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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cómo la hipocresía sobre el aborto mata a las mujeres

Cuando se prohíbe la interrupción del embarazo afloran los curanderos que perforan los úteros de las mujeres con objetos afilados, se sientan en los vientres para expulsar al feto, y recetan brebajes inseguros

Vincent Tremau (Unicef)
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La oposición al aborto es tan intensa que incluso cuando las mujeres tienen el derecho legal de interrumpir su embarazo, puede ser extremadamente difícil acceder a los servicios necesarios. Sin embargo, peor que aquello, es el hecho que los opositores tienden a ignorar las carencias que conducen a las mujeres hasta el punto en que buscan un aborto.

Desde un punto de vista moral, se debe defender firmemente el respeto a la libertad personal y autonomía corporal de una mujer, en lugar de obligarla a poner en riesgo su salud o su bienestar al llevar a término un embarazo no deseado o peligroso. Sin embargo, teniendo en cuenta cuan plagado de información errónea están los debates a menudo no conducen a ningún lugar, a menos que, en primer lugar y ante todo, ellos enmarquen al aborto como un asunto de salud.

Consideremos el caso de Kenia. A pesar de tener una de las leyes sobre el aborto más progresistas de África, según la cual una mujer tiene derecho a interrumpir un embarazo si “hay la necesidad de un tratamiento de emergencia, o si la vida o la salud de la madre corre peligro, o si lo permite cualquier otra ley escrita”, la oposición imperecedera al esta intervención ha socavado la implementación de la mencionada ley.

Sin embargo, está bien documentado que ilegalizar el aborto no acaba con la práctica. Por el contrario, cuando las autoridades encarcelan a alguien de quien se rumorea que practica abortos seguros, como ocurre en Kenia, las mujeres terminan recurriendo a proveedores que utilizan métodos altamente peligrosos para llevar a cabo dicha tarea. Por ejemplo, aquellos que perforan los úteros de las mujeres con objetos afilados, se sientan en los vientres para expulsar al feto, y recetan brebajes inseguros.

Para evitar los servicios de estos proveedores clandestinos, las mujeres intentan inducir abortos ingiriendo grandes cantidades de analgésicos o envenenándose con detergentes. Algunas mueren; otras pierden sus úteros, e incluso otras quedan lidiando con complicaciones, como por ejemplo las fístulas cervicovaginales.

Después de estar años trabajando en salud reproductiva, puedo decir con autoridad que las mujeres no interrumpen los embarazos por puro capricho. No le pagan a una persona no calificada para que les apuñale su útero porque atraviesan por un estado de ánimo pasajero. Condenarlas no hará que cambien de opinión; tampoco priorizará el desarrollo de un feto por encima de las necesidades, los derechos y el bienestar de su madre. Todo lo que se logrará es aumentar la probabilidad de que ellas pongan en riesgo su salud y sus vidas al andar en busca de un aborto inseguro.

Si queremos reducir la demanda de servicios de aborto, debemos reconocer que a menudo esta demanda es la culminación de una serie de fallas sistémicas que comienzan durante la niñez, cuando se requiere una Educación Sexual Integral (ESI). Una ESI enseña a los jóvenes en una forma apropiada para su edad, que es culturalmente aceptable, realista, sin prejuicios, y científicamente precisa; y además, puede aumentar el uso de anticonceptivos y reducir las tasas de embarazo en adolescentes, especialmente si se adopta un enfoque de género, centrado en capacitar a las jóvenes para que ellas protejan su propia salud.

Para evitar los servicios de  proveedores clandestinos, las mujeres intentan inducir abortos ingiriendo  analgésicos o detergentes. Algunas mueren; otras pierden sus úteros

Tal educación no es un privilegio, sino es un derecho. En Kenia, el artículo 35 de la Constitución garantiza a todos los ciudadanos “el derecho de acceso a la información que está en poder de otra persona y que es necesaria para el ejercicio o la protección de cualquier derecho o libertad fundamental”. Esto incluye la atención de salud reproductiva, consagrado en el artículo 43.

Pero a menudo no se respeta, debido a la resistencia moralizadora de los líderes religiosos y los movimientos en contra del derecho a elegir, así como a otros factores, como la escasa difusión del currículo y la escasez de docentes adecuadamente capacitados. Como resultado, los mitos y los conceptos erróneos continúan generalizándose.

Esto, junto con la escasez de financiación y factores culturales (como por ejemplo la falta de participación masculina en temas de salud reproductiva), contribuye a una baja utilización de anticonceptivos, ya que tan sólo el 58% de las mujeres en Kenia los utiliza. Como era de esperar, el embarazo adolescente se sitúa en niveles inaceptablemente altos.

Es hora de abordar las carencias que conducen a que las niñas y las mujeres acaben tullidas o muertas. En este punto, una onza de prevención vale una libra de curación: se debe incluir la prevención intencional de los embarazos en los presupuestos de salud, se debe brindar una ESI de calidad en las escuelas, y se deben prestar servicios de salud reproductiva amigables para los jóvenes.

Pero la cura también debe ser una opción. Las reglas que castigan a las mujeres deben ser reemplazadas por leyes modernas —en consonancia con los marcos internacionales de derechos humanos— que protegen la libertad reproductiva de las mujeres, e incluso garantizan el acceso a servicios de aborto seguro. También se necesitan directrices escritas para dar fin a la victimización llevada a cabo por los proveedores de servicios de aborto.

¿Cómo puede un gobierno que no garantiza una ESI o que no invierte adecuadamente en planificación familiar penalizar a sus mujeres por embarazos no deseados? ¿Cómo puede una sociedad que ignora el sufrimiento de las mujeres culpar a las víctimas por su propia inacción? Aquellos que no hacen nada para prevenir embarazos no deseados  —y hacen todo a favor de castigar a las mujeres afectadas por dichos embarazos— no pueden vanagloriarse de tener autoridad moral.

Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos. Copyright: Project Syndicate, 2019. www.project-syndicate.org

Patricia Nudi Orawo es parte del Kisumu Medical and Education Trust en Kenia.

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