Hay mucho intrusismo


La higiene es fundamental en cualquier aspecto de la vida. De ahí que la pared sea de cerámica. Le pasas un paño y queda como nueva. Hubo una época en la que la expresión “alicatado hasta el techo” gozaba de un prestigio feroz. Todo lo que necesitabas saber de una casa era que el baño estuviese alicatado hasta el techo. Significaba que no había mancha que se resistiera a la vileda. Vileda es una marca de bayetas en vías de lexicalizarse.
—Pásame la vileda —dice la gente en la cocina, cuando la encimera se ensucia.
Por cierto, que hablamos de una firma alemana, de donde procede también, casualmente, esta imagen alicatada hasta el techo de crueldad. Todo está alicatado ya hasta el techo, incluidas nuestras conciencias, que en un pispás (o en un santiamén, si preferimos dotar al término de un matiz religioso) quedan como una patena tras haber hecho con ella barbaridades. Seguramente, es lo que comentan los monitos:
—Fíjate qué limpio está todo. No hay en el techo una sola mancha de sangre, pese a lo que se tortura en esta sala —dice el del centro.
—Porque los revestimientos cerámicos son de primera —afirma el de la derecha.
¿Y qué decir de los sistemas de contención mecánica? “Contención mecánica”, otro sintagma de primera clase, alicatado asimismo de arriba abajo, como todo eufemismo que se precie. Los sujetos de la experimentación no podrían hacerse daño, aunque quisieran. Para hacerles daño ya están los investigadores. En esto de hacer daño, como en tantas actividades de la vida, hay mucho intrusismo. Las correas están para evitarlo.
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