ALF, un visionario del siglo XXI
Ninguno de sus protagonistas se convirtió en estrella de cine ni forró las carpetas de los adolescentes. Sus tramas no tenían el poder adictivo de aquellas otras de ricos y malvados terratenientes. Y apuesto a que la mayoría ni siquiera sabrá qué significaba el nombre de su protagonista. Pero ¿quién no recuerda ALF? Esas tres letras, en realidad un acrónimo de Alien Life Form (traducido del inglés, forma de vida alienígena), tienen la capacidad de provocar inmediatamente una sonrisa. Si no lo crees, prueba a decirlas en la próxima reunión de familia o amigos. Y no temas quedar como el abuelo cebolleta, nuestro amigo ochentero sigue siendo un personaje actual.
Hagamos antes un poco de historia. El pequeño y peludo extraterrestre llegó a los hogares estadounidenses en 1986 y pronto comenzaría a colonizar los televisores del resto del mundo. En España, por ejemplo, se presentó en 1988, cuando para la mayoría solo existían dos canales y no a todas horas. Para los niños de entonces, Alf era un ser fantástico, una suerte de Espinete de fin de semana. Y lo mejor, su lenguaje era comprensible en aquellas sesiones de tele en familia en las que súbitamente una mente de 8 años podía encontrarse ante los enigmas de El tiempo es oro. Para los mayores el personaje no resultaba menos fascinante, seguramente por lo contrario: cualquier análisis serio concluiría que el guion de la serie es más incomprensible que la peor de las pruebas finales del concurso presentado por el mítico Constantino Romero. Y luego está lo que ni unos ni otros sabían entonces. En realidad Alf fue un pionero, un adelantado a las décadas que vendrían. Ahí van las razones.
Un extraterrestre nada extraordinario. La NBC estadounidense presentó a Alf a su audiencia con la intención de convertirlo en una parodia de E.T., la exitosa creación de Spielberg. Como todo durante la Guerra Fría, la cosa alienígena era entonces un asunto serio, así que entre el lacrimógeno amigo de Elliott y los malos malísimos de V (sus escenas comiendo ratas estremecían al más gallardo) apareció nuestro protagonista para quitar hierro al asunto. Sin él, nos hubiera costado mucho más aceptar que, el día en que descubramos una forma de vida extraterrestre, esta seguramente se parecerá más a una bacteria anaerobia de nombre impronunciable que a las grabaciones secretas que todos hemos visto pese al interés que tiene EE UU en ocultarlas al mundo junto con el nombre del verdadero asesino de Kennedy y la localización de los estudios donde se grabó la falsa llegada a la luna.
Un tipo no tan familiar. La serie estaba pensada para que padres e hijos se juntaran en el sofá. Los Tanner eran una familia normal con la que, salvando las distancias geográficas y culturales, podíamos identificarnos. Como muestra, basta la escena de la canción inicial en que Lynn, la hija adolescente, se escondía con el teléfono para hablar a espaldas de sus padres. Un detalle: entonces no había móviles. Y aquí salta la alarma. Alf era cualquier cosa salvo un ser entrañable. Continuamente sacaba de quicio a Willie, el pater familias, y pese a no ser nativo en ninguna lengua terrícola, manejaba el sarcasmo con una lucidez que recuerda más al Chandler de Friends que al inofensivo oso hormiguero que nos parecía.
Amor a los gatos. Sí, lustros antes de que las fotos de gatitos inundaran las redes sociales, Alf ya era un amante de los felinos. Su fijación por Lucky (Suertudo en la versión para Latinoamérica), el animal de compañía de los Tanner, era tal que pasó 102 capítulos intentando comérselo. Unido al punto anterior, eso significaba problemas con la cadena, que no acababa de encontrar la gracia a los gags cada vez que un niño decidía imitar a su ídolo y acababa saliendo en los periódicos por meter un gato en un microondas. O así al menos lo recuerda Paul Fusco, creador del personaje (y la persona que en ocasiones lo manejaba), en este vídeo:
Precursor del Tea Party. Los Tanner tenían sus cosas como todos, pero eran buena gente. Una familia de clase media que no se metía en líos y que simplemente aspiraba a vivir tranquilamente alojando a un ser nacido en el lejano planeta Melmac un cúmulo de años antes. Podrían haberle pintado el hocico y la cresta de colores y haberlo hecho pasar por un pájaro-mascota de Expo. Pero no, ellos eligieron ser honestos y simplemente lo tenían en casa, escondido de los vecinos cotillas (los odiosos Armonía/Ochmonek, según doblaje) y del Ejército estadounidense, mientras reparaban la nave. Antes de seguir, otro detalle: Willie trabajaba como asistente social y Kate era medio ama de casa, medio agente inmobiliaria; nadie vaya a creer que en la familia había algún ingeniero. El caso es que el Gobierno, representado por la Alien Task Force (un destacamento militar dedicado a cazar extraterrestres), era malo malísimo. Un entrometido en la vida y en la libertad de los ciudadanos que espeluznaría a cualquier abanderado del actual movimiento ultraconservador. Y por si fuera poco, todo esto comenzó en la era Reagan, en plena consagración del neoliberalismo.
Un final decepcionante con secuela. Tras cuatro temporadas, el protagonista iba a encontrarse por fin con unos amigos de Melmac para regresar al espacio exterior. Un pequeño consuelo tras haber descubierto que en realidad su planeta había dejado de existir. Pero en el último momento fue capturado por las patrullas cazaextraterrestres. Un giro que permitía la posibilidad de una quinta temporada que la NBC no pudo permitirse. El resultado no gustó a los seguidores de la serie, ¿dónde estaba Alf? ¿había muerto en su detención? Los creadores se lanzaron entonces a producir una película. En 1996, Proyecto: ALF contó cómo dos agentes misericordiosos ayudaban a nuestro amigo a escapar de las garras gubernamentales y sus planes de exterminio en el último momento. Los fans esperaron seis años para ver 95 minutos de metraje en los que no aparecían los Tanner, lo que no fue precisamente muy celebrado. Lo dicho, un visionario del siglo XXI. Si en 2010 rabiaste con Lost, es que no recordabas el final de ALF.
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