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Ideas | perdidos en el supermercado
Columna
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Gobiernos de juguete

Comparados con los programas de la derecha, los que aplica la izquierda cuando llega al poder parecen maquetas

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias anuncian el Gobierno de coalición.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias anuncian el Gobierno de coalición.Víctor J. Blanco (Gtres)
César Rendueles

ALF es el título de una serie de televisión protagonizada por un extraterrestre homónimo que TVE emitió en los años ochenta. Tras la destrucción de su planeta natal, Alf —una especie de koala peludo y narizotas— es acogido por una familia de clase media estadounidense, que lo oculta en su casa y evita que lo capturen los agentes del Gobierno que lo persiguen. Una de las diversiones favoritas de Alf es jugar con las maquetas de trenes de Will, el padre de la familia con la que vive. Una noche, sus amigos le llevan a escondidas a ver un tren de verdad. Al ver pasar un enorme convoy de mercancías, Alf se queda estupefacto y grita: “¡Will, comparado con este, tu tren parece de juguete!”. Es una escena que se me viene a la cabeza cada vez que algún partido de izquierdas llega al poder. Comparados con los programas de gobierno de la derecha, los de izquierdas parecen un poco de juguete, maquetas.

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No es exactamente una metáfora. Resulta sorprendente lo a menudo que los Gobiernos de izquierdas emplean términos como “prototipado”, “laboratorio”, “experiencia” o “incubadora” para definir sus proyectos más ambiciosos.

Las iniciativas relacionadas con el cooperativismo, las rentas ciudadanas o la mejora de la educación pública casi siempre se limitan a pequeños experimentos encapsulados, sin ninguna capacidad expansiva y, sobre todo, presupuestariamente muy modestos. Ningún político de derechas, en cambio, ha planteado jamás crear una microrreforma laboral experimental, presupuestada en unos pocos cientos de miles de euros, para analizar los efectos de la precarización extrema. O una minipista de aterrizaje para observar la evolución de un aeropuerto internacional en una ciudad de 50.000 habitantes; o un prototipado de privatización sanitaria. Sencillamente han puesto en marcha esas medidas gastando las cantidades absurdas de dinero necesarias para ello.

A menudo se dice, con razón, que el gran triunfo de la restauración mercantilizadora que se impuso en todo el mundo a partir de los años setenta fue modificar el sentido común político. Se normalizaron iniciativas que poco antes resultaban disparatadas —como la desregulación financiera— y, en cambio, se eliminó del repertorio de posibilidades políticas aquello que hasta entonces se consideraba imprescindible.

Lo que a menudo pasamos por alto es que no se trata sólo de una transformación cualitativa —relacionada con el tipo de políticas deseables—, sino también cuantitativa: afecta a las cantidades de dinero que consideramos sensato invertir en diferentes políticas.

Hemos internalizado un profundo sesgo colectivo relacionado con los órdenes de magnitud del gasto público que nos parecen aceptables en distintos ámbitos. Por ejemplo, en España se han gastado más de 50.000 millones de euros en líneas de tren de alta velocidad, ninguna de las cuales es ni siquiera remotamente rentable y son usadas por apenas el 4% de pasajeros. Según el Tribunal de Cuentas Europeo, la construcción de cada kilómetro de AVE cuesta de media en España 25 millones de euros, en algunas líneas se alcanza la demencial cifra de 69 millones de euros por cada minuto de trayecto ahorrado. Otro ejemplo: España es el tercer país del mundo con mayor número de kilómetros de autovías o autopistas (¡sólo por detrás de China y Estados Unidos!), con un coste medio de más de 6 millones de euros por kilómetro. Por no hablar de los 30.000 millones de euros anuales que supone el gasto militar real. Son cifras astronómicas que asumimos con naturalidad. En cambio, la idea de hacer una inversión similar en, por ejemplo, vivienda o banca pública, la atención a las personas dependientes, la lucha contra la pobreza o la transición medioambiental jamás ha sido planteada por ningún partido político con opciones de gobierno.

Ningún Gobierno progresista dispone de recetas mágicas para impulsar la transformación política. El reto de revertir el efecto de cuatro décadas de globalización elitista está lleno de riesgos y callejones sin salida. Pero hay algo que sí sabemos con toda certeza acerca de las políticas igualitarias factibles: no van a ser baratas.

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