido gente con valor que besaba a los enfermos o los cogían de la mano para acompañarlos en los momentos más difíciles. Los médicos, en este sentido, hemos sido más prejuiciosos que el personal de enfermería.

—¿Cómo se explica?

—Creo que la persona que se dedica a la enfermería es más cercana que el médico porque piensa que su profesionalidad pasa también por el contacto afectivo. Nosotros somos más técnicos. Si lo hacemos bien técnicamente, ya hemos dado lo nuestro.

—Los enfermeros y las enfermeras besan. Es un buen título.

—Besan y tocan…

Tras despedirnos sin tocarnos, tomo el metro para volver a casa y, mientras me observo en el reflejo oscuro de la ventanilla del vagón, pienso que también la mirada ha adquirido una significación nueva con el complemento de la mascarilla: los viajeros nos miramos como si, a punto de ahogarnos, nos llegara ya el agua al borde de los ojos.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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