Personalmente hablando
La extrañeza no es un sentimiento exclusivamente humano. A mi gato lo encierro en una jaula cuando nos vamos de vacaciones y al llegar se extraña del sitio. De hecho, tarda un rato en abandonar la jaula y lo hace con mil precauciones por más que lo invitemos a salir. En la imagen podemos apreciar decenas, quizá cientos, de palomas extrañadas. A esta hora, se dicen, aquí debería de haber más movimiento.
Pasa algo raro.
Las palomas viven seis o siete años. Ninguna de las fotografiadas había visto antes este espectáculo de soledad. Aunque tienen toda la plaza para ellas, se han amontonado en el centro en busca de protección. Se las ve raras porque la realidad no está normal.
Dejemos por un momento a las palomas y pensemos en las ratas de alcantarilla, que se parecen más a nosotros en la medida en que son animales mamíferos. Ahora ya me he acostumbrado a compartir mi modo de reproducción con estos roedores, pero al principio no podía creérmelo. No me imaginaba a una rata dando de mamar a sus bebés, me parecía antinatural. En cualquier caso, también deben de estar extrañadas por el silencio reinante.
—No se escucha ni una sola pisada —se dirían si, además de mamar, hablaran.
—Quizá los humanos fingen que se han ido, pero siguen ahí esperando que salgamos para darnos caza —respondería la rata paranoica.
O sea, que viven extrañadas también desde que la Covid-19 recluyó en sus casas a los del lugar y en sus hoteles a los turistas. Personalmente (de qué otro modo, si no), me identifico más con la extrañeza de las ratas que con la de las palomas.
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