La chica que murió por intentar abortar con perejil
Sencillamente, no hay ninguna razón médica por la que cualquier mujer deba arriesgar su vida para poner fin a un embarazo no deseado
Elizabeth, una mujer de 34 años y madre de dos hijos, murió en agosto después de insertar perejil en su cuello uterino en un intento desesperado por inducir un aborto. Días antes, el senado de Argentina había votado en contra, por un margen muy estrecho, una legislación que permitiría la interrupción del embarazo en las primeras 14 semanas. Si ese proyecto de ley hubiese sido aprobado, Elizabeth podría estar viva hoy. En cambio, ella es parte de una estadística sombría: es una de las más de 40 mujeres argentinas que morirán este año por este motivo.
Cada año, el 25% de todos los embarazos – cerca de 56 millones – son interrumpidos. Los abortos ocurren en todos los países y dentro de cada una de las clases socioeconómicas. En Estados Unidos, el 61% de las que lo requieren tienen alrededor de 20 años, el 59% ya son madres, y cerca de dos terceras partes se identifican como personas vinculadas a una organización religiosa. Sin embargo, es un proceso más común en los países en desarrollo, donde el acceso a los servicios de planificación familiar es a menudo limitado. De hecho, un asombroso 88% de los abortos en el mundo ocurren en el sur global.
Se trata de un procedimiento seguro que se convierte en peligroso cuando está legalmente restringido. Solo alrededor del 55% de los realizados cada año son seguros, y las complicaciones derivadas de procedimientos con riesgo provocan unos siete millones de hospitalizaciones y matan a 47.000 mujeres cada año.
La lucha por un aborto seguro tiene siglos de antigüedad. Si bien los métodos variaban, el aborto era una práctica normal – y a menudo aceptada – en la China, Egipto, Grecia y Roma de la antigüedad. Fue en el siglo XIX cuando las élites católicas y coloniales propagaron leyes antiaborto para controlar la sexualidad, los cuerpos y las vidas de las mujeres.
Pero, contrariamente a la opinión popular, la criminalización no reduce la cantidad de interrupciones del embarazo voluntarias; solo las hace más peligrosas. En América Latina y el Caribe, donde el procedimiento está prohibido o restringido, las tasas de aborto se encuentran entre las más altas del mundo. Por el contrario, en América del Norte y Europa occidental, donde su práctica es legal y ampliamente accesible, las tasas son comparativamente bajas y la seguridad es alta.
Además, cuando se despenaliza, las tasas de mortalidad disminuyen y las lesiones maternas desaparecen casi de la noche a la mañana. Por ejemplo, un año después de que Rumanía despenalizara el aborto en el año 1990, los decesos se redujeron a la mitad, mientras que en Sudáfrica, las muertes cayeron un 91% en los primeros cuatro años después de la aprobación de la Ley sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo de 1996. Sencillamente, no hay ninguna razón médica por la que cualquier mujer deba arriesgar su vida para poner fin a un embarazo no deseado.
Fue en el siglo XIX cuando las élites católicas y coloniales propagaron leyes antiaborto para controlar la sexualidad, los cuerpos y las vidas de las mujeres
Alentados y fortalecidos por estas estadísticas, los activistas de derechos humanos de todo el mundo están exigiendo cambios en las leyes nacionales, y desde el año 2000, más de 30 países han liberalizado su enfoque al respecto. En mayo pasado, los votantes en Irlanda derogaron la prohibición, una victoria significativa en una sociedad tan profundamente influenciada por la fe católica [solo queda Malta como último país europeo en el que está prohibido en cualquier caso]. Incluso en la Argentina, las esperanzas se mantienen altas. Las encuestas de opinión muestran un fuerte apoyo al derecho al aborto, y la aprobación del proyecto de ley que podría haber salvado la vida de Elizabeth fracasó por tan sólo siete votos.
Aun así, la lucha está lejos de terminar. A nivel mundial, las búsquedas en Internet de misoprostol, un medicamento que usan las mujeres para inducirlo de manera segura, están aumentando. En Sudáfrica, sólo alrededor del 5% de las clínicas y hospitales públicos los realizan, y un tercio de las mujeres aún ni siquiera saben que es legal. En Marruecos, entre tanto, las mujeres que hacen campaña a favor del derecho al aborto son arrestadas y hostigadas.
La oposición más feroz al derecho al aborto tiene su origen en la Iglesia católica y otras fuerzas conservadoras, y tiene consecuencias directas tanto para las mujeres como para los sistemas de salud de sus países. Investigaciones recientes realizadas por mi organización, International Women's Health Coalition, hallaron que en más de 70 jurisdicciones de todo el mundo – incluidas entre ellas 45 Estados estadounidenses – los proveedores de servicios de salud pueden negar servicios basándose simplemente en las creencias personales de los médicos.
Estas restricciones son inconcebibles. El aborto es parte de la vida de las mujeres. Es hora de que los gobiernos escuchen a los millones de mujeres que exigen justicia reproductiva y autonomía corporal. Las leyes deben reconocer y garantizar el derecho de la mujer a la atención sexual y reproductiva. Se debe hacer que los servicios sean financiera y médicamente accesibles. Y, las mujeres en todas partes –independientemente de su edad, raza, origen étnico, orientación sexual o afiliación religiosa – deben tener acceso a servicios de aborto seguro.
Elizabeth nunca tuvo estas oportunidades, y millones de mujeres en todo el mundo están en la misma posición. A menos y hasta que eso cambie, en la vida de cada una de ellas subyace una tragedia en potencia.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos. Copyright: Project Syndicate, 2018. www.project-syndicate.org
Françoise Girard es presidenta de la International Women's Health Coalition.
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