Comer animales atropellados o cómo aprovechar una carne de primera
California ha legalizado su consumo para no desperdiciar el alimento. ¿Han marcado el camino más ético?
El mes pasado, la ley levantó una curiosa veda en las carreteras de California. En un esfuerzo por luchar contra el impúdico desperdicio de alimentos de la sociedad consumista, los legisladores decidieron que los habitantes de la zona puedan surtirse de las cunetas, que recojan los animales atropellados para comérselos. Carne salvaje, cien por cien orgánica, que no ha conocido la crueldad animal en la ganadería ni el matadero, salvada de pudrirse bajo el sol californiano. ¿Duermen más tranquilos ahora, sabiendo que los desafortunados animales no se convierten en alimento desperdiciado?
Conozco a una persona que, hace tiempo, ejerció de portavoz en una organización vegetariana nacional y que no tolera el sabor de la carne. Tras décadas sin probarla, le causa una sensación parecida a la repulsión. Yo, que no hago ascos a nada, me imagino la cara de sus amigos cuando viajan en coche con él y bromea con bajar a recoger, como muestra de socarrona cortesía, un conejo malogrado en el arcén. "Como se te ocurra meter eso en el coche no vuelvas a llamarme", seguro que piensan, entre las risas, los omnívoros. El chófer vegetariano dice que hasta él mismo se comería estos animales como último recurso, y reconoce que la idea no está tan mal si con ella se evita el sacrificio de animales.
Lo que un omnívoro y un vegetariano se toman a broma en las carreteras españolas es un tema serio en Estados Unidos, donde existe toda una subcultura en torno a la recogida de animales. Con leyes como esta, la práctica está viéndose reconocida en los últimos años; más de 20 estados la han legalizado. Hasta la organización Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA, por sus siglas en inglés), se ha posicionado a favor. Dice que es preferible a "comer carne saturada de antibióticos, hormonas y estimulantes del crecimiento", y que es más humano poner estos animales en el plato porque no han sido castrados, descornados ni despicados sin anestesia, ni han sufrido el transporte atestado en condiciones a las que algunas personas no sobrevivirían. Por supuesto, no han conocido la agonía del matadero, y quizá ni siquiera hayan sufrido en el accidente mortal. Es carne sin rastro de maltrato, sufrimiento o agonía a la que dar la espalda.
Las cifras publicadas en la prensa del país americano hacen pensar: solo en lo que a venados se refiere, unos 20.000 animales son atropellados cada año en California. En Alaska, donde el entorno hostil ha forjado un carácter que no admite desaprovechar un bocado y meter animales atropellados en los arcones congeladores es moneda común, un hogar puede tener carne para un año si recoge de la carretera un alce de 150 kilos. ¿Cuánto ganado dejaría de sufrir si esta ley se generalizase?
Comida solidaria, picaresca y filosofía
A juzgar por el tratamiento que los medios estadounidenses han dado a la noticia, la conciencia norteamericana duerme tranquila con estas leyes. La revista Popular Science se pregunta si la carne de cuneta no será la próxima tendencia gastronómica en California, la tierra que ha exportado al mundo la idea de hacer sushi con aguacate. El prestigioso diario The Guardian no se ha resistido a acompañar la noticia con una receta para cocinar un oso. Pero tengo la sensación de que hay gato encerrado. Llamo al profesor de filosofía moral y política de la Universidad de Santiago de Compostela Óscar Horta, conocido por su interés en el sufrimiento de los animales salvajes y miembro fundador de la Fundación Ética Animal.
Al principio, parece estar de acuerdo con la utilidad de esta ley. "A primera vista parece claro que es menos malo que se coma un animal que está muerto que no otro que tenga que sufrir terriblemente", dice. Pero rápidamente advierte de que él miraría más allá de la próxima comida para valorar las consecuencias. "Las organizaciones que defendemos a los animales lo que buscamos es un cambio en la forma que los vemos, que se les deje de percibir como objetos a nuestra disposición para pasar a considerarlos como seres que pueden sufrir y disfrutar, igual que nosotros", dice.
"Una medida como esta no contribuye al cambio de mentalidad sino a reforzar la idea de que los animales están para que los utilicemos como sea", dice. Para Horta, la oportunidad de hacerse con una pieza sin más obligación que dejar constancia en una app, el medio que California planea desplegar a partir de 2022, es un problema. El filósofo preferiría que, de la misma manera que se ha invertido en reducir los accidentes de tráfico por el coste en vidas humanas, se promovieran más iniciativas para conseguir que menos animales murieran en la carretera. Cita métodos como infraestructura reflectante y pasos específicos para que crucen la carretera en aquellos lugares donde abunda la fauna.
Me pregunto si pensarán lo mismo las personas sin recursos que consumen esta carne en Estados Unidos, gracias a organizaciones involucradas en dar de comer al hambriento. Y siempre me quedará la duda de si los más de 3.300 permisos para recoger un animal atropellado que se pidieron en Pensilvania, el pasado 2017, realmente documentaban casos de seres vivos que habían muerto bajo las ruedas de un vehículo.
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